La infancia se caracteriza, según la psicología tradicional, por el egocentrismo, el niño, todavía, amoral y, a veces cruel, exige ser amado, protegido, pasando posteriormente, a una posición oblativa, cuando le surgen los deseos y las aptitudes para amar, para ofrecer, para servir, iniciándose el periodo de la madurez del área de la afectividad. En consecuencia, el niño por falta de raciocinio y de reflexión, vive el presente, no teniendo una visión, sino muy incompleta e incluso fragmentada, de las realidades, del tiempo y espacio. El adulto, en razón de las necesidades que identifica, de la escala de valores de la vida que pasa a nortearle la existencia y del instinto de preservación de sí mismo, se dispone a vivir el futuro.
Organiza tareas, programa actividades teniendo en cuenta el mañana, cuando espera proseguir disfrutando los bienes y las realizaciones logrados. La persona de edad avanzada, cree que el futuro perdió todo sentido, por la falta de tiempo que la vida tal vez no le faculte, se apega al pasado, viviendo recuerdos y remonta a los mismos con cualquier pretexto.
Muchas veces el niño, no pudiendo superar algún hecho que lo asusta y no encontrando apoyo emocional para hacer desaparecer el incidente, genera un bloqueo como trauma que le impide el desarrollo y la transposición de una fase para otra, llegando al periodo adulto, retenido en una etapa de infantilismo. Esto explica las reacciones de la falta de madurez de muchas personas ante las coyunturas y las circunstancias más variadas de la vida. En razón de tal estado, se revelan inseguras y egocéntricas, poseen frágil estructura moral y no demuestran sentido del equilibrio, difícilmente asumiendo e incumbiéndose de responsabilidades, presentando gran inestabilidad en las decisiones y una terrible incapacidad de donar sin recibir; de auxiliar sin obtener gratificación de cualquier naturaleza, sus actitudes son ilógicas, destituidas de crítico discernimiento. Como consecuencia tienen la forma y las fuerzas de adultos, y ejercen funciones y desarrollan programas pertinentes a la edad de la infancia. Porque son dicotómicos- una apariencia física adulta y una psiquis infantil – se vuelven peligrosos a causa de sus imprevisibles reacciones ante los hechos que les sorprenden o promueven.
Desde el punto de vista espiritual, se trata de criaturas jóvenes en la responsabilidad, desacostumbradas a los compromisos superiores, cuyas experiencias se desarrollan en el campo de superficialidad e intereses personales, sin mayores adquisiciones morales. A ello se suma la interferencia psíquica de los Espíritus afines, la de los adversarios de la retaguardia que les llevan a estados de grave apatía, al desinterés por los valores ennoblecedores y, por ser maleables a las inducciones perniciosas se transforman en instrumentos de perturbación y delincuencia.
Para el bien de la comunidad y de ellos mismos, compete a los adultos hacer un examen de sí mismos, un auto análisis de sus actitudes, una evaluación periódica del comportamiento empeñando esfuerzos para educarse o reeducarse en el campo emocional o en el sector del comportamiento, en el cual sea necesario. De esta forma, mediante la disciplina de la voluntad, ejercicio mental correcto en torno a los ideales relevantes y de los pensamientos ennoblecidos, se les tornan más duraderos los impulsos para el equilibrio que se estructurará a lo largo del tiempo en actividades constructivas; evitándose perjuicios sociales expresivos, numerosos disturbios psicológicos y de comportamiento y serán interrumpidos graves connubios obsesivos de largo curso…
La madurez psicológica del hombre lo lleva a una actitud dinámica, en la que busca desarrollarse cada vez más, ofreciendo posibilidades de realizar una situación armónica entre el, la sociedad y el ambiente en el cual se encuentra situado. Esta conducta es obtenida a través de las reencarnaciones, como resultado de las vivencias y aprendizajes que despiertan la conciencia en el ser, que abre las posibilidades hacia más allá del pensamiento – la franja de la intuición.
Todo factor, oculto u olvidado, de un trauma, mientras no sea liberado prosigue como bloqueo, impidiendo la renovación del campo en el que se instala. La concienciación de cualquier hecho es indispensable para una legítima evaluación de resultados con el competente interés por perfeccionar la realización, corrigiendo el acto, por la reeducación y nuevos intentos de reparación.
Las personas cuando caen en errores y cuando son descubiertas, acostumbran a justificarse con el desconocimiento de los factores que las llevaron a los engaños, produciéndose el recuerdo de los fracasos, al otro lado; y contentándose igualmente con el parcial olvido cuando al volver al cuerpo, siempre quedan reminiscencias que afloran, en los momentos propios; luces rojas en la mente como advertencias inconscientes ante nuevas decisiones como advertencias inconscientes ante nuevas decisiones precipitadas que llevan al caos; recelos de perjudicar a los otros, dando surgimiento a responsabilidades y conciencia de justicia…
Las reacciones de enfado y resentimiento, de amargura y de cólera dimanan del temperamento apasionado y caprichoso de quien se acostumbró a la usurpación sin admitir reproches, al abuso de la posición sin dar lugar a advertencias y de la arrogancia que no permite amonestación. El dolor, se encargará de cincelar las aristas y someterle la cerviz mediante los límites orgánicos y las resistencias debilitadas, junto a los continuos conflictos en la afectividad y en las relaciones de emulación, resucitando las viejas pasiones.
Todos conducimos, inevitablemente, las propias experiencias. Ignorarlas, no significa haberlas superado. La deuda olvidada, por mejor que sea la intención del comprometido, permanece aguardando liquidación. Las muestras, como las de nuestros afectos, resurgen por el camino con las disposiciones que les establecemos o motivamos.
Nadie camina desacompañado de compañeros, amores o enemigos…
Renacimiento en el cuerpo es dieta para la evolución con los ingredientes necesarios para la salud moral y espiritual de cada cual.
Trabajo realizado por Merchita
Extraído del libro “Cuadros de la Obsesión” de Divaldo Pereira Franco
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