APUNTES Y REFLEXIONES DE EMMANUEL SOBRE EL COMPORTAMIENTO SEXUAL
El Espíritu Emmanuel elucida, con sabiduría, que, en torno del tema sexo, “será justo que sinteticemos todas las desuniones en las normas siguientes: No prohibición, más educación. No abstinencia impuesta, más empleo digno, como el debido respeto a los otros y a sí mismo. No indisciplina, más control. No impulso libre, más responsabilidad.
Fuera de eso, es teorizar simplemente, para después aprender o reaprender con la experiencia. Sin eso, será engañarnos, luchar sin provecho, sufrir y recomenzar la obra de la sublimación personal, tanta veces cuantas e hicieren precisas, por los mecanismos de la reencarnación, porque la aplicación del sexo, ante la luz del amor y de la vida, es asunto pertinente a la consciencia de cada uno.”
Todos nosotros traemos los temas particulares con referencia al sexo. Atendiendo a la suma de las cualidades adquiridas, en la hilera de las propias reencarnaciones, nos revelamos, en el Plano Físico por las tendencias que registramos en los desvíos del ser.
Cada persona se distingue por determinadas peculiaridades en el mundo emotivo. El sexo se define de ese modo, por atributo no apenas respetable, más profundamente santo de la Naturaleza, exigiendo educación y control.
No tiene lógica sustraer las manifestaciones sexuales de los seres humanos, con el pretexto de elevación compulsoria, o transferirlas de su posición venerable a garantizarles la liberación.
Sexo es espíritu y vida, al servicio de la felicidad y de la armonía del Universo. Consiguientemente, reclama responsabilidad y discernimiento, donde y cuando se exprese.
Por eso mismo, hombres y mujeres precisan y deben saber lo que hacen con sus energías genésicas, observando como, con quien y con cual finalidad se utilizan semejantes recursos, entendiendo que todos los compromisos en la vida sexual están, igualmente, subordinados a la Ley de Causa y Efecto; y, según ese exacto principio, todo lo que diéremos a otro, en el mundo afectivo, el otro también nos dará.
Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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La
Muerte Espiritual
La
cuestión de fa muerte espiritual, es uno de esos principios nuevos,
que denotan el progreso en la ciencia espiritista.
El
modo en que fue presentado este tema, como cierta teoría individual,
hizo que fuese rechazado, porque parecía implicar la pérdida a un
tiempo dado, del Yo, que caracteriza al individuo, y asimilar las
transformaciones del alma, a las que sufre la materia, cuyos
elementos se desagregan, para dar lugar a la formación de nuevos
cuerpos.
De
esto se desprende que los seres perfeccionados serian en realidad
nuevos seres, lo cual no es admisible, si se atiende a que la equidad
de las penas y goces futuros no puede ser evidente sin admitir la
perpetuidad de los mismos seres marchando constantemente por la vía
del progreso, y limpiándose de sus imperfecciones por medio del
trabajo y con los esfuerzos de su voluntad.
Tales
eran las consecuencias que a priori podían deducirse de esa teoría,
que confesamos no fue presentada con pretensiones, ni movida por el
orgullo del que quiere imponerse a los demás, ya que el autor dijo
muy modestamente, que solo traía su ideal al terreno de la
discusión, y que bien podría ser que de esta idea brotara una nueva
verdad.
Según
el parecer de nuestros guías espirituales, hubo la idea de que en la
forma como fue planteada, dio lugar a una torcida interpretación,
siendo esta la razón por la cual se nos ha invitado a estudiar
detenidamente el asunto, lo que trataremos de hacer, tomando por base
la observancia de los hechos, que resultan de la situación del
Espíritu, en las épocas de su entrada en la vida corporal y su
vuelta a la vida espiritual.
En
el momento de la muerte del cuerpo, vemos al Espíritu que se queda
en una profunda turbación y pierde la conciencia de sí mismo, hasta
tal punto, que jamás recuerda el último suspiro exhalado por su
cuerpo.
