El Sr.Jobard era presidente honorario de la sociedad espiritista de Paris, la cual se proponia evocarle en la sesión del 8 de noviembre, cuando él se adelanto a este deseo, dando espontáneamente la comunicación siguiente:
Heme aquí que ya me ibais a evocar, y puesto que desde luego quiero manifestarme a este médium, por cuyo conducto hasta ahora lo he buscado en vano.
Voy a contaros mis impresiones en el momento de la separación de mi alma. He sentido un sacudimiento inaudito, me he acordado de repente de mi nacimiento, mi juventud, mi edad madura. Toda mi vida se ha reflejado claramente en mi memoria . No experimentaba más que un deseo piadoso de encontrarme en la regiones reveladas por nuestra querida creencia. Luego, todo este cúmulo de cuestiones se ha aplacado.....
"Era libre y mi cuerpo yacía inerte. ¡Ah, mis queridos amigos¡ ¡ Qué placer embriagador el despojarme de la pesadez del cuerpo! ¡Que arrobamiento causa el abarcar el espacio! No creáis, sin embargo, que de repente sea ya un elegido del Señor, no. Estoy entre los espíritus que, habiendo aprendido un poco, deben todavía aprender mucho. No he tardado en acordarme de vosotros, mis hermanos de destierro, y os aseguro que os he cobijado con toda mi simpatía y dirigido todos mis fervientes votos hacia vosotros.
¿Queréis saber cuáles son los espíritus que me han recibido? ¿Cuáles han sido mis impresiones? Amigos míos han sido todos aquellos que evocamos, todos los hermanos que han participado de nuestros trabajos. He visto el esplendor, pero no puedo describirlo. Me he dedicado a discernir la verdad en las comunicaciones.
Me he preparado a enmendar todas las aserciones erróneas, y ha ser, en fin, el defensor de la verdad en el otro mundo, como lo he sido en el vuestro.
Jobard
El Cielo y el infierno
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Si las palabras de los espíritus superiores no llega a nosotros pura, sino con las condiciones que con dificultad se encuentran, ¿no es esto un obstáculo para la propagación de la verdad?
No, porque la luz llega siempre para aquel que quiere recibirla. El que quiere ver claro, debe huir de la tinieblas, y las tinieblas están en la impureza del corazón.
Marco Antonio Gonzalez
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No tiranices "Y, con muchas parábolas semejantes, les dirigía la palabra, según lo que podían comprender." – (Marcos, 4:33.) En la difusión de las enseñanzas evangélicas, de cuando en cuando encontramos predicadores rigurosos y exigentes. Semejante anomalía no se verifica sólo en el cuadro general del servicio. En la esfera particular, no es raro ver como surgen amigos severos y fervorosos que reclaman desesperadamente la sintonía de los partidarios con los principios religiosos que abrazaron. Discusiones acerbas se levantan, tocando la acedía venenosa. Bellas expresiones afectivas son abaladas en los fundamentos, como ofensas indebidas. Con todo, si el discípulo permanece realmente poseído por el propósito de unión con el Maestro, tal actitud es fácil de corregir. El Señor solamente enseñaba a los que oían, "según lo que podían comprender." A los apóstoles confirió instrucciones de elevado valor simbólico, mientras que a la multitud transmitió verdades fundamentales, a través de cuentos simples. La conversación de Él difería, de conformidad con las necesidades espirituales de aquellos que lo rodeaban. Jamás violentó la posición natural de nadie. Si estás en servicio del Señor, considera los imperativos de la iluminación, porque el mundo precisa de servidores cristianos y, no, de tiranos doctrinarios. Espíritu Emmanuel Médium Francisco Cândido Xavier Extraído por Viviana Gianitelli del libro "Pan nuestro"
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GOCES
DE LOS BIENES DE LA TIERRA
¿Tienen
derecho todos los hombres a usar de los bienes de la tierra’?
