El deber es el conjunto de prescripciones de la ley moral, la regla de conducta del hombre en sus relaciones con sus semejantes y con el Universo entero.
El deber no es idéntico para todos. Varia, según nuestra condición y nuestro saber. Cuanto más nos elevamos, más grandeza, majestad y extensión adquiere a nuestros ojos. Su culto, siempre es dulce y bueno y la sumisión a sus leyes es fértil en goces íntimos a los que nada puede igualar.
La felicidad tiene su base en el deber cumplido.
Cuando cumplimos nuestro deber ante Dios y la conciencia, la grosería o la ingratitud de los otros son relegadas al bajo plano al que pertenecen.
Por muy oscura que sea la condición del hombre, por muy oscura que sea su suerte, el deber domina y ennoblece su vida. La serenidad del espíritu es gracias al deber cumplido, también la calma interior, que es más preciosa que todos los bienes de la Tierra.
El sentimiento del deber echa raíces profundas en todo Espíritu elevado. Este recorre su camino sin esfuerzo; por una tendencia natural, resultado de los progresos adquiridos se aparta de las cosas viles y orienta hacia el bien los impulsos de su Ser. El deber convierte entonces en una obligación de todos los instantes.
El deber tiene formas múltiples. Existe el deber para con nosotros mismos, que consiste en respetarnos, en gobernarnos con cordura, en no querer, en no realizar sino lo que es digno, útil y bueno. Existe el deber profesional, el cual exige que cumplamos con conciencia las obligaciones de nuestro cargo. Existe el deber social, que nos invita a amar a los hombres, a trabajar por ellos, a servir fielmente a nuestro país y a la humanidad. Existe el deber para con Dios. el deber no tiene límites. Siempre puede mejorarse, y en la inmolación del si mismo el Ser encuentra el medio más seguro para engrandecerse y purificarse.
La práctica constante del deber nos conduce al perfeccionamiento. Para acelerar a este, conviene primero estudiarse a sí mismo con atención y someter todos los actos a un juicio escrupuloso. No podemos remediar el mal sin conocerlo.
Podemos estudiarnos en los demás hombres. Si observamos cualquier vicio, cualquier defecto nos choca en alguien, preguntémonos si no existe en nosotros un germen idéntico, y si lo descubrimos, debemos procurar por todos los medio arrancarlo de raíz.
Nuestra alma es una obra admirable, aunque muy imperfecta, y tenemos el deber de embellecerla, y adornarla sin cesar. Este pensamiento de nuestra imperfección nos hará más modestos y alejará de nosotros la presunción y la necia vanidad.
Sometiéndonos a una disciplina rigurosa, daremos forma y dirección convenientes, a nuestro Ser el cual modificara sus tendencias morales. La costumbre del bien hace cómoda su práctica. Solo los primeros esfuerzos son penosos. Aprendamos, ante todo, a dominarnos. Las impresiones son fugitivas y cambiantes; la voluntad es el fondo sólido del alma. Aprendamos a gobernar esa voluntad, a hacernos dueños de nuestras impresiones, a no dejarnos nunca dominar por ellas.
El hombre no debe aislarse de sus semejantes. A de elegir sus relaciones, sus amigos, decidirse a vivir en un ambiente honrado y puro donde no reinen más que las buenas influencias, donde solo existan fluidos tranquilizantes y bienhechores.
Evitemos las conversaciones frívolas, las charlas ociosas que conducen a la maledicencia. Cualquier que pueda ser el resultado, digamos siempre la verdad. Sumerjámonos con frecuencia en el estudio y el recogimiento el alma encuentra así nuevas fuerzas y nuevas luces. Que podamos decirnos al final de cada día: “He hecho una obra útil, he logrado un éxito sobre mi mismo; he socorrido, he consolado a los desgraciados, he esclarecido a mis hermanos, he trabajado para hacerlos mejores, he cumplido con mi deber”
No podremos ser felices sin el cumplimiento de nuestro deber.
Cumplamos con nuestro deber. Si tomas de la Tierra nada más que lo necesario para tu manutención, de modo de no apropiarte de la felicidad de los demás, habrás alcanzado la verdadera felicidad que como una bendición de Dios, resplandece invariablemente en tu conciencia tranquila.
El que ha sabido comprender todo el alcance moral de la enseñanza de los Espíritus tiene del deber una concepción más alta, sabe que la responsabilidad es correlativa con el saber; que la posesión de los secretos de ultratumba le impone la obligación de trabajar con más energía por su mejoramiento y el de sus hermanos. Las voces de lo Alto han hecho vibrar en él sus ecos y han despertado fuerzas que duermen en la mayor parte de los hombres, solicitándole poderosamente en su marcha ascensional.
En el campo de la mediúmnidad, el deber rectamente cumplido es la brújula que facilita el rumbo seguro.
Al contemplar los espectáculos asombrosos de la esfera extra física te deslumbrarás, pero si no reflexionas acerca del escenario de tus propias obligaciones, a fin de atenderlas con honestidad, en breve sufrirás el espionaje de las inteligencias que deambulan en las tinieblas, que habrán de convertir tus horas en pasto de parásitos.
Escucharás sublimes revelaciones inaccesibles a la sensibilidad común, aun así, si no estás atento al reglamento de la conciencia laboriosa y pacifica, en poco tiempo serás escuchado por los agentes de la sombra, que atraparan tus pasos en la trampa de las perturbaciones degradantes.
Asimilarás el influjo mental de Espíritus nobles domiciliados más allá de la Tierra y les transmitirás la palabra edificante en discursos admirables; sin embargo, si no demuestras una conducta recta frente a los demás, mediante el ejemplo vivo del trabajo y la comprensión sin demora te veras involucrado en las vibraciones de criaturas retrasadas y delincuentes que sellaran tus pies en la fosa de la obsesión.
Recibirás paginas brillantes por medio de la psicografia, en las cuales la ciencia y la fe quedaran plasmadas como expresiones divinas; no obstante, si tus brazos desertaran del servicio edificante, fácilmente te transformarás en el escribiente de la vanidad y de lo absurdo.
Proporcionarás importantes noticias del mundo espiritual y utilizarás recursos que todavía ignora la capacidad de percepción de los que oyen; entre tanto, si eludes el estudio que capacita tu discernimiento, en breve te quedarás detenido en las tinieblas de la ignorancia.
Si la mediúmnidad evidente es la tarea que indica tu rumbo, no te apartes de los compromisos que la vida te impone.
Sobre todo, recuerda siempre que el talento mediúmnico encerrado en tus manos debe ser lienzo digno, donde los mensajeros de la Espiritualidad Mayor puedan crear las obras maestras de la caridad y la educación, pues de otro modo, si buscas complacerte en la indisciplina, del paño roto de tus energías descontroladas, surgirá simplemente una caricatura de las bendiciones que te propongas transmitir, dibujada por los artistas de las injurias que se valen de la imaginación en detrimento de la luz.
Merchita
Trabajo extraído del libro “Después de la muerte” de León Denis y del libro Religión de los Espíritus” de Francisco Cándido Xavier.
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