Pero
poco a poco la turbación se disipa; el Espíritu se reconoce como el
hombre que despierta de un profundo sueño; su primera sensación es
la del que se encuentra libre de la pesada materia que le oprimía,
pero pronto llega al perfecto conocimiento de su nueva situación.
Esta
es idéntica a la de un hombre, a quien se cloroformiza para
practicar una amputación y que durante el sueño, se traslada a una
habitación distinta.
Al
despertar se siente desembarazado del miembro causa de su sufrimiento
anterior y en su sorpresa, le busca repetidas veces; así también el
Espíritu separado del cuerpo, ve a este a su lado y le busca; sabe
que es el suyo y se admira de la separación, pero poco a poco se da
cuenta de su nuevo estado.
En
el fenómeno descrito, no ha habido otra cosa que un cambio material
de situación; pues respecto de lo moral, el Espíritu es exactamente
lo mismo que era pocas horas antes.
Sus
facultades, ideas, gustos, inclinaciones y carácter son los mismos;
no han sufrido modificación alguna sensible; y los cambios que estas
cualidades puedan experimentar, solo se operan gradualmente y merced
a la influencia de cuanto le rodea.
En
resumen: la muerte ha sido para el cuerpo, pues para el Espíritu, no
ha sido otra cosa que un sueño.
En
la reencarnación las cosas suceden de muy distinto modo.
En
el momento de la concepción del cuerpo destinado al Espíritu, éste
se encuentra envuelto por una corriente fluídica que le atrae hacia
el punto de su nueva morada, y desde este momento, el Espíritu
pertenece a un cuerpo, como este cuerpo le pertenece a él hasta la
muerte del mismo, a pesar de que la unión completa entre la materia
y el Espíritu' no tiene lugar hasta el instante precise del
nacimiento.
Luego
que ha tenido lugar la concepción, se apodera del Espíritu una
turbación especial; sus ideas se ofuscan; sus facultades se
aniquilan y esa turbación va creciendo a medida que el lazo de unión
del Espíritu con el cuerpo se estrecha más y más, siendo completa
en los últimos tiempos de la gestación; de tal suerte, que el
Espíritu no es nunca testigo del nacimiento de su cuerpo, como
tampoco tiene conciencia de la muerte de éste.
Pero
nace el niño y respira, y la turbación desaparece paulatinamente, y
las ideas renacen, si bien en otras condiciones que cuando muere el
cuerpo.
En
el acto de la reencarnación, las facultades del Espíritu no quedan
solamente entorpecidas por una especie de sueño momentáneo, como
sucede cuando aquél vuelve a la vida espiritual, porque todas, sin
excepción alguna, pasan al estado latente.
La
vida corporal tiene por objeto desarrollar esas facultades por medio
del ejercicio, pero no pueden serlo todas simultáneamente, porque el
desarrollo de unas podría
perjudicar a las demás, mientras que con el desarrollo sucesivo, no
existe este inconveniente.
Es
menester, pues, que algunas permanezcan en reposo mientras que otras
se ejercitan; y esto explica por que en una nueva existencia, un
Espíritu puede aparecer bajo un aspecto bien distinto que en su
anterior vida corporal, sobre todo si no es de los más adelantados.
Por
ejemplo: en un Espíritu podría ser muy activa la facultad musical;
concebirá, percibirá y por consiguiente ejecutará todo aquello que
es necesario al desenvolvimiento de esta facultad: en otra existencia
se perfeccionará en la pintura, poesía, ciencias exactas, etc., y
mientras otras nueva facultades se desarrollan, la de la música se
conservará en estado latente, no perdiendo por esto el adelanto
adquirido en la existencia anterior.
Resulta, pues, de lo expuesto, que
el que en una existencia ha sido artista, en otra será tal vez un
gran sabio, hombre de Estado o estratega, sin que como artista tenga
importancia alguna, o viceversa.