(Pregunta 711 del libro de los Espíritus); la respuesta de los
espíritus es:
Este
derecho es consecuencia de la necesidad de vivir. Dios no puede haber
impuesto un deber sin haber dado al hombre los medios de cumplirlos.
Para
excitar al hombre al cumplimiento de su misión y para probarle con
la tentación Dios ha dado atractivos a los goces de los bienes
materiales.
Esta
tentación tiene el objeto de desarrollar su razón que debe
preservarle de los excesos. Si el hombre no hubiese sido excitado al
uso de los bienes de la tierra más que con la mira de su utilidad,
su indiferencia hubiera podido comprometer la armonía del universo.
Dios
le ha dado el atractivo del placer que le solicita al cumplimiento de
las miras de la Providencia. Pero por este mismo atractivo, Dios ha
querido, además, probarle con la tentación que le arrastra al
abuso, de que su razón ha de preservarle.
Los
goces tienen límites fijados por la Naturaleza para indicarnos él
límite de lo necesario, el hombre con sus excesos llega a la
saciedad y ellos mismos se castigan.
El
hombre que busca en los excesos de todas clases un refinamiento de
los goces se hace inferior al bruto; porque este sabe limitarse a la
satisfacción de la necesidad. Reniega de la razón que Dios le ha
dado por guía, y mientras mayores son sus excesos, más impera en su
naturaleza la animalidad que la espiritualidad. Dios ha dado a todos
los seres vivientes el instinto de la conservación para concurrir a
las miras de la Providencia y por esto Dios les ha dado la necesidad
de vivir.
La
vida, además, es necesaria para el perfeccionamiento de todos los
seres, estos lo sienten instintivamente sin darse cuenta de ello.
Dios
ha proporcionado siempre los medios para vivir, de hecho la tierra
produce lo que es necesario a todos sus habitantes; solo lo necesario
es útil, lo superfluo no lo es nunca.
El
hombre ingrato descuida la tierra, por eso esta no produce lo
bastante, y con frecuencia acusamos a la Naturaleza de lo que es
efecto de la imprevisión.
La
tierra produciría siempre lo necesario, cuando el hombre supiese
contentarse con ello.
Si
no abastece a todas las necesidades, es porque el hombre emplea en lo
superfluo lo que podría darse a lo necesario.
El
árabe del desierto, siempre encuentra con que vivir; porque no se
crea necesidades ficticias; pero cuando la mitad de los productos se
malbaratan en satisfacer caprichos no es extraño que al día
siguiente no se encuentre nada, sin razón, se quejara cuando se
encuentre despropósito en tiempo de escasez.
La
Naturaleza, por tanto, no es imprevisora. El suelo es el origen
primero de donde emanan todos los otros recursos y bienes de la
tierra que son todos aquellos de que el hombre puede gozar en este
mundo.
A
ciertos individuos les faltan los medios de subsistencia, a pesar de
estar rodeados de abundancia, esto es debido al egoísmo de los
hombres que no siempre hacen lo que deben.
Buscad
y encontrareis; estas palabras no quieren decir que basta mirar al
suelo para encontrar lo que se desea sino que hemos de buscar con
ardor y perseverancia, sin desanimarse, no con malicie ante los
obstáculos que con mucha frecuencia, son medios de poner a prueba
nuestra constancia, paciencia y firmeza.
La
infelicidad de muchos consiste en que van por un camino que no es el
que les ha trazado la Naturaleza, y entonces es cuando les falta
inteligencia para llegar al término. Todos tenemos un lugar, pero
con la condición de que cada uno ocupe el suyo y no el de otros. La
Naturaleza no puede ser responsable de los vicios, de la organización
social, de la ambición y del amor propio.
La
civilización multiplica día a día las necesidades, los orígenes
del trabajo y los medios de vivir pero mucho le queda aún por hacer.
Cuando el hombre haya redondeado su obra nadie podrá decir que
carece de lo necesario a no ser por culpa suya.
