N O T A para mis queridos lectores:
Os ruego disculpéis mi ausencia de dos días sin publicar nada nuevo. El motivo de mi ausencia ha sido el haber sufrido la pérdida de mi Computadora por rotura. He adquirido una nueva con un sistema operativo nuevo, con el cual trato de seguir mi actividad con los Blogs.
Hoy me alegra volver a sacar a la luz este nuevo trabajo que debió haber salido el domingo .
Agradecido por vuestra fidelidad, os saludo con todo mi afecto fraterno:
- José Luis Martín-
La vida no es una cosa vana, la cual puede usarse con ligereza, es una lucha para la conquista del cielo, una obra elevada y grave, de edificación, de perfeccionamiento; una obra regida por leyes augustas y equitativas, por encima de las cuales se cierne la eterna Justicia templada por el amor.
La justicia no es una palabra vacía, en algún sitio existen compensaciones para todos los dolores, una sanción a todos los deberes, un consuelo para todos los males.
Esta justicia absoluta, soberana, cualesquiera sean nuestras opiniones políticas y conocimientos sociológicos, no es de nuestro mundo. Las instituciones humanas no son aun instrumento de ella.
Las religiones han perdido mucho de su prestigio, y los frutos envenenados del materialismo aparecen por todas partes. Al lado del egoísmo y la sensualidad de unos, se desarrolla la brutalidad y codicia de otros. Los actos de violencia, los asesinatos y los suicidios se multiplican. Hay muchos sinsabores en el planeta Tierra. Esto es el resultado de una falsa educación
El hombre busca en él, el problema del mundo, el problema de la vida. Estudia el Universo, en donde se siente sumergido y ve que dos cosas aparecen a primera vista en el Universo: la materia y el movimiento; la sustancia y la fuerza. Esta materia y esta fuerza Universales también las encuentra en si mismo y con ellas un tercer elemento, con cuya ayuda a conocido, visto y medido las otras: la inteligencia.
Si la inteligencia está en el hombre, esta también está dentro del Universo del cual él forma parte integrante. Lo que existe en una parte, de debe encontrar en un todo. La materia es solamente el vestido, la forma sensible y cambiante revestida para la vida; un cadáver no piensa ni se mueve. La fuerza es un simple agente destinado a conservar las funciones vitales. Y la inteligencia gobierna a los mundos y rige el Universo.
La inteligencia se manifiesta por medio de Leyes, leyes sabias y profundas, ordenadoras y conservadoras del Universo.
La materia y la fuerza se funden en el éter. El éter es la materia primera, el abstracto definitivo de todos los movimientos, que es atravesado por innumerables movimientos, radiaciones luminosas y calóricos, corrientes de electricidad y magnetismo. Es preciso que estos movimientos sean regulados de alguna manera. Al final de la escala de las fuerzas, aparece la energía mental, la voluntad, la inteligencia que constituye las formas y fija las leyes.
Pitágoras, Claude Bernard, todos los pensadores han afirmado que la materia está desprovista de espontaneidad. Es necesario volver sobre la necesidad de un primer motor trascendental para explicar el sistema del mundo, al cual el hombre llama Dios. Providencia, Gran arquitecto, Ser Supremo, Padre Celestial, etc. encontrando el centro, la ley, la razón universal en la cual el mundo se reconoce, se posee, vuelve a hallar su conciencia y su yo.
Más el leguaje humano es impotente para expresar la idea del Ser infinito. Poco a poco se levanta el velo; el hombre entreve la grandiosa evolución de la vida en la superficie de los mundos, comprende que todo está regulado con tendencia a un fin, que no es otro que el perfeccionamiento continuo del Ser y el mayor aumento en él de lo bueno y de lo bello.
La eterna creación, la eterna renovación de los seres y de las cosas no es más que la proyección constante del pensamiento divino en el Universo. Todo se explica y se comprende con la existencia de un principio universal, de una energía incesante, eterna que penetra toda la Naturaleza; el es quien regula y estimula esta evolución colosal de los seres y de los mundos hacia lo mejor, hacia el bien. Dios se revela en el Universo, que es su presentación, pero no se confunde con el.
