La alegría y la tristeza
Los instintos y las emociones primarias están íntimamente relacionados. En el anterior artículo abordamos las cuatro primeras emociones: miedo, sorpresa, ira y aversión; relacionándolas con los instintos de supervivencia y conservación.
Nos queda pendiente por tanto profundizar en las emociones de alegría y tristeza desde el punto de vista de su relación con los instintos.
Por tanto, sólo atenderemos a nuestro instinto de progreso una vez satisfechos los requerimientos del instinto de conservación y sucesivamente sólo atenderemos dichos requerimientos si tenemos satisfechos igualmente los del instinto de supervivencia.
Paralelamente, para poder acceder a las emociones de alegría o tristeza, relacionadas como veremos con el instinto de progreso, tendremos previamente que haber calmado o superado las emociones de miedo, sorpresa, ira o aversión. No podemos estar alegres o tristes y sentir miedo. El miedo ahoga emociones de menor intensidad y las cuatro primeras emociones, relacionadas con los instintos de supervivencia y conservación, son por tanto las emociones que mayor intensidad pueden llegar a movilizar.
Alegría es el estado de ánimo que obtenemos cuando conseguimos, confiamos o tenemos fe en alcanzar un progreso, un objetivo deseado, un bien o un placer. Es la sensación que sentimos cuando progresamos hacia dicho bien. Por tanto es parte de la recompensa por adelantado y a su vez, el acicate para seguir esforzándonos por dicho progreso. Sin la alegría el camino de la evolución perdería su energía. Nos podríamos quedar entonces estancados a mitad de camino sin fuerzas para seguir.
Es lo que ocurre cuando carecemos de Fe o confianza. La Fe y confianza es garantía de alegría. Si no tenemos alegría tenemos que revisar nuestra Fe y confianza. "La Felicidad no es de este mundo" (Evangelio según el Espiritismo, capítulo 5, ítem 20) pero por ello tenemos la alegría. La Fe nos da la visión pre-clara de lo venidero, la alegría surge ante dicha visión. Si no tenemos Fe aparece la duda. La duda, en contra de la Fe, nos roba energías mentales necesarias para nuestro avance debilitándonos. La duda es buena en ciertos momentos de crecimiento porque nos impulsa a la búsqueda de conocimiento. Nos protege de la Fe Ciega que nos estanca moralmente y nos acerca a un nuevo despertar cuando adquirimos la capacidad de despertar la conciencia.
La Fe Ciega, que no terminamos de creer internamente, no puede dar una alegría duradera, porque no puede engañar a la sabiduría acumulada en nuestro espíritu, a través de todas sus existencias. Por eso siempre la Fe ciega da paso a la duda, porque nace, en ese caso, del fondo de nuestro espíritu. La Fe ciega cumple su papel en conciencias dormidas, aferrándolas a estrictas leyes que impiden su extravío moral, pero deja de ser necesaria cuando la conciencia adquiere la madurez del despertar. La duda es la puerta del conocimiento, la llave es la Fe Razonada alcanzada mediante el estudio y la práctica del Evangelio de Jesús.
La alegría es un adelanto de la felicidad venidera. La alegría está en el camino, en la meta la felicidad. La meta es la vida espiritual, cuando retornemos al mundo mayor después de dejar el cuerpo físico. Mientras tanto, la alegría es lo más parecido que tenemos a la felicidad. ¿Quién podría distinguir un estado de alegría de un estado de felicidad? ¿Conocemos acaso la felicidad? La felicidad, una vez alcanzada, no podría perderse, porque su añoranza nos hundiría en la más dura nostalgia. Si eso no ocurre es porque no conocemos la felicidad, conocemos apenas la alegría, no que no es poco. La sabiduría de la creación posibilita que una vez alcanzada la felicidad no tengamos que desprendernos de ella, salvo sublimes sacrificios, como el realizado por Jesús al encarnar en nuestro mundo.
Hasta aquí hemos hablado de la alegría de origen espiritual relacionándola con el progreso espiritual. Pero como fiel reflejo del progreso espiritual, tenemos la necesidad de progresar materialmente, gracias al instinto de progreso, causa de la alegría material que nos inunda ante la certeza de nuevos avances, desarrollos y placeres.
Cuando la alegría es por un objetivo material, nos encontramos que en la mayoría de las ocasiones, la satisfacción producida por dicha alegría, conforme nos acercamos al objetivo, supera con mucho a la propia satisfacción material a alcanzar, encontrándonos que una vez en su posesión, el encanto desaparece o no cumple las expectativas creadas, normalmente debido a recurrentes autosugestiones ilusorias.
Nos lleva a la introspección y al arrepentimiento, en su caso, como único remedio para asumir la pérdida o culpa con el mínimo desgaste psicológico, pese al sufrimiento implícito de dicho estado, capacitándonos para la necesaria superación del problema. Sin superación no hay avance y sin avance podemos caer en las dos principales salidas erróneas ante esta situación, la melancolía o la depresión. Melancolía como estado destructivo carente de esperanza que desplaza a la tristeza y la depresión como exageración desmesurada de la tristeza.
La tristeza pues, nos prepara para la llegada del dolor y este siempre es necesario en cualquier situación de estancamiento evolutivo. Todo evoluciona en el Universo, pero cuando por nuestros propios errores, nos estancamos en el camino evolutivo, el dolor aparece rompiendo las barreras que bloquean nuestro avance. Por ello podemos decir que todo dolor encierra en sí mismo un bien mayor, que no podemos percibir pero por el que, en muchas ocasiones una vez pasado, damos gracias a Dios.
La tristeza por tanto, debe ser utilizada como remedio justamente para cuando nos alejamos de las metas marcadas por nuestra conciencia, y por tanto nuestro espíritu. La tristeza nos lleva a la introspección como verdadera oportunidad para entrar en contacto íntimo con nuestro ser y reformular nuestros actuales valores, adquiriendo el ánimo y la voluntad necesarias para nuestra futura transformación.
Dejemos el inmovilismo o estancamiento, el primer paso es siempre el que más cuesta. Tengamos voluntad para crear el hábito salvador que nos permita perseverar y enseguida la alegría aparecerá con las primeras metas conseguidas. La Alegría es un alimento de la Fe, la Fe de la Esperanza y la Caridad («La esperanza y caridad son consecuencias de la Fe» El Evangelio según el Espiritismo Cap. XIX, ítem 11.). ...Y “Sin Caridad no hay Salvación” (Allan Kardec), sin alegría pues, se nos hace el camino hacia la salvación demasiado largo y empinado.
