..... Nadie escapa a los compromisos que constituyen la vida. Programada de manera para que eduque y fortalezca, sus aprendices no la pueden burlar indefinidamente. Enfrentar las vicisitudes y superar los valores indicativos de prosperidad, del placer injustificable, es como se debe evitar el sufrimiento. Es verdad que un número significativo de placeres se presentan sin riesgo de convertirse en factor de aflicción.
Por tanto, cuando se tiene conciencia del sufrimiento, es fácilmente evitable.
La escala de valores, para muchos individuos, se presenta invertida, teniendo por base lo inmediato, lo arriesgado, lo vulgar y lo promiscuo, el poder transitorio, la fuerza, como relevantes para la vida.
Las fiestas ruidosas llaman la atención, las compañías jóvenes e irresponsables despiertan interés, las conversaciones vulgares producen alegría, que son satisfacciones de un momento, responsables por sufrimientos de largo porte.
El hombre vive en la tierra bajo la acción de miedos: a la enfermedad, a la pobreza, a la soledad, al desamor, al fracaso, a la muerte. Esa conducta es el resultado de su falta de preparación para los fenómenos normales de la existencia, que debe encarar como proceso de evolución.
“Los sufrimientos debido a causas anteriores a la existencia presente, como los que se originan de culpas actuales, muchas veces son la consecuencia de la falta cometidas, esto es, el hombre, por la acción de una rigurosa justicia distributiva, sufre lo que hizo sufrir a otros”.
El odio es el causante de muchos sufrimientos, es responsable por las más torpes calamidades sociales y humanas de que se tiene conocimiento.
Cuando se instale en nuestros corazones hay que poner el máximo empeño en desarticularlo, sino se hace ese trabajo, él se irradia y cunde la infelicidad.
Como es pestilente, contamina con facilidad, transfigurándose como irritación, ansiedad, rebeldía y otros dañinos mecanismos psicológicos reactivos.
El amor es el antídoto para todas las causas del sufrimiento, por proceder del Divino Psiquismo, que genera y sustenta la vida en todas sus expresiones.
Iluminado por el amor, el hombre discierne, aspira, actúa, y se entrega confiado, irradiando una energía vitalizadora, gracias a la cual se renueva siempre y altera para mejor el paisaje por donde se moviliza.
El sufrimiento precisa ser superado, y el único medio de superarlo, es soportándolo.
Eso lo aprendemos solamente con Jesucristo. Jesús sintetizo en el amor la fuerza poderosa para la anulación de las causas infelices del sufrimiento y para su compensación por el bien.
Allan Kardec, a través de la observancia de las lecciones del Evangelio y de las directrices propuestas por los Espíritus Superiores, aludiendo a Jesús, presento la caridad como siendo la vía real para la salvación, la adquisición de la salud integral.
La caridad, que es el amor en su expresión más elevada, para ser real exige la iluminación de quien la practica, posibilitando, una constante depuración de propósitos que inducen a la abnegación y a la victoria sobre las tendencias primitivas, que permanecen dominantes.
Delante de todos los enfermos que Lo buscaban, Jesús era decisivo, en relación con la actitud del paciente, que debía creer en El y en la recuperación de su salud.
La Fe todo lo puede, pues acciona inexplorados mecanismos del hombre, generadores de fuerzas no utilizadas, modificando por completo el paisaje interno y después externo del ser.
La fe mueve montañas, cuando se presenta, estimula a la acción y vibra interiormente, produciendo energías que vitalizan toda la maquinaria por la cual se moviliza.
Creer correctamente conduce al querer correctamente.
El sufrimiento de cualquier naturaleza, cuando es aceptado con resignación y toda aflicción actual posee sus nacientes en los hechos pretéritos del espíritu rebelde – propicia renovaciones intimas con amplias posibilidades de progreso, factor preponderante de felicidad.
El dolor faculta el desgaste de las imperfecciones, además de propiciar el descubrimiento de valiosos recursos inagotables del ser.
Sublimado por el sufrimiento reparador, el espíritu se libera.
Mateo dijo: “De tal modo vuestra luz brille delante de los hombres, para que ellos vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos”.
“De donde se sigue que, tanto en las pequeñas como en las grandes cosas, el hombre es siempre castigado por donde ha pecado. Los sufrimientos que son consecuencia, le advierten que ha obrado mal”.
¡OH! ¡Dolor bendito, liberador de esclavos, discreto amigo de los orgullosos, hermano de los santos, mensajero de la verdad, tanto necesitamos de tu concurso, que parece ángel que bajó al servicio de la Misericordia, para sustentarnos en la lucha redentora! Enséñanos a descubrir la receta de la humildad para que avancemos con éxito.
