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miércoles, 29 de septiembre de 2010
INFLUENCIA DEL ESPIRITISMO SOBRE EL PROGRESO
En más de una oportunidad nos hemos preguntado, en la intimidad de nuestro ser, esta cuestión relacionada con el progreso-individual, lo que es decir. Con el Progreso de la humanidad, del planeta
Toda la sabiduría que el Espiritismo encierra, es una palanca indiscutida para alcanzar ese progreso –que es sinónimo de avance, de prosperidad, de adelanto y por momentos nos parece que no se logra ese progreso en la medida de las necesidades del hombre y la civilización.
KARDEC, en el comentario que adiciona a la respuesta de la pregunta 798 del libro III – Cap.VIII, en el libro de los Espíritus, nos ofrece un panorama perfectamente claro en el accionar de las ideas y sus consecuencias, afirmando: “Las ideas no se transforman sino con el tiempo y jamás súbitamente. Ellas se debilitan degeneración en generación y acaban por desaparecer, poco a poco, con aquellos que la profesaron y que son sustituidos por otros individuos, imbuidos de nuevos principios, como ocurre con las ideas políticas. Vemos el paganismo; seguramente, hoy no hay personas que profesen las ideas religiosas de los tiempos paganos. No obstante, varios siglos después de advenimiento del Cristianismo, ellas dejaron vestigios que sólo la completa renovación de las razas pueden borrar. Ocurrirá lo mismo con el Espiritismo; él hizo mucho progreso, pero aun quedara durante dos o tres generaciones, un fermento de incredulidad que solo el tiempo disipará. Sin embargo, su marcha será más rápida que la del Cristianismo quien le abre el camino y sobre el cual se apoya. El Cristianismo, tenía que destruir; el Espiritismo sólo tiene que edificar”
Y a continuación, preguntaba el ilustre codificador: 799-¿De que manera el Espiritismo puede contribuir para el progreso? – “Destruyendo el materialismo que es una llaga de la sociedad, pues él hace que los hombres comprendan dónde está su verdadero interés. (...) Destruyendo los preconceptos de sectas, de castas y de color, puesto que él enseña a los hombres la gran solidaridad que debe uniros como hermanos”
Bien sabemos que el Espíritu, siguiendo a la ley de evolución, se viene desarrollando a través de los reinos de la naturaleza y a través de los siglos hasta llegar a nuestra especie, información ésta, cabal y racional, que nos llega suministrada por los espíritus Superiores.
De ahí se deduce que el alma trae, al entrar a la vida humana, residuos milenarios, lo que explica su salvajismo, su egoísmo, los sentimientos inferiores que parecen ser el patrimonio de la gran mayoría de los seres.
Para acelerar el progreso espiritual, el Padre Creador viene enviando al Planeta sus instructores que se encargarían de transmitirnos las leyes divinas, que son la directriz de nuestra conducta y que son las que habrán de encaminarnos al bien y a los sentimientos superiores.
El Brahmanismo, cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos, recomienda el coraje moral, la sabiduría, el amor a las criaturas, el sacrificio, la rectitud, la austeridad.
A Krishna le son atribuidas las máximas que establecen la moral de los pueblos; ellas nos enseñan que el orgullo, la avaricia, la crueldad, las pasiones vergonzosas, y otras calamidades por el estilo, torna al hombre despreciable.
Zoroastro, hace muchos siglos, fundó en Persia una religión digna de todo respeto. Jeremías, uno de los mayores profetas del antiguo testamento, (siglo VI a.), tomó la defensa de los oprimidos, clamó por la paz, predicó contra la tiranía, el asesinato, las malas costumbres, dejando al mundo una gran lección y un gran ejemplo.
Buda, 600 años antes de Cristo, presento una religión fundamenta en la misericordia, en el bien, en la instrucción y otras tantas virtudes, recomendando la acción recta, el lenguaje recto, la meditación recta...
En síntesis: no pecar por pensamiento, palabras y obras...
