EL AMANECER DE UN NUEVO DIA
Hace unos sesenta años, Lord Brougham, ese fino pensador, decía que en el cielo claro del escepticismo solo veía flotar una nubecilla: el Espiritismo moderno. Curiosa inversión de imagen: más natural hubiera resultado oírle decir que entre las nubes flotantes del escepticismo solo veía una mancha de cielo claro. Esto demostraba al menos que se daba cuenta de la importancia que iba a adquirir el
movimiento espiritista… Podrían citarse centenares de hombres libres que han suscrito esta declaración, y cuya garantía realzaría cualquier causa. Las cimas más altas han sido las primeras en recibir la luz, pero esta se extenderá hasta que no quede nadie tan humilde que no participe de ella. Asi pues lancemos una mirada retrospectiva y estudiemos este movimiento que, a no dudar, se halla
destinado a revolucionar el pensamiento y la acción humanos como ningún otro lo ha conseguido a partir de la era cristiana. Hemos de examinarlo en su fuerza y en su debilidad, pues tratándose de la verdad probada no debemos temer considerarla bajo todos sus aspectos. Se ha designado con el nombre de “espiritismo moderno”el movimiento que ha de reanimar las religiones muertas y enfriadas. Lo de “moderno” está muy bien por la razón de que la cosa en sí, bajo una u otra forma, es tan antigua como la historia. Por mucho que la oscurecieran las apariencias era el fuego central, la llama roja que iluminaba en sus profundidades todas las ideas religiosas y que saturaba la Biblia de uno a otro extremo. Pero en cuanto a la palabra “espiritismo”, ha sido envilecida por demasiados
charlatanes y desacreditada por muchísimos incidentes enojosos, por lo que sería deseable que una expresión como “religión psíquica” desembarazara a la cuestión de los añejos prejuicios a ella adheridos.
Por otra parte se recuerda que hombres audaces combatieron bajo esta bandera dispuestos a arriesgar su carrera, su éxito personal y hasta su reputación de buen sentido por afirmar públicamente lo que sabían que era verdad: su abnegación valerosa y desinteresada, deberían en cierto modo el nombre por el que han luchado y sufrido.
Ellos fueron quienes, por decirlo así, cuidaron en la cuna al movimiento que promete ser, no una religión nueva, es demasiado grande para eso, sino una parte del patrimonio del saber común a toda la raza humana…
En el momento en que escribo contemplo los libros alineados a la izquierda de mi mesa: noventa y seis sólidos volúmenes, la mayoría de ellos anotados y señalados por mi pulgar. Y, sin embargo, yo se que soy como un niño que camina como el agua hasta los tobillos a la orilla de un océano sin límites. Mas por lo menos me he dado cuenta de la presencia del océano, de que la orilla forma parte de él y que descendiendo la pendiente de la ribera la humanidad se halla destinada a avanzar lentamente hacia las aguas profundas.
Este modo de considerar el espiritismo deberá justificar a quienes pretenden que el movimiento espiritista,escarnecido y ridiculizado durante tanto tiempo, es el progreso más importante que ha realizado la raza humana en toda su historia, hasta el extremo de que si pudiera concebirse que un solo hombre solo fuera su promotor, este aventajaría a Cristóbal Colon como descubridor de nuevos
mundos, a San Pablo como maestro de nuevas verdades religiosas y a Isaac Newton como observador de las leyes del universo…
Extractos del libro La Religión Psíquica.
Arthur Conan Doyle
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ESPIRITISMO, MATERIALISMO Y LAS RELIGIONES
El Espiritismo se ha difundido. Ha invadido el mundo. Primero despreciado, deshonrado, acabó por llamar la atención, por despertar el interés. Todos los a los que no retenían el abono de los prejuicios y de la rutina y que lo abordaron con franqueza, han sido conquistados por él. Ahora, penetra por todas partes, se sienta en todas las mesas, toma asiento en todos los hogares. A su llamamiento, las fortalezas viejas y seculares, la ciencia y la iglesia, cerradas herméticamente hasta ahora, bajan sus murallas, entreabren sus salidas. Pronto se impondrá como un maestro. (León Denis.)
No hay efecto sin causa; nada procede de nada. Estos son los axiomas, es decir las verdades indiscutibles. Entonces, como se comprueba en cada uno de nosotros la existencia de fuerzas, de potencias que no pueden estar consideradas como materiales, es necesario, para explicar la causa, remontarnos a otra fuente distinta a la materia, a este principio que nombramos alma o espíritu.
Cuando, descendiendo en el fondo de nosotros mismos queremos aprender a conocernos, a analizar nuestras facultades; cuando, apartando de nuestra alma la espuma que acumula allí la vida, el envoltorio espeso cuyos perjuicios, errores y sofismas revistieron nuestra inteligencia, penetramos en los dobleces más íntimos de nuestro ser, nos encontramos allí cara a cara con estos principios augustos sin los cuales no habría grandeza para la humanidad: el amor al bien, el sentimiento de la justicia y del progreso.
