“La fuerza del Espiritismo no reside en la opinión de un hombre, ni en la de uno Espíritu; está en la universalidad de la enseñanza dado por eses últimos; el control universal, como el sufragio universal, resolverá en el futuro todas las cuestiones litigiosas; fundará la unidad de la doctrina mucho mejor de que uno concilio de hombres.”[1] (Allan Kardec)
El maestro lionés concebía que la fenomenología espirita constituía un orden de fenómenos radicalmente distintos de aquellos estudiados bajo la norma del modelo positivista y materialista, hasta entonces, de la Ciencia. Así como cosas nuevas requieren palabras nuevas, los fenómenos inusitados merecen, a la vista del pensador lúcido, la utilización de un nuevo método capaz de abarcar el objeto científico en su totalidad, más aun de lo que ya afirmaba la idea materialista al hacer ciencia y las leyes descubiertas, combinando los datos oriundos de los diálogos con los Espíritus, juntamente con la observación metódica, atenta y perseverante de los hechos.
Además, percibimos, al pasar los ojos por las páginas de la Revista Espirita, que los coloquios con los Espíritus no se establecían sin cuestionamientos. Los dictados del más allá además, traídos por la mediunidad caracterizada por efectos inteligentes, no quedaban sin nuevos e insistentes cuestionamientos. Era la marca del sabio pensador, Prof. Rivail (Allan Kardec), levantar dudas y probar las tesis propuestas por los Espíritus.
Lo que decían los Espíritus no era considerado verdad, pura y simplemente, por tratarse de la palabra de alguien domiciliado en el mundo de los Espíritus, como erróneamente mucha gente ingenua imagina todavía hoy, a pesar de las reiteradas advertencias del hábil Codificador.
Ni los médiums, ni los Espíritus fueran considerados por Allan Kardec como seres infalibles. Tanto unos como los otros son dotados de saberes relativos, condicionados siempre a la condición evolutiva individual y matizada por sus matrices culturales, sociales e históricas.
Los sabios - como eran llamados los científicos en el siglo XIX, no eran siempre tan sabios como parecían ser –, presos al paradigma dominante de hacer Ciencia, eran incapaces de identificar en la fenomenológia espirita, el motivo para una completa observación de los hechos. Normalmente, las análisis que atribuían descrédito a tales fenómenos eran superficiales y precipitados.
Ignorando los límites metodológicos de las ciencias positivas que abrazaban, muchos investigadores, aunque honestos, invalidaban los hechos espiritas porque simplemente no atendían a sus criterios de repetición, medición y verificación en laboratorio, bajo la acción exclusiva de su voluntad y no se sujetaban a las leyes ya conocidas.
Los miembros de las corporaciones científicas desconocían que esos hechos, revelando una de las fuerzas de la Naturaleza , eran tan antiguos como la humanidad, viniendo, en aquella época, a reproducirse vertiginosamente, en varios puntos del globo, atendiendo a una intencionalidad ciertamente superior.
Del mismo modo, se olvidaban de que, tratándose de inteligencias invisibles, estaban dotadas de voluntad propia, no siendo posible sojuzgarlas ciegamente, al deseo del científico. Esta postura tan propia del dogmatismo científico es cualificadamente criticada por Kardec en la introducción de El Libro de los Espíritus, en el ítem VII, al decir que “el Espiritismo no es de la altura de la Ciencia.”
Allan Kardec, por su vez estableció una metodología capaz de verificar y validar las informaciones obtenidas por las entrevistas que empezaba junto a los Espíritus, partiendo de la observación, de la inducción que construí la generalización a partir de los hechos empíricamente observados y de la deducción, que en el camino inverso, sugiere como punto de partida, verdades universales rumbo a otras mas particulares. Pero fueran los Espíritus quienes se revelaron como tales, y ese descubrimiento no fue el fruto de una hipótesis elaborada por Kardec en su oficina o laboratorio, diferentemente de lo que pasaba en el campo de las ciencias exactas.
Y todavía vale recordar que el fenómeno transitorio de las mesas giratorias, de los golpes y de las distintas manifestaciones físicas con las cestas y planchas con lápiz,que culminaron en la escritura psicográfica, a su vez, mucho mas veloz y útil para dar forma al contenido filosófico que los Espíritus Superiores estaban encargados de revelar.
Para entender, de manera adecuada, como fue la metodología creada y empleada por Allan Kardec para la sistematización de la Doctrina Espiritista en el Libro de los Espíritus, que, posteriormente, va ser desdoblada en otras obras, es preciso visitar también las páginas de El Evangelio según el Espiritismo.
En la introducción de esa obra extraordinaria – en la que encontramos la espiritualidad del Espiritismo de modo mas detallado y donde Kardec se ocupa de traer reflexiones de los Espíritus Superiores junto con las suyas, acerca de la moral cristiana, de la aplicación ética de las enseñanzas de Jesús Cristo en todas las circunstancias de la vida – es como podemos comprender el control universal de la enseñanza de los Espíritus como metodología científica emprendida por el Codificador.
El punto capital de esa metodología puede ser sintetizado así: “Una sola garantía seria existe para la enseñanza de los Espíritus: la concordancia que haya entre las revelaciones que ellos hagan espontáneamente, sirviéndose de gran número de médiums extraños unos de otros y en diferentes lugares.”[2]
Para Kardec, el primer criterio respecto de cualquier contenido traído por algunos Espíritus era el análisis de la razón, del buen sentido, para seguidamente, verificar la veracidad de cualquier principio, contando con la contribución de los diálogos con otros Espíritus a través de médiums diferentes, que no formasen parte del mismo grupo espirita.
Solamente aquellos principios revelados colectivamente y que atendían a los reclamos de la razón, vinieran a ser recolectados por Kardec y acogidos en el cuerpo de la Doctrina de los Espíritus. Los que carecieron del aval de la enseñanza colectiva, no figuraron en el rol de los conocimientos genuinamente espiritas y quedando siendo considerados apenas como hipótesis . El lector atento verificará en las obras de la Codificación que, cuando el eminente profesor se ocupa de una hipótesis, él la distingue claramente de lo que está firmado como de la enseñanza colectiva de los Espíritus.
En la concordancia universal es donde reside la mejor comprobación de lo que enseñan los Espíritus y más aún, para que no haya fallas en su empleo, deben ser llevadas en cuenta las condiciones apuntadas por Kardec. Es en ella donde reside la autoridad de la Doctrina de los Espíritus, como es fácil ver en los esclarecimientos al respecto que constan en las páginas introductorias de El Evangelio según el Espiritismo.
Las materias que componen las obras de la Codificación fueron elaboradas atendiendo a ese criterio del control universal de la enseñanza de los Espíritus. Naturalmente, vamos a contar con las profundas reflexiones y la genialidad de Allan Kardec en la sistematización y en el desdoblamiento de los principios de la Doctrina de los Espíritus.
VINÍCIUS LOUSADA
Porto Alegre, Rio Grande do Sul (Brasil)
Porto Alegre, Rio Grande do Sul (Brasil)
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