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sábado, 2 de octubre de 2010
Respuesta del Más Allá
Me pide la señora en el concurso de Espíritu desencarnado para la solución de problemas domésticos en el sector de educación de los hijitos que Dios le confió. Me conforma sobremanera, su generosidad; entre tanto, amiga mía, la opinión de los muertos, esclarecidos en la realidad que les constituye el nuevo ambiente, será muy diferente del concepto general.
La verdad es que el túmulo nos proporciona la renovación de los preceptos que nos pautaban las actitudes.
Allá en el mundo, vestidos con el viejo manto de las fantasías, raros padres consiguen huir de la ceguera de la sangre. De orientadores positivos, que deberíamos ser, pasamos a la condición de servidores menos dignos de los hijos que la providencia nos entregó, por algún tiempo, al cariño y a nuestro cuidado.
En Europa, trabajada por el sufrimiento, existen colectividades que ya se acautelan contra los peligros de la inconsciencia infantil entre niños y caprichos satisfechos. Conocemos, por ejemplo, un refrán ingles que recomienda: - “evita la vara y ríndete a la criatura”. Más en América, generalmente, evitamos los defectos de la criatura para que el joven nos deje la vara logrando que pueda vestirse sin nosotros. Naturalmente que los británicos no son padres desnaturalizados, ni monstruos que atormentan a los niños al anochecer, más comprendieron, antes que nosotros, que el amor, para educar, no prescinde de la energía y que la ternura por más valiosa que sea, no puede dispensar el esclarecimiento.
Dentro del Nuevo Mundo, y principalmente en nuestros País, las criaturas son pequeños y detestables señores del hogar que, a los pocos, se transforman en peligrosos verdugos. Los llenamos de juguetes inútiles y de cariños perjudiciales, sin vigilancia necesaria, ante el futuro incierto. Recuerdo, admirado, el tiempo en que se consideraba héroe al genitor que robase un guiso para satisfacer la impertinencia de algún pequeñín tragón y, muchas veces, recuerdo, avergonzado, la veneración sincera con que veía ciertas madres insensatas desboronarse en llanto por la imposibilidad de adquirir una gran muñeca para la hija exigente. La muerte, todavía, me enseño que todo eso no pasa de locura del corazón.
Es necesario despertar la alegría y encender la luz de la felicidad en torno de las almas que recomienzan la lucha humana, en tiernos cuerpos, y muchas veces enfermizos. Fuera la tiranía doméstica sustraerla al sol, al jardín, a la Naturaleza. Seria un crimen cerrarles la sonrisa graciosa, con los rayos inoportunos, cuando sus ojos ingenuos y confiados nos piden comprensión. Entre tanto, amiga mía, no dejemos de proporcionarles la alegría constructiva, ni de preocuparnos de su felicidad real. Las viciamos simplemente.
Comenzamos la tarea ingrata, habituando a las peores palabras en la boca de la astucia e incentivándolos a las más pequeñas agresividad risueña. Nos horrorizamos cuando alguien nos habla de corregir el trabajo. La palmeta y la oficina se destinan a los hijos ajenos. Convertimos el hogar, santuario edificante que la Majestad Divina nos confía en la Tierra, en una fortaleza odiosa, dentro de la cual enseñamos el menosprecio a los vecinos y la guerra sistemática a los semejantes. Satisfaciendo los caprichos, nos disponemos a pisar afectos sublimes, hiriendo a nuestros mejores amigos y descendiendo a los hondos abismos del ridículo y de la estupidez. Fieles a sus desproporcionadas exigencias, fallamos en el setenta por ciento de nuestras oportunidades de realización espiritual en la existencia terrestre. Envejecemos prematuramente, contraemos dolorosas enfermedades del alma, y, casi siempre, solo reconocen alguna cosa de nuestra renuncia frívola; cuando el matrimonio y la familia los afrontan, en el extenso camino de la vida, dilatándoles obligaciones y trabajos. Aun así, si la piedad no comparece en el cuadro de sus concepciones renovadas, nos convertimos en abuelos esclavos y sumisos.
La muerte, sin embargo, toma nuestra alma en su red infalible para que nos aconsejemos, de nuevo, con la verdad. Nos cae la venda de los ojos y observemos que nuestros supuestos sacrificios no representaban nada más que amargo engaño de la personalidad egoísta. Nuestras largas vigilias y atritos angustiosos eran, apenas, la defensa inútil del mentiroso sistema de protección familiar. Y humillados, vencidos intentamos en balde el ejercicio tardío de la corrección. Absolutamente desamparados de nuestra lealtad y de nuestra indeseable ternura, los hijos de nuestro amor real, en la vida fuera, aprendiendo en la aspereza del camino común. Es que, antes de ser los descendientes temporales de nuestra sangre, eran compañeros espirituales del campo infinito de la vida, y, se volvieron al internado de la encarnación, y que necesitaban atender el rescate, junto a nosotros, adquiriendo más luz y entendimiento. No debíamos rodearlos de mismos inútiles, más si de lecciones provechosas, preparándolos, cara a las exigencias de la evolución y del mejoramiento para la vida eterna.
De ese modo, amiga mía, use sus recursos educativos compatibles con el temperamento de cada bebe, encaminándoles el paso, desde la cuna, en el camino del trabajo y del bien, de la verdad y de la comprensión, porque las escuelas publicas o particulares instruyen la inteligencia, más no se pueden responsabilizar por la edificación del sentimiento. En cada ciudad del mundo puede haber un Pestalozzi que coopera en la formación del carácter infantil, más nadie puede sustituir a los padres en la esfera educativa del corazón.
Si la señora, sin embargo, no acredita en mis palabras, por ser hijas de la realidad, que no se indisfrazable y dura, ejercite exclusivamente el cariño y espere por la lección del futuro, sin incomodarse con mis consejos, porque yo también, si aun estuviese envuelto en la carne terrestre y si un amigo de “otro mundo” me viniese a trazar los avisos que le doy, probablemente no los aceptaría.
pelo Espírito Irmão X - Do livro "Luz no Lar" - psicografia de Francisco Cândido Xavier
Con mucho amor y cariño de
http://www.merchita926.divulgacion.org/
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