Estos principios, que se reencuentran en grados diversos, tanto en casa del ignorante como en casa del hombre sabio, no pueden provenir de la materia, que está privada de tales atributos. Y si la materia no posee estas cualidades, ¿cómo podría formar, ella sola, seres dotados de ellas? El sentido de lo bello y de la verdad, la admiración que experimentamos hacia las obras grandes y generosas, no podrían tener el mismo origen que la carne de nuestros miembros o la sangre de nuestras venas. Estos son más bien como los reflejos de una luz alta y pura que brilla en cada uno de nosotros, lo mismo que el sol se refleja sobre las aguas, sean estas aguas fangosas o límpidas.
En vano pretenderíamos que todo es materia. Nosotros que sentimos realces poderosos de amor y de bondad, que amamos la virtud, la devoción, el heroísmo; el sentimiento de la belleza moral está grabado en nosotros; la armonía de las cosas y de las leyes nos penetra, nos arrebata; ¡y nada de todo eso nos distinguiría de la materia!
Sentimos, amamos, poseemos la conciencia, la voluntad y la razón; ¡y procederíamos de una causa qué no encierra estas calidades en ningún grado, de una causa que no siente, no ama ni sabe nada, que es ciega y muda! ¡Superiores a la fuerza qué nos produce, estaríamos más perfeccionados y seríamos mejores que ella!
Tal forma de ver las cosas no se sostiene. El hombre participa de dos naturalezas. Por su cuerpo, por sus órganos, deriva de la materia; por sus facultades intelectuales y morales, es espíritu.
Digamos más exactamente todavía, respecto al cuerpo humano, que los órganos que componen esta admirable máquina son semejantes a ruedas incapaces de actuar sin un motor, sin una voluntad que los ponga en movimiento. Este motor, es el alma. El tercer elemento conecta a la vez a los otros dos, transmitiendo a los órganos las órdenes del pensamiento. Este elemento es el periespiritu, la materia etérea que escapa a nuestros sentidos. Envuelve al alma, la acompaña después de la muerte en sus peregrinaciones infinitas, depurándose, progresando con ella, dotándola de un cuerpo diáfano y vaporoso.
Las ideas materialistas ganan terreno. Al rechazar los dogmas de la Iglesia como inaceptables, un gran número de espíritus cultivados han desertado al mismo tiempo de la causa espiritualista y de la creencia de Dios. Apartando las concepciones metafísicas, han buscado la verdad en la observación directa de los fenómenos, en lo que se ha convenido en llamar el método experimental.
El mundo material no es más que el aspecto exterior, la apariencia cambiante, la manifestación de una realidad substancial y espiritual que se encuentra dentro de él. Del mismo modo que el "yo" humano no está en la materia variable, sino en el espíritu, el "yo" del universo no está en el conjunto de los globos y de los astros que lo componen, sino en la Voluntad oculta, en la Potencia invisible e inmaterial que dirige sus secretos resortes y regula su evolución.
Si el mundo no fuese más que un compuesto de materia gobernado por la fuerza ciega, es decir, por la casualidad, no se vería esa sucesión regular y continua de los mismos fenómenos produciéndose según el orden establecido; no se vería esa adaptación inteligente de los medios al fin, esa armonía de las leyes, de las fuerzas, de las proporciones que se manifiesta en toda la naturaleza. La vida sería un accidente, un hecho de excepción y no de orden general.
La ciencia materialista no ve más que un lado de las cosas. En su impotencia para determinar las leyes del universo y de la vida, después de haber proscrito la hipótesis, se ve obligada a volver a ella y a salir de la experiencia para dar una explicación de las leyes naturales.
Los progresos de la geología y de la antropología prehistórica han arrojado vivas luces sobre la historia del mundo primitivo; pero es un error que los materialistas hayan creído encontrar en la ley de evolución de los seres un punto de apoyo, un auxilio para sus teorías.
Nuestros males provienen de que, a pesar del progreso de la ciencia y del desenvolvimiento de la instrucción, el hombre se ignora aún a sí mismo. Sabe poco de las leyes del universo; no sabe nada de las fuerzas que están en él. El "conócete a ti mismo" del filósofo griego ha continuado siendo para la mayoría inmensa de los humanos una llamada estéril. Como no lo sabía hace veinte siglos, menos quizá, el hombre de hoy no sabe lo que es, de dónde viene, adónde va, cuál es el objeto real de la existencia. Ninguna enseñanza ha venido a proporcionarle la noción exacta de su papel en este mundo ni de sus destinos.
La idea que el hombre se forma del universo, de sus leyes, del papel que él desempeña en este vasto teatro resalta en toda su vida e influye en sus determinaciones. Según esta idea, se traza un plan de conducta, se fija un fin y marcha hacia él. Así, pues, en vano trataríamos de eludir estos problemas. Se presentan ellos mismos en nuestro espíritu; nos dominan, nos envuelven en sus profundidades; forman el eje de toda la civilización.
