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sábado, 4 de octubre de 2014

Los elogios

                                                                            
                                                                        LOS ELOGIOS


Bien es verdad que muchas veces cuando somos elogiadas nuestra vanidad  se puede  convertir en nuestra peor enemiga. Pero también es verdad, que algunas almas, que son  retraídas, y poco decididas, necesitan el ser animadas en las cosas, para hacerlas con más emotividad. Como todo el elogio es algo que tenemos que aprender a digerir en su justa medida.
Los maestros lo han usado como herramienta para motivar a sus alumnos y recientes estudios en psicología del trabajo revelan que los empleados valoran más el reconocimiento de su desempeño diario que eventuales premios materiales. Los elogios deben ser sinceros porque, de lo contrario, pierden credibilidad y transmiten la idea que “me adulan para sacar algo de mí”. El elogio es la alabanza de las cualidades y méritos de una persona. Puede mostrarse usando palabras estimulantes, expresiones faciales agradables o gestos cariñosos.
El elogio es la expresión de nuestra valoración positiva de una cualidad o de un comportamiento. Su fundamento reside en una impresión grata o en un juicio libre, generoso y amable que surge de la admiración sincera. Es una mezcla que incluye, en diferentes proporciones, nobles sentimientos de humildad, de solidaridad y de gratitud. Es, también, una muestra espontánea de sensibilidad y de delicadeza. Por eso, para aprender a elogiar hemos de cultivar las virtudes morales y el gusto estético: hemos de ser más buenos y más sensibles.
El ser elogiado es bueno y necesario, pero llega  un punto en el que  su influencia  puede ocasionar un efecto desequilibrante. Todos en nuestro interior podemos reconocer cuando pasa  su efecto a excederse de lo normal, pasa a en vez de animarnos a trabajar por el que hemos sido elogiados, a acrecentar nuestra vanidad, a crecernos por encima de nuestra línea de defensa aquella que hasta entonces nos ha permitido ser normales sin excesos.
Muchas veces es necesario ser amonestados, por compañeros que no piensan como nosotros, porque gracias a ello, miramos las cosas desde otro punto de vista, y eso puede ser beneficioso,  porque nos puede llevar a mejorar aquello que hasta ahora creíamos era perfecto.
Hemos de interesarnos por lo que desean nuestros semejantes, si no lo hacemos así, tendremos más dificultades en relacionarnos con ellos y  les causaremos heridas, de ahí vendrán los fracasos. Pensemos que a todos  nos agrada que los demás nos admiren, nos den muestra de aprecio y se interesen por nosotros.  El tratarles con alegría y entusiasmo, el reconocer su merito nos puede hacer grandes amigos.
Cualquier elogio sincero sirve, sin esperar nada a cambio, solo el haber irradiado algo de felicidad en tu interlocutor. Todas las personas que te rodean se sienten superiores a ti en algo, y un camino seguro para llegarles al corazón, es hacerles ver sutilmente que reconoces su importancia y la reconoces sinceramente. Haz  al prójimo lo que quieres que te hagan a ti. A todos nos gusta que nos aprueben, que reconozcan nuestros meritos, sentirnos importantes en nuestro pequeño mundo  y la verdad es que no deseamos oír elucidaciones falsas, pero anhelamos una sincera apreciación.
El elogio es sencillo de hacer y facilita una conversación, cuando somos incapaces de mantener un análisis brillante, una repuesta precisa o una crítica penetrante a cada momento. El elogio es capaz de levantar el ánimo más decaído. No obstante, hay que merecerlos para que no sean engaños y tengan efectos aduladores. En su justa medida, el elogio merecido es muy gratificante para quien lo recibe y noble para quien lo emite,
 Sepamos recibir los elogios, para incentivarnos a crecer en virtud pero no olvidemos de que la humildad es el antídoto para combatir su exceso.

- Merchita -

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                         DESPERTAD( Comunicado Mediúmnico )

 Paz a vosotros: ¡Oh humanidad incrédula!, ¿hasta cuándo no despertarás?.
¡Oh humanidad ciega!, ¿hasta cuándo tus ojos, a la Luz no abrirás?. No ves que mientras permanezcas en la oscuridad espiritual, andarás por ahí dando tropiezos, resbalando, cayendo, hundiéndote, y aquí ¡oh humanidad!, será el llanto y el gemir.
¡Despierta! despierta, que hora es de que atiendas las voces que te animan a comenzar una nueva andadura hacia el equilibrio, la paz y la luz. Si en tu espíritu no hay luz, andarás entre tinieblas, si en él no anida el equilibrio, sólo podrás vivir en la duda y en el desasosiego. Si en tu espíritu no entra la paz, vivirás en medio de los temblores y horrores de la guerra.
¿Hasta cuándo, humanidad, tus ojos no se darán cuenta de que el nombre de Dios está escrito en las estrellas?. No mires hacia la Tierra, levanta tu mirada al infinito y cuando te pierdas en él, y te sientas arrebatado por su inmensidad y su grandeza, entonces, Yo te digo: empezarás a crecer.


    Después, cuando crezcas vendrá un nuevo amanecer, por ello os digo: espiritualmente naced de nuevo. Renaced y remodelad vuestras vidas, enderezad los pasos y guiadlos hacia el Amor, porque sólo por Amor y en el Amor seréis «salvos».

