Amigos y compañeros en el ideal espirita, corren malos tiempos para esta juventud loca que en nada cree.
Deshumanizados por la brutalidad desenfrenada en la que desarrollan sus vidas, fingen ser ateos, no creen en un Dios al que nadie ha visto y, dicen que los que creen en Él son presas de una idea a la que ellos se han entregado porque han querido. ¡Que lamentable oír esto en boca de los jóvenes que lo tienen todo para cambiar sus vidas, que con las oportunidades de que otros hemos carecido no son capaces de luchar con uñas y dientes para limpiar la ensuciada tierra en la que viven. Desarrollan los instintos inferiores, que son autores de tantas catástrofes y dejan a un lado la bondad y el bien encajonados para que luego, en las grandes pérdidas y padecimientos, lamentarse inútilmente por su equivocado proceder; son destructores de su entorno; en nadie confían ni a nadie creen; sólo piensan en sí mismos y se encierran en su coraza de la que sólo salen para satisfacer sus apetitos a costa de lo que sea, caiga quién caiga y dañen a quién dañen.
Hoy es una difícil tarea trabajar en ellos; se les ha dejado caminar solos desde bien pequeños y salvados unos pocos, porque no hay regla sin excepción, ellos se han hecho mayores antes de tiempo, porque en vez de jugar, han tenido que pelear en las naciones tercermundistas . En los países más civilizados la ausencia de sus madres, el poco calor de los autores de sus vidas; la soledad temprana les ha hecho crecer sin amor; los más liberales han visto las escenas macabras de unos padres viciados que en sus caídas les han maltratado, teniendo que huir de los nidos domésticos presos del miedo y del temor de ser dañados por quienes les dieron el ser, los únicos de quienes ellos podrían esperar algo; estos los decepcionan y los empujan a castigar y pelear con todo lo extraño que en su futuro les asome; desconfiados y dolidos atacan a todo lo que se les resista a su forma y manera de pensar.
Es muy difícil convencer y trabajar con esos jóvenes, a los que les han dado todo , dándole más valor a las monedas y al confort que los padres han salido a buscar para satisfacer las necesidades materiales y habiendo dejado de lado al amor, el refugio, la enseñanza, el consuelo, la educación, esa entrega a todo auxilio a los hijos. La mayoría de las madres ponen en manos extrañas esa atención y esos cuidados procurando que estén bien atendidos, pero mientras crecen faltos de amor y de cariño, y cuándo el tiempo pasa nos damos cuenta del gran error. Ellos han crecido, se han hecho hombres o mujeres y convivimos con ellos pero ni nos conocen, ni los conocemos, y reconocemos, aunque tarde que hemos sido nosotros los culpables, entretenidos en los intereses mundanos, hemos enfermado el hogar despojándolo de los verdaderos valores, los mismos que pueden ayudarnos a hermanarnos con los adversarios del ayer.
Hemos descuidado los años sensibles de las almas de esos niños y han crecido despertando en ellos los instintos de sus anteriores existencias; no hemos aprovechado esos años para inducirlos a cambiar sus tendencias del pasado, con nuestra labor maternal, con nuestro amor, sacrificio, cuidado desinteresado, con la educación y los buenos principios ahora ellos serian otros; en algo les hubiéramos hecho cambiar. Pero dejándolos en manos extrañas esa posibilidad es en la mayoría nula.
Crecen con los instintos latentes del ayer, sin nada que les detenga; reincidentes muchos, lloran más tarde cuándo retornan al mundo espiritual por su nuevo fracaso; incluso algunos, con más cargas en sus conciencias y nosotras las madres nos sentimos deudoras de ellos, pues no cumplimos con nuestra labor principal para con ellos. El cuerpo material es como un vestido que se destruye cuándo no sirve, pero el Espíritu no, y nos sentimos mal las madres que después sentimos nuestra culpa ante el fracaso de quién tanto amamos (Los hijos).
La labor más importante de una madre es la que realiza en el hogar; rodeada de adversarios del ayer debe ser el punto de apoyo, la fuente de sabiduría y el ejemplo a imitar por los que Dios les ha puesto bajo su amparo. Las madres que abandonan a sus hijos son la mayoría débiles ante su tarea, fracasan porque no lo han calentado en sus almas, vienen por primera vez a desarrollar esa difícil labor, y se espantan huyendo espantadas ante la responsabilidad que se asoma ante sus ojos.
Todos sabemos que Dios no nos manda nada que no podamos hacer, por ello hemos de llenarnos de fuerzas y valor para resistir esa difícil tarea. La más importante, la de moldear desde pequeños, a los que torcidos ya venían para enmendarse y ver en su nulidad cuándo son pequeñitos, el inicio a costumbres y comportamientos distintos para que cuándo les lleguen mas tarde las pruebas, sean capaces de resistir gracias a esa fuente de enseñanza y sacrificio que debe ser toda madre.
Hoy en día algunos jóvenes agreden a los mayores y lo hacen porque en el fondo están la mayoría resentidos con los autores de sus vidas, y en vez de tener con ellos el auxilio y el calor, tienen el desdén y la indiferencia, incluso no les sirven de ejemplo; a veces estos son autores de las mayores de hazañas que los han puesto en ridículo, y se avergüenzan de ellos por no poder tomarles como ejemplo.
Todo está muy desorganizado, el hombre se ha dejado llevar de la materia y hoy son los padres los que se lamentan de los errores, no pueden controlar a sus hijos y se dan cuenta tarde, de que no los aman como deberían, no los conocen, no los han rozado apenas, son en sus vidas escasas las horas de convivencia , comparten una casa para el reposo y en este reposo no suelen tratar con sus hijos; sólo unas escasas palabras para callar las conciencias que les avisan del error que están cometiendo. Por amor a la obra cristiana debéis de despertar y comenzar a crear esas instituciones pequeñas que son el hogar.