Si la idea de la nada nos domina, si creemos que la vida no tiene un mañana y que en la muerte termina todo, entonces, para ser lógicos, el cuidado de la existencia material y el interés personal habrán de oponerse a todo otro sentimiento. ¡Poco nos importará un porvenir que no habremos de conocer! ¿A título de qué se nos hablará de progreso, de reformas, de sacrificios? Si no hay para nosotros más que una existencia efímera, no debemos hacer más que aprovecharnos de la hora presente, dedicarnos a los placeres y abandonar los deberes y los sufrimientos... . Tales son los razonamientos a que conducen forzosamente las teorías materialistas, razonamientos
Una sociedad sin esperanza, sin fe en el porvenir es como un hombre perdido en el desierto, como una hoja muerta que rueda a merced del viento. Es bueno combatir la ignorancia y la superstición, pero es preciso reemplazarlas por las creencias racionales. Para caminar con paso firme en la vida, para preservarse de los desfallecimientos y de las caídas, se necesita una convicción robusta, una fe que nos eleve por encima del mundo material; se necesita ver la finalidad y tender directamente hacia ella. El arma más segura en el combate terrenal es una conciencia recta e iluminada.
El positivismo materialista y ateo no ve ya en la vida más que una combinación pasajera de materia y de fuerza, y en las leyes del universo no ve más que un mecanismo brutal. Ninguna noción de justicia, de solidaridad, de responsabilidad. De aquí un relajamiento general de los vínculos sociales, un escepticismo pesimista, un desprecio de toda ley y de toda autoridad, que podrían conducimos a los abismos.
Estas doctrinas materialistas han producido en unos el desaliento; en otros, un recrudecimiento de la codicia. En todas partes han promovido el culto al oro y a la carne. Bajo su influencia, se ha educado una generación, generación desprovista de ideal, sin fe en el porvenir, dudando de todo y de sí misma.
Las religiones dogmáticas nos conducían a lo arbitrario y al despotismo; el materialismo conduce lógicamente, inevitablemente, a la anarquía y al nihilismo. Por eso es por lo que debemos considerarlo como un peligro, como una causa de decadencia y de abatimiento.
Sin duda no se puede demostrar la existencia de Dios con pruebas directas y sensibles; Dios no cae bajo el dominio de los sentidos. La divinidad ha desaparecido bajo un velo misterioso, tal vez para obligarnos a buscarla, lo cual constituye, por cierto, el ejercicio más noble y más fecundo de nuestra facultad de pensar, y también para dejamos el mérito de descubrirla. Pero existe en nosotros una fuerza, un instinto seguro que nos lleva hacia ella y nos afirma su existencia con más autoridad que todas las demostraciones y todos los análisis.
En todas las épocas, bajo todos los climas -y ésta es la razón de ser de todas las religiones-, el espíritu humano ha sentido la necesidad de elevarse por encima de las cosas movibles y perecederas que constituyen la vida material y no pueden darle una completa satisfacción; ha querido identificarse con lo que es fijo, permanente e inmutable en el universo; ha comprendido la existencia de un Ser absoluto y perfecto, en el cual se identifican todas las potencias intelectuales y morales. Ha encontrado todo esto en Dios, y nada, fuera de él, puede proporcionarnos esa seguridad, esa certidumbre, esa confianza en el porvenir, sin las cuales flotamos a merced de todos los vientos de la duda y de la pasión.
El estudio de la naturaleza nos muestra en todos los momentos la acción de una voluntad oculta. En todas partes la materia obedece a una fuerza que la domina la organiza y la dirige. Todas las fuerzas cósmicas se orientan al movimiento, y el movimiento es el Ser, la Vida. El materialismo explica la formación del mundo por la danza ciega y la aproximación fortuita de los átomos. Pero ¿se ha visto alguna vez que arrojando al azar las letras del alfabeto se produzcan un poema? ¡Y qué poema, el de la vida universal! ¿Se ha visto alguna vez que un conjunto de materiales produzca por sí mismo un edificio de proporciones imponentes o una máquina de engranajes numerosos y complicados? Entregada a sí misma, la materia no puede hacer nada. Inconscientes y ciegos, los átomos no sabrían dirigirse hacia una finalidad. La armonía del mundo no se explica más que por la intervención de una voluntad. Por la acción de las fuerzas sobre la materia, por la existencia de leyes sabias y profundas es por lo que esa voluntad se manifiesta en el orden del universo.
Los fenómenos del espiritismo, tan importantes por sus resultados científicos y por sus consecuencias morales, no han sido acogidos, sin embargo, con todo el interés que merecen.
Ciertas personas obstinadas, muy pagadas de sí mismas, acostumbran decir que Dios no existe porque nadie puede probar su existencia. Hasta la misma ciencia enseña que la causa se prueba por el efecto. Basta con que observemos una flor o un grano de arena para saber que es preciso que Dios exista, que necesariamente existe.
La esencia de la Religión está constituida solo por un núcleo y una partícula, como el átomo de hidrogeno. El núcleo es la idea de Dios, y la partícula es el sentimiento religioso.
Pero para que la Religión pueda desempeñar libremente su papel fundamental en la evolución humana, es necesario que la reintegremos a la cultura general, como una de sus áreas más importantes
Dos elementos, o si se prefiere, dos fuerzas gobiernan el Universo: el elemento material y el elemento espiritual. De la acción simultánea de estos dos principios nacen aquellos fenómenos especiales cuya naturaleza es inexplicable si se hace abstracción de uno de los dos, tal como ocurriría si se sustrajera uno de los dos elementos que constituyen el agua: el oxígeno y el hidrógeno.
La materia, bajo sus diversos aspectos, constituye un inmenso reservorio de energía. En realidad, ella es tan solo fuerza condensada: los sólidos se transforman en líquidos, los líquidos en gases, los gases en fluidos, y éstos, a medida que se vuelven más sutiles, más quintaesenciados, recuperan sus propiedades primitivas y parecen impregnarse de inteligencia.
Sin embargo tales progresos, según dicen los espíritus, son medidos por el valor moral de la Humanidad. Dios no permite que ciertas revelaciones o descubrimientos se lleven a cabo antes de que el hombre haya alcanzado una conciencia más completa de sus deberes y de sus responsabilidades.
La religión implica la decisión del hombre de no aceptar con simpleza la vida que le es dada. En la vida, el busca el poder. Si no lo encuentra, o si lo encuentra en una medida insuficiente, trata de introducir en su vida el poder en que cree. Procura elevar su vida, acrecentarla, darle un sentido más profundo y más amplio.
Esa es la línea horizontal de la religión, la de la ampliación de la vida hasta su límite extremo. El hombre religioso desea tener una vida más rica, más profunda y más amplia. Tiene ansias de poder.
Es en ese punto que encontramos la unidad esencial de la religión y la cultura. Toda cultura, en último análisis, es religiosa. Y toda religión, en esa línea horizontal, es una cultura.
Los progresos materiales son inmensos; pero en el seno de las riquezas acumuladas por la civilización, se puede morir aún de privación y de miseria. El hombre no es ni más feliz, ni mejor. En medio de sus rudas labores, ningún ideal elevado, ninguna noción clara del destino le sustenta; de ahí sus desfallecimientos morales, sus excesos, sus sublevaciones. La fe del pasado se ha extinguido; el escepticismo, el materialismo la han reemplazado, y bajo sus soplos, el fuego de las pasiones, de los apetitos y de los deseos ha aumentado. Convulsiones sociales nos amenazan.
A veces, atormentado por el espectáculo del mundo y por las incertidumbres del porvenir, el hombre levanta sus miradas hacia el cielo y le pide la verdad. Interroga silenciosamente a la naturaleza y a su propio espíritu. Pide a la ciencia sus secretos y a la religión sus entusiasmos. Pero la naturaleza le parece muda, y las respuestas del sabio y del sacerdote no bastan a su razón y a su corazón. Sin embargo, existe una solución a estos problemas; una solución más grande, más racional, más consoladora que todas las ofrecidas por las doctrinas y las filosofías del día, y esta solución reposa sobre las bases más sólidas que pueden concebirse: el testimonio de los sentidos y la experiencia de la razón.
En el momento mismo en que el materialismo ha llegado a su apogeo y ha llevado a todas partes la idea de la nada, una ciencia nueva, apoyada sobre hechos, aparece, ofrece al pensamiento un refugio en el que aquél "encuentra por fin el conocimiento de las leyes eternas de progreso y de justicia. Una floración de ideas a las que se creía muerta y que dormían solamente, se produce y anuncia una renovación intelectual y moral. Doctrinas que fueron el alma de civilizaciones pasadas, reaparecen bajo una forma engrandecida, y numerosos fenómenos, por largo tiempo desdeñados, mas cuya importancia entrevén por fin algunos sabios, vienen a ofrecerles una base de demostración y de certidumbre. Las prácticas del magnetismo, del hipnotismo, de la sugestión; más aún: los estudios de Crookes, Russell Wallace, Lodge, Aksakof, Paul Gibier, de Rochas, Myers, Lombroso, etc., sobre hechos de orden psíquico, suministran nuevos datos para la solución del gran problema.
Se abren perspectivas, se revelan formas de existencia en ambientes en los que no se pensaba ya observarlas. Y de estas indagaciones, de estos estudios, de estos descubrimientos se desprenden una concepción del mundo y de la vida, un conocimiento de las leyes superiores, una afirmación de la justicia y del orden universales, hechos concluyentes para despertar en el corazón del hombre, con una fe más firme y más esclarecida en el porvenir, un sentimiento profundo de sus deberes y un apego real para sus semejantes.
Todos los que, por el estudio del mundo invisible, en sus contactos con el Más Allá, buscan las certezas que fortalecen y consuelan, las grandes verdades que iluminan la vida, trazan el camino a seguir, fijan el objetivo de la evolución; todos los que buscan adquirir las fuerzas espirituales que sostienen en la lucha y en la probación, que nos preservan de las tentaciones de un mundo material y engañador, deben unir sus pensamientos, oraciones y voluntades, deben hacer surtir de sus almas esas corrientes poderosas y fluídicas que atraen hacia vosotros a las entidades protectoras y a los amigos fallecidos.
Al demostrar la existencia del mundo espiritual y sus relaciones con el mundo material, el Espiritismo nos brinda la comprobación de una infinidad de fenómenos incomprensibles que son considerados, por tal motivo, inadmisibles por ciertos pensadores. Estos fenómenos abundan en las escrituras, y en razón del desconocimiento de la ley que los gobierna, los tratadistas de ambos bandos antagónicos han girado sin cesar en el mismo círculo de ideas: unos omitiendo los descubrimientos positivos de la ciencia, y otros ignorando el principio espiritual, de modo que no han podido llegar a una solución racional y convincente.
La solución se encuentra en la acción recíproca del espíritu y la materia, y, de tal manera, se libera del carácter sobrenatural que se atribuía a la mayor parte de los fenómenos. Pero, ¿qué es más positivo: admitir los hechos como resultantes de las leyes de la Naturaleza o rechazarlos totalmente? Su desestimación absoluta lleva a la destrucción de la base misma de todo edificio, mientras que su aceptación, aun limitada, no suprime más que lo accesorio, dejando intacta la base. Esa es la causa por la cual el Espiritismo induce a mucha gente a aceptar verdades consideradas antes meras utopías.
El Espiritismo no tiene misterios ni teorías secretas, todo debe esclarecerlo para cual pueda juzgarlo con conocimiento de causa, mas cada cosa debe llegar a su tiempo para ser comprendida.
La materia, por sí sola, es inerte, no tiene vida, ni piensa ni siente, necesita unirse al principio espiritual. El Espiritismo no ha descubierto ni inventado tal principio, pero lo ha demostrado mediante pruebas irrecusables, lo ha estudiado, analizado, y ha constatado su acción evidente. Al elemento material, agregó el elemento espiritual. Esos dos elementos son los dos principios, las dos fuerzas vivas de la Naturaleza, mediante la unión indisoluble de ambos elementos se resuelven, sin esfuerzo, una infinidad de hechos, hasta hoy inexplicables.
El Espiritismo, al estudiar uno de los dos elementos que constituyen el Universo, establece forzosamente contacto con la casi totalidad de las ciencias y, por tal motivo, su llegada debía ser posterior a la creación de éstas. Nació por la fuerza de las cosas y por la imposibilidad de poderse explicar una infinidad de hechos con la sola ayuda de las leyes que rigen a la materia.
Los hechos espiritistas tienen grandes consecuencias filosóficas y morales. Proporcionan la solución, tan clara como completa, de los grandes problemas que han agitado, a través de los siglos, a todos los sabios y pensadores de todos los países: el problema de nuestra naturaleza íntima, tan misterioso, tan poco conocido, y el problema de nuestro destino. La supervivencia y la inmortalidad, hasta aquí simples esperanzas, puras intuiciones del alma, aspiraciones hacia un estado mejor o concepto de la razón, están probadas para lo sucesivo, así como también la comunión entre vivos y muertos, que es la consecuencia lógica de ello.
Salir de las bajas regiones de la materia y escalar todas las gradas de la jerarquía de los Espíritus, librarse del yugo de las pasiones y conquistar una a una todas las virtudes, todas las ciencias: tal es el fin para el cual la Providencia ha formado a las almas y ha dispuesto los mundos, teatros predestinados de nuestras luchas y de nuestros trabajos.
La materia, en cuanto se la examina de cerca, se desvanece como el humo. No tiene más que una realidad aparente, y no puede ofrecernos ninguna base de certidumbre. No hay realidad permanente, no hay certidumbre más que en el espíritu. Sólo a él se revela el mundo en su unidad viviente y en su eterno esplendor. Sólo él puede gustar y comprender la armonía. En el espíritu es donde el universo se conoce, se refleja y se posee.
El espíritu yace en la materia como un preso en su celda; los sentidos son las aberturas a través de las cuales comunica con el mundo exterior. Pero, mientras que la materia decae tarde o temprano y se descompone, el espíritu crece en fuerza, se fortifica por la educación y la experiencia. Sus aspiraciones aumentan, se extienden allende la tumba; su necesidad de saber, de conocer, de vivir no tiene límite. Todo muestra que el ser humano pertenece sólo temporalmente a la materia. El cuerpo es sólo un traje prestado, una forma pasajera, un instrumento con la ayuda del cual el alma persigue en este mundo su obra de depuración y de progreso. La vida espiritual es la vida normal, verdadera e infinita.
Hay que recordar que en cada uno de nosotros duermen inútiles, improductivas, riquezas infinitas. De ahí, nuestra indigencia aparente, nuestra tristeza y, a veces hasta el asco de la vida. Pero abrid vuestro corazón, dejad entrar en él el rayo, el soplo regenerador, y entonces una vida más intensa y más bella se despertará en vosotros. Encontrareis placer en mil cosas que os eran indiferentes, y que serán el encanto de vuestros días. Os sentiréis crecer, marchareis por la existencia con paso más firme, más seguro, y vuestra alma se convertirá como un templo lleno de luz, de esplendor y de armonía.
