Viernes, 13 de Abril de 2012
Queridos amigos, hola buenos días, la vida sigue adelante, y nosotros con ella, y todos vamos escribiendo en el Libro de la Vida, que Cuenta su Historia, todos somos personajes que interpretamos un peculiar papel en el contenido, todos somos observados por el Creador, y para El es para quien trabajamos.
El desenvolvimiento de la humanidad está dividido en etapas de agonía y de muerte, seguidas de fases más estables de resurrección y de reconstrucción. Las fuerzas que determinan esa espantosa sucesión se hallan en la misma criatura humana.
Las religiones están muriendo. Este es uno de los hechos más notables de nuestro tiempo, más precisamente, del siglo XX. El poder de las religiones no es más religioso, sino simplemente económico, político y social. Las iglesias están vacías, los seminarios son cerrados, la vocación sacerdotal desaparece, el clero de todas ellas recurre en el mundo entero a los más variados recursos para conservar sus rebaños, haciéndoles concesiones peligrosas. Pero todos esos recursos se muestran incapaces para restablecer el prestigio y el poder religiosos, sirviendo solo de remiendos de paño nuevo en ropa vieja, según la expresión evangélica. Comienzan entonces a aparecer los sucedáneos, millares de sectas forjadas por videntes y profetas de la ultima hora, en su mayoría legos que se presentan como misioneros, taumaturgos populares, místicos improvisados y de ojos vueltos más hacia los bienes terrenos que hacia los tesoros del reino de los cielos.
Se acelera el proceso de las transformaciones. Se amplían los conflictos entre lo viejo y lo nuevo en todas las áreas de las actividades humanas. Se descontrolan los sistemas de seguridad en todas las instituciones. Las religiones, hasta ayer más sólidas y poderosas, agonizan en sus lechos de riquezas milenariamente acumuladas. Las teologías, hasta ayer imperturbables, como estrellas fijas del pensamiento religioso, se alteran, como la unidad pitagórica, para desencadenar la década de nuevos universos. Se rasgan las fronteras del tiempo y del espacio. El hombre, nervioso e inquieto, se equilibra en la faja estrecha de la atmósfera planetaria, entre dos infinitos que se abren ante los abismos del microcosmos y del macrocosmos.
No es esta la hora de las concesiones a la ignorancia –ilustrada o no- ni el momento de ironizar líricamente a la caída del día. Estamos en la hora de la verdad, de las proposiciones claras y precisas, de la posición intima de estar alertas y vigilantes. Necesitamos ver, sentir, percibir por todos nuestros sentidos y más allá de los sentidos, a través de la intuición y de la percepción extrasensorial, que las piezas envejecidas del ajedrez cultural están siendo cambiadas en el tablero del mundo. No hay más cabida ya para las contemporizaciones imperturbables del pasado que ocultaban piadosamente los gérmenes de los conflictos actuales. Ahora los conflictos explotan y tenemos que encararlos con decisión.
En la evolución de cada mundo llega un momento en que su población se divide en dos campos bien diferenciados, como se observa hoy en la Tierra. Uno de ellos evolucionó lo suficiente para integrar una humanidad planetaria superior, mientras el otro continúa en un estado de inferioridad. La población de ese plano inferior necesita, entonces, ser transferida a otro mundo que esté en su mismo nivel evolutivo a efectos de que recupere allí el tiempo perdido. Cuando esa población haya alcanzado en ese otro planeta el progreso necesario, retornará a su mundo de origen. En esa situación, la vivencia aislada en las prácticas solitarias de la meditación constituye una recapitulación del aprendizaje.
En nuestra humanidad terrestre solamente la acción de Cristo -venciendo al mundo, según sus propias palabras-, impulsó el aceleramiento evolutivo que viene transformando a la Tierra no sólo en las áreas cristianas, sino en toda su extensión.
Tenemos a cada instante, a cada minuto de nuestra vida diaria la experiencia de Dios, dado que la vida misma es, en sí misma, esa experiencia. Desde el momento en que nacemos hasta el instante final de nuestra existencia estamos en relación permanente con Dios, no el dios particular de tal o cual iglesia, sino el Dios en espíritu y materia que se manifiesta en una hoja de hierba, en la belleza gratuita de una flor, en el brillo de una estrella, en un perfume, en una voz, en una nota musical aislada, en un apretón de manos y, principalmente, en una idea, en un sentimiento, en una aspiración que brota del ansia de trascendencia de nuestra alma.
Lo que nos hace falta es estar más atentos, más despiertos para la percepción consciente de esos múltiples e infinitos milagros de la vida cotidiana. El hombre sin Dios es solamente aquel que se niega a aceptar la presencia de Dios en sí y en su entorno. Para ese hombre, la meditación es un ensayo en el campo de la frustración, una inmersión en el mundo opaco del sin sentido.
No cerremos los oídos a todos estos mensajes, no andamos a ciegas por la vida, se nos dio muchos conocimientos y nunca podremos alegar ignorancia. Aquel que sigue a Jesús no lo alcanza por el simple hecho de creer en El, y saber al dedillo todas sus enseñanzas y si por su comunión con El, a través de la aplicación en sí de todas sus enseñanzas.
Identificarnos con El, es vivenciar esas enseñanzas en la vida que desarrollamos, acordémonos de las palabras de Pablo: Todo me es lícito más no todo me conviene.
Amigos, os deseo un lindo miércoles, con mucho amor y cariño para todos desde el fondo de mi corazón Merchita
*El Espiritismo es la lámpara que alumbra al Mundo, y el Evangelio es el combustible que la alimenta" .-
Comunicación recibida la noche del, 24-01-96
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