El
prudente conoce el límite de lo necesario por intuición y muchos
por experiencias adquiridas a sus espesas. El hombre es insaciable.
La Naturaleza ha trazado él límite de sus necesidades por medio de
su propia organización; pero los vicios han alterado su constitución
y le han creado necesidades que no son reales.
Todos
los que amontonan bienes terrestres para conseguir los superfluos en
perjuicio de los que carecen de lo necesario, desconocen la ley de
Dios y un día habrán de responder de las privaciones que hayan
hecho sufrir. Él límite de lo necesario y de lo superfluo nada
tiene de absoluto.
La
civilización ha creado necesidades de que carece el salvaje, y los
espíritus que han dictado estos preceptos no pretenden que el hombre
civilizado deba vivir como el salvaje. La civilización desarrolla el
sentido moral, y al mismo tiempo el sentimiento de caridad que induce
a los hombres a prestarse mutuo apoyo. Los que viven a expensas de
las privaciones de los otros, explotando en provecho suyo los
beneficios de la civilización, no tienen de está más que un
barniz, como hay gentes que de la religión sola tienen el antifaz.
La
ley de conservación obliga a atender a las necesidades del cuerpo,
pues sin fuerza y salud es imposible trabajar. El bienestar es un
deseo Natural en el hombre y Dios no prohíbe más que el abuso, éste
es contrario a la conservación. No mira como un crimen el que se
busque el bienestar si no es adquirida a expensas de otro, y si no ha
contribuido a mermar las fuerzas morales y físicas.
La
riqueza es una prueba muy resbaladiza, más peligrosa que la miseria
por sus consecuencias, por las tentaciones que da y la fascinación
que ejerce; es el supremo excitante del orgullo, del egoísmo y de la
vida sensual; es el lazo más poderoso que une al hombre a la tierra
y que desvía sus pensamientos del cielo, se ve muchas veces que el
que pasa de la miseria a la fortuna olvida muy pronto su primera
posición, a los que la compartían y a los que le han ayudado, y se
vuelve insensible, egoísta y vano.
Si
la riqueza es el origen de muchos males, de malas pasiones y de
muchos crímenes no debe culparse a la cosa, sino al hombre que abusa
de ella, como abusa de todos los dones de Dios; con el abuso hace
pernicioso lo que podría serle más útil, lo cual es consecuencia
del estado de inferioridad del mundo terrestre.
El
hombre tiene por misión trabajar para la mejoría material del
globo; debe desbravarlo, sanearlo, y disponerlo para que un día
reciba toda la población que corresponde a su extensión; y para eso
es preciso aumentar la producción; si la producción de una comarca
es insuficiente, es necesario buscarla más lejos. Por esto mismo las
relaciones de pueblo a pueblo se hacen necesarias y para hacerlas más
fáciles es necesario destruir los obstáculos materiales que los
separan y hacer las comunicaciones más rápidas.
Siendo
la riqueza el primer medio de ejecución, sin ella no habría grandes
trabajos, no habría actividad, no habría estimulante, no habría
pesquisas. Con razón, pues, está considerada como un elemento de
progreso.
Los
hombres no son igualmente ricos; porque no son igualmente
inteligentes, activos y laboriosos para adquirir, ni sobrios y
previsores para conservar. Está demostrado matemáticamente que la
fortuna, igualmente repartida, daría a cada uno una parte mínima e
insuficiente y que hecha esta repartición el equilibrio se rompería
en poco tiempo por la diversidad de caracteres y de aptitudes.
Teniendo
cada uno apenas lo necesario para vivir el resultado sería: el
agotamiento de todos los grandes trabajos que concurren al progreso y
al bienestar de la Humanidad; suponiendo que se diese a cada uno lo
necesario, no habría ya el aguijón que empuja a los grandes
descubrimientos y a las empresas útiles.
