RETAZOS DE UN VIAJE ASTRAL
Nana Pereira ( nombre figurado), del Grupo Espírita "Fraternidad de Andre Luiz", de Brasil, por medio de Facebook, relata lo siguiente:
" Me gustaría hablar de cómo fue la primera vez que salí del cuerpo.
Eran las tres de la madrugada.
Comencé a orar pidiendo mi sueño de vuelta, porque a la seis horas yo tendría que salir para ir a trabajar.
Pero de repente vi una luz roja y fui en dirección a ella, cuando miré por el lado y percibí que estaba en la cama. Quedé con miedo, pero luego se me pasó, y terminé de entrar en la luz roja. Fuí a otra ciudad para hablar con un amigo. Él estaba durmiendo y él se creería que yo estaba allí, pero yo no estaría.
Volví para mi propio cuerpo pero no me pude meter direactamente; de repente salí de nuevo y fui a una casa; comencé a orar porque yo no sabía que hacer y una voz me dijo:
Vete y serás orientada. Yo fui y hablé con una familia muy pobre; pedí permiso para entrar en su casa y ella me dijo que no; yo le respondí que le podía dar mi recado allí mismo. Yo le dije a la mujer que a partir de aquel momento su vida iva a cambiar. Ella lloró y nos abrazamos; yo regresé y tuve que esperar mucho para volver a comandar mi cuerpo.Pero cuando pude volver a comandar en él, oré y lloré porque con todas las experiencias lindas que tuve, esa sin duda fue la más maravillosa.
¡ Qué pena que nadie crea en mí !
Pero no me importa
¿ Usted me podría esplicar esa experiencia maravillosa que tuve ?......"
*****************************
EL SUICIDIO SEGÚN LA DOCTRINA ESPIRITA
Cuando en la Tierra abundan las desgracias, los pesares, el suicidio suele ser el recurso de los cobardes. Muchos son los hombres, que débiles en sus fuerzas, desesperados ante la situación, por la que pasan, optan por quitarse la vida, creyendo que así acaban con todo.
El suicida, es antes de nada enfermo del alma, en virtud de que es merecedor de nuestro mejor cariño, pensamientos y oraciones. Es un individuo víctima por un estado desvirtuado de ser y de sentir la Vida en su mayor extensión.
El lenguaje humano carece de vocablos comprensibles para definir las impresiones absolutamente inconcebibles que pasan a contaminar el “yo” de un suicida después de las primeras horas que siguen al desastre, que suben y se agrandan, se convierten en trastornos y se radican y cristalizan cada vez más en un estado vibratorio y mental que el hombre no puede comprender, porque está fuera de sus posibilidades de criatura que, gracias a Dios, se conservó exento de esa anormalidad. ¡Entenderlo y medir con precisión la intensidad de esa dramática sorpresa, sólo lo puede hacer otro espíritu cuyas facultades se hayan quemado en las efervescencias del mismo dolor!
En esas primeras horas, que por sí mismas configuran el abismo en que se precipitó el suicida, semi-inconsciente, atormentado, desmayado sin que, para mayor suplicio, se le oscurezca del todo la percepción de los sentidos, se siente dolorosamente confundido, nulo y disperso en sus millones de filamentos psíquicos violentamente alcanzados por el malvado acontecimiento.
El Más Allá de la tumba es, antes que nada, simplemente la vida real, lo que encontramos al entrar en sus regiones ¡es vida! Una vida intensa desarrollándose en modalidades infinitas de expresión, sabiamente dividida en continentes y grupos como la Tierra lo está en naciones y razas; con organizaciones sociales y educativas modelo, que servirán de modelo para el progreso de la humanidad. Allí en lo Invisible, más que en mundos planetarios, es donde las criaturas humanas toman su inspiración para los progresos que lentamente aplican en el orbe.
Después de la muerte, antes que el espíritu se oriente gravitando hacia el verdadero “hogar espiritual” que le cabe, será siempre necesario la estancia en una “antecámara”, en una región cuya densidad y aflictivas configuraciones locales corresponderán a los estados vibratorios y mentales del recién desencarnado. Ahí se detendrá hasta que sea naturalmente “des animalizado”, es decir, que se desprenda de los fluidos y fuerzas vitales de que están impregnados todos los cuerpos materiales. La estancia en ese umbral del Más Allá será temporal, aunque generalmente penosa. De acuerdo al carácter, las acciones practicadas y el género de vida y muerte que tuvo la entidad desencarnada –así serán el tiempo y la penuria en ese lugar. Existen algunos que sólo se demoran ahí algunas horas. Otros llevarán meses, años consecutivos, volviendo a la reencarnación sin alcanzar la Espiritualidad.