Ellas podrán ser autoras de mucho bien, ellas pueden formar en el futuro una Humanidad más civilizada y más sensata; aun estáis a tiempo, pensar madres que sois un colegio en pequeño, que vosotros sois los profesores para enseñar a esos alumnos que son el fruto de vuestro amor y al mismo tiempo dirigir bien todo lo que en él suceda. Porque sois las responsables y a vosotros se os pedirá cuentas de lo que en él se realice. Durante la vida con vuestros hijos tenéis el deber de enseñar y dirigir, y tenéis la obligación de practicar con el ejemplo y la virtud el desarrollo de esa enseñanza.
No escandalicéis para no inducir a vuestros hijos a las malas acciones. Amar y entregaros con sacrificio y abnegación para que ellos con vuestro ejemplo lo hagan por inercia.
Instruirlos en la senda Cristiana, para que se evangelicen y aprendan de Cristo lo que a vosotros os sirvió para despertar a la verdadera vida, ellos como vosotros debéis vivir con Jesús, confiar en Él y despertar para la nueva vida, la del Espíritu.
No deis por perdido vuestro tiempo, cuándo ellos dialoguen con vosotros por muy insignificantes que os parezcan sus palabras, ellos exteriorizan así su cariño y nada les conforta más que ser escuchados.
No debéis de recriminar sólo sus malos hechos, sí no que debéis alabar sus buenas acciones para con lo primero hacerles ver el mal que hacen y sembrar en ellos el pesar, y en lo segundo hacerles sentir desde pequeños la satisfacción que deja en uno las buenas obras. Es un barco pequeñito, cárgalo de amor con sacrificio y abnegación, dirigirlo despacito pero con firmeza, por la senda recta y los llevareis a puerto seguro donde ellos navegaran con la confianza de los que tienen mucho aprendido para saber navegar, no serán piratas lanzados al mar sin saber a donde dirigirse, ellos enseñados en la escuela del hogar donde el amor los enseña desinteresadamente, sabrán leer en los libros Sagrados, en el libro de los autores de sus vidas, los Padres.
Es muy fácil dar a los hijos lo que piden para que nos dejen en paz, pero no sabemos muchas veces que gran error es el no hacerles ver que lo pide, lo que seria mejor para él, es un tiempo que juzgamos de muy poco valor, cuándo les decimos toma y déjame en paz; sembramos para el mañana que será inestable, sí no podemos seguirles dando lo que piden, y luego serán ellos los que no querrán oírnos.
Cuándo intentemos pararles en sus deseos desenfrenados será demasiado tarde; ellos dirán y nos echaran las culpa por nuestra mala costumbre de no analizar antes de tolerar lo que ellos nos piden. Muchas veces vale más disgustarse por enseñar, que lamentarse por no haberlo hecho, cuándo ya no tiene remedio y lo hecho, hecho está, y nosotros los padres somos los culpables por no ser enérgicos en la enseñanza de nuestros hijos, los maleducamos con nuestra pereza y luego ya más tarde es casi siempre causa perdida.
Todos los padres dan cumplimiento a una ley natural instituida por Dios para la perpetuación de la raza humana, con ella enriquecen sus vidas, los hijos por un lado les imponen obligaciones, restricciones en los goces mundanos y por otro lado proporcionan las puras alegrías y conducen a las mayores motivaciones para que mantengamos encendida la antorcha de renovados ideales.
Un hogar sin hijos, por fastuoso que sea, es incompleto, especialmente para la mujer que hace de la maternidad la mayor razón de su existencia. Todo espirita sabe que no hay efecto sin causa y, que las contrariedades o alegrías de hoy son la continuación de nuestras vidas pasadas; en su familia, el espirita debe ver un grupo que le fue dado en custodia y para el cuál tiene muchos deberes a cumplir y muchos sacrificios a realizar.
Todo espirita que tenga hijos no debe olvidar que no los tiene por acaso. Y sí un buen padre tiene malos hijos, no se trata de castigo sino de las consecuencias de una ley justa; el espirita no puede considerar la vida como un simple paseo y sí como una secuencia de hechos que lo podrán herir hasta lo más profundo del alma, por ello, sufrirá y derramará lágrimas, por eso deberá ser fuerte, firme, compasivo y abnegado, caritativo para con todos y más especialmente para con las imperfecciones de sus hijos, depósitos sagrados que el Padre les concede para que sean sus protectores y sus guías para hacerlos avanzar, por lo menos, un pasó en el caso de no poder hacer más.
El espírita, en definitiva, debe amar, amar y amar. Sí, amar a los que no le quieren, a los que nos odian, a los que nos protegen y a los que nos persiguen, a los que nos hacen el bien o a los que nos desean el mal.
Él espírita que consiga tener el amor como ley y lo ponga en práctica, no estará en tinieblas. Su vida terrena fluirá plácidamente y después de ella alcanzará la felicidad.
Cuándo el espírita no tiene esposa e hijos, pero tiene aún a los padres, no debe olvidar el deber de tributarles todo el respeto, cariño y amor.
El espírita en todas las situaciones de la vida ha de portarse como un buen hijo, buen esposo, buen padre, buen hermano y buen ciudadano , así como practicante de la ley Divina cuyo sentido práctico está en la enseñanza y en el ejemplo del Señor y Maestro Jesús. Será luz para iluminar a los que están a su alrededor, será mensajero de paz y amor para todos y llevará la paz de las moradas de la Luz hasta los hombres de la Tierra.
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