Considerándose el estado moral en que se encuentran incontables criaturas humanas por los caminos
del planeta terrestre, aun vivenciando los instintos agresivos, es comprensible que los relacionamientos
no siempre se realicen de manera pacífica.
Predominando la naturaleza animal en detrimento de la espiritual, el orgullo se arma de mecanismos
de defensa, resultantes de la prepotencia y de la argucia para reaccionar ante los conocimientos
amenazadores o que sean interpretados como tales…
La acción proveniente del raciocinio y de la lógica cede lugar a los impulsos agresivos, y se
establecen los conflictos cuando deberían prosperar el entendimiento y la comprensión.
En razón de la fase más primitiva que racional, cualquier acontecimiento desagradable asume
proporciones inadecuadas que no se justifican, porque los recursos morales de la bondad
sucumben ante la cólera que se instala y lleva a la alucinación.
De cierta manera, manteniéndose los comportamientos arbitrarios de existencias atrasadas que no
fueron domados, fácilmente la ira rompe el envoltorio delicado de la gentileza y acontecen los
lamentables atritos, que deben y pueden ser evitados.
La educación equivocada, que estimula al fuerte para gobernar, al destaque, contribuye para que la
mansedumbre y la humildad sean dejados al margen, catalogadas como flaquezas del carácter y
debilidad moral.
El territorio en el cual cada individuo se desarrolla, después de la apropiación, es defendido con
violencia, como si la posesión tuviese duración infinita, lo que constituye lamentable equivoco.
Esa debilidad del sentimiento se manifiesta en la conducta convencional del ser humano que opta
por ser temido, cuando la finalidad de su existencia es tornarse amado.
Se multiplican, indefinidamente, las pugnas, que pasan de una para otra existencia hasta que las
Soberanas Leyes impongan la sumisión y el reequilibrio a través de afligentes explicaciones.
La ley del progreso y, por consecuencia, a todos cabe el esfuerzo de liberación de las herencias
enfermizas, de los hábitos primitivos, experimentando conquistas íntimas que se irán acumulando
en la estructura emocional que se presentaran en forma de paz y de concordia.
El conocimiento espirita, porque es iluminativo, es el más eficiente para la edificación
moral, aunque fluye de la concienciación de que el avance es inevitable y la repetición de las
actitudes infelices constituye estagnación y fracaso…
Las dificultades, por tanto, las diferencias de opinión, los insultos y agravamientos deben ser
considerados experimentos como prueba del mejoramiento espiritual, al aprendizaje de nuevas
conductas encontradas en El Evangelio de Jesús.
Cuando eso no ocurre, se queda sujeto a la influencia maléfica de los Espíritus inferiores que
se complacen en generar situaciones embarazosas responsables por esas conductas lamentables.
Es indispensable vigilar los sentimientos del corazón, a fin de dominarse la ira, esta es chispa eléctrica
responsable de incendios morales de resultados dañinos.
Ha de considerarse, además, el hecho de una parada cardiaca, de una accidente vascular cerebral de
consecuencias irreversibles, no programados, más que si suceden solamente por la falta de control
emocional provocados por la rabia…
Aprende a dominar los impulsos de ira, porque la existencia terrestre no es un viaje delicioso al país
roseo de la alegría sin fin…
Esfuérzate por comprender el otro lado, la forma como los otros encaran los mismos acontecimientos…
Lucha por vencer la arrogancia, porque todos los Espíritus que desean la paz, por la victoria de las
pasiones tienen, como primer desafío, la superación de los sentimientos inferiores, aquellos que deben
ser sustituidos por los de naturaleza dignificante.
Lucha por vencer la arrogancia, porque todos los espíritus que anhelan la paz, por la victoria de las
pasiones tienen, como primer desafío, la superación de los sentimientos inferiores, aquellos que
deben ser sustituidos por los de naturaleza dignificante.
Si alguien te aflige, es porque se encuentra necesitado de ayuda y no de combate, es su forma de
llamar la atención para su soledad y angustia.
Fuego con fuego aumenta el incendio devorador.
Intenta colocar en el brasero el agua de la paz y se apagaran las llamas amenazadoras.
No fue por otra razón, que Jesús propuso: No resistáis al hombre malo, más a cualquiera que os
pegara en la cara derecha, ofrecerle también la otra, conforme anotó Mateo en el capítulo 5, versículo
39 de su Evangelio.
Atacado, en el Pretérito, El ejemplifico la enseñanza verbal, no reaccionando a las agresiones, cuando
los soldados, tejiendo una corona de espinas, la pusieron en su cabeza… manteniéndose en silencio…
Ofrecer, la otra mejilla es más que exponer el lado contrario, con el fin de sufrir nueva envestida de la
perversidad.
Se trata de la cara moral, noble, que se encuentra oculta, aquella rica de sentimientos elevados
que distingue una de otra criatura.
Nadie es lo que representa exteriormente, tanto existen contenidos crueles ocultos por la
educación, por el disimulo y la hipocresía, como sentimientos relevantes y buenos.
Al ser alcanzado por cualquier cosa desagradable que golpee tu emoción, hiriéndote la delicadeza de
las reservas íntimas, en vez de reaccionar, desvela otra cara, la del amor, de la compasión, de la
misericordia, actuando con serenidad.
La otra cara es el ángel adormecido en el paisaje luminoso de tu mundo interior.
Allí posees tesoros de amistad y de ternura que desconoces.
Con esa, la brutal, la de la reacción, la defensiva, ya estas identificado, debiendo encontrarte cansado
de vivenciarlas.
