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jueves, 18 de agosto de 2011
Las vidas múltiples
Al invocar las vidas sucesivas con relación a la tesis de una vida única, se está en el centro de un debate metafísico, a menudo considerado como religioso, pero que puede ser también filosófico. Según las versiones teológicas, se ha
llegado a la concepción de una vida única sancionada por un juicio divino, por ejemplo el juicio final en la tradición cristiana. Según otras teorías que se remontan a la antigüedad o que persisten en Oriente, la vida es una continuidad
reencarnacionista donde el juicio del alma pasa por la sanción del karma con una relación sistemática de causa a efecto de una vida sobre otra.
En ambos casos, se está ante un sistema de creencias que no responde a lo que podría esperarse de la justicia divina.
Desde luego, la idea de peregrinación de las almas es más justa que el principio de una vida única, pero no obstante sigue estando calcada sobre las nociones de justicia humana que recuerdan la ley del talión (“ojo por ojo y diente por diente”), ley de reciprocidad donde toda falta es considerada como una deuda a ser pagada en otra vida, sufriendo exactamente lo que se ha hecho sufrir a otros anteriormente.
El espiritualista no tiene otra elección que optar por una de estas dos ideologías, a no ser que sea panteísta (fusión en el gran todo), o a menos también que imagine soluciones mixtas del género: ciertas almas reencarnan otras no, o algunas de ellas que no tienen ningún mérito acaban por desaparecer (muerte del espíritu).
Dentro de una concepción filosófica, pues tal es nuestro propósito, necesitamos superar todo lo que respecta a creencias caricaturescas y al mismo tiempo probar que toda idea materialista sobre la nada está obsoleta.
La nada del materialista
No hay más nada después de la muerte… el espíritu perece con el cuerpo físico… Se puede atacar sistemáticamente esta concepción con una cantidad de argumentos, entre los cuales los principios espíritas que ponen en evidencia muchos fenómenos psíquicos y médiumnicos que dan testimonio de una trascendencia del espíritu, independientemente de las facultades físicas, insuficientes para explicar la vida bajo todas sus formas.
En una visión materialista, el problema metafísico tal y como fue planteado por Jean-Paul Sartre era este: la vida no tiene sentido, el mundo es absurdo entonces, por su propia libertad, el hombre puede dar un sentido a esta vida para volverla menos absurda. Todos los filósofos y científicos materialistas (sobre todo desde Karl Marx) siempre han estado confrontados a esta noción del sentido a dar frente a la aparente absurdidad de las cosas. Al negar una fuerza inteligente y organizadora que subtiende al equilibrio del universo y de la vida, se vuelve a dar sentido entonces a una humanidad entregada a sí misma y que puede tomarse a su cargo dentro de una idea de justicia y libertad; se vuelve a poner al hombre como centro de todo, en la esperanza de que se supere a sí mismo antes de volver a caer, en la hora fatal de su último suspiro, en la nada de la que proviene. Todo el resto es sólo un azar favorable que ha permitido el nacimiento de la vida, una suerte de milagro único que se ha producido sobre la Tierra y en ninguna otra parte…
Esta tesis que se desarrolló sobre todo a partir del siglo XIX, está agonizando en pro de un retorno al espiritualismo, dentro de una interrogante fundamental sobre el origen y el porvenir de una humanidad de la que cada vez más se piensa que no es única en el universo, y que emana necesariamente de una fuerza inteligente indeterminada que nos lleva a volver a plantear la cuestión de Dios
El espiritualismo
Volvamos ahora a las teorías espiritualistas convertidas en ineludibles: Si una fuerza divina ha creado las entidades espirituales que gozan de una cierta libertad, ¿cómo concebir todas las anomalías aparentes de una humanidad que se desgarra en una búsqueda de identidad de cada individuo, pasando por todos los escollos del egoísmo, el orgullo, el poder y la dominación? Si se asume el concepto cristiano de una vida única después de la cual el espíritu será destinado a una eternidad mal definida luego de un juicio final igualmente mal definido, uno se plantea entonces la pregunta de las desigualdades de todas clases: vidas breves, muertes prematuras, niños muertos de poca edad o al nacer, diferencias extremas en cuanto a inteligencia, capacidad de amar, riqueza, pobreza, guerra, enfermedad, etc. ¿Por qué y cómo en tal diversidad, un juicio post mortem podría decretar a continuación una eternidad para los miles de millones de espíritus que no han tenido las mismas oportunidades ante la injusticia flagrante de la vida a todos los niveles?
