Mucho
se podría hablar de este asunto que a veces parece un tópico
inalcanzable para el Ser humano.
Se ha dicho, con
razón, que la Libertad es un atributo del Alma, y conforma una ley
natural que se halla presente en las aspiraciones naturales e íntimas
de cada ser humano. La libertad tiene un valor irrenunciable y
es una necesidad constante e ineludible en todas las personas.
El sentido de la libertad o la aspiración de ser y de sentirse libre
es natural y común en todas las personas, con independencia del
rango, cultura o clase social a que pertenezcan, lo cual demuestra
que es , en efecto, una Ley Natural.
Sin libertad
de pensamiento, no sería posible la búsqueda
de la verdad, ni el avance científico, ni se podría
desenvolver en la mente humana la filosofía y la racionalidad.
Sin ella no podría haber progreso de ninguna clase. Los Seres
humanos sentimos el derecho y la necesidad de gozar de una Libertad ,
pero esta siempre es relativa, porque siempre comienza y termina en
donde lo hacen las libertades y derechos de los demás.
La auténtica
libertad no reside en la sociedad humana, al menos en su plenitud, ni
en el ser humano integral, pues los seres humanos tenemos
limitaciones naturales dentro del desenvolvimiento social, que nos
impiden sentirla en su total expresión . La auténtica libertad está
en el alma, porque el Ser humano, solamente
por el Espíritu puede gozar mediante el pensamiento, de una
libertad total e ilimitada que nadie puede acotar ni destruir.
Los
Seres humanos, hasta cierto punto, somos libres respecto a nuestro
modo de actuar y respecto a nuestras decisiones, por lo que también
en esa misma proporción, siempre somos directamente responsables de
sus resultados.
- José Luis Martín-
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“ La
libertad es el derecho a hacer lo que no perjudique a los demás”.
- Lacordaire -
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LA CARIDAD MORAL
SI yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo caridad, vengo á ser como metal que resuena, ó címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y si tuviese toda la fe, de tal manera que traspasase los montes, y no tengo caridad, nada soy. Y si repartiese toda mi hacienda para dar de comer a pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo caridad, de nada me sirve.
La caridad es sufrida, es benigna; la caridad no tiene envidia, la caridad no hace sinrazón, no se ensancha; No es injuriosa, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal; No se huelga de la injusticia, mas se huelga de la verdad; Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Y ahora permanecen la fe, la esperanza, y la caridad, estas tres: empero la mayor de ellas es la caridad. (San Pablo, Primera Epístola a los Corintios, cap. XIII, v. 1 a 7 y 13). (1)
San Pablo comprendió de tal forma esta verdad que dice: Aunque tuviese yo el lenguaje de los ángeles; aun cuando tuviese el don de profecía y penetrase todos los misterios; aun cuando tuviese toda la fe posible, hasta transportar las montañas, si no tuviese caridad, yo nada sería. Entre estas tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad, la más excelente es la caridad.” Coloca de este modo sin equívoco, la caridad sobre la fe, porque la caridad está al alcance de todo el mundo, del ignorante y del sabio, del rico y del pobre y es independiente de toda creencia particular.
E hizo más: definió la verdadera caridad; la mostró no sólo en la beneficencia, sino en el conjunto de todas las cualidades del corazón, en la bondad y en la benevolencia con respecto al prójimo. (2)
Hay varias maneras de hacer la caridad, que muchos entre vosotros confunden con la limosna; sin embargo, hay una gran diferencia. La limosna, amigos míos, algunas veces es útil porque alivia a los pobres; pero casi siempre es humillante para el que la hace y para el que la recibe. La caridad, por el contrario, une al bienhechor y al beneficiado, y además ¡se disfraza de tantos modos! Se puede ser caritativo incluso con los parientes, con los amigos, siendo indulgentes los unos con los otros, perdonándose sus debilidades, teniendo cuidado de no herir el amor propio de nadie. (2b)
La verdadera caridad es una de las más sublimes enseñanzas que Dios haya dado al mundo. Entre los verdaderos discípulos de su doctrina, debe existir una fraternidad completa. (…). Pensad que vosotros sois más reprensibles, más culpables que aquellos a quienes rehusáis el perdón y la conmiseración, porque, con frecuencia, ellos no conocen a Dios como vosotros lo conocéis y les será pedido menos que a vosotros.
No juzguéis, (…), mis queridos amigos, porque el juicio que hiciereis os será aplicado aun con más severidad y tenéis necesidad de indulgencia para los pecados que cometéis sin cesar. ¿No sabéis que hay muchas acciones que son crímenes a los ojos del Dios de pureza y que el mundo no las considera ni siquiera como faltas leves?