Los que se suicidan el caso asume proporciones especiales, dolorosas y complejas. Estos se demorarán ahí, generalmente, el tiempo que todavía les quedaba para concluir el compromiso de la existencia que prematuramente han cortado. Trayendo grandes cargas de fuerzas vitales animalizadas, además del bagaje de las pasiones criminales y una desorganización mental, nerviosa y vibratoria completas, es fácil entrever cual será la situación de esos infelices para los que existe un solo bálsamo: la oración de las almas caritativas.
Por muy larga que sea esa etapa, la reencarnación inmediata será la terapia indicada, aunque dolorosa, lo que será preferible a pasar muchos años en tan desgraciada situación, completándose así, entonces, el tiempo que faltaba para terminar la existencia cortada.
Allí la cuenta del tiempo se hace eterna, el espíritu queda estacionado en el momento exacto en que hizo caer para siempre su propia armadura de carne. A partir de ese momento, el terror, confusión, engañosas inducciones y suposiciones insidiosas, es lo que existe a su alrededor.
Aquel es un lugar maldito y desean volver a sus casas, sin consuelo y sin paz el espíritu que se suicida, igualmente ignora dónde se encuentra, qué significado tiene su espantosa situación, intentando huir de ella, afligidos y desesperados, no ven que lo que les sucedes es patrimonio de su propia mente en lucha, afectada de maleficios indescriptibles.
Una y otra vez el suicida intenta huir de ese lugar maldito y desea volver al hogar, emprendiendo carreras como un loco furioso. Prisionero maldito , sin consuelo y sin paz, sin descanso en ningún lugar, son arrastrados por corrientes irresistibles, como imanes poderosos, al torbellino de nubes sofocantes y perturbadoras.
Sumergido en las sombras, por su cobarde acción, el suicida, se ve como en callejones sin salida, en cavernas, en espacio pantanoso rodeado de abruptas murallas, se sienten como sepultado vivo en la profundidad tenebrosa de algún volcán. Se sienten como encarcelados en el sub suelo con la visión macabra de la descomposición de su cuerpo bajo el ataque de los gusanos hambrientos, siguiendo su curso natural de destrucción orgánica, acabando con sus carnes, vísceras, sangre y con su cuerpo, en fin, que desaparece para siempre en un banquete asqueroso, su cuerpo, que es carcomido lentamente. Estos y otros síntomas deprimentes es el castigoinevitable del renegado que osó insultar a la naturaleza destruyendoprematuramente lo que sólo ella podía decidir y realizar.
El suicida sigue vivo, en espíritu, ante su cuerpo putrefacto siente como le alcanza la corrupción… en su cuerpo astral, le duelen. Los mordisco monstruosos de los gusanos. Le enfurece hasta la locura la martirizante repercusión que lleva a su periespiritu todavía animalizado y lleno de abundantes fuerzas vitales, a reflexionar sobre lo que le pasa en su antiguo cuerpo físico, como el eco de un rumor reproduciéndose, ya que el suicidio es como una red envolvente en donde la víctima – el suicida - sólo se debate para confundirse cada vez más, enredarse y complicarse.
“Por encima de todas esas terribles consecuencias del suicidio, está, vigilante y compasiva, la paternal misericordia de Dios, que siendo Justo y Bueno no quiere la muerte del pecador, y si que viva y se arrepienta”.
En las peripecias que el suicida sufre después del acto que le llevó a la tumba prematuramente, el Valle siniestro de los suicidas sólo representa una etapa temporal, siendo dirigido por un movimiento de impulso natural, con el que se afina, hasta que se deshagan las pesadas cadenas que le unen al cuerpo físico, destruido antes de la ocasión prevista por la ley natural. Es necesario que se desprendan de él los fluidos vitales que revestían su cuerpo físico, unidos por afinidades especiales de la naturaleza al periespiritu, que guardan en él reservas suficientes para una vida completa, que se pierdan, por fin, las mismas afinidades, labor que en un suicida está acompañada de muchas dificultades, de una lentitud impresionante, para, sólo entonces, obtener un estado vibratorio que le permita el alivio y progreso.