Dios absoluto y eterno, conoce nuestras necesidades, oye nuestros llamados y nuestros pedidos y es sensible a nuestros dolores, es adonde todos los seres, por el pensamiento y el sentimiento, van a buscar las fuerzas, el socorro y la inspiración necesaria para guiarse en las vías del destino, para sostenerse en las luchas, consolarse en sus miserias, levantarse en sus desfallecimientos y caídas.
No debemos buscar a Dios en los templos de piedra o de mármol, hemos de buscarlo en el templo eterno de la Naturaleza, en el espectáculo de los mundos, en los esplendores de la vida, en los horizontes, en los valles, en las llanuras, en los montes, en el mar, en la morada terrestre.
Dios rige el Universo se oculta a todos los hombres. Las cosas están dispuestas de manera que nadie está obligado a creer en ellas. La existencia del ser se desarrolla y los acontecimientos se suceden sin relación aparente; pero la inminente justicia se cierne desde lo Alto, y rige los destinos, según un principio ineludible, en donde todo se encadena y en una serie de causas y efectos. Su conjunto constituye una armonía que el Espíritu, exento de prejuicios e iluminado por un rayo de sabiduría, descubre y admira.
Solo conocemos lo más grosero de lo que existe a nuestro alrededor.
La sabia Naturaleza ha limitado nuestras percepciones y sensaciones. El ser sube uno a uno los peldaños de la gigantesca escalera que conduce a Dios, y cada peldaño representa para el ser una larga serie de siglos.
Si los mundos celestes se descubriesen de pronto nos deslumbrarían, quedaríamos ciegos. Pero no nuestros sentidos exteriores han sido medidos y limitados.
El universo se descubre a nuestra vista a medida que la capacidad en comprender sus leyes se desarrolla y amplifica, en nosotros. Dios es invisible en ambos lados de la vida, en la tierra y en el mundo espiritual; para aquellos que aun no han alcanzado la pureza suficiente para reflejar sus divinos rayos.
Todo manifiesta la presencia de Dios. La Naturaleza y la humanidad cantan y celebra el amor, la belleza y la perfección; todo lo que vibra y respira, es un mensaje de Dios, está en cada uno de nosotros en el templo vivo de la conciencia. Allí es un lugar sagrado, el santuario donde se oculta la chispa divina.
Todos debemos aprender a sondearnos a nosotros mismos, y registras los rincones más íntimos de nuestro Ser, interrogarnos en el silencio y en la soledad. Así aprenderemos a conocernos, a conocer el poder que está oculto en nosotros. El es el que nos eleva y hace resplandecer en el fondo de nuestras conciencias las santas imágenes del bien, , de la verdad y de la justicia , honrando a estas imágenes divinas y rindiéndoles el culto todos los días, lograremos purificarnos y que la conciencia se alumbre, perdiendo las oscuridades que la mantienen cautiva.
El Universo no es como aparece a nuestros débiles sentidos; el mundo físico no constituye nada más que una ínfima parte del mismo. El dominio del mundo invisible es mucho más vasto y más rico que el del mundo visible.
El Universo lo constituye un solo elemento, aunque triple en apariencia. Espíritu, fuerza y materia. Son los tres estados de una sustancia inmutable en su principio, más variable hasta lo infinito en sus manifestaciones.
El Universo vive y respira animado por dos potentes corrientes: absorción y dispersión. Por esta expansión, por este soplo inmenso, Dios crea. Por su amor atrae hacia El. Las vibraciones de su pensamiento y de su voluntad, fuente primera de todas las fuerzas cósmicas, mueven el Universo y engendran la vida.
La materia, no es más que un modo, una forma pasajera de la sustancia universal para disolverse en radiaciones sutiles que no tienen existencia propia. La filosofía que la toma por base descansa sobre una apariencia, sobre una especie de ilusión.
La ciencia ha estado equivocada durante varios siglos en el análisis de los elementos que constituyen el Universo y ahora debe destruir lo que penosamente edifico. El dogma científico de la unidad, irreducible e indestructible del átomo, al derrumbarse, arrastra consigo a todas las teorías materialistas.
La existencia de los fluidos, afirmada por los espiritas desde hace cincuenta años, ha sido confirmada de una manera rigurosa por medio de la experimentación. Nos hallamos aun en la aurora del verdadero conocimiento. El mundo invisible se revela como base del Universo, como fuente eterna de las energías físicas y vitales que animan el Cosmos.