Si
Dios la concentra en ciertos puntos es para que desde allí se
esparza en cantidad suficiente, según las necesidades. Muchos se
preguntan porque Dios la da a personas incapaces de hacerla
fructificar para el bien de todos?. Esta es una prueba de la
sabiduría y de la bondad de Dios. Con el libre albedrío el hombre
en su experiencia aprende a diferenciar el bien del mal; de la
práctica del bien es resultado de sus esfuerzos y voluntad.
No
debe ser conducido fatalmente ni al bien, ni al mal pues sin esto
sólo sería un instrumento pasivo e irresponsable como los animales.
La fortuna es un medio para proveerle moralmente, es un poderoso
medio de acción para el progreso, no quiere que quede por mucho
tiempo improductivo, y por esto la cambia de puesto incesantemente.
Cada
uno debe poseerla para ensayarse a servirse de ella y probar el uso
que de la misma sabe hacer, como, hay la imposibilidad material de
que todos la tengan a un mismo tiempo y como si todos la poseyesen,
nadie trabajaría y el mejoramiento del globo sufriría las
consecuencias, cada uno la posee a su vez; el que hoy no la tiene, la
tuvo ya o la tendrá en otra existencia, y el que la tiene ahora
podrá no tenerla mañana.
Hay
ricos y pobres, la pobreza es para la una la prueba de la paciencia y
de la resignación y la riqueza es para los otros la prueba de la
caridad y de la abnegación. El origen del mal está en el egoísmo y
en el orgullo; los abusos de toda naturaleza cesaran por si mismos
cuando los hombres se sometan a la ley de la caridad.
El
hombre nada puede llevarse al otro mundo de lo que posee
materialmente y si se lleva todo lo que es para el alma. Al llegar al
otro mundo su colocación está subordinada a su haber, pero no se
paga con oro. No se le tomará cuenta del valor de sus bienes ni de
sus títulos, sino de la suma de sus virtudes. No se puede servir a
Dios y a Mamón, si pues se siente el alma dominada por la codicia de
la carne, deberá darse prisa en sacudir el yugo que la abruma,
porque Dios, justo y severo dirá ¡ ¿qué has hecho ecónomo
infiel, de los bienes que te he confiado?
¿Cuál
es, pues, el mejor empleo de la fortuna? La solución de este
problema está en “Amaos los unos a los otros “el que animado ama
a su prójimo tiene trazada una línea de conducta y su caridad no es
fría y egoísta, no reparte a su alrededor lo superfluo de una
existencia dorada, sino esa caridad llena de amor que busca a la
desdicha y la levanta sin humillarla.
El
rico ha de dar además de lo superfluo más aun, ha de dar un poco de
lo que le es necesario. No rechacemos el llanto por temor de ser
engañado hay que buscar el origen del mal, consolar primero
informarse después y mirar si el trabajo, los consejos, el mismo
afecto, serán más eficaces que la limosna. Difundamos a nuestro
alrededor con la caridad, el amor a Dios, el amor al trabajo el amor
al prójimo.
La
vida es un instante, damos mucha importancia al bienestar de ese
instante y descuidamos la estancia en la vida eterna, la verdadera
vida la del Espíritu. Muchos se sacrifican día y noche para obtener
bienes perecederos y se van vacíos de valores morales que les sirven
en el más haya para su paz y confort espiritual, lejos de desligarse
del mundo material, se adhieren aun muertos más a él, por el apego
a esos bienes materiales que en la mayoría de los casos van a parar
a manos extrañas que los destruyen, siendo en el más haya la
tortura para sus dueños que quieren llevarse el fruto de un trabajo
de sacrificio y abnegación, son muchos los que se esfuerzan en
seguir guardándolos creyendo que aun les pertenecen y que pueden
hacerlo. Más tarde cuando logran despertar de esa pesadilla, se
lamentan de su equivocación, de su mal dirigida vida fascinados en
la lucha por esos bienes y lamentan su tiempo perdido y las
consecuencias de esa labor estéril, muchos llenos de débitos, se
resienten hasta de crímenes por obtener o defender lo que según
ellos les pertenecía.
