En la actividad religiosa, mucha gente cree en la reforma de la personalidad, desde que el discípulo de la fe se desliga de ciertos bienes materiales.
Aún hoy, muchos amigos del Evangelio prosiguen cayendo en sus aspiraciones y esperanzas por acompañar a Cristo a distancia, recelosos de perder gratificaciones inmediatas; cuando son llamados al testimonio importante, se demoran en las cercanías de la arena de luchas redentora, entre los siervos de las convenciones utilitaristas, asestando binóculos de examen, a fin de observar cómo será el fin de los servicios ajenos.
Cuando distribuimos ropa y alimentos entre los necesitados somos catalogados como renovados en el Señor, con todo, esto constituye una modalidad de la verdadera transformación, sin representar el conjunto de las características correspondientes del verdadero hombre de Bien.
Son muchos los que se despojan de bienes a favor de los necesitados, pero no ceden terreno de la opinión personal, en el esfuerzo sublime de la renuncia.
De los errores muchas veces se aprende, de un gran mal puede resultar un gran bien, no podemos olvidar que Dios escribe derecho en renglones torcidos.
Jesús en su misión necesita de trabajadores para que la simiente se esparza y llegue a todas partes, pero al igual que en un hospital, el médico es la pieza principal, no por eso prescinde de los enfermeros y de todos los componentes que tiene que haber para que el funcione debidamente. Todos no pueden ejercer la misma tarea, y las más delicadas requieren obreros laboriosos que tengan la especialidad para poder ejercer bien la función, lo que sí es verdad que dentro de esa especialidad, muchos son laboriosos y en todo momento se esfuerzan en trabajar y cumplir con los requisitos, otros en cambio a la menor contrariedad o problema no son capaces de rendir igual, se quedan rezagados para no verse implicados en los problemas si los hubiera. Una vez que todo pasa, se sienten fracasados en su labor, no fueron capaces de dar testimonio, y se lamentan como le paso a Pedro cuando Jesús le dijo que lo negaría por tres veces, el en vez de prepararse para que no fuera así, se olvido de la recomendación y cuando llego la hora de rendir testimonio, fracaso siendo desleal a aquel a quien tanto amaba.
El Evangelio permanece en el mundo como bendita mies celestial destinada a enriquecer el espíritu humano, entretanto, el porcentaje de criaturas dispuestas al trabajo de la siega es muy reducido. La mayoría aguarda el trigo beneficiado o el pan completo para su entera alimentación.
Rarísimos son aquellos que enfrentan los temporales, el rigor del trabajo y las peligrosas sorpresas que el esfuerzo de recoger reclama del trabajador devoto y fiel.
En razón de eso, la multitud de los desesperados y desilusionados continua pasando en el mundo, en fila creciente, a través de los siglos.
Los abnegados operarios de Cristo prosiguen cargados en virtud de tantos hambrientos que rodean la mies, sin el coraje preciso de buscar por si el alimento de la vida eterna. Y ese cuadro persistirá en la Tierra, hasta que los buenos trabajadores se decidan a no pasar por desapercibidos, las recomendaciones del Evangelio, porque él es el manuscrito querido que nos llevara a la sublime ciudad de la Luz, donde siempre el testimonio es dado cien por cien.
Procuremos estar atentos, para rendir en su momento nuestro testimonio, para que no lamentemos el fracaso laborioso de muchos días, en un momento de descuido personal, al dejar fracasar la obra que nos fue encomendada, dentro de la pequeñez que aun nos caracteriza.
Los ciegos de espíritu continuaran, quejosos; entretanto, los que despertaron para Jesús saben que su época de trabajo redentor esta pronta. No paso, tampoco está por venir. Es el día de hoy, es la oportunidad bendita de servir, en nombre del señor, aquí y ahora…
- Merchita -
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