Cargó aquel peso inútil durante todo el día.
Salió de casa agobiado, nervioso y, además de eso, había discutido con su esposa.
Había defendido una idea, un pensamiento, con uñas y dientes, ya que no podía admitir, bajo ningún concepto, que su opinión no fuera la verdadera.
Fue grosero, terco e impaciente.
Volvía ahora a casa y al sintonizar la radio del coche, escucha la frase: Puedo estar equivocado.
Era de un profesor diciendo lo diferente que se había vuelto su vida cuando empezó a tener en cuenta esta opción, delante de sus alumnos.
Decía que ellos comenzaron a respetarlo más que cuando pretendía ser siempre el dueño de la verdad.
Afirmaba que incluso los contenidos, al ser transmitidos de una forma más humilde, menos impositiva, se asimilaban mejor por la clase.
Él resumía su teoría diciendo: Admitir los fallos es el mejor camino.
¿Estamos acostumbrados a hacer ese ejercicio? ¿Consideramos, que en esta o en aquella situación o discusión, podemos estar equivocados? ¿O aún insistimos en creer que nuestro punto de vista es siempre el más correcto?
Parece que, al creer que tenemos la razón, pensamos que nuestra opinión es más importante que la de los demás, y que tiene que prevalecer.
No lo percibimos, pero eso es la manifestación del vicio del orgullo, en una de sus muchas formas de actuación.
Un ejercicio interesante es intentar, en cada momento, considerar la simple hipótesis de que podemos estar equivocados y hacer un esfuerzo para ver las cosas desde otro ángulo.
Podemos experimentar ser más flexibles y abiertos y acordarnos que algunas veces podemos no tener razón.
Esta forma de actuar nos ayuda a tomar decisiones más acertadas y, consecuentemente, duraderas, pues no habrán sido fruto de una reacción automática de nuestra personalidad.
Al desprendernos de la necesidad de tener siempre la razón, transformamos nuestras vidas en una experiencia bastante más placentera.
A fin de cuentas, ¿por qué queremos que nos den siempre la razón? ¿No parece eso un peso innecesario que cargamos en los hombros?
Buscar acertar siempre es saludable, nos hace crecer. Sin embargo, querer ser siempre el dueño de la verdad es un derroche de energía, además de ser una pretensión muy grande.
El camino hacia la verdad está en conocer todos los posibles puntos de vista acerca de algo, y eso sólo es posible escuchando a los otros, considerando las experiencias ajenas en la construcción de nuestro conocimiento.
Cuanto más humildes, más escuchamos. Cuanto más orgullosos, más queremos ser escuchados.
Dale Carnegie, autor del best seller Cómo hacer amigos e influir sobre las personas, afirma que nunca tendrás disgustos admitiendo que puedes estar equivocado.
Eso evitará discusiones y hará que el otro compañero se torne tan inteligente, tan claro y tan sensato como lo ha sido usted.
Así hará que él también quiera admitir que puede estar equivocado.
La inflexibilidad de una opinión genera casi siempre aversión. Un gesto de humildad siempre inspira otro.
Redacción del Momento Espírita
Tomado de la Federación Espírita Española
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