Su
amor a los bienes terrestre es una de las mayores trabas para su
adelantamiento moral y espiritual, por poseer esos bienes rompieron
sus facultades afectivas, concentrándose solo en esos bienes
materiales. Su satisfacción muy natural por obtener la fortuna y que
Dios aprueba se convirtió en una pasión que absorbió todos los
otros sentimientos y paralizó los impulsos del corazón la sórdida
avaricia, la prodigalidad exagerada son los agentes de esos
infortunados que olvidaron las leyes de Dios, que anima a los hombres
poderosos a dar sin ostentación para que los pobres reciban sin
bajezas.
El
hombre nunca debe olvidar, y es que todo viene de Dios y todo vuelve
a Dios. Nada le pertenece en la tierra, ni siquiera su pobre cuerpo,
somos depositarios y no propietarios; Dios nos ha prestado y debemos
devolvérselo, y lo que nos presta es con la condición de que al
menos lo superfluo ha de ir a parar a los que no tienen lo necesario
El
hombre que tiene apego a los bienes de la tierra es como el niño que
solo ve el momento presente. El instinto de propiedad ha provocado
grandes revoluciones, ensangrentado a los pueblos. Hay hombres
inquietos por las posesiones materiales y es porque el hombre aun no
ha aprendido a poseer, toda conquista humana el alma debería
aprovecharla, como fuerza de elevación.
El
hombre ganara su santidad, cuando comprenda que solo posee
verdaderamente aquello que se encuentra dentro de él, en el
contenido espiritual de su vida, todo lo que se relaciona con el
exterior como puede ser; criaturas, paisajes y vienes transitorios,
pertenecen a Dios que nos los concederá dé acuerdo con nuestros
méritos.
El
salvador nos dijo: Mi reino no es de este mundo. El Señor no ordena
que uno se despoje de lo que posee, para reducirnos a la mendicidad
voluntaria, porque vendríamos a ser una carga para la sociedad, esto
sería descargarnos de la responsabilidad que la fortuna hace pesar
sobre el que la posee.
El
rico tiene, pues, una misión que puede hacer agradable y provechosa
para él; desechar la fortuna cuando Dios se la da, es renunciar al
beneficio del bien que puede hacerse administrándola con prudencia.
Saber emplear útilmente cuando se tiene, saberla sacrificar cuando
sea necesario, es obrar según las miras del Señor.
Los
espíritus nos dicen: “Sabeos contentar con poco “Si sois
pobres, no envidiéis a los ricos porque la fortuna no es necesaria
para la felicidad, si sois ricos no olvidéis que estos vienen se os
han confiado y que deberéis justificar su empleo como en una cuenta
de tutela. No seáis depositarios infieles haciéndolos servir para
la satisfacción de vuestro orgullo y de vuestra sensualidad, no os
creáis con el derecho de disponer únicamente para vosotros, de lo
que solo es un préstamo, y no un donativo.
Si
no sabéis devolver, no tenéis el derecho de pedir, y acordaos que
el que da a los pobres paga la deuda que ha contraído con Dios.
Jesús prometió a los humildes y a los pequeños la entrada en el
reino celestial, la riqueza y el poder engendran con demasiada
frecuencia la soberbia, en cambio una vida laboriosa y oscura es el
elemento más seguro para el progreso moral.
En
la tarea diaria, las tentaciones los deseos y los apetitos malsanos
asedian menos al trabajador, el se puede entregar a la meditación y
desarrollar su conciencia. El hombre de mundo por el contrario, es
absorbido por las ocupaciones frívolas, por la especulación o por
el placer.
La
riqueza nos ata a la tierra con lazos tan numerosos y tan íntimos
que rara vez consigue la muerte romperlos y librarnos de ellos. Del
amor a los bienes materiales nace la envidia el que la posee, puede
despedirse de todo reposo, su vida se convierte en un perpetuo
tormento. Los éxitos, la opulencia del prójimo despierta en él
ardientes codicias y una fiebre de posesión que le consumen.
