Durante toda la vida física, el cuerpo humano es palco de durísima batalla interna. Los luchadores son los genes del sexo masculino y femenino, que disputan la supremacía territorial. Esa afirmativa surgió cara a la conclusión de una investigación conducida por el Laboratorio Europeo de Biología Molecular de Heidelberg, en Alemania. Esto es porque, antes, se acreditaba que, una vez determinado nuestro sexo, todavía en el embrión, este predominaba absoluto. Todavía, los científicos del Laboratorio de Heidelberg consiguieron probar que la definición de género forma parte de un proceso muy complejo. Ellos transformaron ratoncillo hembras en machos, por medio de una alteración genética. Gracias a una técnica especial, los investigadores consiguieron desactivar el gen Foxl2, presente en las células del ovario. En dos días, las células que guardan los óvulos en maduración y producen hormonas femeninas, adquirieron las características de las células masculinas presentes en los testículos. El descubrimiento señala la dirección de que la definición, entre macho y hembra, es más complicada de lo que lo es la simple presencia de un gen.
El sexo artificial no es contrario a las Leyes de Dios, sin embargo, en Brasil, la legislación no permite esa técnica, excepto para prevenir dolencias genéticas relacionadas con el sexo. En el siglo XIX, Kardec preguntó a los Espíritus si era contrario a la ley de la Naturaleza el perfeccionamiento de las razas animales y vegetales por la Ciencia y obtuvo la siguiente respuesta: “Todo se debe hacer para llegar a la perfección y el propio hombre es un instrumento del que Dios se sirve para conseguir sus fines. Siendo la perfección la meta que tiende la Naturaleza, favorecer esa perfección es corresponder a las miras de Dios.”(1) Por tanto, es permitido al hombre intervenir en la Naturaleza. Con todo, sin olvidar que, por poseer libre albedrio para actuar de acuerdo con su pensamiento y sus convicciones, tiene la responsabilidad por todas sus acciones. De este modo, el actuar humano, en la intervención sobre la vida, debe estar encaminado por los valores morales superiores e intenciones elevadas.
El alcance de la ingeniería genética es visto con naturalidad por el Espiritismo. Entendemos, también, que no nos cabe a nosotros, establecer cualquier juicio extremo, sea en contra o a favor de esta o aquella tecnología en el campo genético, sino, tan solamente, ofrecer en el comentario, algunas reflexiones doctrinarias, para que cada lector forme la propia convicción, respetando el libre albedrio con el que todos somos dotados.
Los espíritas saben que, “la genética no está sometida a leyes puramente físicas, pues, se encuentra presididas por numerosos agentes psíquicos que la ciencia humana está lejos de formular, dentro de los acuñados postulados academicistas. Los genes (agentes psíquicos), muchas veces, son movidos por los mensajeros del plano espiritual; encargados de esa o de aquella tarea junto a las corrientes de la profunda fuente de la vida. Es porque, a los genéticistas, comúnmente, se deparaban incógnitas inesperadas, que rompen el centro de sus anteriores lecciones.” (2)
Los Benefactores elucidan que la “naturaleza del orbe viene mejorando al hombre, continuamente, en sus procesos de selección natural. En ese sentido, la genética solo puede actuar, copiando a la propia naturaleza material. Si esa ciencia, con todo, investigara los factores espirituales, adhiriendo a los elevados principios que objetivaron la iluminación de las almas humanas, entonces podrán crear un vasto servicio de mejoramiento y regeneración del hombre espiritual en el mundo, aun mismo porque, de otro modo, podrá ser una notable mentora de la eugenesia, una gran escultora de las formas celulares, más estará siempre fría por el espíritu humano, pudiendo transformarse en títere abominables en las manos impiadosas de los políticos racistas,” (3)
¿Será que las combinaciones de “genes”, conseguidas por la genética, pueden imprimir, en el ser humano, ciertas facultades o ciertas tendencias? La tesis manuelina dice que “algunos científicos en la actualidad proclaman esas posibilidades, olvidando, sin embargo, que la vocación o facultad es atributo de la individualización espiritual, inaccesible a sus procesos de observación. Los genéticistas pueden realizar numerosas demostraciones en las células materiales; todavía, esas experiencias no pasaron de esa zona superficial, tratándose en sí de las conquistas, de las pruebas o de la posición evolutiva de los espíritus encarnados.” (4)
Es urgente en una ética para la genética, estableciendo límites y cerceando el desenvolvimiento de sueños trágicos que tornan al ser humano conejo para experimentos inescrupulosos. Cuando la Ciencia, a través de los nobles investigadores, se enseñoree de la realidad del espíritu, comprenderá la necesidad de establecerse un código de respeto a la vida, de este modo, necesita de una bioética fundamentada en la reverencia y en la dignidad de la criatura humana.
El hombre nada crea, apenas descubre la forma de manipular lo que está en la naturaleza y transforma los elementos disponibles. De ese modo, el científico puede aproximar, artificialmente, de los gametos humanos, colocando, juntos, óvulos y espermatozoides en una placa de cultivo. Puede, hasta, conseguir que se efectuara la fusión inicial de gametos, sin la presencia de células amorfas, incapaz de desenvolverse hasta la formación de un ser humano.
La elección de sexo del futuro hijo es, hoy, una posibilidad de la Genética, ofrecida a los padres. “Les cumple, no obstante, respetar, obviamente, los designios divinos, considerando que, desde el primer hombre en la faz de la tierra, tal decisión es divina.” (5) Dios puede delegar, al hombre, ese poder, “desde que se procese el clima de profunda reflexión y oración, para que la intuición fluya del Plano Mayor.” (6)
No se puede olvidar que, desde antes de la fecundación, el espíritu reencarnado, ligado al ovulo, expresa su polaridad sexual por una vibración típica. En función de esa característica, de sus energías, pasará a atraer y conducir, con equilibrio y precisión, el espermatozoide más credenciero para la formación del sexo del futuro ser, que será masculino (espermatozoide Y) quiere femenino (espermatozoide X) eso. Porque la sede real del sexo no se halla en el vehículo físico, más si, en el ente espiritual. El sexo es, por tanto, mental en sus impulsos y manifestaciones, trascendiendo cualquier impositivo de la forma en que se manifieste y “reside en la mente, para expresarse en el cuerpo espiritual y, consecuentemente, en el cuerpo físico.” (7)
Sabemos que es un tema instigador, más recordemos que, si la propia reencarnación, a través de la fecundación asistida, obedece a los planos más Altos, como dudar de que los demás progresos de la ingeniería genética, también, están llegando al planeta Tierra bajo la supervisión del Bien.
Jorge Hessen
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