Podemos resumir todo lo que hemos estudiado sobre la Doctrina Espírita, en los siguientes principios fundamentales, tal como lo hizo León Denis:
1. Una inteligencia Suprema rige el Universo. Ella regula las leyes eternas, a las cuales los seres y las cosas están sometidos.
2. Dios es el Señor del Universo, ley viva, foco inmenso de luz que irradia hacia todos los mundos la armonía, el amor, la verdad y la justicia.
3. En el Universo todo marcha hacia un estado superior. Todo se transforma y perfecciona.
4. El Espíritu es inmortal. Contiene el germen de la perfección y se desenvuelve por sus trabajos y esfuerzos, encarnando en mundos materiales y elevándose a través de las vidas sucesivas.
El espíritu tiene don envolturas: una es el cuerpo terrestre que le sirve de instrumento de lucha y de prueba y del cual se deshace en el momento de la muerte. El otro es el cuerpo fluídico, inseparable del Espíritu y que progresa y se depura con él: el periespíritu.
5. La vida terrestre es una escuela, un medio de educación y perfeccionamiento por el trabajo, por el estudio y por el sufrimiento.
Libre y responsable, cada uno de nosotros trae es sí la ley de su destino; preparamos en el presente nuestras alegrías y dolores futuros.
El espíritu se perfecciona y engrandece a medida que va usando su libre albedrío para practicar el bien y rechazar el mal.
6. Una estrecha solidaridad une a todos los Espíritus, iguales en su origen y en sus fines, aunque ocupan diferentes grados en la escala de progreso. Hijos de Dios, su Padre común, todos los Espíritus son hermanos y forman una inmensa familia.
7. Los Espíritus se clasifican en el espacio de acuerdo con la densidad de su periespíritu, correspondiente al grado de adelanto u de depuración de cada uno.
Los Espíritus culpables y malos se encuentran envueltos por una espesa sombra fluídica que los arrastra hacia los mundos inferiores, donde deben encarnar para liberarse de sus imperfecciones.
El Espíritu virtuoso, revestido de un cuerpo sutil, etéreo, participa de las sensaciones de la vida espiritual y se eleva hacia los mundos felices. El Espíritu en su vida superior y perfecta colabora con Dios, coopera en la formación de los mundos, dirige el progreso, vela por las humanidades y por la ejecución de las leyes divinas.
8. El bien es la ley suprema del Universo.
9. El objeto de la vida es la educación del Espíritu. Siendo así, es necesario vencer las pasiones, terminar con los vicios, alentar todo lo que fuera elevado.
Luchar, combatir, sufrir por el bien de la humanidad. Iniciar a nuestros hermanos en los esplendores de la armonía, del amor, de la verdad y de la justicia; tal es el secreto de la felicidad del futuro, tal es el deber.
Tomado del libro “Doctrina Espírita para la Niñez”
Eliseo Rigonatti
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Gabriel Delanne |
SOMOS INMORTALES
La historia nos revela que la idea de la inmortalidad y de las vidas sucesivas ha sido aceptada en todos los tiempos y tuvo siempre muchos, decididos y esclarecidos defensores.
Esto ya es algo, pero no es mucho; más no es suficiente para sustentar de ello ningún principio con carácter de axioma. Los genios se anticiparon al progreso de su siglo, y predijeron por una especie de visión profética, lo que solo encaja en la realidad, después de transcurridos muchas generaciones. Hay innumerables testimonios de esto en la cronología de todas las invenciones y descubrimientos, y esto obliga a la razón a rendir homenaje al talento.
Más es muy fácil confundir las centellas del ingenio con los delirios de la imaginación, se explica, así, la preponderancia que adquirió la imaginación sobre la razón de nuestros antepasados de siglos atrás, y así se explica el positivismo de nuestro siglo actual, que defiende a toda costo la razón, no admitiendo nada, absolutamente nada, que no tenga una comprobación tan real, tan positiva como que uno + uno es dos en matemáticas. Los grandes abusos imponen absolutas continencias.
La pequeña planta que broto en Hydesville, se convirtió en un árbol gigante, cuyo abundante follaje hoy en día se extiende por todas las naciones.
No hay ejemplo en la historia de una ciencia religiosa cuyo crecimiento haya sido tan rápido y la difusión tan generalizada, como ha sido la de esta noble doctrina. Semejante éxito sin precedentes, es debido a la fuerza de la convicción que el hecho transporta en sí mismo.
Este siglo, en el cual se cumplieron progresos increíbles en todas las ramas de la ciencia destacará, no en tanto, en la eras siguientes, un gran descubrimiento: la demostración experimental de la existencia del alma y de su inmortalidad.