La verdadera caridad no consiste solamente en la limosna que dais, ni tampoco en las palabras de consuelo con las cuales podéis acompañarla. No, no es esto sólo lo que Dios exige de vosotros. La caridad sublime, enseñada por Jesús, consiste también en la benevolencia concedida siempre y en todas las cosas a vuestro prójimo. Podéis también ejercitar esa sublime virtud con muchos seres que no tienen necesidad de limosnas y a quienes las palabras de amor, de consuelo y de valor, conducirá al Señor. (2c)
– ¿Cuál es el verdadero sentido de la palabra caridad tal como la entendía Jesús?
– Benevolencia para con todos, indulgencia con las imperfecciones ajenas, perdón de las ofensas. (3)
– ¿Hay culpabilidad en estudiar los defectos de los otros?
– Si es para criticarlos y divulgarlos, hay mucha culpabilidad, porque es faltar a la caridad; si es para sacar provecho del estudio y evitarlos en sí mismo, puede ser útil a veces, pero es preciso no olvidar que la indulgencia para con todos los defectos ajenos es una de las virtudes comprendidas en la caridad. Antes de reprochar a otros sus imperfecciones, ved si puede decirse otro tanto de vosotros. Procurad, pues, tener las cualidades opuestas a los defectos que criticáis en otro (...). Le censuráis la avaricia, sed generosos; el orgullo, sed humildes y modestos; La dureza, sed mansos; la bajeza en las acciones, sed grandes en todas las vuestras; en una palabra: haced de modo que no se os pueda aplicar esta frase de Jesús: ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo. (3b)
La caridad moral consiste en soportarnos unos a otros y es lo que menos hacéis (…). Creedme, hay un gran mérito, en saber callar para dejar hablar a otro más ignorante y esto es también una especie de caridad. Saber ser sordo cuando una palabra burlona se escapa de una boca acostumbrada a ridiculizar; no ver la sonrisa desdeñosa con que os reciben ciertas personas, que con frecuencia, se creen superiores a vosotros, mientras que en la vida espiritual, la sola verdadera, están algunas veces muy lejos de eso; he ahí un mérito, no de humildad sino de caridad, porque el dejar de notar las faltas de otro, es caridad moral. (2d)
Entonces los Fariseos, oyendo que había cerrado la boca á los Saduceos, se juntaron á una. Y preguntó uno de ellos, intérprete de la ley, tentándole y diciendo: Maestro, ¿cuál es el mandamiento grande en la ley? Y Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente. Este es el primero y el grande mandamiento. Y el segundo es semejante á éste: Amarás á tu prójimo como á ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (San Mateo, cap. XXII, v. de 34 a 40). (1)
Caridad y humildad: tal es, pues, el único camino de la salvación; egoísmo y orgullo, tal es el de la perdición. Este principio está formulado en términos precisos en estas palabras: “Amaréis a Dios con toda vuestra alma y a vuestro prójimo como a vosotros mismos, toda la ley y los profetas están contenidos en estos dos mandamientos”. Y para que no haya equivocación sobre la interpretación del amor a Dios y al prójimo, añade: “Este es el segundo mandamiento, que es semejante al primero”; es decir, que no se puede verdaderamente amar a Dios sin amar al prójimo, ni amar al prójimo sin amar a Dios; por tanto, todo lo que se hace contra el prójimo, se hace contra Dios. No pudiendo amar a Dios, sin practicar la caridad con el prójimo, todos los deberes del hombre se encuentran resumidos en esta máxima: “FUERA DE LA CARIDAD NO HAY SALVACIÓN”. (2e)
Enviado por Liliana Lezcano
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5. Todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis y os será concedido. (San Marcos, cap. XI,v. 24).
6. Hay personas que niegan la eficacia de la oración fundándose en el principio de que, conociendo Dios nuestras necesidades, es superfluo exponérselas.
Aun añaden que, encadenándose todo en el Universo por leyes eternas, nuestro votos no pueden cambiar los decretos de Dios.
Sin ninguna duda, hay leyes naturales e inmutables que Dios no puede derogar a capricho de cada uno; pero de esto a creer que todas las circunstancias de la vida están sometidas a la fatalidad,es grande la distancia. Si fuese así, el hombre sólo sería un instrumento pasivo, sin libre albedrío y sin iniciativa.
