Jesús estableció el amor a Dios por encima de todo y al prójimo como así mismo, como la base, la razón y el fin de la vida, para crecer y elevar la realidad interior de la criatura, haciendo de ella surgir en todas sus potencialidades, que están es un estado latente en su interior.
Amar es un arte que exige madurez y sacrificio en el cual se deben invertir los valores del sentimiento y de la inteligencia para alcanzar la plenitud. Ese amor sin cadenas, fomenta el sentido de la fraternidad, que produce una generosa tolerancia para con las faltas y limitaciones ajenas y perdona penetrando por detrás de las apariencias, no siempre agradables, que permanecen ocultas.
Para equilibrar al hombre el concepto de Jesús sobre el amor es el derrotero más seguro.
A medida que adquiere madurez el amor se hace más extenso, exteriorizándose y alcanzando a las demás personas interfiriendo las condiciones de vida del lugar donde marcha.
La necesidad de vivir en sociedad es manifestación del amor, en su más profunda expresión, impeliendo a los individuos hacia una comunión de sentimientos más plena, a través de la cual se realizan.
Las desdichas morales y angustias generadoras de sufrimientos variado alcance resultan de la visión destorcida sobre el amor que lleva a la criatura a las imposiciones egoístas, que disimulan con la apariencia del sentimiento noble.
Los antagonismos, los odios fulminantes, las amarguras de larga duración, los estímulos para la venganza, surgen por la ampliación arbitraria de la facultad de amar, sometiendo al projimo y explotándolo, se impone y corrompe, cosa que debilita los tejidos sutiles de la organización espiritual, facultando el desencadenamiento de innumerables enfermedades.
El pasado es una sombra pesada, ocultando desdichas e impiedad, el futuro es poderosa luz a diluir todas las edificaciones de la perversidad y de la insania que medran y se desarrollan en los laberintos de la ignorancia y de la ilusión.
Todos somos víctimas de nosotros mismos, que devolvemos mal por mal, sin aprovechar el dolor como generador de bendiciones y el infortunio como sumidero de moléculas e imperfecciones.
La vida no es ministrante de pasiones mezquinas ni campo de continuo barbarismo a sueldo de los impositivos egoístas de cada criatura. El hombre a de tener tiento, oir y meditar. El Señor escucha las oraciones de arrepentimiento y se apiada de todos. Es tiempo de recomenzar. La vida no tiene limites en su extensión y su objetivo es la felicidad de todos los que nos encontramos arrastrados por las corrientes de los acontecimientos que desencadenamos a través de nuestros pensamientos, palabras y actos…
Cuando un enfermo pide la protección espiritual, casi siempre lo hace con la intención de recomponer el organismo, recuperar la salud, usufructuar de un periodo Más demorado en el cuerpo. Y extraña mucho que los resultados sean opuestos a los anhelados. Olvidando que la verdadera vida es la del Espíritu, es muy natural que ante una permanencia más prolongada en el cuerpo, con gravámenes y peligros que pueden perjudicar el proceso de elevación de la criatura, en muchos casos está sea reenviada al hogar; del mismo modo que, tomando en consideración los beneficios que la reencarnación propicia, aun cuando bajo dolores y pruebas muy severas, se esfuercen los Mentores por dilatar el plazo de permanencia. La función del sufrimiento no es punitiva, es rectificativa, educativa.
El hombre debe despertar para el examen de otros valores que quedan al margen y que necesitan ser considerados. Tan pronto funcionan sus objetivos, se diluyen las penosas imposiciones y el individuo marcha con seguridad viviendo las experiencias del bien y del amor. Es necesario romper el circulo del hierro en que se mueven las criaturas, implicadas en los vicios y crímenes, yendo a la tierra y volviendo sin que hayan conseguido provecho y paz en las experiencias que se consideran malogradas.
Somos viajeros de los infinitos caminos del tiempo, permanecemos, por capricho, en los valles desiertos y sombríos, cuando nos esperan las cumbres amplias y habitadas por la felicidad. Nos detenemos, por el momento, en el pantano, sufriendo la asfixia de las exhalaciones de los cuerpos y vegetales en putrefacción, cuando estamos destinados al altiplano de la paz donde la brisa perfumada del amor nos rocía, canta la balada de la perenne esperanza de victoria.
Caemos para levantar. Paramos para recobrar fuerzas y proseguir. Permanecer en la caída o persistir en el descanso es matar el tiempo y retroceder en la conquista de la gloria.
“No relaciones dolores ni anotes sinsabores. Quien se complace, en lamentaciones, de la retaguardia se opone al crecimiento y a la conquista que lo aguardan.