El
estado latente en que permanecen las facultades de un Espíritu
cuando se encarna de nuevo, explica el olvido completo de las
existencias anteriores, mientras que el recuerdo de la vida corporal
es entero al despertar el Espíritu de la especie de aletargamiento
en que queda en el momento de la muerte del cuerpo.
Las
facultades que se manifiestan en el Espíritu, están naturalmente en
relación con la posición social que aquél debe ocupar en el mundo
y también con las pruebas que ha elegido; sin embargo, sucede a
veces que las preocupaciones sociales le rebajan o elevan más de lo
conveniente, lo cual hace que alguno Espíritus no estén,
intelectual y moralmente hablando, en relación con el lugar que
ocupan.
Este
hecho, por los inconvenientes que consigo lleva, forma parte de las
pruebas elegidas y debe cesar con el progreso, porque en un orden
social adelantado, todo se arregla según la lógica de las leyes
naturales, no siendo por derecho de nacimiento llamado a gobernar,
aquel que solo es apto para trabajos manuales.
Pero
volvamos al Espíritu en la infancia de su cuerpo. Hemos visto que
hasta el momento de nacer, todas las facultades del Espíritu se
encontraban en estado latente, y por lo tanto, el Espíritu sin tener
conciencia de sí mismo; las facultades que deben ejercitarse en la
nueva existencia no se manifiestan súbitamente en el momento de
nacer, sino que se desarrollan gradualmente con los órganos
destinados a su manifestación; pero por su actividad íntima, cada
facultad acelera el desarrollo de su órgano correspondiente, le
empuja, por decirlo así, del mismo modo que empuja la corteza del
árbol, el vástago que se oculta debajo de aquella.
Resulta,
pues, que en la infancia, el Espíritu no disfruta del pleno goce de
ninguna de sus facultades, no solamente como ser humano, sino tampoco
como Espíritu, porque es un verdadero niño, lo mismo que el cuerpo
al cual esta sujeto.
Ni
se encuentra comprimido penosamente en el cuerpo imperfecto todavía,
porque de otro modo, Dios hubiera hecho de la encarnación un suplido
para todos los Espíritus, buenos o malos indistintamente.
No
sucede lo mismo con el idiota y el imbécil, cuyos órganos, no
habiéndose desarrollado en relación con las facultades del
Espíritu, ponen a éste en la situación de un hombre sujeto por
fuertes lazos que le impiden moverse libremente.
Y
esta es la razón por que puede evocarse al Espíritu de un idiota y
obtener del mismo, contestaciones cuerdas, mientras que el de un niño
de muy corta edad, se ve privado de dar respuesta alguna.
Todas
las facultades y aptitudes se encuentran en embrión en el Espíritu,
desde la creación de éste, si bien en estado rudimentario, como se
encuentran todos los órganos en el primer filamento del feto informe
y todas las partes del árbol en la semilla.
El
salvaje que más tarde llegará a ser un hombre civilizado, posee
todos los gérmenes que un día harán del mismo un sabio, un artista
o un filósofo.
A
medida que esos gérmenes llegan al estado de madurez, la Providencia
da al Espíritu, para
la vida terrestre,
un cuerpo apropiado a su aptitud, y así es que el cerebro de un
europeo esta mejor organizado y provisto de mayor número de órganos
que el de un salvaje.
Para
la vida espiritual,
la misma Providencia le facilita un cuerpo fluídico o periespíritu,
más útil e impresionable que el anterior para otras sensaciones, y
a medida que el Espíritu muera a cada nueva encarnación para
resucitar luego con nuevos atributos, sin dejar por esto de ser
siempre el mismo.
Sirva
de ejemplo, para demostrar más palpablemente lo que acabamos de
decir, un campesino que se enriquece y pasa a ser un gran señor; ha
abandonado su cabaña para habitar un palacio, y el paño burdo de
que labraba sus vestidos, por ricas telas y bordados; todo cambia en
él: sus costumbres, gustos, lenguaje y carácter; en una palabra, no
parece sino que el campesino ha muerto y ha enterrado su buriel, para
nacer tan mejorado que casi es desconocido.