En esta hipótesis no habría más que doblar la cabeza al golpe de los acontecimientos, sin procurar evitarlos y por lo tanto, no se hubiera procurado desviar el rayo.
Dios no le ha dado el discernimiento y la inteligencia para no servirse de ellos, ni la voluntad para no querer,ni la actividad para estar en la inacción. Siendo libre el hombre para obrar en un sentido o en otro, sus actos tienen para sí y para los otros, consecuencias
subordinadas a lo que hace o deja de hacer; hay acontecimientos que por su iniciativa escapan forzosamente a la fatalidad sin que por esto se destruyan la armonía de las leyes universales, como el avance o el retraso de las agujas de un péndulo no destruye la ley
del movimiento, sobre la cual está establecido el mecanismo. Dios puede acceder a ciertas súplicas sin derogar la inmutabilidad de las leyes que rigen el conjunto, quedando siempre su acción subordinada a su voluntad.
7. Sería ilógico deducir de esta máxima: “Todas las cosas que pidiereis orando, creed que las recibiréis”,que basta pedir para obtener y sería injusto acusar a la Providencia porque no concede todo pedido que le es hecho, pues ella sabe, mejor que nosotros, lo que es para nuestro bien. Hace lo mismo que un padre prudente que rehúsa a su hijo las cosas contrarias al interés de éste. Generalmente el hombre sólo ve el presente; mas si el sufrimiento es útil para su futura felicidad, Dios le dejará que sufra, como el cirujano deja sufrir al enfermo en la operación que debe conducirle a la curación.
Lo que Dios le concederá, si se dirige a Él con confianza, es valor, paciencia y resignación. También le concederá los medios para que él mismo salga del conflicto, con ayuda de las ideas que le sugiere por medio de los buenos Espíritus, dejándoles de este modo todo el mérito; Dios asiste a los que se ayudan a sí mismos, según esta máxima: “Ayúdate y el cielo te ayudará”, y no a aquellos que todo esperan de un socorro extraño, sin hacer uso de sus propias facultades; pero, generalmente se prefiere ser socorrido por un milagro, sin hacer nada. (Cap. XXV, números 1 y siguientes).
8. Pongamos un ejemplo. Un hombre se ha perdido en el desierto y sufre una sed horrible; siéntese desfallecer y se deja caer en el suelo; entonces, ruega a Dios que le asista y espera; pero ningún ángel viene a traerle agua. Sin embargo, un buen Espíritu le ha sugerido el pensamiento de levantarse, seguir uno de los senderos que se presentan ante él, y entonces por un movimiento maquinal, reúne sus fuerzas, se levanta y marcha a la ventura. Llega a una colina y descubre a lo lejos un arroyuelo, y ante esta vista, recobra ánimo.
Si tiene fe exclamará: “Gracias, Dios mío, por el pensamiento que me habéis inspirado y por la fuerza que me habéis dado”. Si no tiene fe, dirá: “¡Qué buen pensamiento he tenido! ¡Qué suerte tuve de haber tomado el camino de la derecha más bien que el de la izquierda! ¡La casualidad, verdaderamente, nos sirve bien algunas veces! ¡Cuánto me felicito por mi valor en no dejarme abatir!”
Pero, se dirá, ¿por qué el buen Espíritu no le dijo claramente: “Siga esta senda y al extremo
encontrarás lo que necesitas?” ¿Por qué no se le manifestó, para guiarle y sostenerle en su
abatimiento? De este modo, quedaría convencido de la intervención de la Providencia. Primero, fue para enseñarle que es preciso ayudarse a sí mismo y hacer uso de sus propias fuerzas. Además, por tal incertidumbre, Dios pone a prueba su confianza y sumisión a su voluntad. Este hombre estaba en la situación de un niño que cae y si ve a alguno, grita y
espera que le vayan a levantar; si no ve a nadie,hace esfuerzos y se levanta sólo.
Si el ángel que acompañó a Tobías le hubiese dicho: “Soy el enviado de Dios para guiarte en tu viaje y preservarte de todo peligro”, Tobías no hubiera tenido ningún mérito; confiando en su compañero, no tendría ni siquiera necesidad de pensar; por esto el ángel no se dio a conocer hasta el regreso.
6. Hay personas que niegan la eficacia de la oración fundándose en el principio de que, conociendo Dios nuestras necesidades, es superfluo exponérselas.
Aun añaden que, encadenándose todo en el Universo por leyes eternas, nuestro votos no pueden cambiar los decretos de Dios.