Sumerge, de ese modo, en el rio de las aguas silenciosas de tu mundo interior y refréscate con su
contribución. Luego después, deja que los tesoros del amor del Padre que se encuentran adormecidos,
fluyan suavemente y se incorporen a los contenidos habituales, sustituyéndolos a lo largo del tiempo y
predominando al fin.
A la medida que esto acontezca, renacerás de los escombros como la Fenix de la mitología, que se
renovaba y renacía de las cenizas que la consumían.
El bien es la meta que todos debemos alcanzar.
No te permitas, por tanto, perturbar, por las emociones enfermizas y viciosas que te consumen,
destruyendo tus más queridas realizaciones espirituales.
Eres responsable por tus actos, cual sembrador que avanza, siembra a dentro, lanzando las
semillas que germinarán con el tiempo,
Ciertamente muchos se perderán, otros, no en tanto, producirán el doble, lo que implica una
cosecha superior al volumen esperado.
Es necesario cuidar del tipo de las simientes que serán distribuidas por tus manos.
Siembra bondad y cosecharás alegría de vivir, nunca devolviendo mal por mal.
Una chispa, un rayo que se prenda a un depósito de combustible luego presentará la destrucción.
Contrólalos en la corriente de tus reflexiones, generando la disciplina de la contención de su
carga poderosa de energía, canalizándola para labores ennoblecida que te exoneraran a la lucha, a
las conquistas ya logradas que te honorifican.
La otra cara se encuentra cubierta por camadas de experiencias dolorosas.
Retira esa basura mental y permite que se presente irisada de sol espiritual la otra cara, para que el
amor real sea la marca de tu comportamiento en cualquier circunstancia u ocurrencia difícil.
Por el Espíritu Juana de Angelis – Psicografia del médium Divaldo P. Franco, en la reunión mediúmnica del
Centro espirita Camino de Redención, la noche del 15 de abril del 2009
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PERDONAR ES TENER
CONTROL DE NUESTRA
FELICIDAD PARA LA
CONQUISTA DE LA PAZ
Todos ansiamos la conquista de la paz y procuramos la alegría de vivir en la Tierra. ¿Sin embargo, que
tipo de felicidad es esa que cuanto más se procura más apartada permanece? Para que verdaderamente
conquistemos la paz y la felicidad, es urgente reconozcamos nuestras debilidades morales y nos
pongamos a la práctica de la mejoría personal. De las diferentes angustias que nos apartan de la
paz y de la felicidad, la amargura tiene el lugar de revelo. Pensando en eso, deliberamos escribir a
respecto del perdón, por considerarlo ser una de las grandes virtudes, por vía de los cuales
conseguiremos la paz la felicidad codiciadas.
La finalidad de “perdonar setenta veces siete” proferida por Jesús precisa ser aplicada al máximo limite
en nuestras experiencias cotidianas. No obstante, excepcionalmente conseguimos perdonar a las
personas que nos causaron algún agravio, lesión, pérdida u ofensa, pues siempre elegimos
permanecer enojados, disgustados, resentidos o heridos (a veces incluso hasta toda una vida
entera e incluso varias encarnaciones). Hay casos en que en algunos instantes después de la ofensa,
quizás, el agresor que nos daño ya haya olvidado la expresión infeliz o el insulto que nos dirigió.
En lo que tañe a nuestro sentimiento de justicia, experimentamos en cada enfrentamiento sufrido la
cólera o la aversión y en diversas ocasiones preferimos esparcir con el tiempo esos sentimientos
destructivos, en la forma de rencor, preservando en recovecos de nuestra mente la aflicción, la agonía
, la ansiedad por largos años.
Jesús enseño: “Si perdonáis a los hombres las ofensas que os hacen, también vuestro Padre celestial
os perdonará vuestros pecados. Más si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre o perdonará
vuestros pecados”. (1) Perdonar es una actitud sublime, más allá del imperativo, ya que para que seamos
perdonados es menester que absolvamos al ofensor. El Creador nos ha indultado desde siempre. Tomándose
por base la invitación del perdón, enseñado y ejemplificado por Cristo, aprendamos a no permitir
consternaciones, injurias, daños morales de cualquier especie nos causen repugnancia, decepción y
agresividad delictuosa. Tenemos en la figura incomparable del Crucificado el ejemplo culminante de
clemencia.
Infelizmente, casi siempre optamos por no perdonar en el sentido más exacto del término perdón.
Creamos imágenes sobre la ofensa sufrida y permanecemos reproduciendo la amargura a todos los que
se cruzan en nuestro camino, y muchas veces llegamos a las lágrimas, haciéndonos victimas casi siempre
ante todo y de todos. Cuando nos topamos con alguna persona dispuesta a escuchar nuestra pena,
continuamos reviviendo de continuo la historia del insulto en nuestro corazón. Esa sensación nos
deteriora las ideas y ocupa un inmenso espacio en nuestra mente. Es una categoría de auto-obsesión. Con
la mente embebida de pensamientos de “venganza y justicia de las propias manos”, no alcanzamos
raciocinios lógicos; no localizamos expedientes creativos para las dificultades más simples,
arruinamos la aptitud de concentración, nos tornamos irrequietos y enfadados con pequeñas cosas.
“El perdón del Señor es siempre transformación del mal en el bien, con renovación de nuestras
oportunidades de lucha y rescate, en el gran camino de la vida. el perdón es en cualquier tiempo,
siempre un trazo de luz conduciendo nuestra vida en comunión con Jesús.”(2) