VAMOS A REEMPRENDER LA AVENTURA DEL CONOCIMIENTO ESPÍRITA
Queridos lectores amigos: Después de más de un mes de interrupción de publicaciones en este Blog, a causa de haber tenido un problema con Internet y además de haberme roto una mano, de la que estoy en proceso post-operatorio, de nuevo con la alegría del reencuentro, seguimos tratando temas relacionados con la enseñanza espírita.
Mi gratitud y mis disculpas por esta espera,
José Luis Martín
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¿ CUAL ES EL PRINCIPAL MOTIVO DE LA VIDA ?
Siempre me he hecho muchas preguntas, preguntas muy profundas. Son preguntas de esas que se llaman existenciales. Siempre he querido saber el motivo de mi vida, de la vida de todos nosotros. ¿Quién soy yo? ¿Por qué existo? ¿Por qué existen los demás? ¿Qué hacemos aquí? ¿Hemos venido a hacer algo en particular? ¿Por qué nacemos, por qué nos morimos? ¿De dónde venimos, adonde vamos? ¿Hay algo después de la muerte?
Y ahí no acababa todo. Otras veces intentaba buscar la respuesta al gran número de injusticias que veo en el mundo.
¿Por qué la vida es tan injusta? ¿Por qué hay niños que desde su nacimiento, que en su vida han hecho daño a nadie, sufren tan atrozmente, por hambre, guerra, miseria, enfermedades, abusos, malos tratos, porque no los quiere nadie, mientras otros nacen sanos, en un entorno feliz y son amados? ¿Y por qué unas personas enferman y otras no
¿Por qué unas personas viven mucho tiempo y otras mueren casi al nacer? ¿Por qué existe
el sufrimiento, la maldad? ¿Por qué hay gente buena y gente mala, gente feliz y gente desgraciada? ¿Por qué he nacido en esta familia y no en otra? ¿Por qué me pasan estas desgracias a mí y no a otra persona? ¿Por qué le pasa tal otra desgracia a otra persona y no a mí? ¿De qué depende todo eso?
Otras veces eran preguntas respecto a los sentimientos.
¿Por qué no soy feliz? ¿Por qué quiero ser feliz? ¿Cómo puedo ser feliz?
¿Encontraré un amor que me haga feliz? ¿Qué es el amor, qué son los sentimientos? ¿Qué
es lo que yo siento? ¿Merece la pena amar?
¿Sufrimos más cuando amamos o cuando no amamos?
Supongo que tú, en algún momento de tu vida, también te las habrás hecho o te las sigues haciendo de vez en cuando. Pero como estamos tan entretenidos en nuestro día a día cotidiano, son pocos los momentos en los que nos las planteamos conscientemente y poco
el tiempo que dedicamos a intentar resolverlas. Tenemos muchas obligaciones, tenemos
muchas distracciones. Y como aparentemente no encontramos la respuesta y el buscarla
nos hace sentirnos inquietos, preferimos dejarlas aparcadas en un rincón en nuestro interior, tal vez creyendo que así sufriremos menos.
¿Existe una respuesta a cada una de estas preguntas? Pero no busco una respuesta cualquiera, sino una respuesta que sea verdadera. ¿Existe una verdad? ¿Cuál es la verdad? ¿Dónde buscar la verdad? ¿Cómo reconocer la verdad? he buscado durante mucho tiempo la respuesta en lo que se nos ha enseñado desde pequeños: las Religiones, la Filosofía, la Ciencia. Cada una tenía su cosmogonía particular, una forma de entender el mundo. Pero siempre parecía haber un límite,tanto en las religiones como en la ciencia, para explicar la realidad tal y como yo la percibía. Siempre he encontrado respuestas incompletas,incoherentes unas con otras, alejadas de la realidad, que seguían sin responder satisfactoriamente a mis preguntas. Por mucho que intentara profundizar, al final encontraba un muro infranqueable, la respuesta final que obstaculizaba mis deseos de indagar más y más. La respuesta final que obtenía de la religión era, más o menos, esta: “Es la voluntad de Dios. Sólo él lo sabe. Nosotros no lo podemos comprender”. Es decir, que no podemos comprender por qué unos nacen en circunstancias más o menos favorables, por qué unos enferman y otros no, por qué unos mueren antes y otros después. No podemos comprender qué es lo que pasa después de la muerte, por qué te ha tocado vivir con esta familia y no en otra, por qué en este mundo, por qué permite Dios que haya injusticias en el mundo etc., etc.
La respuesta final que obtenía de la ciencia era más o menos esta: hay una explicación física para todo, pero a nivel filosófico, las respuestas a casi todo son: “Es fruto de la casualidad” o “no puede demostrarse científicamente que tal o cual cosa exista o no”. Es decir, no hay una razón por la cual existes, no hay un motivo particular por el que vivir. Si naces en las circunstancias en las que naces, más o menos favorables, es por azar. Si te toca estar enfermo o sano de nacimiento, nacer en una familia u otra, morirte antes o después, y no a otro, es por azar. No se puede demostrar científicamente que exista la vida antes del nacimiento, ni la vida después de la muerte. No se puede demostrar científicamente que exista Dios, etc.
La mayoría de gente se posiciona en esas respuestas aprendidas y cuando quieres hablar con alguien sobre estos temas, los que son creyentes de la religión te responden más o menos en estos términos: “Es la voluntad de Dios. Sólo él lo sabe. Nosotros no lo podemos comprender.” Y los que se han posicionado como cientificistas o creyentes de la ciencia, que creen saber más que los del primer grupo,te dicen: “Es fruto de la casualidad”
o “no puede demostrarse científicamente”.
Había otro tercer grupo de gente que me respondía: “Mira. No lo sé. No sé cuales son las respuestas a tus preguntas, pero no estoy interesado ni en pregúntarmelas ni en responderlas.”
Y cuando les respondo a todos: “Lo siento pero esas respuestas no me sirven. No me sirven porque no responden a mis preguntas”, los primeros me dicen: “Es por falta de fe. Cuando tengas fe no te hará falta saber más”. Los segundos me dicen: “Es porque te falta instrucción. La Ciencia te dará la respuesta y verás que es la que yo te digo: “que está demostrado científicamente que no se puede demostrar científicamente”. Los terceros me dicen: “Tengo una hipoteca que pagar, una familia que mantener, un coche que pagar, un fin de semana para irme de viaje. No me calientes la cabeza con esos temas porque ya tengo algo en lo que ocuparme.”
La Doctrina espírita me dio todas las contestaciones razonadas y lógicas a mis innumerables preguntas. Cada cual que saque sus conclusiones.
-Angeles Calatayud Martinez-
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Amor, Perdón, Cura y Autocura
Dr. Andrei, ¿qué es la salud, la enfermedad, la cura y la autocura en la concepción médicoespírita?
La salud es entendida como el reflejo del equilibrio del ser en relación a las leyes divinas. En la visión espírita el hombre es un ser inmortal, alguien que preexiste a la vida física, que sobrevive al fenómeno biológico de la muerte y, a lo largo del proceso evolutivo, a través de la reencarnación, va creciendo, desarrollándose en dirección a Dios. La salud del cuerpo físico es un reflejo del nivel de equilibrio de ese espíritu en el proceso evolutivo ante el amor, lo bello y el bien. Entonces, la enfermedad es una señal interior de reequilíbrio, invitando al ser a reconectarse con el amor y con la fuente. Es un mensaje generado en lo más profundo de la realidad espiritual del ser y que se refleja en el cuerpo físico como una invitación a la reconexión con el amor, al desarrollo del auto-amor y del amor al prójimo.
En esa visión, la salud y la enfermedad son construcciones del propio hombre y nadie es víctima de nada, sino de sí mismo, de sus propias decisiones, de sus propias elecciones, de aquello que decide y determina en su vida. Por lo tanto, toda cura es también un fenómeno de auto-cura, porque para que ella se instale definitivamente, es necesario que haya no solamente un alivio de los síntomas y una resolución del proceso biológico en el cuerpo físico, sino también una reformulación moral del pensamiento, del sentimiento y de la acción, haciendo que el ser sea transformado en profundidad, en consonancia con la ley divina, es decir, más en sintonía con la ley del amor.
¿El amor es, entonces, el camino para la cura?
El amor es el gran medicamento, es la gran finalidad de la existencia. En verdad, caminamos en dirección a Dios como el “hijo pródigo” de la parábola de Jesús, reconectando nuestra relación con el Padre y retornando hacia la casa de Dios, que, en verdad, está dentro de nuestro propio corazón, donde Dios está. Poco a poco, vamos haciéndolo, descubriendo nuestras virtudes, la grandeza íntima que hay dentro de nosotros, todo aquello que Dios nos dio como posibilidad evolutiva y que puede realizarnos plenamente. En ese contexto, el amor representa el movimiento medicinal por excelencia, como movimiento de respeto, de valorización, de inclusión y de consideración. Él nos trata las enfermedades del alma, que son orgullo, egoísmo, vanidad, prepoténcia, arrogancia y nos coloca en sintonía con la fuente, que es Dios, auxiliándonos a reconectarnos con el Padre. Desarrollar el amor es el camino más rápido, fácil y eficaz para la cura del alma y del cuerpo.
En los seminarios, usted presenta también el perdón como el camino para la salud integral.
Sí, el perdón es condición esencial para la salud. Sin el perdón, no hay paz interior, no hay salud ni física, ni emocional. Shakespeare decía que no perdonar o guardar rencor es cómo beber veneno deseando que el otro muera. El veneno actúa en aquel que lo guarda, que lo cultiva dentro de sí. Y el rencor actúa dentro de nosotros en semejanza a una planta que, una vez cuidada, cultivada, va creciendo, creando raíces, da flores, frutos y se multiplica. Y nosotros terminamos enredados en una serie de dolores emocionales, sin que ni sepamos, a veces, donde comenzó todo, porque vamos guardando las cosas dentro de nosotros, sin trabajar, sin dialogar, sin metabolizar emocionalmente aquello que estamos sintiendo, vivenciando. Cuando nos damos cuenta, la situación está en una cuestión muy profunda y muy grave.
Para que tengamos paz, es necesario que abracemos el perdón como un proyecto. El perdón es una decisión por la paz, que se traduce en actitudes para el establecimiento de dicha paz, en la comprensión de las cuestiones emocionales, de nuestras características personales, de las circunstancias que envuelven el acto agresor y de la responsabilidad y coresponsabilidad nuestra en el proceso. Él se produce como un proceso, porque no se da de la noche a la mañana. Él se construye a lo largo del tiempo y a través de actitudes sucesivas de búsqueda de esa metabolización emocional que, muchas veces, necesita de un acompañamiento terapéutico profesional, a través de un psicólogo que haga ese tratamiento íntimo y nos ayude a encontrar nuestras respuestas, sentidos y significados más profundos.
El perdón pasa también por la acogida y aceptación de nuestra humanidad y de la humanidad del otro, sobre todo, en la superación de los traumas, porque sólo aceptando la condición fundamental del ser humano, de estar en un proceso continuo de error y acierto, es que la gente se da cuenta de convivir con los equivocaciones del otro que nos hiere e incluso con nuestros mismos. Naturalmente, nosotros sólo hacemos por el otro aquello que hacemos por nosotros. Entonces, tan sólo conseguimos aceptar la humanidad del otro cuando aceptamos nuestra propia humanidad, cuando acogemos en nosotros nuestra capacidad de errar y recomenzar, abrazando el auto-amor como una propuesta de vida. El auto-amor es hijo de la humildad, una de las representaciones magníficas del amor divino, aquella decisión interna de acogernos, de tratarnos con ternura, compasión y con la benevolencia que nosotros necesitamos, aunque con la firmeza necesaria para domar nuestras pasiones y renovarnos de nuestros defectos que juzguemos necesarios. Entonces, el perdón es una actitud de conquista de ese estado de paz interior, a través de la comprensión de las circunstancias que nos envuelven y de la decisión por el amor.
En la actualidad, es muy importante el número de personas adictas a antidepressivos, ansiolíticos, bebidas, etc. ¿Qué podría decir a esas personas?
Toda dependencia es una búsqueda de aplacar el vacío interior a través de cosas externas. Pero ese vacío interior, que todos nosotros tenemos, sólo es aplacado por la presencia del auto-amor. El vacío es un vacío de amor, pero ese amor que nos falta no es el amor que viene del otro, es el amor que viene de dentro, es el amor que la gente puede darse. Entonces, para el tratamiento y la profilaxia de cualquiera proceso de dependencia, es importante enseñar a las personas a valorarse, a gustarse y respetarse. Estableciendo relaciones familiares honestas donde las personas dialoguen, conversen, estén atentas unas a las otras y compartan sus emociones, mostrándose, no de forma idealizada, sino de forma honesta, real, enseñando cada uno a ver, en todos nosotros, luz y sombra, belleza y fealdad, cosas positivas y negativas.
Nosotros necesitamos aprender a acoger esos dos lados, aprendiendo a transformar aquello que no amamos en nosotros y a valorar y desarrollar aquello que hay de bueno, de positivo. La depresión pasa por la no aceptación de la vida. Hay un mensaje subliminal en el depresivo que es: “como no tengo la vida que deseo, no acepto la vida que tengo”. Hay también un mensaje de la arrogancia, de prepotencia de creer que, hiriendo a sí mismo, hiere a la propia sociedad, hiere al mundo. Muchas veces, por detrás de la depresión, hay culpas y procesos auto-punitivos profundos, en virtud de la ausencia de la humildad, sin permitirse aceptar la vida como es y recomenzar cuántas veces sean necesarias para alcanzar la felicidad.
Entrevista con Andrei Moreira
Revista “Ángel del bien”
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ESPIRITUS PERVERSOS
¿Pueden los Espíritus, por medio de comunicaciones escritas,inspirar desconfianza infundada contra ciertas personas, y sembrar la discordia entre amigos?
“Los Espíritus perversos y envidiosos pueden hacer, en el terreno del mal, todo lo que hacen los hombres. Por eso es necesario cuidarse de ellos. En cambio, los Espíritus superiores son siempre prudentes y reservados cuando deben emitir una censura.
No hablan mal de nadie, sino que advierten con cautela. Si quieren que dos personas, para su mutuo beneficio, dejen de tratarse, provocarán incidentes que las distanciarán en forma natural. Un lenguaje capaz de sembrar la discordia y la desconfianza es, en todos los casos, obra de un Espíritu malo, sea cual fuere el nombre con que se presente. Por consiguiente, recibid siempre con reserva lo malo que un Espíritu pueda decir de alguno de vosotros, sobre todo cuando un Espíritu bueno os haya hablado bien de esa persona, y desconfiad también de vosotros mismos y de vuestras prevenciones. De las comunicaciones de los Espíritus conservad solamente lo que tengan de bueno, lo importante, lo racional, y lo
que vuestra propia conciencia apruebe.”
*. Por la facilidad con que los Espíritus malos se entrometen en las comunicaciones, parece que nunca estaremos seguros de que se nos diga la verdad.
