Mercedes " Merchita" |
¿Estás triste?
¿Lloras desconsolado?
¿Es tan grande tu dolor, Verdad?
¡La pérdida de un ser querido es algo muy duro, que cuesta aceptar, y mucho menos hacerlo, con resignación y valentía!
¡Un hijo que se nos va, una madre que desaparece, de la noche a la mañana, (ella que cubría todas nuestras necesidades, y la amábamos tanto), el esposo, compañero, que es nuestra vida, nuestros sueños, y sobretodo nuestro amigo, hay tantos y tantos seres de los cuales no quisiéramos nunca prescindir!
Son perdidas muy dolorosas, que nos dejan roto el corazón, sin ganas de vivir, es un dolor que nos araña el alma dejándola herida, frustrada.
Todo es según con el cristal con que se mira, y la muerte, es algo que el hombre ha aprendido a mirar de una forma trágica, cosa que le perjudica.
Si lo mirásemos desde el lado positivo, no padeceríamos tanto.
La muerte es algo que hay que mirar razonadamente. Aquí todos tenemos un tiempo prefijado, justo el que necesitamos para realizar nuestro deberes, las experiencias que necesitamos, es como si entrásemos a este mundo, a tomar de él algo que nos es necesario para después volver a la verdadera vida, de la cual venimos, a la del espíritu.
Un hijo joven, que parte y se marcha, es porque ya terminó su trabajo, su misión, y somos egoístas al querer retenerle aquí con nuestro llanto, con nuestro dolor, no le dejamos partir, el sufre al vernos en ese estado.
Ellos si nos ven, nosotros a ellos no, porque estamos aun muy ciegos, pero si tuviéramos ojos para ver, y supiéramos el futuro de las cosas, quizás no quisiéramos que vivieran, podríamos verle en un estado que no nos gustaría y lamentar su forma de vivir, entonces siempre hay que aceptar la Voluntad de Dios, sin revelarnos, ni desesperarnos, porque ello va a agravar la situación, nos va a poner en sintonía con almas desesperadas que nos van a tener presos a ese delirio de dolor.
Todos haremos ese viaje, la vida se nos puede escapar ahora mismo, nadie se libra de la muerte.
Las sensaciones que preceden y siguen a la muerte son infinitamente variadas, y dependen, sobre todo del carácter, de los méritos, de la elevación moral del Espíritu que abandona la Tierra. La separación es casi siempre lenta, y la separación del alma se opera gradualmente. Comienza, a veces, mucho antes de la muerte, y es completa cuando los últimos lazos fluídicos que unen al cuerpo con el periespiritu quedan rotos. Si los lazos son muy gruesos y poderosos más penosa y larga se hace la separación.
El alma, experimenta todas las emociones, todos los desgarramientos del cuerpo material, dolorosa y llena de angustias para unos, para otros es apenas un apacible sueño, seguido de un despertar delicioso.
El que ha cumplido con sus deberes, no está interesado por las cosas del mundo y aspira a los bienes del cielo, la separación es fácil y rápida. Al contrario sucede, con el espíritu apegado a las cosas de la tierra, que solo se ha ocupado de los goces de la tierra.
Al principio enseguida de la separación hay un periodo de turbación, el Espíritu bueno y justo, se despierta pronto a los esplendores de la vida celeste; y muy larga, incluso pueden ser de años enteros, para las almas culpables, impregnadas de fluidos groseros. Muchos espíritus creen vivir la vida corporal durante mucho tiempo después de la muerte. El periespiritu a sus ojos es un segundo cuerpo carnal, sometido a las mismas costumbres y a veces las mismas sensaciones fisicas que durante la vida.
Los espíritus que en nada creen se aferran a la vida humana desesperados. Un abismo se abre ante ellos cuando el momento les llega y quieren retrasar el instante de su caída. Es el estado de esos moribundos que su cuerpo se disgrega cuando aun vive y su alma se obstina en retener el cuerpo miserable. A veces permanece en él como adormecida hasta la descomposición completa, y siente, incluso, como los gusanos le roen la carne.