Léon Denis-
(Aportación de Mercedes Cruz Reyes)
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PRINCIPALES FACTORES QUE IMPIDEN EL DESENVOLVIMIENTO DEL IDEAL ESPIRITA
¿Por qué se mantiene Vigente el Viejo Mundo Espiritual y Social?
El mundo contemporáneo es un mundo adecuado al tipo de sensibilidad que responde a los intereses de las instituciones actuales, mantenidas por aquellos que participan “interesadamente” de este mundo “estancado” del presente. Existen acuerdos generales consistentes en no permitir la transformación de los organismos sociales, sean estos filosóficos o religiosos. Por ejemplo, en religión solo se admite lo que dice la Iglesia visto que, en el actual estado de cosas, ella es la verdad y ningún otro principio religioso es permitido, ya que la verdad religiosa, para la situación social contemporánea, es católica (actualmente también un poco protestante)
Si aparece un pensador o escuela que presente al mundo de hoy un nuevo tipo de religión, es de inmediato rechazado y perseguido por ser un impedimento a la “única verdad religiosa” que es la que representa el dogma, una vez que, para la orden actual, el dogma es tan sustentable como la ley de gravedad y, por esa razón, el hombre religioso-dogmatico habla del Dios trino, del Infierno, del diablo.etc., como si estuviese tratando de cuestiones tan reales y positivas como la electricidad. Para comprobar lo que afirmamos, basta hablar con cualquier miembro de la Iglesia y constataremos la anquilose mental (1) en que se encuentra.
¿Todavía, cual es la causa esencial de esta situación en este mundo “estancado” del presente? Creemos que todo eso ocurre en razón de lo que esos dogmas representan para los intereses materiales de la sociedad, una vez que apoyan espiritual y psicológicamente el orden general y particular del actual estado de las cosas.
Una idea de Dios como la que presenta el concepto espirita determinaría un gran estremecimiento en el orden eclesiástico y derrumbaría todo cuanto ahora se conoce en el seno de la Iglesia, como “sistema de jerarquía”. De modo que lo más conveniente es mantener en pie ese “sistema” y no la verdad religiosa que el Espiritismo revela al pensamiento del hombre. Por ese motivo la idea espirita, tanto para la Iglesia como para el presente orden espiritual y social, es un peligro y una amenaza para las viejas instituciones eclesiásticas, que duraran hasta que las fuerzas del progreso no las sustituyan por una nueva visión del Universo.
En el mundo contemporáneo el avance de la verdad, en todos los aspectos, está paralizado por los intereses comunes de las viejas instituciones sociales. Viene de ahí que la evolución, al ser detenida en su proceso normal, se torna violenta hasta convertirse en revolución agresiva.
A causa del extremismo comunista tiene su origen en este fenómeno represivo de la evolución, ya que la transformación de las estructuras sociales son necesarios en virtud de la propia evolución del individuo y también porque el que debería operarse insensiblemente se ve en la necesidad de suceder violentamente. Por tal motivo, en Allan Kardec se lee la reflexión siguiente:
“Siendo el progreso una condición de la naturaleza humana, no está en el poder del hombre oponérsele. Es una fuerza viva, cuya acción puede ser retardada, sin embargo no anulada por las leyes humanas. Cuando estas se tornan incompatibles con el, desarrollarlas juntamente con los que se esfuercen por mantenerlas. Así será hasta que el hombre haya puesto sus leyes en concordancia con la justicia divina, que quiere que todos participen en el bien y no la vigencia de leyes hechas por el fuerte en detrimento del débil (2)
Muy bien; todos sabemos que estamos viviendo en una época de total transformación. Los sistemas y valores seculares deberán ceder ante el nuevo espíritu de la humanidad. Entretanto, el mundo actual se aferra a las viejas instituciones, tratando de convencer al hombre de que todo ya fue ofrecido definitivamente y que las estructuras actuales son inamovibles e inmutables. Más esta actitud de los que así sienten, el mundo es antinatural, dando con eso origen a la violencia revolucionaria.
Esta es la causa por la cual el comunismo niega a Dios y a toda idea transcendente del hombre y de la historia, presentándonos un Estado totalmente naturalista, basado en lo que se denomina “Materialismo Histórico”. La fuerza revolucionaria del comunismo pasa por encima de toda concepción ideológica espiritual por considerarla un sustentáculo de la propiedad privada. Más si los que dicen representar la democracia facilitasen el curso de la evolución, ese fenómeno de violencia que vemos en la táctica comunista sería interrumpido sin duda alguna, una vez que la modificación de las cosas se daría con naturalidad y sin alteraciones bruscas ni dolorosas.
