Son numerosos los hermanos que durante el sueño van al plano espiritual a los planos de trabajo espiritual. No es fácil transmitir mensajes de tenor instructivo, en esa tarea, utilizando lugares comunes, contaminados por materia mental poco digna. En los lugares edificantes donde consiguen acumular mayores cantidades de fuerzas positivas de la espiritualidad superior, recibiendo grandes beneficios los encarnados.
Los encarnados se valen del desprendimiento parcial, mediante el sueño físico, para reunirse con las entidades generosas y dedicadas. La mayoría no suele entender lo que se les quiere decir, pareciendo enfermos incomprensivos.
Los espíritus encarnados tan pronto como se realiza la consolidación de los lazos físicos, quedan sometidos a imperiosas leyes imperantes en la Tierra. Entre los encarnados y desencarnados, existe un tupido velo. Es la muralla de las vibraciones. Sin la obliteración temporal de la memoria, no se renueva la oportunidad. Si el plano espiritual les fuera abierto olvidarían las obligaciones inmediatas, estimarían el parasitismo, perjudicando su propia evolución.
A través de las corrientes magnéticas susceptibles de movimiento, cuando se efectúa el sueño de los encarnados, son mantenidas obsesiones inferiores, persecuciones permanentes, exploraciones psíquicas de baja clase, vampirismo psíquico destructor, y diversas tentaciones. Son aún muy pocos, los hermanos encarnados que saben dormir para el bien…
La mayoría de los seres se engolfa en los negocios y complicaciones materiales, por eso le es muy difícil sentir las influencias del plano espiritual.
Los desencarnados aunque no se fatiguen como las criaturas terrestres, no prescinden de la pausa de reposo. El día y la noche constituye para el hombre una hoja del libro de la vida. La mayoría de las veces, la criatura escribe sola la pagina diaria, con la tinta de los sentimientos que le son propios, en las palabras, en los pensamientos, en las intenciones y actos; e inversamente, en la reflexión nocturna es ayudada a rectificar las lecciones y a acertar en las experiencias, cuando el Señor lo permite.
La naturaleza nunca es la misma en todas partes. No hay dos porciones de tierra con climas absolutamente iguales. Cada colina, cada valle, posee expresiones climáticas diferentes. Hay que reconocer que el campo, en cualquier condición, en el círculo de los encarnados, es la reserva más abundante y vigorosa de principios vitales. Todos los cooperadores espirituales estiman en aire de la mañana, cuando la atmosfera permanece igualmente en reposo, exenta de las partículas del polvo convertidas en microscópicos balones de bacilos y de otras expresiones inferiores.
En la floresta tenemos una densidad fuerte, por la pobreza de las emanaciones, gracias a la impermeabilidad del viento. El aire ahí se convierte en un elemento asfixiante por el exceso de las emisiones de los reinos inferiores de la Naturaleza. En la ciudad la atmosfera es compacta y el aire sofoca también por la densidad mental de las más bajas aglomeraciones humanas. En el campo, por tanto tenemos el centro ideal.
En el campo reina la paz relativa y equilibrada de la Naturaleza terrestre. Ni lo salvaje de las matas vírgenes, ni la sofocación de los fluidos humanos. El campo es el generoso camino central, la armonía posible, el reposo deseable.
El canto de las aves solitarias, nos permite reposar algunas horas aislados magníficamente en el templo de la Naturaleza.
¡Recibir la bendición del campo, alabando el Amor y la Sabiduría de Nuestro Padre! Hace milenios que la Naturaleza espera la compensación de los hombres. No se ha alimentado solo de esperanza, sino que vive en ardiente expectativa aguardando el entendimiento y el auxilio de los Espíritus encanados en la Tierra, propiamente considerados hijos de Dios. Mientras tanto, las fuerzas naturales continúan sufriendo la opresión de todas las vanidades humanas. La mayoría de los cultivadores de la tierra, lo exige todo sin ofrecer nada. Mientras se cela cuidadosamente la manutención de las bases de la vida, se ve a la civilización funcionando como vigorosa máquina de triturar, convirtiendo a los hombres, en pequeños moldes de pan, carne y vino, absolutamente sumergidos en los vicios de los sentimientos y en los excesos de la alimentación, despreocupados del inmenso debito para con la amorosa y generosa Naturaleza. Ellos oprimen a las criaturas inferiores, hieren las fuerzas bienhechoras de la vida, son ingratos con las fuentes del bien, atienden a las industrias rurales, más por la vanidad y por la ambición de ganar que les son propias, que por el espíritu de amor y de utilidad; pero no pasan de ser infelices siervos de las pasiones desviadas. Trazan programas de riquezas mentirosas que constituyen su ruina; escriben tratados de política económica que redunda en guerras destructoras; desenvuelven el comercio de ganancias indebida, cogiendo las complicaciones internacionales que dan curso a la miseria; dominan a los más débiles y lo explotan, ¡despertando más tarde entre los monstruos del odio!
El auxilio divino no falta. ¡El Señor está operando por el futuro del hombre. Hay que escuchar los gemidos de la creación que pide la luz del raciocinio humano, la vida no es un robo incesante, en la que la planta lesiona el suelo, el animal extermina la planta y el hombre asesina al animal; y si un movimiento de permuta divina, de cooperación generosa, que nunca perturbaremos sin grave daño para la propia condición de criaturas responsables y evolutivas!
Mediante el Evangelio, observamos que la creación aguarda ansiosamente la manifestación de los hijos de Dios, encarnados, la criatura ha soportado el peso de inmensas iniquidades. Por eso continúa llegándoles el auxilio de la espiritualidad, ellos cumpliendo su deber con el bien, no desprecian las lecciones. Y nos dan consejos para educarnos. De nosotros depende el prestar atención y beneficiarnos de ellas para hacer un mundo mejor, o por el contrario el odio, los desmanes y el mal nos dominan seremos maltratados con las mismas acciones inferiores que emitimos. Pues a cada uno le será dado según sus obras.
Extraído por Merche Cruz del libro “Mensajeros espirituales” de Chico Xavier.
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