El genio humano ha producido maravillas. Las condiciones físicas de la existencia mejoraron para más allá de las expectativas más optimistas, y a pesar de este cambio, una profunda inquietud agita a los pueblos modernos. Es porque nuestra época se encuentra profundamente trastornada por el agresivo desaparecimiento de las antiguas creencias, que con su rancio aparato de milagros, dogmas y misterios vacilan bajo redoblados golpes de la ciencia.
Los descubrimientos científicos realizados a partir de Galileo, modificaron singularmente nuestras concepciones acerca del universo, ampliando los horizontes. Nuestro pequeño globo ya no es el centro del mundo, más si un modesto asteroide en la innumerable multitud de tierras del cielo; y sentimos palpitar en el infinito la vida universal de la cual queríamos poseer el monopolio.
A estos conocimientos positivos corresponde un nuevo ideal que no puede satisfacer una vieja religión de diecinueve siglos. De este divorcio entre la ciencia y la fe resulta la incredulidad. No es preciso reaccionar contra las engañosas quimeras del materialismo; demostrar que en las enseñanzas religiosas no todo era falso; que el hombre, a través de una profunda intuición, conoció siempre su verdadera naturaleza inmortal y sintió repercutir en su conciencia el eco más o menos debilitado de los eternos principios de justicia, de caridad y de amor, que velados algunas veces, desfigurados frecuentemente, fueron, no en tanto, sus guías tutelares. La providencia envió misioneros a todas las naciones para predicar la moral eterna. Confucio, Buda, Zoroastro, Jesús, que enseñaron un doctrina semejante, aunque bajo aspectos diferentes.
Rejuvenezcamos los viejos símbolos; mostremos que fueron adulterados por la herrumbre de las edades, desfigurados por los intereses terrestres; más que, en el fondo, son la misma verdad, el único camino que nos pude conducir a la felicidad.
La mayoría de la masa trabajadora se traduce por un odio siempre creciente contra la injusticia de la suerte, contra los privilegios; y en las almas tiernas y débiles, por un disgusto de la vida, a la cual se debe el espantoso aumento de suicidas que se observa en la época actual.
Nuestra doctrina ofrece el remedio para semejantes males; es el bálsamo reparador que cicatriza todas las heridas, al mismo tiempo que nos explica el enigma de la vida. por eso mismo, precisa el ser más conocida para que haga florecer la esperanza en los corazones dilacerados, ya que es un salvaguardia contra los terribles cataclismos de las guerras interiores. Nuestros brillantes éxitos no deben hacernos olvidar que aun somos una ínfima minoría, y que existen millones de almas sujetas a todos los sufrimientos de la duda.
Hagamos una propaganda activa para llevar al conocimiento del público las convincentes pruebas que demuestran la futilidad de las teorías neantistas.
Hoy poseemos armas suficientes para combatir con la seguridad de obtener la victoria final. El pasado responde por el futuro.
El Espiritismo se desenvolvió bajo los fuegos cruzados de las burlas, de los sarcasmos, de las injurias y de la calumnia.
Las manifestaciones espirituales fueron, en su inicio, consideradas como supersticiones, y las revelaciones de los espíritus tratadas como divagaciones. Semejantes apreciaciones masacran todas las reformas en su base: es la incubación dolorosa, más necesaria, que da el bautismo a los grandes movimientos filosóficos. Las primeras etapas ya han pasado, y la situación se modificó profundamente desde hace veinticinco años atrás. En todas las partes del mundo aparecerán investigadores científicos que realizaron largas observaciones, minuciosas y precisas.
Los nombres de Alfred Russel Wallace e William
Crookes están escritos en el panteón de la ciencia contemporánea por haber sabido conquistar los primeros lugares en el areópago de los sabios, más su gloria será aun más realzada por la dignidad de su carácter y la nobleza de su actitud, que los convirtió en los valientes campeones de la nueva ciencia. El brillo de estos grandes nombres debe hacernos olvidar que, desde el inicio, el Nuevo Mundo tenis a sus apóstoles convencidos.
Para poder aprovechar todos los avances que el hombre ha conseguido hasta ahora, es preciso que utilicemos los conocimientos hasta ahora conseguidos, para crecer, utilizándolos en nuestro propio beneficio, si no lo hacemos así, el mundo avanzará pero nosotros no podremos avanzar porque seguimos atados a las pasiones que nos mantienen imantados al suelo, donde la materia, nos hizo prisioneros.
Trabajo extraído por Mercedes Cruz Reyes del libro “Las Vidas sucesivas” de Gabriel Delanne
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FELICIDAD SIN CULPA
La mayoría de las personas se sienten infelices o postergan su felicidad por interiorizar un poderoso mecanismo, sea social, moral o religioso, introductor de culpa. El ser humano se estructura dentro de la sociedad sin la debida reflexión sobre los valores que asimila. Ni siempre percibe que, aquellos recibidos en sus orígenes deben, en la edad adulta, merecer reflexión y consecuente liberación de los que no condicen más con su madurez. Ni siempre las personas consiguen liberarse de la presión ejercida por la sociedad de la cual forman parte. Esa presión no es tan sólo proporcionada a través de normas y leyes, sino principalmente a partir de aquello que no es dicho ni explícito. Las leyes de la convivencia entre las personas, las cuales, no siempre forman parte de algún código escrito, promueven sanciones que psicológicamente imponen culpa y necesidad de alivio psíquico.
