El sufrimiento forma parte de la vida, por ser un mecanismo de la naturaleza, a través del cual, el progreso intelecto-moral se expresa y consolida, es una ley de nuestro mundo. En todas las condiciones, en todas las edades, bajo todos los climas, el hombre ha sufrido y también ha llorado. Millares de criaturas, a pesar del progreso alcanzado se inclinan aun por el peso del dolor.
El rico como el pobre sufre en la carne y en el corazón, en el seno de la abundancia, observamos sentimientos de abrumación, una vaga tristeza se apodera a veces de las almas delicadas. Comprenden que la felicidad es algo irrealizable en la Tierra y que solo luce con fugitivos relámpagos. Todos aspiramos a vidas y mundos mejores, todos sentimos dentro la intuición de que la Tierra no lo es todo. Con la Doctrina de los Espíritus, esa intuición desaparece porque aprendemos donde vamos de dónde venimos y porque sufrimos y para qué estamos aquí. Entrevemos más allá de la Tierra, de las sombras y de las angustias el alborear de una nueva vida.
Para pesar los bienes y los males de la existencia; para saber lo que es la felicidad y la verdadera desdicha, tenemos que elevarnos por encima del circulo estrecho de la vida terrena. El conocimiento de la vida futura y de la suerte que nos espera en ella nos permite medir las consecuencias de nuestros actos y su influencia sobre nuestro porvenir.
El diamante bruto aguarda la lapidación para brillar como una estrella luminosa.
Los metales necesitan de altas temperaturas, a fin de amoldarse a la belleza y a la utilidad.
La madera soporta los instrumentos cortantes para desempeñar los papeles relevantes a que está destinada.
El rió cava el propio lecho por donde corre. Igualmente, el espíritu necesita lapidar las aristas que ocultan su luminosidad y para eso, el sufrimiento se presenta como un hecho normal, que el conocimiento y la fuerza de la voluntad consiguen conducir con equilibrio, alcanzando la finalidad sublime a la que se encuentra destinado.
El sufrimiento adquiere diversas dimensiones, está vinculado a la sensibilidad de cada uno.
El bruto es cruel y perturbador en su dolor, estalla con agresividad y locura.
El santo y asceta encuentra en su dolor un medio de liberación y crecimiento íntimo.
La desgracia para el que solo mira el presente, puede ser la pobreza, los achaques o la enfermedad. Para el Espíritu desvinculado de lo Alto, será el amor al placer, la soberbia, y la vida inútil y culpable. No podemos juzgar una cosa sin ver todo lo que de ella se deduce, y, por eso, nadie comprenderá la vida si no conoce su finalidad y sus leyes.
Disminuir su intensidad o calmarlo, es la gran meta de todo el que sufre. Sin embargo, el dolor no es una punición, es un excelente mecanismo de la vida al servicio de la propia vida. El forma parte de la etapa evolutiva del orbe y de todos cuantos aquí se encuentran, marchando hacia planos más elevados.
Todo esfuerzo para mitigarlo, sin la remoción de las causas, no lograra sino paliativos, postergaciones. Aunque alguna circunstancia premie al enfermo con una súbita liberación, si la terapia no alcanzo las razones que lo desencadenan, el transitará de una problemática a otra sin conseguir la salud real.
Esto es porque, en todo proceso degenerativo o de aflicción, el espíritu, en si mismo, es siempre el responsable, consciente o no. Y naturalmente, solo cuando opta por la armonía interior, se opera la conquista de la paz.
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