A las impresiones y sensaciones penosas, oriundas del cuerpo carnal, que acompañan al espíritu aún materializado, las denominamos repercusiones magnéticas, en virtud del magnetismo animal, existente en todos los seres vivos, y sus afinidades con el periespiritu. Se trata de un fenómeno idéntico al que siente un hombre que tuvo el brazo o la pierna amputados, picazón en la palma de la mano que ya no existe, o en la planta del pié, igualmente inexistente.
Conocimos en cierto hospital a un obrero que tenía ambas piernas amputadas, sintiéndolas tan vivamente así como los pies, que, olvidando de que ya no los tenía, trató de levantarse, cayendo estrepitosamente.
Esos fenómenos son fáciles de observar. Es decir que, en función de la índole de su carácter, imperfecciones y grado de responsabilidad general así será el perjuicio de la situación, y la intensidad de los padecimientos a experimentar, pues, en estos casos, no son sólo las consecuencias del suicidio las que afligen su alma, sino también el pago por los actos pecaminosos anteriormente cometidos.
En general aquellos que se arrojan al suicidio, esperan librarse para siempre de los sinsabores que creen insoportables y de sufrimientos y problemas considerados insolubles por la tibieza de la voluntad sin educación, que se acobarda muchas veces ante la vergüenza del descrédito o de la deshonra y de los remordimientos deprimentes que ensucian su conciencia, consecuencias de acciones practicadas contra las leyes del Bien y la Justicia.
Los hechos irremediables, sin embargo, se imponen a los hombres como a los espíritus con una majestuosa naturalidad. en el Más Allá de la tumba, las vibraciones mentales largamente violadas del alcohólico, del sensual, del cocainómano, etc., etc., podrán crear y mantener visiones y ambientes nefastos, pervertidos. Si, además, traen los desequilibrios de un suicidio, la situación podrá alcanzar proporciones inconcebibles.
¡La mente edifica y produce! ¡El pensamiento es creador, y, por tanto, fabrica, corporifica, retiene imágenes engendradas por él mismo, realiza, fija lo que pasó y, con poderosas garras, lo conserva presente hasta cuando se desee! El suicida en el Valle Siniestro de los Suicidas vibrando violentamente y reteniendo con las fuerzas mentales el momento atroz en que se suicidan, crean los escenarios y respectivas escenas que viven en sus últimos momentos en la Tierra.
El suicida tiene fragmentos de un cordón luminoso, fosforescente, despedazado, como violentamente roto, que se desprende en astillas como un cable compacto de hilos eléctricos reventados, desprendiendo fluidos que deberían permanecer organizados para determinado fin. Ese detalle, aparentemente insignificante, tenía una importancia capital, pues era justamente donde se establece la desorganización del estado del suicida.
Hoy sabemos que ese cordón fluídico-magnético, que une el alma al cuerpo físico y le da la vida, solamente deberá estar en condiciones apropiadas para separarse de este, con ocasión de la muerte natural, lo que entonces se hará naturalmente, sin choques, sin violencia. Con el suicidio, sin embargo, una vez roto y no desprendido, rudamente arrancado, despedazado cuando todavía estaba en toda su pujanza fluídica y magnética, producirá gran parte de los desequilibrios que se han mencionado, ya que, en la constitución vital para la existencia que debería ser, muchas veces, larga, la reserva de fuerzas magnéticas aun no se había extinguido, lo que lleva al suicida a sentirse un “muerto-vivo” en la más expresiva significación del término.
1ºEl hombre es un compuesto de triple naturaleza: humana, astral y espiritual, es decir, materia, fluido y esencia. Ese compuesto podemos también denominarlo: cuerpo físico, cuerpo fluídico o periespiritu, y alma o espíritu, de este último se irradian vida, inteligencia, sentimiento, etc., etc. es la centella donde se verifica la esencia divina y que en el hombre señala la herencia celeste. De esos tres cuerpos, el primero es temporal, obedeciendo sólo a la necesidad de las circunstancias que le rodean, destinado a la desintegración total por su propia naturaleza putrescible, oriunda del barro primitivo: es el de carne. El segundo es inmortal y tiende a progresar, desarrollarse, perfeccionarse a través de los trabajos incesantes en las luchas de los milenios: es el fluídico o periespiritu; mientras que el espíritu, eterno como el origen del que proviene, luz imperecedera que tiende a volver a brillar siempre hasta retratar en grado relativo el brillo supremo que le dio la vida, para gloria de su mismo Creador. Es la esencia divina, imagen y semejanza (que lo será algún día), del Todopoderoso Dios.