Conclusiones
Nuestro ejercicio diario será, por tanto, alcanzar la alegría constante, consecuencia de encontrarnos siempre en camino a nuevas realizaciones espirituales, reafirmando nuestra Fe con nuestros actos, siendo conscientes de la certeza de un bien mayor acercándose. Estamos destinados a la felicidad, no nos demoremos por el camino porque “mi yugo es suave y mi fardo ligero” (Mateo 9:30)
Una vez abrazado el Evangelio, la Ley es suave porque está basada en el Amor. El fardo es leve porque la verdadera carga fastidiosa y causante de infelicidad, la habremos dejado con nuestras pasiones y deseos materiales.
El Evangelio y la práctica de la Caridad es por tanto la mayor psicoterapia que podemos tomar, fuente de salud, paz, felicidad y alegría en el caminar.
Para el camino debemos fomentar la alegría, la cual nos embarga al alcanzar la autoconsciencia, mediante la oración y la meditación, haciéndonos conscientes de la realidad espiritual que nos rodea, del auto-conocimiento como fuente de nuevas metas a alcanzar.
La verdadera alegría, conlleva el despertar espiritual, el autoconocimiento (pregunta 919 de El Libro de Los Espíritus) nos marcará las etapas a alcanzar, la meta la felicidad verdadera.
Creamos constantemente expectativas de pérdida que nos entristecen y expectativas de ganancia que nos alegran. Esto es determinante para nuestro estado de ánimo. Eliminemos las expectativas de pérdida comprendiendo que realmente no poseemos nada, sólo somos usufructuarios de los bienes que nos son dados por Dios. Sin apego no hay dolor a la pérdida ni egoísmo, sin pérdida sólo puede haber ganancia, con ganancia Alegría, con Alegría, Confianza, con Confianza, Fe, con Fe, Caridad y con Caridad la “Salvación”.
Evaluemos día a día nuestro “termómetro” de Alegría. Somos los verdaderos responsables de ello. Buscar la Alegría significa reafirmarnos en nuestros valores, empujar un poco más fuerte, sentir la Fe más dentro, estudiar un poco más, elevar nuestro pensamiento, evitar dejarnos llevar por inercias o inmovilismos. Tenemos todo lo que necesitamos para acceder hoy mismo a toda la Alegría que atesoramos. Sólo tenemos que volver al camino, el camino de la evolución espiritual. La Providencia Divina nos da todo lo que necesitamos en cada momento, tenemos siempre lo necesario. Nuestra es la responsabilidad de hacer que además sea lo suficiente.
Pongamos todas las mañanas una sonrisa en la cara aunque nos cueste. El cerebro no sabrá que esa alegría es forzada, relajará montones de músculos y nos sentiremos mejor. Cambiemos la perspectiva por una visión espiritual de nuestra realidad, tendremos la segunda relajación, la emocional. Sintamos en cada momento la Alegría de vivir, trabajando la Caridad, sintiéndonos útiles en el día a día, señal de que estamos en el camino, nuestro camino.
La alegría
Una vez que el ser humano tiene garantizada su sustento y seguridad material en el presente, aplacado por tanto el instinto de supervivencia, es el instinto de conservación el que toma su relevo, dirigiendo nuestros esfuerzos para garantizar los recursos básicos en el futuro. Asegurada la necesidad material, para uno mismo y su entorno familiar, en el tiempo, el instinto de progreso aparece impulsando a los individuos hacia la evolución, rescatándonos del peligro del inmovilismo (que nos lleva a la ociosidad y a la pereza, como cuna de innumerables vicios).Por tanto, sólo atenderemos a nuestro instinto de progreso una vez satisfechos los requerimientos del instinto de conservación y sucesivamente sólo atenderemos dichos requerimientos si tenemos satisfechos igualmente los del instinto de supervivencia.
Paralelamente, para poder acceder a las emociones de alegría o tristeza, relacionadas como veremos con el instinto de progreso, tendremos previamente que haber calmado o superado las emociones de miedo, sorpresa, ira o aversión. No podemos estar alegres o tristes y sentir miedo. El miedo ahoga emociones de menor intensidad y las cuatro primeras emociones, relacionadas con los instintos de supervivencia y conservación, son por tanto las emociones que mayor intensidad pueden llegar a movilizar.
Alegría es el estado de ánimo que obtenemos cuando conseguimos, confiamos o tenemos fe en alcanzar un progreso, un objetivo deseado, un bien o un placer. Es la sensación que sentimos cuando progresamos hacia dicho bien. Por tanto es parte de la recompensa por adelantado y a su vez, el acicate para seguir esforzándonos por dicho progreso. Sin la alegría el camino de la evolución perdería su energía. Nos podríamos quedar entonces estancados a mitad de camino sin fuerzas para seguir.
Es lo que ocurre cuando carecemos de Fe o confianza. La Fe y confianza es garantía de alegría. Si no tenemos alegría tenemos que revisar nuestra Fe y confianza. "La Felicidad no es de este mundo" (Evangelio según el Espiritismo, capítulo 5, ítem 20) pero por ello tenemos la alegría. La Fe nos da la visión pre-clara de lo venidero, la alegría surge ante dicha visión. Si no tenemos Fe aparece la duda. La duda, en contra de la Fe, nos roba energías mentales necesarias para nuestro avance debilitándonos. La duda es buena en ciertos momentos de crecimiento porque nos impulsa a la búsqueda de conocimiento. Nos protege de la Fe Ciega que nos estanca moralmente y nos acerca a un nuevo despertar cuando adquirimos la capacidad de despertar la conciencia.
La Fe Ciega, que no terminamos de creer internamente, no puede dar una alegría duradera, porque no puede engañar a la sabiduría acumulada en nuestro espíritu, a través de todas sus existencias. Por eso siempre la Fe ciega da paso a la duda, porque nace, en ese caso, del fondo de nuestro espíritu. La Fe ciega cumple su papel en conciencias dormidas, aferrándolas a estrictas leyes que impiden su extravío moral, pero deja de ser necesaria cuando la conciencia adquiere la madurez del despertar. La duda es la puerta del conocimiento, la llave es la Fe Razonada alcanzada mediante el estudio y la práctica del Evangelio de Jesús.
La alegría es un adelanto de la felicidad venidera. La alegría está en el camino, en la meta la felicidad. La meta es la vida espiritual, cuando retornemos al mundo mayor después de dejar el cuerpo físico. Mientras tanto, la alegría es lo más parecido que tenemos a la felicidad. ¿Quién podría distinguir un estado de alegría de un estado de felicidad? ¿Conocemos acaso la felicidad? La felicidad, una vez alcanzada, no podría perderse, porque su añoranza nos hundiría en la más dura nostalgia. Si eso no ocurre es porque no conocemos la felicidad, conocemos apenas la alegría, no que no es poco. La sabiduría de la creación posibilita que una vez alcanzada la felicidad no tengamos que desprendernos de ella, salvo sublimes sacrificios, como el realizado por Jesús al encarnar en nuestro mundo.