Los fenómenos espiritas de todos los ordenes se explican por el hecho de que puede gastarse una cantidad considerable y constante de energía sin perdida aparente de materia.
Los aportes, la desagregación y la reconstitución, el paso de los espíritus a través de los cuerpos sólidos, sus apariciones y materializaciones, todo es fácil de comprender cuando se conoce el juego de las fuerzas y de los elementos que entran en acción en estos fenómenos. Toda una revolución se realiza en los dominios de la física y de la química. En todas partes a nuestro alrededor vemos abrirse fuentes de energía, inmensos depósitos de fuerzas muy superiores en poder a todo lo que se conocía hasta hoy. La ciencia se encamina hacia la síntesis unitaria, que es la ley fundamental de la Naturaleza.
El encadenamiento prodigioso de las fuerzas y de los seres se precisa y se completa. Se constata que existe una continuidad absoluta, no solamente entre los dos estados de la materia, sino aun entre estos y los diferentes estados de la fuerza.
La energía parece ser la sustancia única universal. En el estado compacto, reviste las apariencias que llamamos, solidó, liquido y gaseoso; bajo un modo más sutil, la energía es agente de los fenómenos de Luz, calor, electricidad, magnetismo, afinidad química.
Todo se relaciona y encadena en el Universo. Todo está regido por las leyes del número, de la medida, de la armonía. Las manifestaciones más elevadas de la energía confinan con las de la inteligencia. La fuerza se vuelve atracción; la atracción se vuelve amor.
Cada ser posee los rudimentos de una inteligencia que llegará a genio, y tiene la inmensidad del tiempo para realizarla. Cada vida terrena es una escuela: la escuela primaria de la eternidad.
Todos los seres están unidos unos a los otros e influyen recíprocamente. El Universo está sometido a la ley de solidaridad.
Los mundos perdidos en las profundidades del éter, los millares de astros que se entrecruzan a millares de leguas, se llaman y se responden. Una fuerza que nosotros llamamos atracción los une a través de los abismos del espacio.
Igualmente en la escala de la vida, todas las almas están unidas por múltiples relaciones. La solidaridad que las liga está fundada en la identidad de su naturaleza, en la igualdad de sus sufrimientos a través del tiempo, en la semejanza de sus destinos y de sus fines.
El alma solo puede progresar realmente en la vida colectiva: trabajando para el provecho de todos. Una de las consecuencias de esta solidaridad que nos une, es que la vista de los sufrimientos de unos altera y perturba la serenidad de los otros.
En las almas evolucionadas el sentimiento de la solidaridad llega a ser tan intenso, que se intercambian en una comunión perpetua con todos los seres y con Dios. Los espíritus elevados no olvidan a aquellos que han amado, a los que compartieron con ellos sus alegrías y sus tristezas, la queja de los que sufren, que están aun en los mundos infelices, llegan hasta ellos y suscita su compasión generosa. Ellos abandonan las moradas celestes para auxiliar al mundo material.
A veces al contrario, durante el sueño las almas encarnadas atraídas por sus hermanos mayores, se lanzan con fuerza hacia las alturas del espacio para impregnarse de los fluidos vivificantes de la patria eterna. Allí, los espíritus amigos los rodean, los exhortan, los animan y calman sus angustias. Después extinguiéndose poco a poco la luz que los rodea, a fin de que no les deprima la separación, los acompañan hasta las fronteras de los mundos inferiores.
Su despertar es entonces melancólico, pero dulce, y aunque no se acuerdan de su estancia en las regiones elevadas, se encuentran reconfortados y reemprenden más alegremente la carga de su existencia terrestre.
En todas las cosas visibles el alma atenta descubre una manifestación del pensamiento invisible que anima el Cosmos. Este reviste para ella un aspecto seductor; es el teatro de la vida y de la comunión universal, comunión de los seres entre sí y de estos con Dios, su Padre.
La distancia no existe para las almas que simpatizan. El Universo está animado por una vida poderosa; vibra como un arpa bajo la acción divina. Las radiaciones del pensamiento lo cruzan en todas las direcciones, transmitiendo los mensajes de Espíritus a Espíritu a través de la vasta extensión. Dios llena el Universo con su presencia, lo alumbra con Su luz y reanima con Su amor.