2. Viviendo en la Tierra, ese ser inteligente, que deberá evolucionar hacia la eternidad, se denomina hombre siendo, por tanto, el hombre un espíritu encerrado en un cuerpo de carne o encarnado.
3. Un espíritu vuelve varias veces a tomar un nuevo cuerpo físico sobre la
Tierra, nace varias veces para volver a convivir en las sociedades terrenas, como hombre, exactamente como éste cambia de ropa muchas veces...
4. El suicida es un espíritu criminal, fracasado en los compromisos que tenía con las Leyes sabias, justas e inmutables establecidas por el Creador, y que se ve obligado a repetir la experiencia en la Tierra, tomando un cuerpo nuevo, ya que destruyó aquel que la Ley le confiara para instrumento de auxilio en la conquista de su propio perfeccionamiento, depósito sagrado que debía haber estimado y respetado antes que destruirle, ya que no tenía derecho a faltar a los grandes compromisos de la vida planetaria, establecidos antes del nacimiento en presencia de su propia conciencia y ante la Paternidad Divina, que le dio la vida y medios para ello.
5. El espíritu de un suicida volverá a un nuevo cuerpo terreno en condiciones muy penosas de sufrimiento, agravadas por los resultados del gran desequilibrio que el gesto desesperado provocó en su cuerpo astral, es decir, en su periespiritu.
6. La vuelta de un suicida a un nuevo cuerpo físico responde a la Ley. Es la Ley inevitable, irrevocable: una expiación irremediable, a la que tendrá que someterse voluntariamente o no, porque no hay otro recurso sino la repetición del programa terrestre que dejó de ejecutar, en su propio beneficio.
7. Sucumbiendo al suicidio, el hombre rechaza y destruye una ocasión sagrada, proporcionada por la Ley, para la conquista de situaciones dignas y honrosas para la propia conciencia, pues los sufrimientos, cuando son heroicamente soportados, con voluntad soberana de vencer, son como una esponja mágica para eliminar de la conciencia culpable las tinieblas infamantes, que son el resultado, en muchas ocasiones, de un pasado criminal, en anteriores etapas terrestres. Pero, si en vez del heroísmo salvador, el hombre prefiere huir a sus pruebas, valiéndose de un atentado contra sí mismo que revela la degradación moral e inferioridad de su carácter, retrasará el momento de satisfacer sus más anhelados deseos, ya que jamás se podrá destruir porque la fuente de su vida reside en su espíritu y éste es indestructible y eterno como el foco Sagrado del que descendió.
8. Raramente el suicida permanece mucho tiempo en la Espiritualidad. En función del daño producido, se reencarnará con rapidez o retrasará su vuelta a un cuerpo físico en el caso que existan circunstancias atenuantes que permitan su ingreso en cursos de aprendizaje educativos, que facilitaran las luchas futuras, favoreciendo su rehabilitación.
9. El suicida es como un clandestino de la Espiritualidad. Las leyes que regulan la armonía del mundo Invisible no admiten su presencia antes de la época fijada; y son tolerados, amparados y convenientemente encaminados porque la excelencia de esas mismas leyes, derramada del seno amoroso del Padre Altísimo, estableció que sean incesantemente renovadas las oportunidades de corrección y rehabilitación a todos los pecadores.
10. Renaciendo en un nuevo cuerpo carnal, se enfrentará de nuevo el suicida a la programación de los trabajos a los que imaginó erróneamente poder escapar por el suicidio; experimentará nuevamente tareas, pruebas semejantes o absolutamente idénticas a las que pretendió esquivar; pasará inevitablemente por la tentación del mismo suicidio, porque él mismo se colocó en esa difícil situación acumulando para la reencarnación expiatoria las amargas consecuencias de un pasado delictivo.
Sin embargo, podrá resistirse a esa tentación, ya que en la espiritualidad fue debidamente aleccionado para esa resistencia. Si, no obstante, fallase por segunda vez –caso improbable–, se incrementará su responsabilidad, multiplicando la serie de sufrimientos y luchas rehabilitadoras, ya que es inmortal.