Por lo que vemos podemos decir que el comunismo es la consecuencia de la represión de la evolución natural por parte de los que pretenden mantener el estado actual del mundo. El propio Espiritismo, que no emplea violencia para la propagación de sus ideas, sufre también la reacción del viejo orden, pues su concepción religiosa y filosófica determina modificaciones radicales en ese aspecto. Y aquellos que viven como altos jerarcas, ocupando suntuosas posiciones en lo temporal y espiritual, tampoco pueden aceptar el Espiritismo como una idea amiga y como expresión de verdad. A respecto, veamos lo que dice “El Libro de los Espíritus”, en la cuestión 798:
¿El Espiritismo se tornará creencia común o quedará paralizado como creencia apenas por algunas personas?
-Ciertamente que se tornará creencia general y marcará la nueva era en la historia de la humanidad, porque está en la naturaleza y llegó el tiempo en que ocupará lugar entre los conocimientos humanos. Tendrá, no en tanto, que sustentar grandes luchas, más contra el interés de lo que contra la convicción, por cuanto no hay como disimular la existencia de personas interesadas en combatirlos, unas por amor propio, otras por causas enteramente materiales. Sin embargo, como quedaran aislados, sus contradictores se sentirán forzados a pensar como los demás, bajo pena de tornarse ridículos.
En los parágrafos transcritos se encuentra la causa de tergiversación que se hace en torno a la idea espirita, desfigurándola ante la opinión pública, la cual lamentablemente es guiada y gobernada por los que representan el antiguo orden del mundo. Por tal motivo el poder material actual nunca admitirá a Cristo tal como el era, aceptando, en contrapartida, un Cristo-Dios vinculado a un representante terreno. Y este tipo de Cristo-Dios es el único real para el poder oficial; los demás son heréticos o, cuando no, inspirados por Satanás, hasta el mismo Cristo de amor y de verdad que la filosofía espirita nos presenta.
Más, para que exista un monarca religioso en la Tierra, es necesario aceptar un tipo de Cristo como el que nos presenta el dogma. Para que haya involución e inmutabilidad espiritual y social, es preciso negar la pluralidad de existencias; y para que nuestro planeta sea el centro del universo, como aun aceptan los escolásticos y ortodoxos; es necesario negar la pluralidad de los mundos habitados. Sin estas dos pluralidades el Universo, el Ser y la Historia permanecerán fijos y el antiguo orden no correrá el riesgo de ser alterada en ningún punto de vista.
Por ese motivo, el Espiritismo explota como un volcán, resultando de eso como una constricción a través de la cual se manifiestan fuerzas reprimidas de la evolución, aunque desfiguradas por la violencia. De ahí sucede que toda idea evolucionista es ocultada y no se le da acceso en las universidades ni en los grandes órganos de publicidad pues, para la cultura contemporánea solo es aceptable aquello que no afecte el dogma ni a la sociedad presente, ya que estas dos instituciones deberán mantenerse indefinidamente tal como son, una vez que representan los grandes intereses de los poderosos, los cuales sin solución de continuidad, transmiten de familia a familia los bienes y beneficios que los pueblos producen para todos en general.
El viejo orden del mundo es la causa determinante del estado caótico en que viven los pueblos de nuestra época. Cuando las leyes de la evolución sufren reacción, se alteran los cursos naturales del progreso y sobrevienen las más terribles catástrofes, las guerras y los procedimientos llamados totalitarios e imperialistas. Mientras el viejo orden no se decida a evolucionar como el espíritu del hombre y de la humanidad, habrá conmociones sociales y violentas revoluciones. Es necesario que el viejo orden reconozca que debe promover la evolución de la religión y de la sociedad y, con ellas, todas las estructuras materiales y espirituales.
Mientras exista un organismo mundial que pretenda representar la verdad divina, los valores religiosos y filosóficos del Espiritismo serán considerados ilegales, erróneos e inspirados por el demonio. La masa de creyentes, educada y conducida por ese organismo eclesiástico mundial, como es lógico, lo tomará más en cuenta que las palabras de los que divulguen las verdades espiritas. Se diría lo contrario de todo lo que el Espiritismo es y representan. Se dirá que los espiritas conversan con los muertos y que esto es herético y sacrílego, ya que para la Iglesia los muertos son intocables, le pertenecen y son de su absoluta incumbencia. Y la masa de creyentes acreditará antes a sus pastores religiosos que en los espiritas, que respeta la verdadera situación que ocupan los muertos en la vida del más allá.
La Iglesia y los ahora denominados “hermanos separados”(3) saben impresionar muy bien a sus fieles en lo que se refiere a los muertos. Para ellos son seres totalmente distanciados de la Tierra y recogidos en algún lugar de ultratumba. De ahí este concepto carente de toda base filosófica: “los muertos no hablan ni se comunican con los vivos” lo que es arma indispensable en la predica anti espírita que realizan. Argumentan, ante los fieles, que los muertos solo pueden comunicarse con los vivos en el seno de la Iglesia, pues fuera de ella, no tienen ninguna relación con el hombre como individuo, ni con la sociedad como institución histórica y espiritual. Y, de esta forma, el espiritismo es presentado como “ cosa repugnante” ante los que viven mental y espiritualmente dentro de la vieja orden, suponiendo que no pasa de necromancia practicada por personas alineadas y cultores de magia negra.