Y sin embargo, es el mismo individuo, y en él no ha habido otra cosa
que una transformación.
Cada
existencia corporal, es, pues, para el Espíritu, un motivo de
progreso más o menos perceptible.
Vuelto
al mundo de los Espíritus, lleva consigo un nuevo caudal de ideas;
su horizonte moral se dilata, sus percepciones son más finas y
delicadas; ahora ve y comprende lo que antes no veía ni comprendía
y su vista, que al principio no iba mas allá de su última
existencia, abarca sucesivamente todas sus existencias anteriores,
como el hombre que eleva en el aire, abarca cada vez más vastos
horizontes.
En
cada una de las estaciones del Espíritu en la erraticidad, se
desarrollan a su vista nuevas maravillas del mundo invisible, porque
cada vez se descorre para él un nuevo velo.
Al
mismo tiempo su envoltura fluídica se mejora, se vuelve más ligera
y brillante, hasta que por fin será resplandeciente. Es un Espíritu
casi nuevo; es el labriego de que hemos hablado antes, pulido y
transformado. El Espíritu primitivo ha muerto: sin embargo, siempre
es el mismo Espíritu.
He
aquí explicado como debe entenderse, según nuestro modo de ver, la
muerte espiritual.
Tomado
del libro “Obras Póstumas”
Adaptación:
Oswaldo E. Porras Dorta
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Desánimo Espiritual
Cuando entramos en contacto con un ideal filosófico y/o espiritual que nos toca la razón y el convencimiento, y por afinidad nos sentimos identificados con sus preceptos, es natural (y de hecho, coherente) que pasemos a incorporarlos a nuestro día a día., al menos si estamos interesados en “educar” ciertas áreas personales, mejorar nuestro patrimonio espiritual o, en definitiva, crecer como individuos. La Doctrina espirita, que es claramente evolucionista, evidencia notablemente esto de que hablamos, ya que la auto-reforma de la persona es su fin más característico.
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Es común que en los primeros momentos de adhesión a este ideal filosófico (como ocurre cuando se abrazan otros ideales del mundo), la ilusión y el entusiasmo marquen los primeros pasos... Este estado es normal (y hasta positivo), pero no durará mucho tiempo si no incorporamos, a la vez, otros aspectos que den mas seguridad y madurez a la trayectoria moral o doctrinaria que hemos elegido por afinidad de espíritu...
Ilusión, proyectos de auto-crecimiento, ganas de hacer cosas, etc... Aparquemos por un momento todo esto a un lado: vamos a situarnos .
Como en todos los proyectos de vida que iniciamos, el saber situarnos previamente, resulta un paso de especial importancia. ., y lleva intrínseca una trascendencia q, en general, no valoramos; no solo por lo que vale, sino por las repercusiones que tendrá mas tarde, en nuestra trayectoria espiritual.. . Decimos esto porque, infelizmente, esto no ocurre así, y normalmente pasamos rápidamente a incorporar nuevas perspectivas espirituales y a adoptar hábitos morales nuevos sin un planteamiento previo, sin una auto-evaluació n de nosotros mismos (ese “situarse”, acoplarse... de que estamos hablando).
Pero, ¿qué significa saber situarse? Pues básicamente, meditar cual es nuestra condición interna (y global) como individuos en evolución, y tener clara nuestra realidad psicológica verdadera (sin enmascarar nada, con total honestidad). .es decir: nuestras inclinaciones afectivas, nuestras adquisiciones morales, pero sobretodo; nuestros miedos, inferioridades y pequeñas o grandes miserias, aquellas que nos encadenan al sufrimiento, pero, a la vez, nos definen como humanos..seres de luz en arduo tránsito hacia la Perfección...
Una vez hecho este “inventario” moral y psicológico (una acción que tiene que ser valiente y sincera, pues se trata de reconocer nuestra porción de sombra ..), el paso siguiente e igualmente imprescindible es aceptar todo esto que somos... plenamente.