El
hombre debe ser dueño de su fortuna y no su excavo, deberá
mostrarse superior a ella siendo desinteresado y generoso. Cuando no
sé está suficientemente armado para las seducciones de la riqueza,
se deberá el Espíritu apartarse de esa prueba peligrosa y buscar
una vida sencilla, lejos de los vértigos de la fortuna y de la
grandeza, si ocupan un puesto elevado no deberá regocijarse por
ello, porque su responsabilidad y sus deberes serán mucho más
extensos.
Si
es colocado en la categoría inferior de la sociedad, que no se
avergüence nunca de ello. El papel de los humildes es el más
meritorio. El pobre debe ser sagrado para todos, pues pobre fue como
Jesús quiso nacer y morir.
El
trabajo, las privaciones y el sufrimiento desarrollan las fuerzas
viriles, del alma, la prosperidad las aminora. La pobreza nos enseña
a compadecernos de los males de los demás, haciéndonos conocerlos
mejor, nos une a todos los que sufre; da valor a mil cosas hacia las
cuales son indiferentes los dichosos.
Los
que no han conocido sus lecciones ignoran siempre uno de los aspectos
más conmovedores de la vida. No envidiemos a los ricos, cuyo
esplendor aparente oculta tantas miserias morales. No olvidemos que
bajo el silicio de la pobreza se esconden las virtudes más sublimes,
la abnegación y el Espíritu de sacrificio. No olvidemos tampoco que
con las labores y la sangre, con la inmolación continua de los
humildes viven las sociedades, se defienden se renuevan.
El
más grande en la tierra puede convertirse en uno de los últimos en
el espacio y el mendigo puede vestirse un traje resplandeciente.
Jesús vino no para que poseamos facilidades efímeras sino para que
seamos poseídos por las riquezas imperecibles, no para que nos
rodeemos de favores externos, y si, para concentrar en nosotros las
adquisiciones definitivas.
No
nos visito el Cristo, como el donador de beneficios vulgares. Vino a
ligarnos la lámpara del corazón a la usina del Amor a Dios
convirtiéndonos en luces inextinguibles. El dinero no significa un
mal. El apóstol de los gentiles nos esclarece que el amor al dinero
es la raíz de toda especie de males.
El
hombre no puede ser condenado por sus expresiones financieras, más
si, por el mal uso de semejantes recursos materiales, es por la
obsesión de poseer que el orgullo y la ociosidad, dos fantasmas del
infortunio humano se instalan en las almas, abrigándolas a los
desvíos de la luz eterna.
El
dinero que te viene a las manos, por los caminos rectos, que solo tu
conciencia puede analizar a la claridad divina, es un amigo que busca
tu orientación saludable y el consejo humanitario. Responderemos
ante Dios, por las directrices que le diéramos y ¡hay de nosotros
si materializamos esa fuerza benéfica en el sombrío edificio de la
iniquidad!
Muchas
son las madres que abandonan sus hogares dejándolos en manos
desconocidas durante muchas horas del día, con el fin de
experimentar la mina lucrativa, convirtiendo la marcha evolutiva en
corriente inquietante. La verdad aguarda al hombre e interroga ¿qué
trajisteis?
El
infeliz responderá que reunió ventajas materiales que se esforzó
por asegurar la posición tranquila de sí mismo y de los suyos. Y
examinando el equipaje, se verifica, casi siempre qué las victorias
son derrotas fragosas. No son valores del alma, ni tienen el sello de
los bienes eternos.
El
viajero mira hacia atrás y siente frío. La conciencia inquieta se
llena de nubes y la voz del evangelio le suena a los oídos.
.
! ¡¿Pobre de ti, porque tus lucros fueron pérdidas desastrosas ¡¿
y lo que tienes amontonado para quien será?
Trabajo
realizado por Merchita
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