11. El estado indefinible, de angustia inconsolable, inquietud aflictiva, tristeza e insatisfacción permanente, las situaciones anormales que aparecen y permanecen en el alma, la mente y la vida de un suicida reencarnado, indescriptibles a la comprensión humana y sólo asimilables por él mismo, solamente le permitirán el retorno a la normalidad al terminar las causas que las provocaron, después de existencias expiatorias, donde sus valores morales serán puestos a prueba, acompañados de sufrimientos, realizaciones nobles y renuncias dolorosas de las que no se podrá librar... pudiendo exigir esa labor suya la perseverancia de un siglo de luchas, de dos siglos... tal vez más... según sea el grado de sus propios méritos y su disposición para las luchas justas e inalienables.
Ese deplorable estado de cosas, para las que el hombre no tiene vocabulario ni imágenes adecuadas, se prolonga hasta que se agoten las reservas de fuerzas vitales y magnéticas, lo que varía según el grado de vitalidad de cada uno. El mismo carácter individual influye en la prolongación del delicado estado, cuando la persona haya estado más o menos atraída por los sentidos materiales, groseros e inferiores. Es pues, un trastorno, que sólo el tiempo, con una extensa ristra de sufrimientos, conseguirá corregir.
¡Es innegable, no obstante, que estamos todos subordinados a una Dirección Mayor, independiente de nuestra voluntad!... que lo mejor que todos podemos hacer, ante cualquier situación nefasta que se nos presente es encomendarnos a Dios, resignándonos buenamente a las peripecias que nos sobrevengan... ¡De nada vale desesperarse, sino para ser todavía más desgraciados! Se puede escapar y restablecerse de un tiro de revolver o curarse de la ingestión de un veneno, cualquiera que sean las circunstancias en que lo hayamos usado.
Pero en el periespiritu quedan grabadas las lesiones psíquicas que abrigamos e intencionadamente queríamos efectuar.
Todos los hijos del Altísimo, al vivir las existencias planetarias y espirituales, las imprimen en los archivos del alma, en las capas profundas de la conciencia, toda la gran epopeya de las trayectorias vividas, las acciones, las obras y hasta los pensamientos que conciben. Su larga y tumultuosa historia se encuentra grabada, como la historia del globo, donde ya vivimos, está archivada en las capas geológicas y eternamente reproducida, fotografiada, igualmente archivada, en las ondas luminosas del éter, a través del infinito del tiempo.
A su vez el periespiritu, el envoltorio que tenemos actualmente, como espíritus libres del cuerpo físico, aparato delicadísimo y fiel, cuya maravillosa constitución todavía no podéis comprender, registra, con nitidez idéntica, los mismos depósitos que la conciencia almacenó a través del tiempo, los archiva en sus arcanos, los refleja o expande conforme a la necesidad del momento –tal como lo hice ahora–, bastando para eso la acción de la voluntad educada.
El “cuerpo astral”, es decir, el periespiritu –o mejor, el “físico-espiritual”– no es una abstracción, ni una figura incorpórea, etérea, como se pueda suponer. Es, al contrario de eso, una organización viva, real, sede de las sensaciones, donde se imprimen y repercuten todos los acontecimientos que impresionan la mente y afectan al sistema nervioso, al que dirige.
En ese envoltorio admirable del alma –de la esencia divina que en cada uno de nosotros existe, señalando el origen del que provenimos–, persiste también una sustancia material, aunque quintaesenciada, que le permite enfermar y resentirse, ya que semejante estado de materia es muy impresionable y sensible, de naturaleza delicada, indestructible, progresiva, sublime, no pudiendo, por eso mismo, padecer, sin grandes problemas, la violencia de un acto brutal como el suicidio, para su envoltorio terrestre.
¡No morimos ni moriremos jamás!... porque la muerte no existe en la Ley que rige en el Universo! Con el suicidio lo que pasa es que aniquilamos el cuerpo carnal y la vida sin embargo no reside en ese cuerpo y si en el periespiritu, el es el que sufre, vive y piensa y que posee la cualidad sublime de ser inmortal, mientras que el de carne que rechaza el suicida, es solo para el uso en la Tierra el que yace en la sombría tumba.