Sin ninguna duda, hay leyes naturales e inmutables que Dios no puede derogar a capricho de cada uno; pero de esto a creer que todas las circunstancias de la vida están sometidas a la fatalidad,es grande la distancia. Si fuese así, el hombre sólo sería un instrumento pasivo, sin libre albedrío y sin iniciativa.
En esta hipótesis no habría más que doblar la cabeza al golpe de los acontecimientos, sin procurar evitarlos y por lo tanto, no se hubiera procurado desviar el rayo.
Dios no le ha dado el discernimiento y la inteligencia para no servirse de ellos, ni la voluntad para no querer,ni la actividad para estar en la inacción. Siendo libre el hombre para obrar en un sentido o en otro, sus actos tienen para sí y para los otros, consecuencias
subordinadas a lo que hace o deja de hacer; hay acontecimientos que por su iniciativa escapan forzosamente a la fatalidad sin que por esto se destruyan la armonía de las leyes universales, como el avance o el retraso de las agujas de un péndulo no destruye la ley
del movimiento, sobre la cual está establecido el mecanismo. Dios puede acceder a ciertas súplicas sin derogar la inmutabilidad de las leyes que rigen el conjunto, quedando siempre su acción subordinada a su voluntad.
7. Sería ilógico deducir de esta máxima: “Todas las cosas que pidiereis orando, creed que las recibiréis”,que basta pedir para obtener y sería injusto acusar a la Providencia porque no concede todo pedido que le es hecho, pues ella sabe, mejor que nosotros, lo que es para nuestro bien. Hace lo mismo que un padre prudente que rehúsa a su hijo las cosas contrarias al interés de éste. Generalmente el hombre sólo ve el presente; mas si el sufrimiento es útil para su futura felicidad, Dios le dejará que sufra, como el cirujano deja sufrir al enfermo en la operación que debe conducirle a la curación.
Lo que Dios le concederá, si se dirige a Él con confianza, es valor, paciencia y resignación. También le concederá los medios para que él mismo salga del conflicto, con ayuda de las ideas que le sugiere por medio de los buenos Espíritus, dejándoles de este modo todo el mérito; Dios asiste a los que se ayudan a sí mismos, según esta máxima: “Ayúdate y el cielo te ayudará”, y no a aquellos que todo esperan de un socorro extraño, sin hacer uso de sus propias facultades; pero, generalmente se prefiere ser socorrido por un milagro, sin hacer nada. (Cap. XXV, números 1 y siguientes).
8. Pongamos un ejemplo. Un hombre se ha perdido en el desierto y sufre una sed horrible; siéntese desfallecer y se deja caer en el suelo; entonces, ruega a Dios que le asista y espera; pero ningún ángel viene a traerle agua. Sin embargo, un buen Espíritu le ha sugerido el pensamiento de levantarse, seguir uno de los senderos que se presentan ante él, y entonces por un movimiento maquinal, reúne sus fuerzas, se levanta y marcha a la ventura. Llega a una colina y descubre a lo lejos un arroyuelo, y ante esta vista, recobra ánimo.
Si tiene fe exclamará: “Gracias, Dios mío, por el pensamiento que me habéis inspirado y por la fuerza que me habéis dado”. Si no tiene fe, dirá: “¡Qué buen pensamiento he tenido! ¡Qué suerte tuve de haber tomado el camino de la derecha más bien que el de la izquierda! ¡La casualidad, verdaderamente, nos sirve bien algunas veces! ¡Cuánto me felicito por mi valor en no dejarme abatir!”
Pero, se dirá, ¿por qué el buen Espíritu no le dijo claramente: “Siga esta senda y al extremo
encontrarás lo que necesitas?” ¿Por qué no se le manifestó, para guiarle y sostenerle en su
abatimiento? De este modo, quedaría convencido de la intervención de la Providencia. Primero, fue para enseñarle que es preciso ayudarse a sí mismo y hacer uso de sus propias fuerzas. Además, por tal incertidumbre, Dios pone a prueba su confianza y sumisión a su voluntad. Este hombre estaba en la situación de un niño que cae y si ve a alguno, grita y
espera que le vayan a levantar; si no ve a nadie,hace esfuerzos y se levanta sólo.
Si el ángel que acompañó a Tobías le hubiese dicho: “Soy el enviado de Dios para guiarte en tu viaje y preservarte de todo peligro”, Tobías no hubiera tenido ningún mérito; confiando en su compañero, no tendría ni siquiera necesidad de pensar; por esto el ángel no se dio a conocer hasta el regreso.
( Aportado por Juan Carlos Mariani )
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