La existencia significa mucho para el espíritu, y almas ennoblecidas que nos aman, se empeñan para que no nos falte valor y oportunidad, servicio y realización. no obstante de nosotros depende la permanencia en la vega, mirando las estrellas o en la ascensión, rumbo a los astros relucientes. ..
En la Biblia, el libro que narra el pueblo hebreo, en la trama del Viejo Testamento, encontramos revelaciones espirituales y advertencias no siempre consideradas, premoniciones y profetismo, anunciando la llegada de Jesús a la Tierra. En el Nuevo testamento identificaremos al Maestro en continua labor invitando a seguirle, sufriendo por amor y entregándose en total donación. Su voz canta para nuestros iodos los poemas de las aguas, del aire, de los vegetales y de toda la Naturaleza, en el apogeo de las Bienaventuranzas que fascinan, abriendo los ojos, los oídos y el entendimiento. Meditar en sus nobles enseñanzas es fortalecer el ánimo. Se toman fuerzas para abandonar la utopía y retornar al hogar, como el “hijo prodigo” de la parábola, donde esperan cariño y afecto. Conocedor del mundo se puede elegir, para después, saber la directriz a tomar: ¡Dios, o las riquezas! Nuevos amigos nos presentaran nuevos rumbos y ampliaran, el entendimiento, considerando la fe.
“No recelemos romper con el mal que todavía reside en nuestro mundo interior. No consiste en un acto simple lo que ha de seguir a nuestra decisión, por el contrario tendremos que invertir mucho para alcanzar la meta. Quien se niega al avance reposa, sin embargo, se candidata a la parálisis.
No posterguemos, por comodidad o negligencia, el momento de la felicidad. Entregándonos al Bien estaremos amparados por donde caminemos. No nos serán regateados auxilios, sin embargo, tendremos que seguir con los propios pies, bajo el comando de una firme voluntad y de una robusta decisión.
Las enfermedades expurgadoras invitan a la renovación y son las que ayudan a la liberación de los vicios.
Extraído del libro de Cuadros de la Obsesión de Divaldo Pereira Franco
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Caridad para con los criminales
La verdadera caridad es una de las más sublimes enseñanzas que Dios haya dado al mundo. Entre los verdaderos discípulos de su doctrina, debe existir una fraternidad completa. Debéis amar a los desgraciados y a los criminales, como a criaturas de Dios a las cuales se concederá el perdón y la misericordia, si se arrepienten como a vosotros mismos, por las faltas que cometéis contra su ley.
Pensad que vosotros sois más reprensibles, más culpables que aquellos a quienes rehusáis el perdón y la conmiseración, porque muchas veces ellos no conocen a Dios como vosotros lo conocéis, y se les harán menos cargos que a vosotros.
No juzguéis, ¡oh!, no juzguéis queridos amigos míos, porque el juicio que vosotros forméis os será aplicado aún con más severidad, y tenéis necesidad de indulgencia por los pecados que cometéis sin cesar. ¿No sabéis que hay muchas acciones que son crímenes a los ojos de Dios, a los ojos del Dios de pureza, y que el mundo sólo considera como faltas ligeras?
La verdadera caridad no consiste solamente en la limosna que hacéis, ni tampoco en las palabras de consuelo con que podéis acompañarla, no; no es esto sólo lo que Dios exige de vosotros. La caridad sublime enseñada por Jesús consiste también en la benevolencia concedida siempre y en todas las cosas a vuestro prójimo. Podéis también ejercitar esa sublime virtud con muchos seres que no tienen necesidad de limosnas y a quienes las palabras de amor, de consuelo y de valor conducirán al Señor.
Se acercan los tiempos, os repito, en que la gran fraternidad reinará en este globo; la ley de Cristo es la que regirá los hombres; ella sola será el freno y la esperanza, y conducirá a las almas a la morada de los bienaventurados. Amaos, pues, como hijos de un mismo padre; no hagáis diferencia entre los otros desgraciados, porque Dios es quien quiere que todos sean iguales; no despreciéis a nadie; Dios permite que estén entre vosotros grandes criminales con el fin de que os sirvan de enseñanza. Muy pronto, cuando los hombres sean conducidos a la práctica de las verdaderas leyes de Dios, ya no habrá necesidad de esas enseñanzas, "y todos los espíritus impuros y rebeldes serán dispersados en mundos inferiores en armonía con sus inclinaciones" Debéis a éstos de quienes hablo el socorro de vuestras oraciones: es la verdadera caridad. No es necesario que digáis de un criminal: "Es un miserable; es menester purgar la Tierra; la muerte que se le impone es demasiado benigna para un ser de su especie".