Hasta aquí hemos hablado de la alegría de origen espiritual relacionándola con el progreso espiritual. Pero como fiel reflejo del progreso espiritual, tenemos la necesidad de progresar materialmente, gracias al instinto de progreso, causa de la alegría material que nos inunda ante la certeza de nuevos avances, desarrollos y placeres.
Cuando la alegría es por un objetivo material, nos encontramos que en la mayoría de las ocasiones, la satisfacción producida por dicha alegría, conforme nos acercamos al objetivo, supera con mucho a la propia satisfacción material a alcanzar, encontrándonos que una vez en su posesión, el encanto desaparece o no cumple las expectativas creadas, normalmente debido a recurrentes autosugestiones ilusorias.
La tristeza
La tristeza corresponde al estado de ánimo producido ante una expectativa de pérdida, dolor inminente o alejamiento de las metas y objetivos deseados. Nos lleva a la introspección y al arrepentimiento, en su caso, como único remedio para asumir la pérdida o culpa con el mínimo desgaste psicológico, pese al sufrimiento implícito de dicho estado, capacitándonos para la necesaria superación del problema. Sin superación no hay avance y sin avance podemos caer en las dos principales salidas erróneas ante esta situación, la melancolía o la depresión. Melancolía como estado destructivo carente de esperanza que desplaza a la tristeza y la depresión como exageración desmesurada de la tristeza.
La tristeza pues, nos prepara para la llegada del dolor y este siempre es necesario en cualquier situación de estancamiento evolutivo. Todo evoluciona en el Universo, pero cuando por nuestros propios errores, nos estancamos en el camino evolutivo, el dolor aparece rompiendo las barreras que bloquean nuestro avance. Por ello podemos decir que todo dolor encierra en sí mismo un bien mayor, que no podemos percibir pero por el que, en muchas ocasiones una vez pasado, damos gracias a Dios.
La tristeza por tanto, debe ser utilizada como remedio justamente para cuando nos alejamos de las metas marcadas por nuestra conciencia, y por tanto nuestro espíritu. La tristeza nos lleva a la introspección como verdadera oportunidad para entrar en contacto íntimo con nuestro ser y reformular nuestros actuales valores, adquiriendo el ánimo y la voluntad necesarias para nuestra futura transformación.
Dejemos el inmovilismo o estancamiento, el primer paso es siempre el que más cuesta. Tengamos voluntad para crear el hábito salvador que nos permita perseverar y enseguida la alegría aparecerá con las primeras metas conseguidas. La Alegría es un alimento de la Fe, la Fe de la Esperanza y la Caridad («La esperanza y caridad son consecuencias de la Fe» El Evangelio según el Espiritismo Cap. XIX, ítem 11.). ...Y “Sin Caridad no hay Salvación” (Allan Kardec), sin alegría pues, se nos hace el camino hacia la salvación demasiado largo y empinado.
Conclusiones
Nuestro ejercicio diario será, por tanto, alcanzar la alegría constante, consecuencia de encontrarnos siempre en camino a nuevas realizaciones espirituales, reafirmando nuestra Fe con nuestros actos, siendo conscientes de la certeza de un bien mayor acercándose. Estamos destinados a la felicidad, no nos demoremos por el camino porque “mi yugo es suave y mi fardo ligero” (Mateo 9:30)
Una vez abrazado el Evangelio, la Ley es suave porque está basada en el Amor. El fardo es leve porque la verdadera carga fastidiosa y causante de infelicidad, la habremos dejado con nuestras pasiones y deseos materiales.
El Evangelio y la práctica de la Caridad es por tanto la mayor psicoterapia que podemos tomar, fuente de salud, paz, felicidad y alegría en el caminar.
Para el camino debemos fomentar la alegría, la cual nos embarga al alcanzar la autoconsciencia, mediante la oración y la meditación, haciéndonos conscientes de la realidad espiritual que nos rodea, del auto-conocimiento como fuente de nuevas metas a alcanzar.
La verdadera alegría, conlleva el despertar espiritual, el autoconocimiento (pregunta 919 de El Libro de Los Espíritus) nos marcará las etapas a alcanzar, la meta la felicidad verdadera.
Creamos constantemente expectativas de pérdida que nos entristecen y expectativas de ganancia que nos alegran. Esto es determinante para nuestro estado de ánimo. Eliminemos las expectativas de pérdida comprendiendo que realmente no poseemos nada, sólo somos usufructuarios de los bienes que nos son dados por Dios. Sin apego no hay dolor a la pérdida ni egoísmo, sin pérdida sólo puede haber ganancia, con ganancia Alegría, con Alegría, Confianza, con Confianza, Fe, con Fe, Caridad y con Caridad la “Salvación”.
Evaluemos día a día nuestro “termómetro” de Alegría. Somos los verdaderos responsables de ello. Buscar la Alegría significa reafirmarnos en nuestros valores, empujar un poco más fuerte, sentir la Fe más dentro, estudiar un poco más, elevar nuestro pensamiento, evitar dejarnos llevar por inercias o inmovilismos. Tenemos todo lo que necesitamos para acceder hoy mismo a toda la Alegría que atesoramos. Sólo tenemos que volver al camino, el camino de la evolución espiritual. La Providencia Divina nos da todo lo que necesitamos en cada momento, tenemos siempre lo necesario. Nuestra es la responsabilidad de hacer que además sea lo suficiente.
Pongamos todas las mañanas una sonrisa en la cara aunque nos cueste. El cerebro no sabrá que esa alegría es forzada, relajará montones de músculos y nos sentiremos mejor. Cambiemos la perspectiva por una visión espiritual de nuestra realidad, tendremos la segunda relajación, la emocional. Sintamos en cada momento la Alegría de vivir, trabajando la Caridad, sintiéndonos útiles en el día a día, señal de que estamos en el camino, nuestro camino.
José Ignacio Modamio
Centro Espírita "Entre la Tierra y el Cielo"
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Violencia y perdón
Cartas a sus familiares del Espíritu José Eduardo Jorge, psicografíadas por Francisco Cándido Xavier, con notas e identificaciones que Comprueban el contenido de las dos comunicaciones. Mientras la Familia Jorge, de Riberão Preto, SP, Brasil, ultimaba los preparativos para la fiesta de la partida de fin del año 1979 y la entrada de 1980, nadie podría esperar que en aquella noche de tanta alegría, el joven José Eduardo partiera para el Más Allá, víctima de la agresión de un grupo de asaltantes.