TOMA DE CONTACTO INTERIOR+RECONOCIMIENTO MORAL+ACEPTACIÓN
Recordamos que toda esta especie de “sondeo” personal es para un mejor rendimiento de nuestro potencial, una puesta a punto para ofrecer lo mejor de nosotros mismos a la causa que abrazamos... conscientes de lo que somos y de las cosas que aún tenemos que trabajarnos.
Sin la auto-aceptació n consciente de nosotros mismos, tal como estamos en este momento de nuestra existencia, poco adelantaremos en nuestra singladura evolutiva y poco podremos ofrecer al campo elegido de nuestros ideales (ya sean estos sociales o espirituales) . No existe auto-conocimiento pleno ni reforma moral sin auto aceptación ...de que somos criaturas aún frágiles, marcadas por nuestro pasado milenario, llenas de pequeñas o grandes virtudes, pero igualmente, de grandes o incluso graves defectos. Pero no obstante, es desde esta imperfecta realidad de nosotros mismos, que el Padre de todos nos ama... y si El nos acepta tal como somos, no hay ningún motivo para que no lo hagan los demás, pero sobretodo nosotros mismos.
Llamamos la atención de todos aquellos compañeros que leen este artículo sobre la importancia de SITUARSE y AUTO-ACEPTARSE. Porque si no tenemos en cuenta todo esto, antes o después, nuestra ilusión y fuerza inicial dentro del Espiritismo (o en cualquier otra doctrina o ideal), se irá transformando en apatía y desilusión; al no haber “sincronizado” adecuadamente nuestro caudal de defectos y viciaciones (tan de la humana naturaleza, ya dijimos) con la propuesta de auto-educació n y reforma de la doctrina de los Espíritus..., es como empezar la casa por el tejado, pues la auto reforma y el acoplarnos a las leyes espirituales no se hace en un solo paso, es un proceso gradual, en el que no se recomiendan pausas excesivamente largas y acomodadas, cierto es, pero desde luego sin acelerones que, además, excluyan la reflexión de lo que somos antes de ponernos en funcionamiento. Todas las cosas del cielo y de la tierra tienen su tiempo...
Si no omitimos este analizarse y auto aceptarse (sin reservas), sin enmascaramientos morales ni falsos testimonios; de forma inconsciente, el peso de nuestra realidad como necesitados espirituales (que en mayor o menor medida somos todos) se nos irá haciendo cada vez más pesado, tanto que nos irá pareciendo, cada vez con más frecuencia, mucho más “consolador” el abandonarnos a nuestras inferioridades que a trabajarlas, perdiendo así un excelente medio de hacerlo mediante el estudio de la Doctrina y el apoyo espiritual que esta conlleva.
Y es que el optar por el opuesto de todo esto que estamos exponiendo, es la aparición de los primeros “agentes” del desánimo, producto de desproporcionadas auto-imposiciones y las sutiles mortificaciones de conciencia que resultan al compararnos ,desproporcionadame nte, con Espíritus superiores o los grandes bultos del Progreso (y reconocer cuanto camino nos queda para esto), acción esta que provoca el “resaltamiento” de nuestras inferioridades y, seguidamente, el no considerarnos como dignos elementos humanos que mucho tienen aún que ofrecer, pese a nuestra humana imperfección.
El no hacer todo esto que nos puede parecer tan pueril, en los primeros momentos de abrazar determinada causa en la que ponemos confianza y proyectos, determina en gran medida la trayectoria que proyectaremos en la misma. Es por esto que observamos de cuando en cuando, como determinados compañeros del camino (detentores de excepcionales posibilidades internas), terminan cayendo en una especie de ansiedadmoral que en nada ayuda y que, más tarde o más pronto, termina conduciendo a la desilusión, la falta de fe y el consecuente tirar la toallaque acaba tristemente con las nobles aspiraciones de muchos.
Por ello: AUTOACEPTACION de lo que somos y sentimos, como primer paso... y PERSEVERANCIA, como herramienta de todos los días.
Paz, Luz y Trabajo para todos.
Un compañero de todos. (FEE)
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