En oriente, refulgieron tres grandes figuras estelares: Lao-Tse, Mencio o Meng-zu (-3& a.C.) y Confucio. El primero presenta el libro de la Razón Suprema y estableció los principios morales que más tarde fueron desarrollados por los otros dos. Mencio, en su Tratado de Moral, les enseña a los hombres su verdadera conducta. Y Confucio resume su amplia enseñanza en una frase: “No hagáis los otros lo que no queréis que os hagan.”
No podemos de dejar de citar a dos genios nacidos en Grecia –Tierra donde florecieron las literaturas, el arte, la filosofía y la política, causando admiración hasta el presente. Diríamos que ellos fueron precursores del cristianismo y que sus ideas se ajustan a las que nos traen los Espíritus, hoy englobadas en la obra imperecedera de Allan Kardec.
Ellos fueron Sócrates y Platón, el primero dejo al segundo, su filosofía: “El hombre es un alma encarnada que existe antes de tomar un cuerpo en la Tierra, a la cual desea volver. Sin embargo, no es en el cuerpo que encontramos la verdad...
Y finalmente el Cristo, quien legó a la humanidad su evangelio de paz, de armonía, de perdón, de amor. Y su mayor máxima fue: “ Amaos los unos a los otros...”
Y nos he dado observar que las ideas transcendentes de todos ellos, permitieron el progreso del hombre, alejando a la barbarie y de igual forma, insuflando en él la idea de la conducta moral, único cambio camino para avanzar en la senda espiritual.
Siglos de experiencias, de oportunidades le fueron otorgados al ser humano para lograr el avance a que esta destinado, rompiendo con las ligaduras que lo ataron a civilizaciones ya desaparecidas, pero que aún dejan vestigios en lo más íntimo del ser, dada su vinculación con el instinto, con el materialismo éste aún pareciera dominar.
Pese a las ideas religiosas transmitidas desde Planos Superiores, la prevalencia de ese materialismo, las distorsionó porque el hombre persiste en su egoísmo y su capricho de considerarse el rey de la Creación...
Y aquellos que se denominaban como representantes de dios sobre la Tierra, se ocuparon más de si organización de verdaderos imperios clericales que dieron lugar a doce siglos de oscurantismo religioso, impidiendo el progreso de la conducta moral, de las artes, de las letras, es decir, del propio ser humano.
En contraposición a ello, surgen movimientos materialistas que pretenden oponer esos estados de “religiosidad” arcaicos y nada espirituales, su desprecio por las leyes divinas, que fueron menospreciadas y alteradas por aquellos que tenían la obligación de cumplirlas y con su ejemplo, permitir que los demás las cumplieran.
La palabra de Dios estaba olvidada, si es que alguna vez se torno recordada. Fue cuando llegó la época en que era preciso estremecer a las conciencias por medios persuasivos, por la fuerza de la prueba.
La ciencia había abierto profundos surcos en las almas y por esos surcos la fe, sin una base segura, sin una lógica esclarecedora, se iba agotando y dejaba si vida las vertientes donde antes corría la savia de la creencia. Y cuando un páramo desértico quedaba el espíritu cuando retirasen de él la idea de Dios, idea que es la linfa vivificante y que el progreso científico haría, seguramente, desfallecer, si la Providencia Divina no nos socorriese de forma inmediata con el remedio salvador.
Pero aquella idea iba empalideciendo en la proporción que los procesos de investigación iban ganado fuerza. La ciencia establecía leyes para los fenómenos.
El Universo se nos presentaba con su mecanismo debidamente estudiado. Ya no era presidido por la voluntad arbitraria de Dios; ya no habían milagros; ya no era el Dios tronante quien preparaba los truenos; los cataclismos ya no representaba la cólera divina, ni la necesidad de oblatas e inmolaciones; ya nuestros destinos, los hechos naturales y la actividad cósmica no dependían de los deseos o caprichos inexplicables del Omnipotente.
