Cada uno elegimos en nuestro interior el paraíso o el infierno que preferimos, y pasamos a vivirlo en la esfera de las realidades que transitamos.
La vida puede ser comparada a un río de largo curso… Sus aguas salen de su nacimiento, y bajan continuamente hasta llegar al mar. Una curva aquí, otra allí, obstáculos al frente, lodo y arena en el lecho, fragmentos rocosos y grandes piedras que quedan atrás, hasta la salida en el océano que lo aguarda.
“Son indispensables muchas etapas para la vida: ahora en el cuerpo, en varias experiencias o luego liberada, con nuevas conquistas. En cada fase, surgen barreas que deben ser superadas para alcanzar el Océano de la paz.
Son las reencarnaciones a las que todos nos encontramos sometidos las que nos hacen evolucionar. Con deseo y gran esfuerzo personal podemos superar innumerables repeticiones, venciendo los obstáculos a fuerza de decisión y trabajo continuo.
Es necesario que el dolor no nos haga blasfemar, llegando al punto de hacernos dudar de la Soberna Bondad de Dios. Dios no es portador de caprichos humanos, fiscales y castigadores de nuestros errores o gratificador liviano de nuestros pequeños aciertos, que no pasan de ser un comportamiento que solo nos hace bien.
El actuar correctamente no nos da créditos a laureles ni a otros premios extras, por constituir en si misma, la acción digna y constructiva, una cosecha de bendiciones. De la misma forma el error, la humillación delictuosa, se convierte en espina clavada en la conciencia hasta el día de su expiación, cuando el infractor, por el bien restaure la paz a aquel que perjudicó, en consecuencia, así mismo. Dios se manifiesta al hombre en su interior, en la conciencia de cada uno, donde están escritas sus leyes. El grado de culpa o de razón de cada ser es medido por la responsabilidad, por la conciencia con que actúa. Lo cierto e ineludible es que nadie sufre sin una ponderable razón, ni persona alguna que delinque podrá escapar a la justicia vigente bajo la acción de la inderogable Justicia Divina.
Nuestra indiferencia hacia la vida recta, dejamos que se nos adormezcan los centros del discernimiento y caemos en la voluptuosidad de las pasiones groseras, practicando arbitrariedades y locuras, corrompiendo el cuerpo, la mente y el alma…
Dios en cambio nos da muchas oportunidades para redimirnos, que no las valoramos; nuestra rebeldía nos hace no fijarnos y no tomamos en cuenta los códigos de orden universal.
Por eso al hombre le es muy importante una fe religiosa, clara y racional, para influir en sus procedimientos honrados, aunque bajo la lluvia de incomprensiones, problemas y dolores físicos y morales, desde los cuales saldremos hacia la paz y la felicidad, si actuamos con corrección.
La sabiduría de las Leyes, reúne a los personajes del viejo drama, en el escenario del mundo, a fin de que se eleven, por el amor y rescaten los delitos perpetrados. Cuando complican la situación, es necesario el sufrimiento en expiación oportuna a través de la cual se reeducan, creciendo en dirección al bien.
La oración nos inmuniza contra el mal, nos da fuerzas para soportarlo, pero no cambia nuestros necesarios procesos de evolución. En la necesidad de la depuración, y con la luz del conocimiento espirita que nos fortalece el ser, debemos disponernos a la renovación por el amor y por la acción del trabajo edificante, granjeando meritos para cambiar los factores Kármicos de la actual existencia.
El amor anula los errores y pecados, preparando al ser para cuando sea probado, pueda superar los impactos divergentes de comportamiento sano.
Siempre depende del hombre el resultado de sus iniciativas, aun cuando está bajo las fuerzas negativas que intentan llevarlo a la caída o de los Emisarios del Bien que lo estimulan a la conquista de su evolución.
Es verdad que ningún ruego honesto, dirigido al señor, queda sin respuesta de socorro inmediato. Quizás no nos llegue en la forma que pretendemos, pero si como sea mejor para nuestra necesidad, lo que expresa el grado de sabiduría de quien responde.
Si no fuese así, se establecería el caos desde la infancia espiritual, cuando los seres no sabemos pedir, al solicitar muchas veces, para nosotros, lo que es bueno en un momento y luego deja de serlo, para transformarse más tarde en tribulación.
Debemos pedir ayuda sin exigir la forma de auxilio que deseamos recibir, orando, pura y simplemente, en una entrega confiada de amor y fe.
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