El gran deseo de toda criatura humana es la adquisición de la paz.
Empeñados en esa conquista, no siempre sigue el camino acertado para conseguirlo.
En los tiempos actuales, de grandes desvaríos y perturbaciones, en casi todas las aéreas,
Termina por revelarse, aunque cree estar en el camino acertado.
Termina por revelarse, aunque cree estar en el camino acertado.
Ocupado en su ego interior, se aficiona por los valores externos y ese comportamiento es el responsable de sus continuos fracasos.
Olvidándose de los instrumentos interiores que le armonizarían en relación al prójimo y al Cosmos, con frecuencia se exaspera y desanima ante los primeros impedimentos que considera insuperables.
Adaptados a las conquistas exteriores que son fáciles de conseguir, abandona los propósitos iníciales de conseguir la paz, dejando su postura dócil para entregarse a los beligerantes, pese a disfrazar la agresividad.
La Tierra siempre ha vivido en guerra y las Naciones apenas descansan, los conflictos que surgen unas veces en un lugar, otras en otros, les han impedido conseguir la preservación de la tranquilidad general.
A las violentas guerras le suceden los armisticios, que son pequeños periodos de reposo, en los cuales los litigantes, recobran fuerzas para nuevas luchas donde nuevos focos de destrucción aparecen por motivos injustificables y sin razón, como si hubiese alguno legitimo para las repugnantes batallas sangrientas.
Todo esto sucede porque el hombre no tiene paz interior.
Desde el momento en que no son capaces de tolerarse unos a otros en pequeños grupos, no se encuentran en condiciones de respetar los tratados, por ellos mismos firmados, que esconden, solo apenas, su brutalidad que pasa a tener característica de civilización y cultura.
Como consecuencia de ello, la paz mundial es una utopía, por la falta de entereza moral y pacificadora de la propia criatura.
Todo es resultado de sus apegos egoístas, de sus fantasías doradas, de sus pasiones y de su voluptuosidad por la dominación de los otros.
Aficiones, morales, emocionales, culturales, personales, a objetos, a razas, a grupos sociales, son las fugas del ego arbitrario ambicioso y loco responsable por las disculpas lamentables, que deterioradas, son los gérmenes de las guerras.
Ese estado psicológico, de transferencia y proyección de la sombra de la personalidad inmadura, es fruto de la confusión, de los múltiples intereses mezquinos a los cuales se aferra, desajustándose delante del orden, de la naturaleza y de la vida.
Es indispensable una revisión del comportamiento humano, de un estudio profundo con respecto al silencio íntimo, así como de la armonía interior.
La mejor y única manera de lograrlo, es viajando al interior de si mismo, domando la mente impaciente, e induciéndola a la reflexión, al auto descubrimiento.
Todos somos esclavos de la mente.
El Universo existe en razón de aquel que lo observa, de la mente que lo analiza, de la percepción con que lo abarca.
Aquel cuya mente no dispone de ejercicio y lucidez, no se da cuenta de la realidad, que para él tiene otros contenidos y significados.
Cuando el ser es capaz de captar el contenido psíquico, constituye la conciencia lucida y el silencio se torna de gran importancia para esa conquista.
El silencio interior es hecho de paz y de plenitud, cuando el ser comprende el significado de su vida y la gravedad de su conducta en relación a los demás miembros que forman el cosmos.
Hoy en día para vincularse la una a la otra la Ciencia se une a la Religión, pasando a contribuir para la felicidad humana sin enfrentamientos.
La Psicología Transpersonal, que estudia los estados alterados de conciencia, para ir más allá de la conciencia en sí misma, facilitó la unión de las técnicas del oriente con la razón del occidente, favoreciendo el entroncamiento de Eros y Logos en beneficio de la individualidad plena del ser.
Ahora la fe y la razón marchan vinculadas, contribuyendo para el surgimiento del ser feliz. El silencio interior constituye el gran intermediario de la paz, que proviene de esa unión, ya que desarrolla en la criatura el sentimiento del amor. Amor a Dios, amor a si mismo, amor al prójimo, convirtiendo este amor en el producto alquímico que diluye el odio, que vence las barreras que impiden la fraternidad y la inunda con recursos y contenidos psíquicos que liberan.
El apego egoísta, superado, cede lugar a la generosidad, a la entrega y el individuo, libre de ataduras, en silencio íntimo, emprende la gran experiencia de vivir el mismo en armonía con las Leyes de la Vida. Esto es porque el nivel más elevado de la conciencia, en la gradación humana, es el cósmico, que es el resultado de la identificación entre si y el Universo, sumergiendo el pensamiento en Dios y realizándose totalmente.
( Trabajo aportado por Merche)
El Cristo no pidió mucho , no exigió que las personas escalasen el Everest o hiciesen grandes sacrifícios. El solo pidió que nos amasemos unos a los otros.
- Chico Xavier-
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