Año Nuevo, vida nueva…
Sí, tres meses después del desdichado acontecimiento, él regresó a través de la psicografía de Chico Xavier, consolando y esclareciendo a su familia, mostrándose recuperado de la inesperada desencarnación y tranquilo en su nueva vida, la Vida Espiritual. A lo largo de sus mensajes, se intuye fácilmente que la tranquilidad manifestada es el reflejo perfecto del entendimiento y aceptación de las Leyes Divinas, cuando él afirma: “Si pasé por la prueba que me retiró del cuerpo, eso fue una señal de que la Providencia Divina me concedió la oportunidad de sanear mis cuentas pagando mis débitos”; y consecuentemente también de la elevada comprensión ante la agresividad de sus verdugos, perdonándolos incondicionalmente, al decir: “Dios habrá de amparar a los hermanos que me impusieron la pérdida del cuerpo material, así como nos viene amparando a todos nosotros”.
Querida Madre Lourdes, me agrego a su corazón querido con el de Papá Nagib en este instante en que les dirijo esta ligera carta. Les pido que me ayuden a olvidar lo que pasó. Somos cristianos y personas de fe en Dios. Si pasé por la prueba que me retiró del cuerpo, eso es señal de que la Providencia Divina me concedió la oportunidad de saldar mis débitos referentes al caso en el que me vi envuelto.
Cuando dejé a mi hermano Nagib Jorge Filho esperándome, mientras acompañaba a una joven que dijo estar en dificultades para socorrer a su madre, supuestamente hospitalizada, lejos estaba de imaginar que yo no la conducía, y sí era dirigida a la prueba y que, por la influencia de hermanos infelices, perdí el cuerpo en un asalto que no deseo recordar.
Crea Mamá, que yo estaba pensando en el Año Nuevo y en el bien que se debe hacer a los que luchan más que nosotros mismos. Esas ideas fueron para mí iguales a las plegarias que me libraron del miedo y de la angustia. No sentí ningún dolor. Apenas sé que desperté en el regazo de la abuela Rosa, que me hablaba de Jesús. Al comienzo, tuve un impulso de quejarme. Pero ella me pedía que recordase a Jesús el Cristo de Dios. ¿Qué habría hecho Él, Nuestro Señor, para ser asaltado públicamente, apedreado y llevado a la Cruz? Esos generosos recuerdos hicieron que me acordara de sus propias enseñanzas, cuando usted nos auxiliaba a pronunciar de rodillas el nombre de Dios. Entonces, en vez de amargura y resentimiento, me compadecí de los hermanos que ciertamente, eran constreñidos por la necesidad de atacar a sus semejantes, y agradecí a Dios por haber nacido en una casa en la que nuestra mesa fue abundante y en la cual el cariño de los padres queridos era transformado constantemente, en utilidades y beneficios a nuestro favor.
Pido a Papá Nagib que piense de ese modo, a fin de que la paz se haga en todos. Tengo a los hermanos aguardando el futuro y no deseo que ellos vayan a recordar mi ausencia con ningún sello de crueldad de nuestra parte. Dios ha de amparar a los hermanos que me impusieron la pérdida del cuerpo, al igual que nos viene amparando a todos nosotros. Roguemos Mamá al Cielo, para que no haya crimen en el mundo en nombre de las necesidades que no deberían de existir.
Gracias a Dios, estoy tranquilo y pido a los Mensajeros de Bien que socorran a los compañeros que estaban fuera de sí mismos, cuando no consiguieron preservar mi existencia. Todo obedece a las Leyes de Dios que nos piden amor y auxilio de unos para con los otros.
Queridos Padres, bendíganme y guarden, con mis hermanos, el corazón reconocido del hijo, que tanto les debe y que nunca les olvidará.
José Eduardo Jorge
Notas e identificaciones:
1- Psicografía de Francisco Cándido Xavier, en reunión pública del GEP, Uberaba, 5/4/1980.
2- Mamá y Papá – María de Lourdes Benetti Jorge y Nagib Jorge.
3- Dejé a Nagib – Se refiere a su hermano Nagib Jorge Filho.
4- Abuela Rosa – Rosa Zapparoli Benetti, abuela materna, desencarnada en la ciudad de Brodosqui, SP. Brasil, en 1934.
5- José Eduardo Jorge – (Riberón Preto, 1957-1979), siempre fue alegre y comunicativo. Un estudiante dedicado que había aprobado la Tercera Serie de la Facultad de Ingeniería de Barretos, SP. Brasil.
Segunda carta
Querida Mamá, estoy uniéndola a Papá en pensamiento, para un abrazo con mi pedido de bendición. Madrecita Lourdes, lo que restó de la aventura del Año Nuevo, es nuestra conciencia tranquila para con Dios. Estamos con esas deudas canceladas. Si fui víctima de hermanos infelices, que me sitiaron con revólveres, y si la propia jovencita a quien ofrecí el aventón en el automóvil, creyendo que le ofrecía una alegría en la víspera de Año Nuevo, me liquidó el cuerpo, después de descender y reunirse al grupo de los hermanos que la esperaban, eso quiere decir que mi deuda habrá sido ante alguna hermana nuestra, en el pasado, sobre la cual no tengo aún suficiente memoria para profundizar en el tiempo.
Estoy satisfecho. La tristeza pasaría a morar con nosotros si fuésemos aquellos compañeros acreedores de nuestras oraciones. A propósito, agradezco sus oraciones a favor de los hermanos para quien, de mi lado, pido igualmente la protección de Jesús. Estamos contentos.
Venimos, -abuela Azora, abuela Rosa y el tío Bocha- en una caravana de paz, aprendiendo con nuestros Benefactores lo que se debe hacer para que siempre hagamos el bien, y por eso, no hay motivos para lágrimas.
Pido que le digan a Nagib, a Eloísa Helena y a Antonio Francisco que no los olvido y que formulo votos por la felicidad y paz de todos. Madrecita Lourdes, informo a nuestra querida Ivonne que el tío Crispín vino también con nosotros y les deja muchos grandes abrazos de añoranza . Todo sigue bien, porque con la bondad de Dios, queremos únicamente el bien.
Querida Madre Lourdes, con mi Padre y con todos en casa, les pido que reciban el corazón reconocido de su hijo, siempre más suyo ante Dios.