Es cierto que la buena educación social favorece la adaptación a los ambientes espirituales. Sin embargo, no lo es todo. Los sentimientos depurados, el estado mental en armonía con los principios elevados, las buenas cualidades del carácter y del corazón, que conforman la “buena educación” moral, son los que constituyen el elemento primordial para una prometedora situación en el Más Allá...
Para deshacerse del profundo desequilibrio que el acto del suicidio produce tanto en la organización fluídica (periespiritu) (no solo de la desorganización moral, todavía más dolorosa), es indispensable volver a animar otro cuerpo físico, pues hasta que no sea así, el suicida es una criatura inarmónica con las leyes que rigen el universo, privada de cualquier realización que lo permita progresar. Pues como hemos podido observar, que el hombre que deseó huir de la existencia planetaria por los engañosos acantilados del suicidio, no se eximió, absolutamente, de ninguna de las amargas situaciones que le disgustaban, sino que sumó desdichas nuevas, más ardientes y punzantes, al bagaje de los males que antes le afectaban, que habrían sido soportables si una educación moral sólida, basada en el cumplimiento del deber, inspirase sus acciones diarias.
Esa educación orientadora, consejera, salvadora, por tanto, de desastres el hombre no la adquiere en la Tierra porque no la quiere adquirir, ya que a su alrededor existen, numerosas instrucciones y enseñanzas capaces de encaminar sus pasos hacia el bien y el deber.
El incauto viajero terreno ha preferido siempre desperdiciar las oportunidades benéficas proporcionadas por la Divina Providencia con vistas a su engrandecimiento moral y espiritual, para libremente engancharse a las pasiones que mantienen los vicios y desatinos que le empujan a la irremediable caída en el abismo.
Sumergido en el torbellino de las atracciones mundanas, en las pruebas que le martirizan, en las vicisitudes diarias, sin considerar que son el medio en que realiza las experiencias para el progreso, como un hogar próspero y feliz, jamás se le ocurre al hombre emprender ningún esfuerzo para la iluminación interior de sí mismo, la reeducación moral, mental y espiritual necesaria para el futuro que su espíritu será llamado a conquistar por el orden natural de las Leyes de la Creación.
Ni él mismo comprende que posee un alma dotada de los gérmenes divinos para la adquisición de excelentes prendas morales y cualidades espirituales eternas, gérmenes cuyo desarrollo le corresponde realizar y mejorar a través del glorioso trabajo de ascensión hacia Dios, hacia la vida inmortal.
Ignora que es en el cultivo de esos dones donde reside el secreto de la obtención perfecta de sus ideales más queridos, de que los sueños que suspira se hagan reales, y sobre todo que, despreciando el ser divino que palpita dentro de él, que es él mismo, su espíritu inmortal, descendiente del Todopoderoso, se entrega voluntariamente a la condena por el dolor, cayendo por los tortuosos desvíos de la animalidad y hasta del crimen, que le arrastrarán inexorablemente a las reparaciones, renovaciones y experiencias dolorosas en las reencarnaciones necesarias. ¡Cómo sería de suave la ascensión si meditase prudentemente, buscando el propio origen y el futuro que debe alcanzar!
Aunque nuestro interés fraternal, inspirado en el ejemplo del Divino Cordero, intente remediar la suerte de los suicidas, sólo el tiempo y sus propios esfuerzos, en sentido opuesto a los que tuvieron ante la adversidad, serán el método más conveniente para su recuperación. Pues como puede observar el suicida, al otro lado de la vida, destruyo su cuerpo físico, sin embargo, no desapareció como deseaba, ni se liberó de los sinsabores que lo desesperaban. ¡Viven! ¡Pese a ese acto macabro ¡siguen vivos! ¡Vivirán siempre! Vivirán por toda la eternidad una vida que es inmortal, que jamás, jamás se extinguirá dentro de su ser, proyectando sobre su conciencia un impulso irresistible hacia adelante, hacia el Más Allá…
Muchas veces la solución para los problemas que abrieron las puertas hacia el abismo, se encuentra a dos pasos de distancia del sufridor, el socorro enviado por la Providencia a su hijo bien amado surgiría, en algunos días, unos pocos meses, bastando solamente que éste soportase la breve espera, en un glorioso testimonio de voluntad, paciencia y coraje moral, necesario para su progreso espiritual. Es por esa razón, que el suicida observa con decepcionante sorpresa que fácil habría sido la victoria y hasta la felicidad, si hubiera buscado en el Amor Divino la inspiración para resolver esas circunstancias de la vida en vez de destruirla para siempre.