No, no es así como debéis hablar. Contemplad a Jesús, vuestro modelo; ¿qué diría si viese junto a El a ese desgraciado? Le compadecería; le consideraría como a un enfermo muy desdichado, y le tendería la mano. Vosotros no podéis hacerlo en realidad, pero al menos podéis rogar por él y asistir a su espíritu durante los pocos instantes que debe pasar en la Tierra. El arrepentimiento puede conmover su corazón, si rogáis con fe. Es vuestro prójimo, como el mejor de entre los hombres; su alma descarriada y rebelde, es creada como la vuestra, para perfeccionarse; ayudadle, pues, a salir del cenegal, y rogad por él. (Elisabeth de Francia. Havre, 1862).
"Un hombre está en peligro de muerte; para salvarle es menester exponer la propia vida; pero se sabe que ese hombre es un malhechor, y que si se escapa, podrá cometer nuevos crímenes. Sin embargo de esto, ¿debe uno exponerse para salvarle?"
Esta es una cuestión muy grave y que naturalmente se presenta a la inteligencia. Contestaré según mi adelantamiento moral, puesto que estamos en el punto de saber si uno debe exponer su vida aunque sea por un malvado. La abnegación es ciega: se socorre a un enemigo: debe, pues, socorrerse a un enemigo de la sociedad, a un malhechor, en una palabra. ¿Creéis que sólo se arrebata a la muerte a este desgraciado?
Quizá le arrancaréis a toda su vida pasada. Porque, acordaros de que en esos rápidos instantes que le roban los últimos minutos de la vida, el hombre perdido vuelve sobre su vida pasada, o más bien, esa vida pasada se le presenta delante. Quizá la muerte llegue demasiado pronto para él; la reencarnación podrá ser terrible; ¡ lanzaros, pues, hombres ! vosotros a quienes la ciencia espiritista ha iluminado, lanzaros, arrancarle a su condenación, y acaso entonces ese hombre que hubiera muerto blasfemando, se echará en vuestros brazos. Con todo, no hay necesidad de pensar si lo hará o no; pero marchad a su socorro, porque salvándole, obedecéis a la voz del corazón, que os dice: "¡Puedes salvarle, sálvale!" (Lamennais. París, 1862).
Extraído de: "El Evangelio según el Espiritismo" - Allan Kardec
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CICLOS DE REENCARNACIÓN
La vida del Espíritu es una sola e inmortal, compuesta de ciclos en concordancia con su necesidad de progreso. Cada uno de esos ciclos, comprende un programa amplio a realizar en el mundo donde baja a encarnar. Cuando dicho programa se realiza en una sola existencia, como suele suceder en las encarnaciones de seres espirituales de gran evolución, el ciclo se circunscribe a esa sola existencia en ese mundo. Pero, dado el atraso evolutivo de nuestra humanidad, ninguno de nosotros realiza el programa en una sola existencia, por lo que necesario es volver una y otra vez, hasta realizarlo. Este mundo nuestro, que dicho sea de paso, no es de los más adelantados pero tampoco de los más atrasados, es una escuela de aprendizaje para espíritus de mediana evolución.
En cada vida venimos para hacer un curso (o completarlo) en el ambiente que corresponda a cada cual, de acuerdo con el estado de adelanto o atraso en que se encuentre. Y como somos malos estudiantes de la vida, Aun cuando la comparación no es exacta, consideremos cada ciclo un curso para una mejor comprensión.
¿Cuál podría ser, entonces, el número de reencarnaciones para realizar ese programa? No hay número prefijado, ya que depende del mayor o menor esfuerzo y de la conducta de cada espíritu en la realización de ese programa, trazado en el plano extrafísico. No obstante, debemos considerar que lo peor queda atrás en la noche de los tiempos.
Supongamos que comienza un ciclo con un programa para la conquista de la paciencia, prudencia y cualidades análogas complementarias; que lleva implícito la superación de la impaciencia, irritabilidad, iracundia, etc. Puede que llegue a realizar dicho programa en cinco vidas humanas, puede que emplee diez, veinte o más. No está limitado, depende del propio esfuerzo. Y este número de vidas, componen un ciclo de reencarnaciones. Naturalmente que, en ese mismo ciclo de vidas, adquiere también múltiples experiencias que irán desarrollando su inteligencia y poder mental, a la vez que conquistando cualidades positivas que contribuirán a su progreso.