José Eduardo Jorge
Nota e identificaciones:
6 - Psicografía de Francisco Cândido Xavier, GEP, Uberaba, 24/10/1980.
7 - Abuela Azora – Azora Jorge, abuela paterna, fallecida hace 19 años.
8 - Eloísa Helena y Antonio Francisco, Hermanos.
10 - Ivonne – Ivonne Benetti Tavares, tía materna, casada con Juan Crispín Tavares, fallecido hace más de 10 años.
(Extraído de la obra “Estamos en el Más Allá)
Anuario Espirita 2016
Cartas a sus familiares del Espíritu José Eduardo Jorge, psicografíadas por Francisco Cándido Xavier, con notas e identificaciones que Comprueban el contenido de las dos comunicaciones. Mientras la Familia Jorge, de Riberão Preto, SP, Brasil, ultimaba los preparativos para la fiesta de la partida de fin del año 1979 y la entrada de 1980, nadie podría esperar que en aquella noche de tanta alegría, el joven José Eduardo partiera para el Más Allá, víctima de la agresión de un grupo de asaltantes.
Año Nuevo, vida nueva…
Sí, tres meses después del desdichado acontecimiento, él regresó a través de la psicografía de Chico Xavier, consolando y esclareciendo a su familia, mostrándose recuperado de la inesperada desencarnación y tranquilo en su nueva vida, la Vida Espiritual. A lo largo de sus mensajes, se intuye fácilmente que la tranquilidad manifestada es el reflejo perfecto del entendimiento y aceptación de las Leyes Divinas, cuando él afirma: “Si pasé por la prueba que me retiró del cuerpo, eso fue una señal de que la Providencia Divina me concedió la oportunidad de sanear mis cuentas pagando mis débitos”; y consecuentemente también de la elevada comprensión ante la agresividad de sus verdugos, perdonándolos incondicionalmente, al decir: “Dios habrá de amparar a los hermanos que me impusieron la pérdida del cuerpo material, así como nos viene amparando a todos nosotros”.
Querida Madre Lourdes, me agrego a su corazón querido con el de Papá Nagib en este instante en que les dirijo esta ligera carta. Les pido que me ayuden a olvidar lo que pasó. Somos cristianos y personas de fe en Dios. Si pasé por la prueba que me retiró del cuerpo, eso es señal de que la Providencia Divina me concedió la oportunidad de saldar mis débitos referentes al caso en el que me vi envuelto.
Cuando dejé a mi hermano Nagib Jorge Filho esperándome, mientras acompañaba a una joven que dijo estar en dificultades para socorrer a su madre, supuestamente hospitalizada, lejos estaba de imaginar que yo no la conducía, y sí era dirigida a la prueba y que, por la influencia de hermanos infelices, perdí el cuerpo en un asalto que no deseo recordar.
Crea Mamá, que yo estaba pensando en el Año Nuevo y en el bien que se debe hacer a los que luchan más que nosotros mismos. Esas ideas fueron para mí iguales a las plegarias que me libraron del miedo y de la angustia. No sentí ningún dolor. Apenas sé que desperté en el regazo de la abuela Rosa, que me hablaba de Jesús. Al comienzo, tuve un impulso de quejarme. Pero ella me pedía que recordase a Jesús el Cristo de Dios. ¿Qué habría hecho Él, Nuestro Señor, para ser asaltado públicamente, apedreado y llevado a la Cruz? Esos generosos recuerdos hicieron que me acordara de sus propias enseñanzas, cuando usted nos auxiliaba a pronunciar de rodillas el nombre de Dios. Entonces, en vez de amargura y resentimiento, me compadecí de los hermanos que ciertamente, eran constreñidos por la necesidad de atacar a sus semejantes, y agradecí a Dios por haber nacido en una casa en la que nuestra mesa fue abundante y en la cual el cariño de los padres queridos era transformado constantemente, en utilidades y beneficios a nuestro favor.
Pido a Papá Nagib que piense de ese modo, a fin de que la paz se haga en todos. Tengo a los hermanos aguardando el futuro y no deseo que ellos vayan a recordar mi ausencia con ningún sello de crueldad de nuestra parte. Dios ha de amparar a los hermanos que me impusieron la pérdida del cuerpo, al igual que nos viene amparando a todos nosotros. Roguemos Mamá al Cielo, para que no haya crimen en el mundo en nombre de las necesidades que no deberían de existir.
Gracias a Dios, estoy tranquilo y pido a los Mensajeros de Bien que socorran a los compañeros que estaban fuera de sí mismos, cuando no consiguieron preservar mi existencia. Todo obedece a las Leyes de Dios que nos piden amor y auxilio de unos para con los otros.
Queridos Padres, bendíganme y guarden, con mis hermanos, el corazón reconocido del hijo, que tanto les debe y que nunca les olvidará.
José Eduardo Jorge
Notas e identificaciones:
1- Psicografía de Francisco Cándido Xavier, en reunión pública del GEP, Uberaba, 5/4/1980.
2- Mamá y Papá – María de Lourdes Benetti Jorge y Nagib Jorge.
3- Dejé a Nagib – Se refiere a su hermano Nagib Jorge Filho.
4- Abuela Rosa – Rosa Zapparoli Benetti, abuela materna, desencarnada en la ciudad de Brodosqui, SP. Brasil, en 1934.
5- José Eduardo Jorge – (Riberón Preto, 1957-1979), siempre fue alegre y comunicativo. Un estudiante dedicado que había aprobado la Tercera Serie de la Facultad de Ingeniería de Barretos, SP. Brasil.
Segunda carta
Querida Mamá, estoy uniéndola a Papá en pensamiento, para un abrazo con mi pedido de bendición. Madrecita Lourdes, lo que restó de la aventura del Año Nuevo, es nuestra conciencia tranquila para con Dios. Estamos con esas deudas canceladas. Si fui víctima de hermanos infelices, que me sitiaron con revólveres, y si la propia jovencita a quien ofrecí el aventón en el automóvil, creyendo que le ofrecía una alegría en la víspera de Año Nuevo, me liquidó el cuerpo, después de descender y reunirse al grupo de los hermanos que la esperaban, eso quiere decir que mi deuda habrá sido ante alguna hermana nuestra, en el pasado, sobre la cual no tengo aún suficiente memoria para profundizar en el tiempo.
Estoy satisfecho. La tristeza pasaría a morar con nosotros si fuésemos aquellos compañeros acreedores de nuestras oraciones. A propósito, agradezco sus oraciones a favor de los hermanos para quien, de mi lado, pido igualmente la protección de Jesús. Estamos contentos.