Apacible, resignada y alegre es la muerte del justo; asi parte el alma que habiendo sufrido y luchado mucho en el mundo, abandona la Tierra confiando en el porvenir. Para ella la muerte no es más que la liberación, el final de las pruebas.
El conocimiento del porvenir Espiritual, el estudio de las leyes que presiden la desencarnación, son de gran importancia para la preparación de la muerte. Pueden dulcificar nuestros últimos instantes y hacernos fácil la separación, permitiéndonos reconocernos más pronto en el mundo nuevo que se nos abre.
Cuantos más sutiles y delicadas son las moléculas del periespiritu más rápida es la separación y más amplios son los horizontes que se abren al espíritu, en la misma relación de su naturaleza fluídica y de sus afinidades, se eleva el espíritu hacia los grupos espirituales que le son afines, semejantes. El grado de purificación determina su nivel y le coloca en el ambiente que le conviene.
El grado de purificación del espíritu, le da la situación que ocupa en el espacio y representa la suma de sus progresos y dan medida a su valor. El espíritu desencarnado lleva en si, visible para todos, su cielo o su infierno. La prueba irrecusable de su elevación o de su abatimiento está escrita en su cuerpo fluídico.
El Espiritismo doctrina consoladora nos puede ayudar. Ella nos dice que morimos todos los días, cuando dormimos, que la muerte es como un sueño, y que todas las noches dejamos nuestro cuerpo aparcado como un vehiculo, el cual necesita descansar del viaje de todos los días y reponer sus fuerzas, y que el espíritu se marcha, porque el no está cansado, y si necesita seguir actuando en otras áreas, entonces se marcha, pero queda pendiente al cuerpo por un hilo fluídico, el cual utiliza para volver de nuevo al cuerpo material.
En el caso de la muerte física, el espíritu también se va, sigue su camino, y no vuelve más al cuerpo, pero observa todo a su alrededor, incluso muchas veces no se reconoce, piensa que sigue vivo, quiere hacer las mismas cosas, habla con todos, a veces se desespera, porque claro, los otros no lo ven, pero el si, y a veces es tanta la desesperación al ver y sentir que ya no podrá hacer que noten su presencia, que quisieran poder despertar y decirles a todos su experiencia. Pero eso ya no puede ser, por eso sufren esa digamos indiferencia.
Meditemos alguna vez que otra, y hagámoslo con a suficiente naturalidad para ver la realidad de las cosas:
¡Si la muerte me visitara en este instante, como me sentiría?
¿Qué me pesaría no haber hecho, que me gustaría haber evitado?
¿Con quién me abría gustado haberme reconciliado, haberle dicho quiero ser tu amigo de nuevo?
Si aun estamos vivos, apreciemos el tiempo y hagámoslo ahora; no sabemos el tiempo que nos queda, y nuestra partida es tan cierta y real como la luz que nos alumbra, entonces no esperemos, empecemos por pensar en nuestra muerte, como en un viaje, y procuremos que en él no nos falten los recursos que vinimos a buscar, que han sido el motivo de nuestro viaje; no malogremos un tiempo que deberemos alargar y una oportunidad que sepa Dios cuando de nuevo se nos dará.
Sabemos que en la Erraticidad hay millones de almas, esperando esa oportunidad, la reencarnación en los tiempos que corren está muy difícil, pues hoy en día la familia solo es ocupada en casi todos los hogares por dos o tres hijos, por eso no despreciemos el viaje, procuremos que él nos resulte de gran valor en la oportunidad de adquirir los bienes espirituales que necesitamos para emprender el vuelo a otras esferas más elevadas. Por eso sigamos el consejo de León Denis: “Siempre adelante; siempre más lejos; siempre más alto”.
Trabajo realizado por Merchita
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