En este contexto, se suman los preceptos extraídos de las interpretaciones humanas a los códigos religiosos, muchas veces usados como mecanismos represores, para limitar todavía más las posibilidades del ser humano a entender su propia vida y alcanzar la felicidad.
El gran generador de la infelicidad es la culpa, que nos permite, cuando está instalada, esperar algún tipo de punición para alivio de aquello que consideramos una transgresión. Vivimos siempre a la espera de que esa punición ocurra, generando ansiedad y postergando nuestra felicidad.
Es claro que, todo eso ocurre también como un mecanismo que posibilita la percepción de la propia libertad individual. Hay personas que necesitan límites para administrar mejor su libertad, empero, esa regla es utilizada de forma excesiva y castradora, en virtud del miedo que tiene el ser humano de perder el control sobre sí mismo.
El propósito de todo ser humano es alcanzar la felicidad posible sin perder la noción de la responsabilidad individual por los propios actos. Ser feliz sólo es posible a través de la libertad con responsabilidad. Quien no fuera capaz de asumir las consecuencias de sus actos, no conseguirá vivir con la conciencia en paz y armonía.
Religiones y filosofías fueron – y todavía lo son – utilizadas como mecanismos de dominación colectiva bajo el argumento de que el pasado de la humanidad demuestra su necesidad de imponer límites. Es necesario que se perciba al espíritu como ser presente que, aunque asentado sobre su pasado, está siempre mirando hacia el futuro. Sin olvidar el pasado, es preciso vivir el presente con la mirada en el futuro. Las religiones valoran más el pasado que el futuro del ser humano, imponiéndole que cargue siempre alguna culpa.
De la manera como son practicadas las religiones, sirven para determinadas clases de creyentes. Para otras, ellas necesitan interpretaciones y comprensiones más avanzadas bajo pena de extinguirse. Ellas deben ser entendidas de formas distintas y de acuerdo con el nivel de evolución del espíritu.
En la mayoría de ellas, el concepto de felicidad pasa por la culpa y por la negación a la vida en la materia. Entender que ella, la felicidad, solamente podrá ocurrir en otro lugar, después de la muerte, es negar el sentido de la existencia, consecuentemente el presente.
No entregue su felicidad a la crítica de las religiones, de las filosofías, de los demás o de los errores que cometió. La religión, por naturaleza, debe facilitar el proceso de crecimiento del ser humano. Tome la suya como auxiliar de su equilibrio psicológico y espiritual. No coloque su felicidad a merced de las contingencias accidentales de su vida, o inclusive, de una fase de turbulencia por la que esté pasando. Recuerde que vivir no es un acto separado de un ser humano. Es un contexto, una conexión y un sentido. En la unión de esas realidades se junta el Espíritu que es usted. Asuma el comando de su vida y colóquela al servicio del propósito de ser feliz. Siga aquél dictado que dice ‘viva y deje también a los demás vivir‘
Nadie en el mundo está irremediablemente condenado a sufrir o a penar eternamente, ya sea en la vida o en la muerte. Las teorías que llevaron al ser humano a creerse perdido o condenado a sufrir por los actos, lo distanciaron de su propia felicidad. El ser humano está ‘condenado’ a ser feliz y esa conquista es realizada individual y colectivamente. Él fue obsequiado por Dios que le dio la Vida.
Por eso el hombre debe despojarse de conceptos, y penetrar en su propio corazón pensando en la felicidad como en un estado de espíritu.. Recuerde que el corazón y la razón son dos caras de una misma moneda, que representa al ser humano. Intentar separarlas es una tontería infantil. Deje a un lado sus culpas y sus miedos, con el fin de que pueda adquirir instrumentos que le posibiliten alcanzar la paz que desea.
Retire el velo que cubre su visión de sí mismo, deshágase de la ropa que el mundo le ayudó a tejer y vístase con el manto de la simplicidad y de la pureza de corazón, con el fin de que se encuentre con su esencia. Recuerde que no hay nada en el mundo que valga más que su paz interior. Y que ella, para ser real, debe manifestarse al mundo en su práctica diaria y en su vida de relaciones con los demás. La felicidad real y la paz verdadera son vividas en el mundo.
Reúna sus más íntimos propósitos, junte sus mayores intenciones, fortalézcase con las mejores energías y entre en contacto con el Dios que habita en usted., para encontrar su plena felicidad. No se olvide de repartirla por donde pase y con quien esté, ya que ello es garantía de perpetuidad.
Adenáuer Novaes
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