Naturalmente, usted preguntará como se desenvuelven nuestros trabajos escolares, y, de antemano puedo responderle que los servicios de esa naturaleza, en nuestra villa espiritual, son casi idénticos a los de un establecimiento de enseñanza en la Tierra.
Tenemos material didáctico, en variada y enorme cantidad, inclusive libros y cuadernos de ejercicio.
El sistema de acción de los profesores, sin embargo, es bastante diverso.
No solamente enseñan: guardan, confortan, orientan.
Me hallo, por ejemplo, en un curso de buen comportamiento y rectificación sentimental.
Noto que los instructores no se descuidan en la parte intelectual propiamente dicha, preparándonos el conocimiento de las condiciones alusivas a la nueva vida en que nos encontramos.
Para eso, se valen de las realizaciones que ya edificamos en la Tierra. No nos perturban con revelaciones prematuras, ni con demostraciones susceptibles de alterar el equilibrio de nuestras emociones. Toman, como punto de partida, las experiencias que ya adquirimos y nos ayudan a desenvolverlas, gradualmente, sin herirnos los raciocinios más agradables.
Tengo la impresión de que los orientadores de aquí nos reciben los conocimientos terrestres como simientes de los conocimientos celestiales. En razón de eso, no nos oprimen con la exposición mágica de la sabiduría de que son portadores. Nos cercan de cuidados y cariños especiales, para que nuestras facultades superiores germinen y crezcan.
Lo que asombra, sin embargo, es la vigilancia paternal que los abnegados orientadores desenvuelven junto a nosotros, en el sentido de despertar nuestras ideas más elevadas.
En ese propósito, el curso de introducción a las aulas superiores está lleno de relativos a la mejoría espiritual que nos compete atender. Largas horas son aprovechadas en el examen atencioso de interrogaciones como estas:
¿Qué pensamos acerca de Cristo?
¿Cómo recibimos los favores de la Naturaleza?
-¿Qué hacemos de la vida? ¿Cuáles son los objetivos de nuestro esfuerzo personal?
¿Qué concepción alimentamos, relativamente al tiempo y a la oportunidad?
¿Cuáles son las directrices de nuestro pensamiento?
¿Estaremos utilizando para el bien los instrumentos y las posibilidades que el Señor de la Vida nos confió?
Semejantes temas, examinados inicialmente por nuestros profesores, en provechosas aulas de renovación espiritual, dentro de las cuales nos confesamos unos a los otros a través de comentarios serenos y francos, hacen luz sobre nosotros mismos, revelándonos a los ojos en la extensión de nuestras necesidades, por el egoísmo, por la indiferencia y ociosidad en que hemos vivido desde hace muchos años en los círculos terrestres.
Por el Espíritu Neio Lucio – Del Libro: Mensajes de un pequeño muerto. Francisco Cándido Xavier
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