Los hechos espiritas se manifiestan, hoy, en todas partes, ellos constituyen una voz que parte de todos los puntos del globo y repercute, de lado a lado, despertando al hombre de la letárgica y animándolo a marchar, con valentía, por el camino de la espiritualidad que conduce a la Vida Eterna. Se puede decir que no hay una sola ciudad del mundo, una sola aldea, aun en los más lejos rincones del planeta, en que manifestaciones extraordinarias no se hayan verificado, con la admiración de unos, y mala voluntad y repulsa de otros. En los medios humildes, como en la alta sociedad, en las zonas científicas, como entre los elementos clericales, los fenómenos espiritas de carácter ostensivo constituyen la gran luz que viene a iluminar a los hombres el puerto de salvación. Ho hay una sola familia que no cuente un hecho “anormal” que le haya ocurrido.
Eso viene a probar que los fenómenos espiritas tienen un carácter verdaderamente providencial. Y no se puede explicar de otro modo esos hechos ostensivos, espontáneos, independientes de toda voluntad humana y de todos los poderes terrestres, hechos, digamos de paso, que señalan una inteligencia superior a las inteligencias de la tierra, llena de presión, de concisión y altamente científica.
Quien lea con atención los relatos de materializaciones, de manifestaciones, de aportes, de fotografías, testimoniadas por hombres como William Crookes, Russel Wallace, Oliver Lodge, Paul Gibier, César Lombroso, Ernesto Bozzano y cientos de otros sabios de responsabilidad moral y científica, que no puede negar el gran valor moral y científico de esas manifestaciones, fenómenos tan trascendentes que todos esos sabios unidos – físicos, químicos, fisiólogos, anatomistas, etc., son incapaces de producirlos en su mínima parte.
¿En vista de eso podrán esos hechos ser recibidos como ocurrencias simplemente anormales, sin una causa maestra que tiene intenciones superiores, determinativas para un fin moral y de alta relevancia espiritual?
Ciertamente no se puede concluir que un efecto inteligente deje de tener, a su vez, una causa inteligente y una intención cualquiera, digna de nuestra observación, de nuestro estudio y de nuestra meditación. Todos los fenómenos de la vida actual, aun los más rudimentarios, tienen una causa y un objetivo, como verificamos en la vida de los seres que pueblan nuestro mundo. No se enciende una luz sin que un factor no se mueva, un intermediario no aparezca y no se vea el fin para el cual esa luz se destina.
La fenomenología espirita, verificada en todas las épocas y en todos los países, por todas las generaciones que vivieron en este mundo, ha sido, en todos los tiempos, el principio básico de la fe que dignifica al ser humano.
Antiguamente, debido a la deficiencia de la inteligencia para juzgar las cosas espirituales, ella fue dirigida para la clase de cosas sobrenaturales , y los “expertos” que tomaron para sí la misión de guiar a los hombres la guardaron en la “urna de los milagros” para, más cómodamente, mantener su dominio sobre las masas.
Los filósofos y los sabios, asignado a una psicología retardada que había cristalizado todos sus métodos de enseñanza, no pudieron comprender el alcance de esos hechos que solo eran recibidos, religiosamente, por los hijos del pueblo.
Explorando la obra de los estudios fisiológicos, aunque desde tiempos pasados los fenómenos psíquicos tuviesen larga extensión, quedamos con la oscuridad sobre la existencia o no existencia del alma, lo que prueba que la antigua psicología no ofrecía a los sabios de entonces los elementos precisos para la resolución del mayor de todos los problemas que debe resolver la suerte del destino humano.
Fue preciso que nuevas mentalidades viniesen a desbravar el campo del Animismo, obligando, después, a las barreras de lo sobrenatural y del misterio, para que la luz irradiase en los horizontes, y un nuevo método de estudio de esa creación de la Psicología Experimental, que extendió su área a las regiones inexploradas del alma humana, en esta fase de la vida, alargando su acción al mundo ultrasensible que nos rodea y para donde tendremos que ir.
Y, de ese estudio experimental, se llegó a la conclusión de las intenciones morales y científicas de los fenómenos psíquicos, base fundamental del Animismo y del Espiritismo, que se hallan en intima ligación con todas las ciencias, dándoles un cuño superior de progreso, completándolas con las nuevas verdades que vienen a quitarles las dificultades en las que se hallan, para resolver ciertos problemas, cuya oscuridad veda su acción progresiva en la perfección de las gentes, en la evolución de todos los conocimientos que deben constituir y proporcionar el bienestar de los pueblos. Ofreciendo a todos las insignias inconfundibles de alta Moral Cristiana, con todas las Enseñanzas filosóficas de su Instituidor, los fenómenos espiritas, parte integrante de la Revelación sobre la cual Jesús dijo haber fundado su Iglesia, son, de hecho, las demostraciones claras, legibles y palpables de la Inmortalidad, única base verdadera de Fe, de Amor y de Sabiduría.
Sin los hechos, no hay religión, ni ciencia que pueda prevalecer. A la química se pide reacciones; a las matemáticas, números, leyes de equilibrio. Para merecer el nombre de ciencia, es preciso que se demuestre esta o aquella con pruebas positivas.
Los fenómenos psíquicos, no hay, absolutamente, duda, echan mano de la luz que ilumina la verdad que salva. Solo por ellos, nos podemos convencer de la sobrevivencia espiritual y, consecuentemente, de nuestros deberes para con nuestros semejantes y para con Dios.
Las consecuencias filosóficas de los hechos espiritas nos traen, como contribución de progreso y bienestar, leyes olvidadas por los hombres y destinadas a establecer en la Tierra el reinado de la Fraternidad, bajo la Paternidad de Dios.
No quieran nuestros adversarios desviar los objetivos de la Fenomenología Espirita, atribuyéndoles teorías malsanas que no sean coherentes con sus hechos.
Acuérdense bien que todas las teorías inventadas para dar explicaciones de los fenómenos caerán por tierra por ser insostenibles.
“Los hechos son persistentes” – como dijo el Profesor Lombroso y, cara a los hechos, el investigador perspicaz e inteligente ha de verificarlos de naturaleza anímica y de naturaleza espirita, más, sean unos o sean otros, ninguna explicación pueden tener, sin la existencia del alma y de su sobrevivencia a la muerte del cuerpo carnal. Esa es la verdad que nadie, con buenos fundamentos, osara contestar.
Traducido por M. C. R.
Publicado en RIE en julio de 1934
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