La oración es la expresión más alta de esta comunión de las almas. Considerada bajo este aspecto, pierde toda analogía con las formas vulgares, con los recitados monótonos en uso, para ser un anhelo en el corazón, que penetra las leyes, los misterios del poder infinito y someterse a el en todas las cosas. ¡Pedid y se os dará! Tomada en este sentido, la oración es el acto más importante de la vida; es la aspiración ardiente del ser humano que siente su pequeñez y su miseria y busca poner, aunque sea por un instante, su pensamiento en armonía con la sinfonía eterna.
La meditación en el silencio y el recogimiento eleva el alma hasta las alturas celestes, donde aumenta sus fuerzas y se impregna de radiaciones de la luz y del amor divino. ¡Mas cuan pocos saben orar! Las religiones han hecho olvidar la oración, convirtiéndola en un ejercicio ocioso, ridículo, a veces.
Bajo la influencia del Nuevo Espiritualismo, la oración volverá a ser más noble y digna, será cultivada con más respeto hacia el poder supremo, con más fe, con más confianza y sinceridad; en un completo desprendimiento de las cosas materiales. Todas las ansiedades del ser desaparecerán cuando comprenda que la vida es una comunión universal y que Dios y todos sus hijos vivimos solidariamente en la vida. Entonces la oración será el lenguaje de todos, la irradiación del alma que con sus anhelos hace oscilar el dinamismo espiritual y divino.
La oración no puede cambiar nada de las leyes inmutables, ni modificar nuestros destinos. Su misión es procurarnos consuelos, y luz que nos hagan más fácil el cumplimiento de nuestra tarea en la tierra. La oración fervorosa abre de par en par, las puertas del alma, y por esas aberturas penetran y vivifican las radiaciones del foco eterno.
La vida del hombre de bien es una oración continua, una comunión perpetua con sus semejantes y con Dios. No tiene necesidad de palabras ni de formas exteriores para expresar su fe, esta se expresa en todos sus actos y en todos sus pensamientos. El hombre de bien respira, se agita sin esfuerzo en una atmósfera pura y fluidica, lleno de ternura para con los desgraciados, de bien querer hacia la humanidad. Esta comunión constante llega a serle una necesidad, una segunda Naturaleza. Por ella, todos los Espíritus elevados se sostienen en las alturas sublimes de la inspiración y del genio.
Los que viven una vida egoísta y material, cuya comprensión no está abierta a las influencias elevadas, no pueden saber que infalibles impresiones proporciona esta comunión de alma con lo divino.
El hombre debe volverse de cuando en cuando hasta su Creador y Padre para exponerle sus flaquezas, sus incertidumbres, sus miserias, para pedirle los auxilios espirituales indispensable para su elevación. Cuanto más frecuente se hace esta operación profunda y sincera, más se purifica y enmienda el alma. Bajo la mirada de Dios, el alma examina, analiza sus intenciones, sus sentimientos, sus deseos, pasa revista a todos sus actos, y con la intención que le viene de lo alto, juzga lo que es bueno y malo, lo que debe activar o destruir. Entonces comprende que todo lo que viene del yo, debe ser postergado para dar lugar a la abnegación, al altruismo; que en el sacrificio de si mismo encuentra el Ser el medio más poderoso de elevación, pues cuanto más da, más se engrandece.
Al observar el cielo, en una noche estrellada, la sensación que recibimos es la de un majestuosos silencio, pero este silencio es solo aparente, ya que nuestros órganos son impotentes para recibir lo que en el existe. Los seres evolucionados si perciben todos los latidos de la distintas formas de vida que en el se desarrollan.
La ley de las grandes armonías celestes, las podemos observar también, en nuestra propia familia solar. El orden de sucesión de los planetas en el espacio está ordenado por una ley de progresión, llamada ley de Bode. Las distancias son dobles de planeta a planeta, a partir del Sol; cada grupo de satélites obedece a la misma ley. Este modo de progresión, tiene un principio y un sentido. Este principio tiene relación, a la vez, con las leyes del número y de la medida, con la matemática y la armonía.
El sistema solar puede ser comparado a un arpa inmensa, cuyas cuerdas fuesen los planetas. Azbel dice que reduciendo a las cuerdas sonoras la progresión de las distancias planetarias se podría construir un instrumento completo y absolutamente acorde.