Venimos, -abuela Azora, abuela Rosa y el tío Bocha- en una caravana de paz, aprendiendo con nuestros Benefactores lo que se debe hacer para que siempre hagamos el bien, y por eso, no hay motivos para lágrimas.
Pido que le digan a Nagib, a Eloísa Helena y a Antonio Francisco que no los olvido y que formulo votos por la felicidad y paz de todos. Madrecita Lourdes, informo a nuestra querida Ivonne que el tío Crispín vino también con nosotros y les deja muchos grandes abrazos de añoranza . Todo sigue bien, porque con la bondad de Dios, queremos únicamente el bien.
Querida Madre Lourdes, con mi Padre y con todos en casa, les pido que reciban el corazón reconocido de su hijo, siempre más suyo ante Dios.
José Eduardo Jorge
Nota e identificaciones:
6 - Psicografía de Francisco Cândido Xavier, GEP, Uberaba, 24/10/1980.
7 - Abuela Azora – Azora Jorge, abuela paterna, fallecida hace 19 años.
8 - Eloísa Helena y Antonio Francisco, Hermanos.
10 - Ivonne – Ivonne Benetti Tavares, tía materna, casada con Juan Crispín Tavares, fallecido hace más de 10 años.
(Extraído de la obra “Estamos en el Más Allá)
Anuario Espirita 2016
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EVITEMOS EL SÍNDROME DEL
"POBRECITO"
El problema de la pobreza es muy diverso y complejo. Tal vez el ser pobre significa tener falta de seguridad y estabilidad, por tanto no solo es una cuestión de carencia de dinero. El mundo actual tiene algunos vencedores y muchos perdedores. Los pobres encajan en la categoría de los perdedores, de aquellos que no pueden navegar por la ola del cambio y que, de cierta forma, son aplastados por ella.
La palabra " pobre" deriva del latín pauper, radicad en paucus (poco). En el concepto original, "pobre" no era lo deseheredado, sino en terreno agrícola el ganado que no producía lo suficiente, Bajo otro punto de vista, entre algunos grupos, específicamente los religiosos, la pobreza es considerada como necesaria y deseable, y debe ser aceptada para alcanzar cierto nivel espiritual, moral o intelectual.
En ese aspecto, el papa Francisco asevera que la Iglesia debe articular con la verdad y también con el testimonio de la pobreza. No es posible que un fiel hable de pobreza y de los sin techo y él lleve una vida de faraón. En la Iglesia hay algunos que, en vez de servir, de pensar en los demás, se sirven de la Iglesia. Son los advenedizos, los apegados al dinero.
¿ Cuantos curas y obispos de este tipo hemos visto? Es triste decirlo,¿nó?. Declarado por el Pontífice al diario holandés "Straatnieuws" de Utrecht.
La pobreza es considerada como un elemento esencial de renuncia por budistas y jainistas mientras que para el catolicismo romano, como vimos arriba, es un principio evangélico y es asumido como un voto por varias órdenes religiosas y es entendida de varias formas. Ls orden franciscana, por ejemplo, abandona tradicionalmente todas las formas de posesión de bienes. En este caso, la pobreza voluntaria es normalmenten entendida como un beneficio para el indivíduo, una forma de autodisciplina a través de la que las personas se aproximan a Dios.
El profesor de psicología Elliot Berkman, director del Laboratorio de Neurociencia Social y Afectiva de la Universidad de Oregón/EUA, estudia como el cerebro es parte de la trampa de la pobreza. Las personas pobres frecuentemente tienen mucha motivación para trabajar duro y tener varios empleos porque ponen el foco en la sobrevivencia en el momento presente en vez del suceso a largo plazo. Libertar a las personas de la preoocupación de la sobrevivencia diaria es la mejor forma de garantizar que enfoquen el futuro, afirma Berkman.
Para el Espiritismo, la pobreza, tal como la riqueza, no es más que una prueba por la cual el Espíritu necesita pasar, teniendo en vista un objetivo más alto que es el de su progreso. Dios concede pues, a unos la prueba de la riqueza y a otros la de la pobreza, para experimentarlos de modos diferentes. La pobreza es, para los que la sufren, la prueba de la paciencia y de la resignación.
Al que nace en la pobreza le es dado aprender el valor del trabajo duro, resistir las tentaciones de la ganancia fácil, descubrir los valores reales del espíritu y no es raro ver entre los pobres las más dignas demostraciones de solidaridad. En la pobreza aprendemos a compadecernos de los males ajenos, llevándonos a comprenderlos mejor.
Es evidente que la desigual repartición de bienes materiales, culturales y políticos excluye un vasto número de personas desheredadas de los procesos de participación y cnsciente de la coexistencia en formas inhumanas de sobrevivencia y de insignificante protagonismo social. Por eso mismo, ante los desheredados, nuestra primera y obligatoria acción, debe ser el auxilio.
Pero primeramente suavicemos el sufrimiento de los pobres, abrazandolos fraternalmente, manifestando de tal modo nuestro sentimiento de acogida a fin de establecer el lazo de confianza esencial, y poder ayudarlos. Enseguida nos informaremos de la situación transitoria de su sufrimiento. De esa forma, no caeremos en las trampas que consideran al pobre como un "pobrecito", no viendo en él las potencialidades del Espíritu inmortal y del indivíduo capaz de, cn las debidas oportunidades, proveer dignamente a su propia existencia.
Además, el síndrme del "pobrecito" es una de las molestias oportunistas más comunes de la sociedad actual, donde muchos desheredados tienen miedo de encarar la vida de frente, con la cabeza erguida, siendo maduros y responsables. La principal característica de una persona que sufre el síndrome del "pobrecito", es la de ponerse com "víctima" de las circunstancias, y como tal pasa la idea de que la culpa de su pobreza es de los demás. ¡ Además los oportunistas de las ideas del socialismo adoran hacer eso!
Ante los pobres, procuremos informarnos de sus luchas materiales y verifiquemos si la oferta de trabajo es de orientación espírita, no será más eficaz que la degradante donación de limosna en su favor. Recordando aquí que la limosna, dentro de la lógica asistencialista, es una acción que atiende la deficiencia material sin el móvil educativo y envilece a la humanidad del sujeto, llevándolo a la condición de mendicante o de dependiente. Como tal, no atiende al proyecto regenerador del Espiritismo para la Humanidad.
No se puede olvidar que la Ley de Trabajo y de <Progreso, promulgada en El Libro de los Espíritus, relata justamente la importancia de que el individuo rompa con el acomodamiento y sobrepase los obstáculos existenciales, l que incluye buscar salir también de la penuria material(pobreza), a través de su esfuerzo.
