La idea de la reencarnación es conocida desde la más remota antigüedad. Más se perdió en el enmarañado de las supersticiones y del misticismo, reflejando las dificultades de la cultura en liberarse de las presione de la criatura con el Creador. La vivencia de los problemas cotidianos y la fragilidad del ser humano ante la naturaleza fomentaron una relación causal entre los humores de los dioses y los sufrimientos basados en el miedo, en la condición de culpa, desobediencia y punición.
Dentro de ese cuadro confuso, se crearon sectas fundamentadas en creencias y supersticiones acerca de la reencarnación. Por eso, la metempsicosis fue aceptada largamente por simbolizar el castigo más cruel impuesto al pecador, haciendo que, por ser una persona humana, reencarnase en un animal. Hasta un filósofo como Pitágoras la acepto y difundió.
La reencarnación es muy aceptada en la cultura asiática, más no tuvo una acción social redentora, revolucionaria. Al contrario, propició una actitud contemplativa, conformista y acomodada. En culturas como la indiana, la reencarnación no evito, al contrario, dio cierta consistencia a la separación de las castas sociales, manteniendo un estado de flagelo para los más pobres y desafortunados.
La cultura occidental sufrió sucesivas transformaciones hasta cristalizarse, de una manera general, bajo la egida de la Iglesia, con la visión judaico-cristiana. La predominancia de la religión, como centro de conocimiento y comportamiento, creó una forma no-racional de ver y comprender al ser humano.
Aunque espiritualistas, la Iglesia no acepto la reencarnación y se fijo en la unicidad de la existencia. Con eso, estableció el principio de la finitud y concreción del ser humano. El es el producto biológico al cual se adiciona un alma. Vive un cierto tiempo y muere. Y ahí finaliza su periodo productivo. La inmortalidad del alma es reflejo de la existencia terrena y no presenta ninguna oportunidad de reciclaje, una vez que después del periodo de la encarnación, ella está definitivamente catalogada como buena o mala.
Por lo tanto, la persona humana es un ser con trayectoria fijada entre la cuna y la tumba. En la cultura, eso significa que él es concreto, definido y mortal.
Toda la estructura doctrinaria de la Iglesia se funda en el pecado original. La moralidad y la culpa se injieren en la cultura como instrumentos, como una fase preparatoria para la vida eterna.
Ciertamente, la idea de punición por la desobediencia y hasta por los humores de los dioses o de Dios, no es exclusiva del judaísmo-cristiano. Más si la adopción del Dios Jehová de los judíos mantuvo la relación criatura-Creador dentro de los límites del miedo, terror e inseguridad.
Por Jaci Regis
( Ver el blog inquietudesespiritas.blogspot.com )
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