Por muy grandes que sean los dolores, se ha de mirar desde la perspectiva, de que La Bondad Divina ubica la existencia del ser para que la vida renueve su esperanza.
Todo es servicio, en todas partes.
El tiempo trae la oportunidad de este día, mañana será el minuto portador para la gran transición, que la muerte impone ineludiblemente tanto a los justos como a los injustos… y en la gran transición el bien que se ha hecho muchas veces sobreponiéndote a sacrificios y tinieblas, será el roció fecundador después de la nube, el agua pura filtrada por la piedra, la rama lozana que se destaca del lodo y el fruto sabroso de un tronco desgarrado.
La vida física no es más que un peldaño de la ascensión a la que todos estamos sujetos. Concluida la fase de la reencarnación, el alma continúa creciendo en amor y conocimiento, fuera de las vibraciones de la tierra, en otros planos evolutivos.
Se evoluciona por etapas. En una encarnación adquirimos la corona de la cultura, en otra la palma del amor. Son raros los que consiguen adquirir sabiduría y cultura del amor en una sola vez.
La inmersión en la carne condensa vibraciones que pasan a sintonizar con el clima mental de otras vibraciones resultantes de vidas pasadas, junto a otros seres que, en cierto modo, dificultan la sublimación libertadora. Sin despreciar la cultura, el alma se beneficia mucho más cuando consigue desarrollar el sentimiento, lapidando el carácter en el buril del dolor. No siempre son felices aquellos que desarrollan mucho, su intelecto, sin tener presente el sentimiento.
Considerando que el amor todo lo puede, el alma menos culta, pero buena, siempre encuentra campo espiritual para retornar al conocimiento recogido en etapas anteriore y en la memoria cosa que no sucede con la cultura sin bondad.
El hombre sabio, sin amor, puede tornarse un monstruo. Al desencarnar, notará que habrá cultivado el cerebro, pero tendrá el corazón vació, y deberá entonces iniciar una gran jornada recorriendo la senda estrecha del sufrimiento, sin el conocimiento, en las expiaciones purificadoras.
Las mejores armas que el espíritu puede elegir para su progreso son la oportunidad de amar y sufrir, aprendiendo en el libro del auxilio al prójimo, la interpretación de los enigmas de la vida.
La vida no cesa; es acondicionada por el trabajo que no se detiene. En cualquier lugar, el trabajo es la base impulsora del movimiento que posibilita la manutención del equilibrio. El trabajo, es un patrimonio legado por la Divinidad y representa el honor y la gloria para el espíritu sediento de evolución y perfeccionamiento.
Mientras nos encontramos en la vida física, no sabemos darle el valor que tiene como medio que nos permite integrarnos en el Bien ilimitado, considerarlo como una obligación desagradable es un error pues es una bendición substancial de armonía interior y de satisfacción evolutiva.
Por la deficiente educación, vemos en el trabajo solo un medio de subsistencia que al mismo tiempo, nos permite adquirir pertenencias perecederas.
Cuando volvemos a la patria espiritual descubrimos sorprendidos, que tal menestra, lejos de ser una imposición es una realidad, una oportunidad bendita, porque girando alrededor de la construcción incesante, el alma se siente honrada con el premio de cooperar en la sublimación de todas las cosas.
Entusiasmados por el interés, en el plano físico, el alma examina la vida de un modo deficiente y desacata la concesión que representa la lucha, descubriendo medios para huir de la responsabilidad y de extraer mayores intereses. Las leyes sutiles y hábiles que disminuyen el horario de la labor, invitando al hombre a la ociosidad y a la insensatez con un reposo inmerecido donde la mente libre de responsabilidad y preocupación elevada se entrega a los habitó depresivos, el hombre pierde la alegría y el animo, haciendo del trabajo un adversario de la paz intima,…
Sin el objetivo noble que el trabajo representa, el hombre se torna un autómata inconsciente, sin rumbo, perdiéndose en si mismo, entre inquietudes y repeticiones de falsas necesidades, adquiriendo neurosis y psicosis que terminan por destruir su voluntad.
La vida en todas partes, se desarrolla en un dosel maravilloso de promesas y armonías.
La noche es seguida por el día.
El dolor apartado por la salud.
El odio superado por el amor.
El miedo dominado por el fervor y el coraje.
La fe, rutilante e imponente, aclara nuestra senda al tiempo que nos invita a la conquista de los verdaderos valores.
Se desligan las cadenas de la creencia tradicional y la realización intelectual proporciona un patrimonio inestimable para alcanzar la legítima victoria.
Con el Señor en el corazón y en la mente, no debemos tener miedo.
Con la claridad del entendimiento lúcido, el rescate en el camino del deber reencarnacionista, nos hace meditar profundamente, y sin atemorizarnos, pese a que nuestras caídas nos pesen, luchamos por conquistar nuestras propias batallas.
Son muchos los que fracasan en sus tareas, las que están empeñadas, incluso mucho antes de entrar en ellas. Los adversarios del ayer pretenden impedir sus pasos, impedir la marcha, dificultando sus posibilidades, distendiendo espinas o doblegando el carácter dentro del comodismo y del placer.
No obstante deberán confiar en Jesús Guía y Amigo de todos, que jamás se olvida de socorrer a los siervos envueltos en los ásperos combates.
Siguiendo el camino del bien, el crepúsculo de las fuerzas físicas nos muestra un sendero de estrellas.
No olvidemos que hubo un día, en que un ángel convertido en hombre escaló un monte hostil, sentenciado a la muerte sin ser culpable y, aunque estaba acongojado y solo, acepto la cruz por amor a todos e iluminó definitivamente el camino de la humanidad.
Procuremos ser luces encendidas, alrededor de aquellos que nos rodean, depositando todas nuestras esperanzas en Ese Ángel, ofreciéndole la existencia, mil veces si es preciso, por la infinita ventura de honrarlo y amarlo.
Sin Dios en el corazón, las futuras generaciones pondrán en riesgo la Vida del planeta. Por grande que sea el avance tecnológico de la Humanidad, es imposible que el hombre viva en paz sin que la idea de Dios lo inspire en sus decisiones.
- Chico Xavier -
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