El dolor ha reinado siempre como soberano en el mundo y, sin embargo, un examen atento nos demostraría con cuanta sabiduría y con qué previsión la voluntad divina ha graduado sus efectos. En las primeras edades de nuestro planeta, el dolor constituía la única escuela y el único acicate para los seres. Pero poco a poco, el sufrimiento se atenúa; los males espantosos, la peste, la lepra y el hambre, permanentes en otros tiempos, casi han desaparecido. El hombre ha dominado a los elementos, ha aproximado las distancias y ha conquistado la Tierra. La esclavitud ya no existe. Todo evoluciona y progresa. Lenta, pero seguramente, a pesar de los retrocesos inherentes a la libertad, la humanidad mejora. Tengamos confianza en la Potencia directora del Universo. Nuestro espíritu limitado no sabe discernir el conjunto de los medios. Solo Dios posee la noción exacta de esta ritmada cadencia, de esta alternativa necesaria de la vida y de la muerte, de la noche y del día, del placer y del dolor, de donde se desprenden finalmente la felicidad y la elevación de los seres, dejémosle, pues, el cuidado de Su Obra.
Mientras tanto busquemos el remedio para los padecimientos en la fe muy valiosa en el corazón del creyente, es una fuerza poderosa que sustenta la vida en el camino de la ascensión espiritual. Es, indiscutiblemente, el mayor remedio para todos los males. Es la disposición de la esperanza que sustenta siempre la confianza en Dios, manteniéndolo VIVO en la conciencia, haciendo sentir a Jesús guiándonos en todos los derroteros del aprendizaje, en la esfera en que nos encontramos, por misericordia de Dios, que es la Tierra. Es Cristo comandando a todos, y pidiéndonos que confiemos en Dios y en Su asistencia; es la fe la que realmente transporta las montañas y se torna en armonía en el complejo físico, traduciéndose en salud física para el cuerpo y espiritual para el alma. Es el remedio infalible, como siendo bendición de Dios, que puede nacer dentro de nosotros, curarnos y ayudar a nuestros compañeros.
La fe no tiene limites; ella tanto trabaja en el mundo ,material como en el espiritual; es humana y divina, es hija de Dios en las manos de Cristo. Aun mismo en las tinieblas, se hace Luz cuando despierta; en las horas de grandes aflicciones, ella se transforma en paz, estableciendo armonía y llevándonos al amor, en alas de esperanza.
La Tierra aun no es lugar de gozo; es lugar de expiación y de pruebas, donde los sufrimientos actúan en proporciones inmensurables; es como un gran hospital, lleno de almas en reparo, llorando sufriendo en busca de la cura de sus males. Más, como en cada casa de salud, en ella no existe solamente gente enferma; hay muchos que están en ella para ayudar a curar a los enfermos y, por tanto, Dios envió la Doctrina Espirita, bajo la egida de Jesús, para enseñarnos a cultivar la fe, la confianza, a amar a todos y a todo, amar a Dios en todo donde se constate el trabajo de Su generosa bondad.
El Espiritismo nos trae paginas lindas acerca de las leyes naturales, y nos ayuda a convivir con ellas, respetándolas de modo que las establezcamos en nuestra intimidad creando armonía divina, para la divina salud del cuerpo y del Espíritu. Por tanto hemos de hacer nuestra parte, para que tengamos fuerza para curarnos a nosotros mismos, en el sustento de la vida sobre la Tierra. Es preciso que sepamos:
Que el remedio para el odio es el amor,
Para la violencia el perdón,
Para la usura, el desprendimiento.
Para la desconfianza la fe que restablece el equilibrio en lo más profundo del ser.
La Doctrina Espirita vino a restablecer la Doctrina de Cristo de Dios, haciendo a la humanidad recordar la mayor figura que piso la faz de la Tierra. Se habla mucho del paraíso, de los grandes profetas hasta nuestros días, sin embargo, el todavía se encuentra distante, porque sus raíces se encuentran dentro de cada uno, en los valores que granjeamos aun en estado de sueño, aguardando, nuestra buena voluntad, para que ellos actúen en el ejercicio del bien, en las líneas del amor y de la caridad.
El Espiritismo es un curso que los Cielos mandaron a la Tierra, bajo la dirección de los grandes benefactores, que las administran permanentemente, para que los Espíritus aprendan la educación de los sentimientos y se instruyan en todos los campos del saber; se manifiesta como agua de la vida, recordando siempre los hechos del Maestro de los maestros.
Debemos comprender la enseñanza que representa la Doctrina. Aprovechándola en nuestra educación y entendimiento, y haciendo más en nosotros mismos, corrigiendo nuestras faltas y adiestrando nuestras cualidades. Por eso, debemos estimular la fe, de manera que ella sea la verdadera hija del amor, y por donde pasemos debemos hacer ambiente de luz, para que pasen también la fraternidad y la esperanza.
Volvamos al comienzo de la nueva filosofía y leamos con más atención las obras básicas del Espiritismo, para reforzar nuestra fe, dando nacimiento al amor. Si algunos de los males se transformaran en infortunios en nuestro camino, no nos quejemos, meditando en lo que la Doctrina nos revela y consolémonos con la tolerancia; meditemos que la justicia de Dios es recta, y nadie paga lo que no debe; confiemos en el futuro, en que mañana gozaremos de la paz porque pasamos a vivir en paz, porque encontramos el remedio para nuestros males, que es la fe, en la irradiación del amor.
Trabajo realizado por Merchita
Extraído del Evangelio Según el espiritismo. De Allan Kardec. Del libro “Después de la Muerte” de León Denis y del Libro “Máximas de Luz” de Juan Nunes Maia
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