Lo maravilloso en ello, es que en el fondo, la ley que rige a las relaciones de sonido, de la luz y del calor, es la misma que rige para el movimiento, la formación y el equilibrio de las esferas, el mismo tiempo que regula sus distancias. Esta ley es también que rige a la matemática, a las formas y a las ideas. ¡Es la ley de armonía por excelencia; es el pensamiento; es la acción divina que entrevemos!
El lenguaje humano es muy pobre, es insuficiente para expresar los misterios adorables de la armonía eterna; solo la escritura musical puede proporcionar su síntesis, comunicar su impresión estética. La música, lengua divina, expresa el ritmo de los nombres, de las líneas, de las formas, de los movimientos. Por ella se animan y vibran las profundidades, ella llena con sus ondas el edificio colosal del Universo, templo augusto en donde resuena el himno de la vida infinita.
Pitágoras y Platón creían ya percibir la música de las esferas. Luego, lo que no era más que una intuición, se tornó hoy en un hecho, y mañana será una verdad absoluta, demostrada.
¡Por todas partes las maravillas suceden a las maravillas; grupos de soles animados de coloraciones extrañas, archipiélagos de astros, cometas desmelenados errando en la noche de su afelio; focos moribundos que se reaniman de pronto y llamean en el fondo del abismo; pálidas nebulosas de formas fantásticas; fantasmas luminosos cuyas radiaciones – nos dice Herschel – tardan millones de años en llegar hasta nosotros; formidable génesis de sistemas, cunas y tumbas de la vida Universal, voz del pasado, promesas del porvenir, esplendores del infinito!
Todos los mundos conjugan sus vibraciones en una melodía potente. ¡El Alma, despojada de los lazos terrenales y llegada a estas alturas, oye la voz profunda de los cielos eternos!
El Universo es un poema sublime del cual apenas empezamos a deletrear el primer canto. Solo percibimos de él algunos murmullos lejanos y débiles, y ya estas primeras letras del alfabeto musical nos llenan de entusiasmo. ¿Qué será cuando percibamos y comprendamos las grandes armonías del espacio, el acorde infinito en la infinita variedad, el cántico cantado por esos millones de astros que, a pesar de la diversidad prodigiosa de sus volúmenes y de sus movimientos, concuerdan sus vibraciones en una sinfonía eterna?
El himno que los mundos entonan a Dioses, a veces, como un canto de alegría, de adoración, así como en otras circunstancias es una expresión de lamento, de oración; es la gran voz de las esferas, la suprema armonía de los seres y de las cosas, el grito de amor que asciende eternamente hacia la Inteligencia ordenadora del Universo.
¿Cuándo el hombre sabrá alejar su pensamiento de las trivialidades cotidianas y elevarlo hacia esas cumbres? ¿Cuándo sabremos penetrar esos misterios del cielo y comprender que cada descubrimiento realizado, cada conquista en esta vía de luz y de belleza contribuye a ennoblecer nuestro espíritu, a engrandecer nuestra vida moral, procurándonos goces superiores a todos los de la materia?
Comprendamos que es aquí, en este esplendido Universo en donde se desarrolla nuestra propia existencia y que estudiarla es estudiar el medio mismo en donde somos llamados a revivir, a evolucionar sin cesar, penetrándonos más y más de las armonías que lo llenan, donde la vida se dilata con florecimientos de almas; el espacio está poblado de sociedades innumerables con las cuales está relacionado el ser humano por las leyes de la Naturaleza y de su porvenir.
El secreto de nuestra dicha, de nuestro poder, de nuestro porvenir no está en las cosas pasajeras de este mundo; el está en las enseñanzas de lo Alto y del Más Allá. Los educadores de la humanidad son extraordinariamente inconscientes y extraordinariamente culpables si no piensan en elevar a las almas hacia las cumbres en donde resplandece la verdadera luz.
Si la duda y la incertidumbre nos asedia, si la vida nos parece pesada, si andamos a tientas en la noche en busca de un fin, si el pesimismo y la tristeza nos invaden, no acusemos a nadie más que a nosotros mismos, ya que el gran libro de lo infinito está abierto ante nuestros ojos, con sus magnificas paginas cuyas palabras son grupos de astros y cada letra un sol; es el gran libro en el que debemos aprender a leer la sublime enseñanza. La verdad está en el escrita con letras de oro y fuego; el nos llama, solicita nuestra mirada; el es la verdad, la realidad más bella de todas las leyendas y de todas las aficiones.
