“…Hace mucho tiempo, Patricia, fui un espíritu rebelde, me burlaba de todo, sólo pensaba en los placeres y en mí de la forma más egoísta posible. Era terrible cuando estaba encarnado y horroroso cuando estaba desencarnado. Una vez, cuando estaba desencarnado, me uní a un grupo de amigos afines, formamos una legión para obsesar a una persona. Todo estaba bien para nosotros, convertimos al pobre encarnado en una piltrafa. Debo decir que, para ser obsesado, el encarnado vibraba igual y todo lo que sufría venía como consecuencia de una mala cosecha. Todo iba bien para nosotros, cuando nos vimos en una redada. Me sentí preso, sin poder moverme, como los demás compañeros. Sólo oíamos y veíamos lo que ocurría. Una fuerza mayor, muy grande, nos prendía. Nos vimos cercados por varias personas, unas encarnadas y otras desencarnadas. Pero esta fuerza que nos prendía nos hacía estremecer, y al mismo tiempo nos maravillaba, venía de un encarnado. Este hombre fenomenal colocó la mano sobre la persona que obsesábamos y dijo: “¡Tú fe te salvó!” miré para este encarnado, vi una imagen humana de rara belleza y tranquilidad. Nunca vi a una persona así. “¡Es Jesús!” Dijo uno de los encarnados que lo acompañaba. “¡Es Él, Jesús el Nazareno, que curó a este hombre!” Jesús me miró con profundo amor, no me condenó, me amó.
Su mirada tierna y bondadosa mirándome es un hecho no olvidado. Fuimos retirados de aquel obsesado por un equipo de desencarnados y llevados para un Puesto de Socorro. Allí fuimos orientados para el Bien. Pero éramos libres para quedarnos o no. Si volvíamos, estaba prohibido acercarnos al ex obsesado. La mayoría se quedó, yo me quedé e hice un voto de modificarme. Nunca olvidé que por unos momentos vi a Jesús. Este encuentro se grabó fuerte en mí. Después de una preparación, reencarné. No fue fácil mi lucha. Tenía muchos vicios y malas costumbres como una cosecha bien amarga. Reencarné muchas, muchas veces en estos casi dos mil años. Siempre buscando mejorar.
La imagen de mi encuentro con Jesús venía de modo vago cuando estaba encarnado. Siempre, en la carne, me gustaba mirar imágenes, cuadros del Maestro Nazareno, tenía siempre nostalgia sin entender el porqué. Cuando estaba desencarnado recordaba lo ocurrido, este hecho siempre me dio fuerzas para mejorar y progresar. Nuestro encuentro me marcó mucho, tanto que memorizo y la escena con todo detalle me viene a la memoria. Puedo aun sentir su mirada de amor. En estos renacimientos por la Tierra, fui sacerdote católico, pastor protestante, siempre intentando seguir a Jesús. Tantas veces me engañé. Pero, en las últimas encarnaciones, mejoré realmente y fue en la última que encontré a la Doctrina Espírita y entendí mejor las enseñanzas del Maestro Jesús. Intento sólo, Patricia, seguir su ejemplo. Amo mi trabajo junto a nuestros hermanos que están en las tinieblas de la ignorancia, que temporalmente están entrelazados en el error, con el mismo Amor con que Jesús me miró por segundos.
Lo abracé. No conseguimos hablar más. Comprendí. Todos nosotros tenemos nuestra historia y, quien sabe, si un hecho en particular nos lleva al Amor.”
(Extraído del libro “La Casa del Escritor”, por el Espíritu Patricia. Psicografía de Vera Lucia Manrinzeck de Carvalho)
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