Si hay que responder con el misterio diciendo que “los caminos del Señor son impenetrables”, uno ya no puede referirse a la inteligencia y al sentido común con el que la divinidad nos ha dotado. Seríamos capaces de desarrollar el sentido de la razón, el del sentimiento y del amor y, simultáneamente, tendríamos que admitir la absurdidad impenetrable de un “Dios justo” que permite todas las injusticias y “reconoce a los suyos” a la hora del juicio.
Si llevamos casi universalmente en nosotros valores intelectuales y morales compartidos, eso no puede ser
fruto del azar, hay intrínsecamente al final de cada ser humano, aun del más vil, alguna cosa que puede tender
hacia una búsqueda de lo bello, del bien y de lo justo.
¿Cómo conciliar entonces los valores universales del amor y la razón con un Dios de sinrazón que nos daría la
única oportunidad de volvernos alguien en una sola vida, para volvernos a llevar luego a su seno o condenarnos por la eternidad? Dios nos habría dotado de una razón y de unos sentimientos particulares de los que él mismo estaría desprovisto. O habría entonces una lógica humana totalmente alejada de la razón divina, y sin embargo, ¿no se dice que Dios nos ha creado a su imagen? Es partiendo de esta dicotomía teológica, que puede reflejarse Dios a partir de otras nociones, lo que ya hicieron los filósofos de la antigüedad como Pitágoras o Platón, que consideraban el ciclo de la vida según el principio de la trasmigración de las almas. Su deísmo ya había inventado una justa concepción evolutiva, en un recorrido palingenésico (*) que permite al alma perfeccionarse de vida en vida.
(*) Palingenesia: sinónimo de reencarnación en su desarrollo evolutivo
Salir de las creencias
Sin duda son los filósofos griegos y neoplatónicos los que mejor han planteado la cuestión de la evolución
reencarnacionista, aun cuando las tradiciones religiosas perpetuaban esta idea bajo formas más ingenuas. Y
entre estas tradiciones, se encuentra en el budismo y el hinduismo el principio heredado del brahmanismo,
muy a menudo con la noción de un karma punitivo caricaturesco necesario para una justa reciprocidad. La
idea permanece en el dominio de la creencia, aunque esta última pueda tener sus raíces en una profunda
intuición ancestral que se remonta a Buda u otros.
Desde luego en Oriente, la diferencia entre religión y filosofía no es evidente, a tal punto que el budismo
es considerado más como una filosofía. En la historia de la filosofía occidental, la distinción no siempre fue
evidente tampoco si uno se refiere por ejemplo a san Agustín o a santo Tomás de Aquino, que fueron a la vez
filósofos y fundadores de una teología.
La cuestión de Dios está presente en la mayoría de nuestros filósofos de la era cristiana, pero la idea de reencarnación se ha planteado muy poco y no lo será realmente sino con el advenimiento del espiritismo, calificado de religión por unos y de filosofía por otros. Si se insiste en simples principios de base, comprobamos que el pensamiento espírita ya no responde a los criterios de la creencia sino a los de una reflexión elaborada y apuntalada por hechos.
Es por eso que ya no estamos en el registro de lo religioso sino en el de la reflexión filosófica. Y si bien la idea de las vidas sucesivas es la piedra angular del espiritismo, no lo es solamente a partir de una revelación extra humana, sino también el fruto de una argumentación filosófica y de observaciones de carácter experimental.
El pensamiento espírita
Respecto a los principios fundamentales del espiritismo y en particular el de la reencarnación que nos interesa aquí, puede decirse que la demostración es triple.
1) Hay, en primer lugar, lo que está en el orden de la revelación: los espíritus afirman un principio divino según
el cual la evolución intelectual y moral necesita varias vidas en una continuidad que no se limita a la Tierra
(pluralidad de los mundos).
