Nuestra vida es una secuencia infinita de decisiones. A cada instante, para vivir, cada uno de nosotros tiene que tomar decisiones, con grados variados de importancia, que pasan a modelar nuestro comportamiento de forma significativa, generando consecuencias para los otros e para nosotros mismos, automáticamente, pues que el hombre no vive de forma aislada, pero en sociedad, con dependencia de unos para con los otros. Es el uso del libre-albedrio, de la libertad de vivir, que Dios sabiamente nos concede.
El acto decisorio está íntimamente conectado a las elecciones selectivas que hacemos en las acciones de cada segundo. Involucra pequeñas e grandes cosas como, por ejemplo, decidir (elegir) el tipo de alimento que vamos ingerir diariamente; el tipo de transporte que vamos a utilizar para irnos de casa para el trabajo (autobús, taxi, tren o metro), o si vamos o no casar con esta o aquella persona; si vamos optar por esta o aquella carrera profesional, e así por delante. Tomada la decisión, elegido lo que vamos hacer, solamente nos resta aguardar las consecuencias de nuestros actos, en su debido tiempo.
Algunas decisiones son tomadas case que instintivamente, sin sequiera nos enterarnos que estamos decidiendo, o sea, haciendo una elección.
Otras veces, la decisión es compleja y, por eso mismo, causa en nosotros preocupaciones serias, pudiendo causar estres y no raras veces depresión, por no conseguir descubrirnos de inmediato, cual la mejor decisión.
El libre-albedrío nos es concedido por Dios como una verdadera dádiva, pero la utilización de esa libertad de vivir tiene que fundamentarse en decisiones responsables, o sea, nadie tiene el derecho de perjudicar nadie y de esa forma, la libertad de acción que todos poseímos, no es totalmente absoluta, mucho por el contrario, es relativa, poniendo limites que necesitan ser bien visualizados. Esas barreras divisorias están colocadas en la línea exacta en que los derechos de una persona terminan y los derechos de sus semejantes empiezan.
Siempre que cuando esos limites de libertad son invadidos, acabamos perjudicando a alguien, consciente o inconscientemente y, por la ley de justicia divina, pasamos a ser infractores delante la armonía del Universo, condición que tendrá que ser reparada, oportuna y convenientemente, para que la ley de causa y efecto se cumpla.
De ahí una de las razones del dolor e sufrimiento aquí en la Tierra, que no son eternos, pero que son exactamente proporcionales a los dolores y sufrimientos que hemos causado a nuestros semejantes.
Allan Kardec explica en el libro EL CIELO Y EL INFIERNO, que los deslices que cometemos, crean como manchas en el Periespíritu, de mayor o menor intensidad, de acuerdo con la extensión del mal que creamos. Solo hay un medio de borrar estas manchas del Espiritu, y este medio consta de tres etapas fundamentales: Arrepentimiento, Expiación y Reparación.
El primer paso es el arrepentimiento sincero, esto es, el reconocimiento de que hicimos algo errado. Esta fase del proceso es importantísima, pues significa que el discernimiento entre el bien y el mal ya existe. Hay personas que, infelizmente, practican el mal, pensando que están haciendo un bien. Estas personas todavía no han despertado la conciencia para distinguir correctamente el bien del mal. Es nuestro deber supremo practicar, única y exclusivamente el bien, pero si, por cualquier motivo, no se puede realizar el bien, jamás debemos practicar el mal.
La depuración cuanto a los errores cometidos, empiezan con el arrepentimiento.
Pero, con solo el arrepentimiento no es suficiente para borrar la mancha creada por el error cometido. Es necesario pasar por la expiación, esto es, sufrir conforme a los otros sufrir. Es bien verdad que esta fase del proceso puede ser atenuada, desde que el infractor practique, por libre y espontánea voluntad, la caridad en beneficio de sus semejantes, anulando, para eso, su propio egoísmo, lo que no siempre será taréa fácil.
Llamamos la atención en otro punto esencial, pues podría parecer que el arrepentimiento, seguido de la expiación de las faltas ya fuera suficiente para librarnos de los estragos que causamos con nuestros errores. Esto no es así.
Se hace necesaria una tercera e ultima etapa: la reparación, que consiste en hacer el bien a quien antes hicimos el mal. Solo después de que pasamos por tal procedimiento , conseguimos librarnos totalmente de los nudos de nuestros errores.
Por lo tanto, usar mal el libre-albedrío, esto es, decidir de forma equivocada, no es un buen negocio, pues las consecuencias para el Espiritu son desastrosas, exigiendo mucha comprensión, determinación, coraje, fuerza de voluntad y resignación, además de dispendio de mucho tiempo para la realización de las tres etapas signadas: Arrepentimiento, Expiación e Reparación.
Autor: Nelson Oliveira e Souza - Presidente do CETJ
Fonte: O Mensageiro
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