He aquí, pues, donde se sitúa el origen de la resistencia que el Espiritismo encuentra en la cultura contemporánea. Más no nos olvidemos de que toda “cultura” solo merece aprobación cuando no diverge del dogma y de la sociedad presente. Y también así ocurre relativamente a la democracia: esta es apenas “democrática” cuando las libertades que otorga no afectan al dogma y a los intereses de la sociedad. Más, en cuanto las libertades concedidas denuncian los fenómenos contradictorios del orden imperante, la democracia retira la libre expresión del pensamiento por considerarlo ofensivo a la estabilidad social y religiosa. Y pasa, entonces, a ser juzgada comunista.
¿Más, porque el Espiritismo, como movimiento social, goza de la libertad en casi todos los países de carácter cristiano? La respuesta es fácil: el espiritismo es tolerado en su acción porque tiende a aliviar la situación de las masas trabajadoras que los referidos países cristianos no se deciden a solucionar. Pues, en cuanto el espiritismo secunda al estado en esta tarea de auxiliar a los indigentes y trabajadores, más sin entrar en análisis del origen de la miseria social, será bien visto, especialmente en los países llamados subdesarrollados. Entretanto, en cuanto el Espiritismo inicie una investigación de visu (4) en lo que respecta al origen de la pobreza y de la miseria que sufren los pueblos, reclamando una solución ente tan pavoroso problema, y la idea espirita pasará a ser perseguida, prohibida y hasta aun mismo cualificada de comunista. Pues es que, al hacer análisis de los fenómenos sociales, bien como la del hombre y del pauperismo en todos los aspectos, el espiritismo se colocaría contra el dogma y la sociedad. Si dudamos, recordemos el episodio de la crucificación de Jesús.
Tengamos presente que la idea espirita forma en el hombre una nueva mentalidad, por medio de la más pura esencia cristiana de la verdad y de la justicia. Si bien que sea cierto que la escuela espirita enseña la tolerancia, esto no impide que el hombre que es espirita haga uso del sentido crítico en lo que respecta al curso normal o anormal de la evolución y del progreso. Es, este sentido crítico, no obstante la práctica de la tolerancia, será lo que lo impulsará a reflexionar sobre los diversos actos sociales y espirituales para verificar que factores favorecen o no su desenvolvimiento.
De manera que las condiciones unilaterales que caracterizan el orden actual no son las más adecuadas para el conocimiento de la verdad, ni para un normal desenvolvimiento de la evolución y del progreso. Mientras la cultura contemporánea solo considera como derechos sociales el conocimiento oficial, esto es, lo que respecta al dogma y sociedad antiguos, la idea espirita deberá desenvolverse al margen de la cultura del Estado, pues, en el caso de ser adoptada por la Universidad como verdad real y demostrada, seria recusada y rechazada por los intereses del dogma y de la sociedad actuales, cuyas bases se consideran las únicas reales y validas.
¿No obstante, por qué motivo el mundo está en plena conmoción espiritual y social? Se encuentra así porque el proceso histórico de la evolución no puede ser detenido por los intereses terrenos de clases y castas que se arremeten obstinadamente contra la ley del progreso. Y lo que debería realizarse, sobre la base de la comprensión y de la paz, se realiza por medio de ásperas luchas, entre el pasado y el futuro. La cultura oficial, el “realismo católico” y el “realismo social”, también como el “realismo oficial” combaten al Espiritismo y esto teniendo en vista la nueva dimensión que el descubre en el Ser, en la Historia y en el Universo.
Tanto para el “materialismo ateo” como para el “espiritualismo eclesiástico”, el Espiritismo no es una verdad, ya que su visión difiere tanto de uno como del otro. Y porque no vemos como “materialistas ateos” y “espiritualistas dogmaticos”, ambos se unen en la negación de los principios espiritas. Pues tanto en uno como en el otro sector existe una mentalidad de clase social que ce en los factores inadecuados para la manutención de sus respectivas posiciones ideológicas. De ahí, pues, que el Espiritismo, a través de su movimiento, debería organizarse mediante la unión internacional de los espiritas, sobre la base de los postulados kardecista. Esta unión internacional la daría un poder espiritual y social, con lo que se le abriría espacio para caminar entre la cultura contemporánea, cuyo único interés cosiste en mantener de pie el dogma y la sociedad presente.
Visto que el Espiritismo, por ser la verdad, no se mezcla con ninguna doctrina de nuestro tiempo; su visión del mundo es completamente distinta tanto del capitalismo y del comunismo como del catolicismo, una vez que crea un nuevo tipo humano, esto es, el Nuevo Hombre, sobre la base firme de la evolución, la cual dará nacimiento al mismo tiempo a un nuevo orden social y amor a la verdad, cristiana, serán sus más sólidos alicientes.
Blog dos Espíritas
Por Humberto Mariotti
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