Supongamos que, ya realizados varios ciclos, haya llegado a un punto o grado de progreso intelectual y desarrollado una gran capacidad mental, pero le falta la conquista más valiosa en el progreso espiritual: el AMOR.
Tendrá que comenzar un nuevo ciclo de encarnaciones para superar el EGOISMO, fuertemente enraizado en el alma humana, y tronco de cuyas ramas salen otras muchas imperfecciones, tales como; envidia, avaricia, amor propio, celos, orgullo, soberbia, etcétera. ¿Cuántas vidas puede necesitar para arrancar de sí, para superar todas esas imperfecciones y adquirir el amor fraterno? Muchas o pocas, depende del grado de imperfección en que cada cual se halle y el esfuerzo que ponga en ello.
Aquellos que creen conseguir la llamada salvación o la gloria en una sola vida, ¿han meditado sobre lo que es la salvación y lo que es la gloria? ¿Conocen acaso, el número de imperfecciones que aún arrastran? ¿Se consideran tan perfectos como para alcanzar ese estado sublime en el corto tiempo de unos años? ¿No será, acaso, que viven con la pueril esperanza de alcanzar graciosamente toda una eternidad de bienaventuranza y felicidad, lo que por el propio esfuerzo ha de conquistarse?
Nuestros errores, en pensamiento, palabras y acciones, productores de fuerzas psíquicas desequilibrantes que hemos hecho gravitar sobre nosotros mismos (según será demostrado al enfocar la Ley de Consecuencias), han impregnado nuestra propia naturaleza psíquica, han oscurecido y densificado el alma y producido un desequilibrio en nuestra sección del Cosmos, y cuyo equilibrio tiene que ser restablecido: ya voluntariamente con amor, amor sentido y vivido en nuestras relaciones humanas , con todo lo creado; y movidos por el dolor.
Concluiremos con la siguiente tesis: el número de vidas futuras o renacimientos necesarios para llegar a la meta, no está determinado por la Ley. Como dijimos al comienzo, la vida del Espíritu es una sola; y las encarnaciones o vidas en los planos físicos, se suceden durante esa vida, que es eterna, en procura de purificación y sabiduría, que elevarán al Espíritu hacia la perfección. Meta hacia la cual TODOS VAMOS; y le liberará de la necesidad de encarnaciones en los mundos atrasados, primero, y más adelantados, después.
Necesario es aclarar que, el tiempo que media entre una y otra vida física, tampoco está fijado cronológicamente, como alguien pueda creer: ya que son varios y variados los factores que influyen en ello.
Mientras algunos seres deseosos de progreso vuelven con frecuencia, otros permanecen largos períodos en el ASTRAL, esa otra dimensión extrafísica.
Como regla general, podemos decir que, los que más necesitan, los más atrasados, reencarnan con relativa frecuencia (aunque mucho depende de las “disponibilidades”). Y a medida que el alma se purifica y el intelecto se desarrolla, es decir, a medida del progreso del Espíritu, el intervalo de tiempo entre una existencia y otra, es mayor.
Lo mismo puede ser de cinco, cincuenta, como de quinientos o más años. En las primeras fases de la etapa humana, las reencarnaciones son más frecuentes por la necesidad que el Espíritu tiene de adquirir experiencias. A medida que va saliendo de esa primera fase bestial de la vida tribual, completamente salvaje y va entrando ya en civilizaciones semisalvajes, y luego en ambientes con mayores facilidades de progreso, comienza a acentuarse más en su alma el egoísmo, con su secuela de: ambición, deseo de dominio, etc.; que endurecen su alma al punto de llegar al crimen, en las diversas modalidades.
En el estado salvaje, apenas infringe las leyes de la vida, ya que actúa instintivamente; pero, ya en esta otra fase, las transgrede con harta frecuencia, adquiriendo deudas para con la Ley y aferrándose a su modalidad egoísta, se niega a aceptar una vida de rectificación y dolor, permaneciendo largos períodos en el astral inferior, interviniendo casi siempre en el plano humano, incidiendo en la mente de los humanos, azuzando sus pasiones, etc.
Son los demonios de las religiones. Empero, como no pueden permanecer eternamente en esa condición, porque ello es contrario a la Ley de Evolución, llega un momento en que la Luz penetra en su mente, enseñándoles el verdadero camino del progreso espiritual y haciéndoles sentir la necesidad de avanzar hacia él. Entonces, arrepentidos, rectifican su rumbo y comienzan su expiación en nuevas vidas de dolor.
- Sebastián de Arauco-
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