2) Hay luego un trabajo filosófico sobre esta revelación, es lo que hizo Allan Kardec en su obra,demostrando
punto por punto cómo esta revelación responde a las exigencias de la razón y el sentido común. Y esta reflexión ha continuado hasta hoy con los pensadores espíritas como Gabriel Delanne, Gustave Geley y otros.
3) Hay, finalmente, observaciones y experiencias que confirman la teoría, y ese es el objeto principal del
Dossier de la presente revista. Por la hipnosis, por el recuerdo de existencias previas, por las marcas de
nacimiento y también por las revelaciones espíritas que se verifican, se entra en el campo de los hechos que
hablan por sí mismos. Estamos en un registro que se convierte en científico por el solo hecho de que se trata
de observaciones y experiencias concretas que pueden ser objeto de numerosas investigaciones.
Según estos tres puntos fuertes, la demostración espírita tiene de particular que es acumulativa y no especulativa.
Los espíritus hubieran podido afirmar el principio de las vidas sucesivas sin que nosotros pudiéramos comprobar jamás el menor elemento y, en ese caso, toda la historia del espiritismo hubiera podido hasta emparentarse con una forma de creencia. Pero los hechos han venido a confirmar las palabras de los espíritus, y por añadidura un trabajo intelectual humano ha permitido poner en perspectiva todos los elementos de una teoría dentro de una gran cohesión, lo cual debemos antes que nada a Allan Kardec. La reencarnación se convirtió en un principio filosófico y ya no en una creencia, la idea tomó cuerpo a partir de una amplia reflexión independiente de toda idea religiosa previa. Las religiones han podido definir las
vidas sucesivas a partir de intuiciones ancestrales más o menos bien transmitidas; el espiritismo moderno se
ha desmarcado de lo religioso para salir de la creencia, redefiniendo el principio de la reencarnación a la luz de una revelación post mortem, apoyándose en el principio de la razón y llevando adelante una reflexión metafísica coherente a partir de esa revelación.
La ley de evolución
Por la enseñanza y el testimonio de los espíritus, el principio de las vidas sucesivas ha salido de las concepciones religiosas y kármicas demasiado simplistas. No obstante, si se habla de la relación de causa a efecto, es preciso medir todas las complejidades psicológicas inherentes a cada uno de nuestros espíritus que ha recorrido cierto número de existencias. Lo relacional que se establece en diferentes vidas es considerable, está hecho de alegrías y de sufrimientos, de felicidades y de traumas; este relacional puede rebotar de una vida a otra, donde somos traídos para encontrarnos con relaciones diferentes. La relación de causa a efecto siempre tendrá allí su parte en la medida en que cada espíritu lleva el peso de la herencia de su propio pasado. Sin embargo, no se trata como se oye decir demasiado familiarmente “de pagar sus deudas
anteriores”, sino de aprender a considerar al otro de manera diferente. Pagar, es ser castigado (a no ser que uno se castigue a sí mismo); vemos allí una noción de justicia humana que, en principio, no permite las verdaderas transformaciones del ser humano. Mientras que cambiar, es otra perspectiva para todo espíritu, es la apertura a una toma de conciencia, es de alguna manera una forma de redención por el conocimiento y por el sentimiento. Se trata entonces, no ya de expiar el pasado, sino de repararlo mediante una transformación de su ser que conduce a una relación diferente con el prójimo. Los que se han detestado deben aprender a amarse. Los que se han matado unos a otros pueden establecer nuevos vínculos en la superación de un pasado que es preciso trascender por medio del amor. Para abreviar, la renovación de una
vida debe corresponder a un renacimiento del espírituque poco a poco debe encontrar el camino de la justicia
y la libertad en la conciencia de lo que es y de lo que puede llegar a ser. Ese camino no es un castigo sino una
emancipación del alma en busca de felicidad y de verdad.
El karma punitivo evoca una ley de reciprocidad, por el contrario, la palingenesia evolutiva se apoya en la ley del amor, un amor que es la única perspectiva emancipadora de los seres. Y si se retoma la fórmula religiosa del “rescate de sus faltas”, no hay mejor rescate que la metamorfosis de los individuos, cuando han comprendido que su porvenir no se construirá sobre las ruinas del pasado, sino sobre una transformación a ser realizada dentro de un porvenir diferente.
Le Journal Spirite nº 77
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