Esa verdad nos dice que la vida del alma es imperecedera, de sus múltiples renacimientos en la espiral de los mundos, de las innumerables etapas en la ruta radiosa, de la persecución del eterno bien en la infinita duración, de la escalada a los cielos para la conquista de la plena conciencia, de la dicha de siempre vivir para siempre amar, siempre progresar, siempre adquirir nuevos poderes, más elevadas virtudes, percepciones más vastas. Y por encima de todo, la visión, la comprensión la posesión de la eterna belleza, la felicidad de penetrar sus leyes, de asociarnos más estrechamente con la obra divina y con la evolución de las humanidades.
Con estos estudios magníficos la idea de Dios se manifiesta más majestuosa, más serena. La ciencia de las armonías celestes es como el pedestal grandioso sobre el cual se levanta augusta figura, belleza soberana cuyo resplandor, demasiado brillante para nuestros débiles ojos, queda aun velado, filtrado tenuemente a través de la oscuridad que nos envuelve.
Dios es más grande que todas las teorías y que todos los sistemas. Por esto no le perjudican ni llegan hasta El los errores ni las faltas que los hombres han cometido en su nombre. Dios está por encima de todo.
No hay nombre para El, y si le llamamos Dios es por falta de una palabra más excelsa – como dijo Víctor Hugo.
El conocimiento de la verdad sobre Dios, sobre el mundo y la vida es lo más esencial, lo más necesario, pues este conocimiento es el que nos sostiene, inspira y dirige, aun a pesar nuestro. Y esta verdad no es inaccesible, es simple y clara, está al alcance de todos. basta buscarla, libres de perjuicios, con ayuda de la conciencia y de la razón.
La existencia de Dios es afirmada por todos los Espíritus elevados. Los que han estudiado el espiritismo filosófico, saben que todos los grandes Espíritus, aquellos que con sus enseñanzas reconfortaron nuestras almas, endulzado nuestras miserias y sostenido nuestros desfallecimientos afirman unánimemente , proclamando y reconociendo a la suprema inteligencia que gobierna a los seres y los mundos. Dicen que esta Inteligencia se revela más esplendorosa y sublime a medida que se ascienden los peldaños de la vida espiritual.
Lo mismo sucede con los escritores y los filósofos espiritas, desde Allan Kardec hasta nuestros días. Todos afirman la existencia de una causa eterna en el Universo.
No todas las inteligencias han llegado al mismo grado de evolución; no todas pueden ver y comprender de la misma manera y en el mismo sentido. Por eso hay tantas opiniones sobre Dios, tantas creencias. La posibilidad que tenemos de comprender, de juzgar, de discernir, se desarrolla lentamente en nosotros, en el transcurso de los siglos, de las existencias. Nuestros conocimientos, nuestra comprensión de las cosas, se completan y aclara a medida que nos vamos elevando en la escala inmensa de los renacimientos.
Es cosa sabida: que el que está al pie de una montaña no puede ver lo que contempla el que se halla en la cumbre. Pero prosiguiendo su ascensión, el uno ha de llegar a ver las mismas cosas que el otro. Igualmente le sucede al espíritu en su ascensión gradual. El Universo se le revela poco a poco; a medida que su capacidad para comprender sus leyes se desarrolla y engrandece.
De hay provienen todas las interpretaciones, las escuelas filosóficas y religiosas que responden a los diversos grados de adelanto de los Espíritus que a ellas se afilian y a menudo en ellas se estacionan.
¡Estamos de pie en la tierra, es nuestro sostén, nuestra nodriza, nuestra madre, cuando elevamos nuestra mirada hacia el infinito, nos sentimos envueltos en la inmensa comunión de la vida; los efluvios del Alma universal nos penetran y nos hacen vibrar el pensamiento y el corazón; fuerzas poderosas nos sostienen, avivan nuestra existencia!
¡
¡Por todas partes donde se extiende nuestra vista, en cualquier parte donde nuestra inteligencia se fija, vemos, discernimos, contemplamos la gran armonía que rige a los seres y que por las vías diversas les guía hacia un fin único y sublime! ¡Por todas partes vemos radiar la bondad, el amor, la justicia!
Extraído del libro El GRAN ENIGMA de León Denis
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