Allan Kardec y sus discípulos, no raras veces, se reunían periódicamente en lugares secretos, como los antiguos iniciados en el secreto de los santuarios, y, respetuosos, obedeciendo a impulsos fraternos por amor al Cristo Divino, emitían pensamientos caritativos, a favor de los suicidas, por comprender la gravedad del asunto, y lo perjudicial que era para el Espíritu su ejecución.
Para que las verdades de los misterios celestes se abran al entendimiento, para desvelarles lo sublime de ellas, fue, es y siempre será indispensable a los investigadores la autodisciplina moral y mental, es decir, una preparación individual previa, que obliga a modificaciones sensibles en el interior de cada uno, o, por lo menos, el deseo vehemente de reformarse, la voluntad convincente de alcanzar el verdadero centro del Bien...
Es necesario que recordemos, ante las vicisitudes de la vida, las bellas y edificantes palabras del Maestro que tantas lágrimas han enjugado a través de los siglos, tantos corazones ávidos han aplacado, tantas y tan angustiosas incertidumbres han transformado en la serenidad de una convicción sólida e inquebrantable:
–Venid a mí, vosotros que sufrís y os encontráis sobrecargados, y yo os aliviaré.
Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended conmigo, que soy blando y humilde de corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas pues es suave mi yugo y leve mi fardo.
–Bienaventurados los que lloran y sufren, porque serán consolados.
–Bienaventurados los hambrientos y los sedientos de justicia, pues serán saciados.
–Bienaventurados los que sufren persecución por amor a la justicia, pues que es de ellos el reino de los cielos.
–Bienaventurados vosotros, que sois pobres, porque vuestro es el reino de los cielos.
–Bienaventurados vosotros que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados.
–Dichosos sois, vosotros que ahora lloráis, porque reiréis.
–Dios no quiere la muerte del pecador, y sí que él viva y se arrepienta.
–El hijo de Dios vino a buscar y salvar lo que se había perdido.
–De las ovejas que el Padre me confió, ninguna se perderá.
–Si quieres entrar en el reino de Dios, ven, toma a tu cruz y sígueme….
–¡Yo soy el Gran Médico de las almas y vengo a traeros el remedio que os ha de curar!
¡Los débiles, los sufridores y los enfermos son mis hijos predilectos! ¡Vengo a salvarlos!
Venid pues a mí, vosotros que sufrís y que os halláis oprimidos, y seréis aliviados y consolados.
–Vengo a instruir y consolar a los pobres desheredados. Vengo a decirles que eleven su resignación al nivel de sus pruebas, que lloren, por cuanto el dolor fue consagrado en el Jardín de los Olivos, pero que esperen, puesto que también a ellos los ángeles consoladores vendrán a enjugar sus lágrimas.
Vuestras almas no están olvidadas, yo, el Divino Jardinero, las cultivo en el silencio de vuestros pensamientos.
Dios consuela a los humildes y da fuerza a los afligidos que la piden.
Su poder cubre la Tierra y, por todas partes, junto a cada lágrima colocó Él un
Bálsamo que consuela.
–Nada queda perdido en el reino de nuestro Padre y vuestros sudores y miserias forman el tesoro que os hará ricos en las esferas superiores, donde la luz substituye a las tinieblas y donde el más desnudo de entre todos vosotros será tal vez el más resplandeciente.
El Espiritismo resulta un factor protector, al ofrecer a los hombres, educación espiritual, que le esclarecen en cuanto al origen de los sufrimientos y su relación con la ley de causa y efecto. A la vez que viene a traer un mensaje de esperanza, al dejar claramente establecida la transitoriedad del sufrimiento.
Algunas nociones previas sobre la vida espiritual serán útiles en ese particular. Pueden ayudar libros de la codificación espirita, como El Libro de los Espíritus y El Evangelio según el Espiritismo, donde también es abordada la problemática del suicidio.
Por Mercedes Cruz Reyes
Extraído del libro “Memorias de un Suicida” de Ivonne de Amaral Pereira
No hay comentarios:
Publicar un comentario