- Jorge Hessen -
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Suicidio - ¡El gran crimen!
El cuerpo constituye un gran bien para el Espíritu que, por su intermedio, adquiere valores para su perfeccionamiento.
Cuidar de todas sus funciones, amparándolo, aunque sea portador de límites e insuficiencias, es un deber impostergable para las criaturas.
En su organización íntima, dos instintos se presentan con fuerza, estimulando el área de la razón: la preservación de la vida y la búsqueda de la felicidad.
Concedido por Dios al ser, solamente a Él pertenece el derecho de interrumpirle el flujo vital, por medio de acontecimientos apropiados para ello.
Ante las enfermedades y sinsabores que gastan sus resistencias, es lícito atenuar los efectos, preservándole las funciones cuanto sea posible, con el objeto de mantenerlo saludable.
Nada debe imponérsele como motivo de destrucción, puesto que ello repugna a la conciencia personal, social y cósmica, porque toda acción nefasta y cruel en contra de la vida afecta igualmente al organismo general en el cual ella se mueve.
Son innumerables, por lo tanto, las razones que se oponen a este acto deliberado de odio en contra de la vida, de extrema rebeldía, que es también una forma de locura cultivada hasta el momento del paso fatal.
El suicidio es, sobre todo, un supremo acto de cobardía, una declaración de que se es inepto para la lucha y que se ha escogido el método más fácil de huir de la labor y de desempeñar el papel que le corresponde cumplir en el concierto social.
Los epicúreos y los estoicos proclamaron que el suicidio es un acto de valor, como si fuera un sinónimo de grandeza moral, como ahora afirman algunas corrientes materialistas que pretenden enseñar técnicas de suicidio sin dolor.
Se atribuye a Schopenhauer una respuesta muy curiosa, dada a un alumno suyo. Mientras enseñaba que el suicidio era la única solución para los problemas humanos, aquél le preguntó: "¿por qué él no se mató, ya que alcanzó la vejez y, ciertamente, tuvo muchas dificultades en la vida?"
El filósofo contestó: "Si yo me quitara la vida, ¿quién les enseñaría a ustedes a matarse?"
El suicidio, ante las luces de la sana moral, o de una moral afín con la razón, es siempre condenable, puesto que no hay motivos valederos que impongan al hombre la destrucción de su cuerpo.
Aun cuando se dice que el suicidio se justifica para limpiar el deshonor de la vida, esto es un sofisma, puesto que la única forma de lograr desmentir la deshonra, es permanecer viviendo y luchando para demostrar el valor moral, corregir el daño y recuperarse moralmente.
Con excepción de los psicóticos y anómalos mentales, el suicidio medra como plaga entre los hedonistas y materialistas que, de la vida, solamente quieren el placer y nada más.
La vida tiene un curso que debe ser recorrido y el hombre sabe que los acontecimientos resultan de acciones anteriores que los programan, como consecuencias naturales unas de las otras.
Toda reacción procede de una acción primera.
Por eso, la búsqueda de la felicidad debe apoyarse en valores éticos que no estén en contraposición con las leyes que rigen la vida, presentando directrices comportamentales que someten la voluntad a los factores propiciatorios del bienestar y de la armonía.
Cuando alguien toma su última decisión, la de quitarse la vida, cae bajo las sanciones naturales que su actitud propicia, desencadenando sufrimientos que empeoran su situación en vez de solucionarla.
El suicida quiere huir de la vida y por más que lo intente, la vida le sorprende después.
No siendo el cuerpo la vida en sí misma, sino la indumentaria transitoria del Espíritu, los atentados en su contra producen daño en la estructura periespiritual, que incorpora la violencia a ese mundo energético que irá a constituir, en otra existencia, el vehículo material para el rescate inevitable de tal crimen.
La vida tiene una finalidad muy bien definida en todos sus atributos.
Interrumpir sus funciones orgánicas, significa lesionar sus campos vibratorios encargados de las expresiones fisio-psíquicas.
El suicidio es, por lo tanto, un acto de aberración, el más grave atentado en contra de la Conciencia Divina encargada del equilibrio universal.
De este modo, el transgresor del orden se transfiere de uno a otro estado energético, sin que salga de sí mismo, adicionando a sus antiguas penas las nuevas adquiridas por su propia voluntad.
Los remordimientos, en forma de gusanos que le devoran la paz, constituyen el más tremendo castigo que se impone el tránsfuga de la responsabilidad, cuando huye por la puerta falsa del suicidio.
Además, los efectos negativos que pesan en la economía moral y social del grupo donde vivía, como en la familia, son incorporados a su crueldad mental, ya que su actitud responde por los daños que afectan a aquellos que ahora sufren su deserción.
Por estar el mundo espiritual constituido por una sociedad real, pulsante, aquellos que allí llegan en fuga de sus deberes, experimentan las angustias derivadas de su situación de miserabilidad emocional y desconcierto íntimo, que reflejan la disposición negativa e ingrata de sus personalidades.
Así vuelven a la Tierra, los Espíritus deudores, reencarnándose avergonzados, sometidos a pruebas muy dolorosas que los invitan a profundas meditaciones y amargos testimonios para que se les renueve la fé en Dios, en sí mismos y en su prójimo.
Nadie logra aniquilarse a sí mismo, cuando embiste en contra del cuerpo.
Los dolores y frustraciones que hacen la vida menos dichosa, son bendiciones que el hombre valorará en el futuro, cuando el vehículo de las horas le lleve al término de sus sacrificios.
Verdaderamente, nadie hay en la Tierra, que no esté sometido a problemas y sufrimientos, que son la metodología para la iluminación espiritual.
Cada cual, es su microcosmo personal, avanza bajo condiciones específicas, que resultan de sus conquistas y pérdidas morales, méritos y deméritos espirituales, que constituyen su patrimonio evolutivo.
Por más amargas que sean las situaciones de la marcha y por más oscuros que se presenten los recodos del camino, es necesario encender la luz de la confianza en Dios, adquiriendo fuerzas y fe para no desanimarse nunca.
Lo que hoy se sufre, mañana será goce, así como lo que ahora se disfruta, más tarde puede presentarse como falta.
La razón y la inteligencia, manifestaciones de Dios en el hombre, dicen con seguridad que él no debe ni puede matar o quitarse la vida, ¡nunca!
El antídoto del suicidio es la oración, que debe resultar de una sólida formación moral y religiosa como aquella que el Espiritismo propone, enseñando que la vida, con sus actuales pruebas y dificultades, no es sino una oportunidad de rescate y crecimiento para la conquista perdurable de la paz espiritual.