Todo pasaba al imperio formidable de la ley, investigando se llega a las causas y se descubren los efectos. Se verifica porqué los astros se movían; se indagaba en la génesis de las enfermedades; se investigaba el origen de los movimientos telúricos... Los descubrimientos mostraban el creciente valor de la materia, en la proporción de que iban huyendo los investigadores del Espíritu. Es que no lo veían en el cuerpos los atomistas; no lo percibían los biólogos; no lo explicaban los filósofos. Y la psicología, de la cual todos se esperaban, mancomunada con las demás disciplinas, entraba a vislumbrar en las acciones psíquicas las influencias somáticas. Era el completo desbaratar de las religiones, impotentes ante el avance del progreso material, sin fuerza moral delante de la propia ruina por sus realizaciones inmortales.
Es que las religiones habían alimentado el pensamiento materialista en el hombre, frente a la manipulación de la idea espiritualista, negando con los hechos lo que la prédica clerical afirmaba... Y todo un desfile de sucesos sangrientos que mancillaron a la historia y al cristianismo cobraba forma patética de lo que representaban esas religiones...
Descubrir cualquier cosa que, implícita o explícitamente, entrase en desacuerdos con la Sagrada Escritura, o sea con la palabra de Dios, que nadie sabía quién lo oyó o como nos la habían transmitido, era tener por cierta la cremación en la plaza pública, para escarmiento para los herejes.
No obstante, la Divinidad está atenta al desarrollo intelecto- moral del hombre y una vez más, acude en su auxilio, pues había llegado el momento preciso en que era necesario llamar la atención de este mundo para los misterios del otro. Comenzaba una nueva era en la que los hombres se debían encaminar hacia la armonía y hacia la paz. Fue lo que declararon los espíritus, cuando les indagaron la razón de aquellos ruidos y a qué venían...
Nuestro deseo –ellos respondieron- es que la humanidad viva en armonía y que los escépticos se convenzan de la inmortalidad del alma...
No se comprendía bien lo que eran aquellos fenómenos y a qué venían ellos. El gran papel que el Espiritismo tenía que representar no estaba bien definido, a pesar del aviso dado por los primeros fenómenos.
Era preciso poner en orden las piezas dispersas, darles un sentido, explicarlas, traer la luz que habría de esclarecer el gran momento que despuntaba en la faz del mundo, que habría de transformar a ese mundo de dolores en mundo de esperanzas.
Fue cuando Allan Kardec apareció en el gran escenario espiritual.
Y es él que nos enseña: “El progreso de la humanidad tiene su principio en la aplicación de la ley de justicia, de amor y caridad. Esa ley está fundada sobre la cabeza del futuro; quitadle esa certeza y le quitaréis su piedra fundamental. De esa ley derivan todas las otras, porque ella encierra todas las condiciones de felicidad del hombre y sólo ella puede curar las llagas de la sociedad y él puede juzgar, por la comparación de las épocas y los pueblos, cuánto su condición mejora a medida que esa ley es mejor comprendida y practicada”. – L. E., conclusión, IV. Y dice más aún, con una sorprendente visión del futuro: “Por medio de Espiritismo, la humanidad debe entrar en una fase nueva, la del progreso moral, que es su consecuencia inevitable, ídem V
Transcurrido este lapso de tiempo, desde el surgimiento del Espiritismo, sería muy ciega nuestra percepción si no valoráramos cuánto ha influido y proseguirá influyendo el espiritismo en la marcha del progreso de la humanidad.
Sólo de pensar que, aquellos que adoptamos su Doctrina como forma de vida y que se suman por millones – nada comparado con el cúmulo de seres encarnados y desencarnados que estamos vinculados a la Tierra, es verdad- y que ya disponemos de otra conciencia moral, aportando nuestros pensamientos más fraternos, más cristianos, más responsables, estamos colaborando en abrir canales de inspiración elevada que nos llegan de los planos superiores, que mejoraran nuestros sentimientos, al tiempo que también se abren espacios para la vivencia de la paz, que aún continua siendo la gran ausente de la familia humana.
Trabajo realizado por:
Juan Antonio Durante
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