“Sí, podéis estar seguros, porque tenéis la razón para juzgar las comunicaciones. Cuando leéis una carta sabéis reconocer si quien la ha escrito es un hombre grosero o de buena educación, un tonto o un sabio. ¿Por qué no habríais de hacer lo mismo cuando os escriben los Espíritus? Al recibir la carta de un amigo que está lejos, ¿qué os garantiza que esa carta proviene de él? “Su caligrafía” –diréis–. Pero ¿acaso no hay falsificadores que imitan cualquier tipo de escritura? ¿No hay bribones que pueden saber acerca de vuestros negocios? Sin embargo, existen signos que os impiden equivocaros. Lo mismo sucede en relación con los Espíritus. Imaginad, pues, que es un amigo el que os escribe, o que leéis la obra de un escritor, y juzgad conforme a los mismos criterios.”
EL LIBRO DE LOS MEDIUMS
ALLAN KARDEC
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Pensamientos de Kardec recogidos en el libro "Primer Congreso Internacional Espiritista 1888 - Barcelona"
Estos principios no representan para mí, tan solo una teoría, sino que representan también una práctica.
. ¿Hago el bien, tanto cuanto me lo permite mi posición?
¿Presto el servicio que puedo?
¿He rechazado o tratado con dureza a los pobres?
¿No los he recibido siempre, con la misma benevolencia?
¿He ahorrado alguna vez mis pasos y excusado mis tentativas de prestar servicios? ¿No he sacado de las cárceles, con mi perseverancia a muchos padres de familia? Es cierto que no me pertenece formular el inventario del bien que pude hacer; pero en un momento en el que todo parece olvidarse, debe serme permitido manifestar a los que me sobrevivan, que mi conciencia me dice que no he traicionado a nadie, que he hecho todo el bien que me ha sido posible y que he respetado y no he pedido cuentas a la opinión; sobre este punto mi conciencia esta tranquila, y aunque la ingratitud, en más de una ocasión, haya sido el premio a mis servicios, no por esto he dejado de prestarlos. La ingratitud es uno de los defectos de la humanidad, y como no hay nadie que pueda creerse exento de ellos, dispense a los otros para que me dispensen a mi, a fin de que no pueda decírseme como Jesús: "El que esté exento de pecado, que arroje la primera piedra". Yo continuaré haciendo el mayor bien que pueda aun a mis propios enemigos, porque la cólera no me ciega, y si la ocasión se presenta, les tenderé gozoso la mano para salvarle del precipicio. Véase cómo yo comprendo la caridad cristiana: como una religión que nos ordena devolver bien por mal. No comprendo que jamás pueda prescribirse devolver mal por mal.
Estos principios no representan para mí, tan solo una teoría, sino que representan también una práctica.
. ¿Hago el bien, tanto cuanto me lo permite mi posición?
¿Presto el servicio que puedo?
¿He rechazado o tratado con dureza a los pobres?
¿No los he recibido siempre, con la misma benevolencia?
¿He ahorrado alguna vez mis pasos y excusado mis tentativas de prestar servicios? ¿No he sacado de las cárceles, con mi perseverancia a muchos padres de familia? Es cierto que no me pertenece formular el inventario del bien que pude hacer; pero en un momento en el que todo parece olvidarse, debe serme permitido manifestar a los que me sobrevivan, que mi conciencia me dice que no he traicionado a nadie, que he hecho todo el bien que me ha sido posible y que he respetado y no he pedido cuentas a la opinión; sobre este punto mi conciencia esta tranquila, y aunque la ingratitud, en más de una ocasión, haya sido el premio a mis servicios, no por esto he dejado de prestarlos. La ingratitud es uno de los defectos de la humanidad, y como no hay nadie que pueda creerse exento de ellos, dispense a los otros para que me dispensen a mi, a fin de que no pueda decírseme como Jesús: "El que esté exento de pecado, que arroje la primera piedra". Yo continuaré haciendo el mayor bien que pueda aun a mis propios enemigos, porque la cólera no me ciega, y si la ocasión se presenta, les tenderé gozoso la mano para salvarle del precipicio. Véase cómo yo comprendo la caridad cristiana: como una religión que nos ordena devolver bien por mal. No comprendo que jamás pueda prescribirse devolver mal por mal.
- (Pensamientos íntimos de Allan Kardec. Documento hallado entre sus papeles)
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