Cosme Mariño
El cuerpo constituye un gran bien para el Espíritu que, por su intermedio, adquiere valores para su perfeccionamiento.
Cuidar de todas sus funciones, amparándolo, aunque sea portador de límites e insuficiencias, es un deber impostergable para las criaturas.
En su organización íntima, dos instintos se presentan con fuerza, estimulando el área de la razón: la preservación de la vida y la búsqueda de la felicidad.
Concedido por Dios al ser, solamente a Él pertenece el derecho de interrumpirle el flujo vital, por medio de acontecimientos apropiados para ello.
Ante las enfermedades y sinsabores que gastan sus resistencias, es lícito atenuar los efectos, preservándole las funciones cuanto sea posible, con el objeto de mantenerlo saludable.
Nada debe imponérsele como motivo de destrucción, puesto que ello repugna a la conciencia personal, social y cósmica, porque toda acción nefasta y cruel en contra de la vida afecta igualmente al organismo general en el cual ella se mueve.
Son innumerables, por lo tanto, las razones que se oponen a este acto deliberado de odio en contra de la vida, de extrema rebeldía, que es también una forma de locura cultivada hasta el momento del paso fatal.
El suicidio es, sobre todo, un supremo acto de cobardía, una declaración de que se es inepto para la lucha y que se ha escogido el método más fácil de huir de la labor y de desempeñar el papel que le corresponde cumplir en el concierto social.
Los epicúreos y los estoicos proclamaron que el suicidio es un acto de valor, como si fuera un sinónimo de grandeza moral, como ahora afirman algunas corrientes materialistas que pretenden enseñar técnicas de suicidio sin dolor.
Se atribuye a Schopenhauer una respuesta muy curiosa, dada a un alumno suyo. Mientras enseñaba que el suicidio era la única solución para los problemas humanos, aquél le preguntó: "¿por qué él no se mató, ya que alcanzó la vejez y, ciertamente, tuvo muchas dificultades en la vida?"
El filósofo contestó: "Si yo me quitara la vida, ¿quién les enseñaría a ustedes a matarse?"
El suicidio, ante las luces de la sana moral, o de una moral afín con la razón, es siempre condenable, puesto que no hay motivos valederos que impongan al hombre la destrucción de su cuerpo.
Aun cuando se dice que el suicidio se justifica para limpiar el deshonor de la vida, esto es un sofisma, puesto que la única forma de lograr desmentir la deshonra, es permanecer viviendo y luchando para demostrar el valor moral, corregir el daño y recuperarse moralmente.
Con excepción de los psicóticos y anómalos mentales, el suicidio medra como plaga entre los hedonistas y materialistas que, de la vida, solamente quieren el placer y nada más.
La vida tiene un curso que debe ser recorrido y el hombre sabe que los acontecimientos resultan de acciones anteriores que los programan, como consecuencias naturales unas de las otras.
Toda reacción procede de una acción primera.
Por eso, la búsqueda de la felicidad debe apoyarse en valores éticos que no estén en contraposición con las leyes que rigen la vida, presentando directrices comportamentales que someten la voluntad a los factores propiciatorios del bienestar y de la armonía.
Cuando alguien toma su última decisión, la de quitarse la vida, cae bajo las sanciones naturales que su actitud propicia, desencadenando sufrimientos que empeoran su situación en vez de solucionarla.
El suicida quiere huir de la vida y por más que lo intente, la vida le sorprende después.
No siendo el cuerpo la vida en sí misma, sino la indumentaria transitoria del Espíritu, los atentados en su contra producen daño en la estructura periespiritual, que incorpora la violencia a ese mundo energético que irá a constituir, en otra existencia, el vehículo material para el rescate inevitable de tal crimen.
La vida tiene una finalidad muy bien definida en todos sus atributos.
Interrumpir sus funciones orgánicas, significa lesionar sus campos vibratorios encargados de las expresiones fisio-psíquicas.
El suicidio es, por lo tanto, un acto de aberración, el más grave atentado en contra de la Conciencia Divina encargada del equilibrio universal.
De este modo, el transgresor del orden se transfiere de uno a otro estado energético, sin que salga de sí mismo, adicionando a sus antiguas penas las nuevas adquiridas por su propia voluntad.
Los remordimientos, en forma de gusanos que le devoran la paz, constituyen el más tremendo castigo que se impone el tránsfuga de la responsabilidad, cuando huye por la puerta falsa del suicidio.
Además, los efectos negativos que pesan en la economía moral y social del grupo donde vivía, como en la familia, son incorporados a su crueldad mental, ya que su actitud responde por los daños que afectan a aquellos que ahora sufren su deserción.
Por estar el mundo espiritual constituido por una sociedad real, pulsante, aquellos que allí llegan en fuga de sus deberes, experimentan las angustias derivadas de su situación de miserabilidad emocional y desconcierto íntimo, que reflejan la disposición negativa e ingrata de sus personalidades.
Así vuelven a la Tierra, los Espíritus deudores, reencarnándose avergonzados, sometidos a pruebas muy dolorosas que los invitan a profundas meditaciones y amargos testimonios para que se les renueve la fé en Dios, en sí mismos y en su prójimo.
Nadie logra aniquilarse a sí mismo, cuando embiste en contra del cuerpo.
Los dolores y frustraciones que hacen la vida menos dichosa, son bendiciones que el hombre valorará en el futuro, cuando el vehículo de las horas le lleve al término de sus sacrificios.
Verdaderamente, nadie hay en la Tierra, que no esté sometido a problemas y sufrimientos, que son la metodología para la iluminación espiritual.
Cada cual, es su microcosmo personal, avanza bajo condiciones específicas, que resultan de sus conquistas y pérdidas morales, méritos y deméritos espirituales, que constituyen su patrimonio evolutivo.
Por más amargas que sean las situaciones de la marcha y por más oscuros que se presenten los recodos del camino, es necesario encender la luz de la confianza en Dios, adquiriendo fuerzas y fe para no desanimarse nunca.
Lo que hoy se sufre, mañana será goce, así como lo que ahora se disfruta, más tarde puede presentarse como falta.
La razón y la inteligencia, manifestaciones de Dios en el hombre, dicen con seguridad que él no debe ni puede matar o quitarse la vida, ¡nunca!
El antídoto del suicidio es la oración, que debe resultar de una sólida formación moral y religiosa como aquella que el Espiritismo propone, enseñando que la vida, con sus actuales pruebas y dificultades, no es sino una oportunidad de rescate y crecimiento para la conquista perdurable de la paz espiritual.
Cosme Mariño
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