Hermanos, mi paz quede entre todos, no solamente para vosotros, sino también para los demás. En verdad que si esa paz guardáis y no la esparcís, poseeréis un tesoro mayúsculo, que de poco aprovechará si lo retenéis en un estuche de egoísmo.

Esa paz, ¡ esparcidla !, ¡ dadla !, para que se multiplique y llegue a todos los ámbitos de este Planeta querido, que si de él salen lamentos, es porque el hombre, y nadie más que este, ha engendrado tales lamentos. Cuando se siembra Amor, el fruto es Amor.
Que este Amor os acompañe siempre. Un Guía.


Igualada, 20-02-1993
Tomado de Pinceladas Espirituales (contactos con el Más Allá)
M. Dolors Figueras

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                    ¿Que es la caridad? 

Es un sentimiento íntimo, profundo y grande, que emana del amor fraternal elevado a su grado más culminante. Es una manifestación espontánea de ternura que, brotando de lo más recóndito del alma, irradia como una blanca llama en torno de los seres a quienes presta auxilio, comunicándoles calor, vida, alegría y alumbrando su senda con celeste claridad. Es el supremo goce del espíritu emancipado ya de las miserias terrenales; es la ambrosía que liban los ángeles en su mansión de gloria y que en la cárcel que llamamos tierra apenas conocemos sus pobres moradores.
Es el puesto más alto en el progreso espiritual, pues el que posee esta virtud sublime no sólo está redimido, sino que puede redimir a un mundo. Aquí, en nuestra pequeñez, no podemos comprender la caridad nada más que en sus rudimentarios actos; una insignificante moneda de cobre que pongamos en la mano del infeliz menesteroso, nos parece una acción brillantísima.
Un donativo corto, un socorro, un consejo o una expresión de cariño, nos hacen creernos, cuando los prodigamos, unos gigantes del bien, unos mensajeros de Dios, que sembramos la dicha en los humanos y pensamos que somos buenos y merecemos recompensa. ¿Es esto caridad? No; la verdadera caridad es la que apareja el sacrificio, la abnegación y muchas veces las lágrimas del sufrimiento moral y material que causan los ajenos infortunios; aquélla que se practica sin recordar que existe el Ser Omnipotente; que no piensa en recibir galardones ni espera aquí ni allá compensación.
La caridad es la más alta expresión de Amor; es el heroísmo de este sentimiento santo; con el mismo cuidado aparta a la inocente mariposa de la viva lumbre, que separa al ciego del abismo, cura al infeliz leproso y ampara al desvalido huérfano, que da su vida por defender un pueblo víctima del egoísmo y vasallaje, como se inmola en un patíbulo afrentoso, para legar a un mundo un código de leyes redentoras. La caridad es humilde, modestísima, como que ignora ella misma su valer. Ella no enumera los beneficios, no anota sus actos; ejerce, solamente ejerce su misión santa sin que le rinda el cansancio jamás, sin que el número de los que reclaman su amparo le cause espanto, porque le impele el fuego purísimo en que se inflama; brota de sí esa potente luz.
La caridad no es deber, la caridad es Amor. ¿Queréis un ser más caritativo que la madre? Ese cuidado, ese desvelo, ese afán de consolar, acariciar, educar, dirigir, vigilar y hacer buenos, y felices a sus hijos; de dar su vida en beneficio de ellos, de sufrir los martirios más crueles, los odios, las vejaciones, venganzas, desprecios, hambre, sed, que muchas veces tales tormentos cuesta el ser madre, y esto a menudo por unos seres ingratos. Tormentos que se sufren sin esperanza de gloria, sin pensar en laureles; prefiriendo su perdición eterna (si este absurdo fuera realidad) por hacer la dicha de esos pedazos de su alma.
Ahora bien: preguntadle a esa débil mujer, si tanto trabajo no la rinde, si tales dolores no abaten su energía, si no siente decaimiento y extenuación y anhela poner término a su misión penosa, y os mirará con asombrados ojos, sin comprender vuestro egoísmo, pues concebir no puede que se sienta de otro modo; y aun si el mismo Dios bajara y le ordenara no amar a sus hijos, tal vez se declararía en rebelión. Pues bien; ese amor, esa caridad de las madres, es la caridad que sienten las almas verdaderamente superiores; no como ellas, para los hijos solos de su cuerpo, sino para todos los seres que pueblan los mundos y que hermanos son, pues son hijos de Dios.
Por eso vuelvo a repetir que la caridad es el grado más culminante de amor fraternal. ¿Hay verdadero amor de hermanos en la Tierra? Sabido es que no impera éste en la humanidad; sólo hay ensayos de afecto, remedios de amores, vislumbres de hermanía, aleteos de ternura, amagos de compasión y átomos de caridad. Necesitamos amar, pero amar con vivo sentimiento; sacudir el egoísmo, avasallar el orgullo, dominar la soberbia, crucificar la carne con el dominio de nuestras bastardas pasiones.
Si no podemos aún, trabajemos poco a poco y en silencio; no alardeemos; no esperemos recompensas por ninguna buena obra ejecutada; no nos creamos mejor que los demás citándonos como modelo de virtudes que solamente están en embrión. Procuremos elevarnos en alas del bien hasta que irradiemos como soles de Amor; igual que irradia Jesús, nuestro hermano celestial; el que cumple la divina ley, el que purificado ya de toda mancha, con abnegación sin límite, guiado de fraternal ternura, nos lleva a las regiones de la dicha por medio de la ciencia, el Amor y la caridad.

Lola Baldoni

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