Alipio Gonzalez |
La felicidad no es de este mundo es un dicho muy conocido.
Eso corresponde a una realidad, pues es poco común que se conjugue en el mundo todo lo que se considera necesario para que alguien sea efectivamente feliz.
Salud, juventud, belleza y dinero entran en esa ecuación.
Sin embargo, aun en la presencia de dichos factores objetivos, muchas veces la persona padece de tormentos íntimos.
Con frecuencia se percibe seres aparentemente privilegiados a reclamar de la vida.
Las consultas de los psicólogos y psiquiatras también son frecuentadas por quienes imaginaríamos felices y saciados.
Pero la mayoría de los seres humanos se debate con incontables problemas.
En los más variados planes de la existencia los dramas se suceden.
Dificultades financieras, de relaciones o de salud piden atención.
Delante de las decepciones naturales del mundo a veces las personas se rebelan.
Cuando son alcanzadas por experiencias dilacerantes se creen abandonadas por Dios.
Ese modo de sentir revela una comprensión muy restricta de la vida. Eso seria hasta razonable si todo se agotase en una única existencia material.
Delante de la vida que sigue magnificente más allá de la tumba, los problemas materiales disminuyen de importancia.
Frente a ese amplio contexto, dificultades no son tragedias, solo simples desafíos.
En cada hombre reside un Ángel en perspectiva.
Él es brindado con las experiencias necesarias para alcanzar su elevado potencial.
Los dolores, por más grandes que sean, siempre pasan.
Aun mismo una enfermedad incurable tiene su término.
Después de la muerte del cuerpo físico el Espíritu prosigue su jornada.
Si logró superar con dignidad el examen, resurge más fuerte y virtuoso.
En caso de que se haya permitido quejas y rebeldías tendrá que rehacer la lección.
Es conveniente tener eso en cuenta al enfrentar las crisis de la vida.
Dios es un Padre amoroso y bueno.
Él no Se alegra torturando a Sus hijos.
Los dolores del mundo poseen finalidades trascendentales.
La mayoría es provocada por los propios hombres con sus pasiones y errores.
Todos ellos constituyen desafíos.
Nadie debe cultivar el masoquismo y alegrarse por sufrir.
Es necesario luchar para salir de todas las dificultades y recuperar el bienestar.
Pero delante de situaciones ineluctables, cuando nada se puede hacer, es necesario pensar en la Divina Bondad.
Ella no se revela solamente cuando todo parece estar bajo un cielo azul, en las mesas hartas y en las sonrisas radiantes.
La Bondad de Dios también se manifiesta en el sufrimiento que torna el hombre más apto para comprender el dolor del semejante.
Ella está presente en las situaciones constrictoras que minan el orgullo, la vanidad y la indiferencia.
La vida en la Tierra es pasajera y destinada al perfeccionamiento del ser.
El vivir terrenal propicia el rescate de los errores del pasado y la preparación para las sublimes etapas de la vida inmortal.
En un mundo material y aun muy inferior los entrechoques y las decepciones son inevitables.
Solamente una fe viva en la Divina Bondad permite al hombre preservar su corazón libre de amarguras.
Piensa en eso.
Redacción del Momento Espírita.
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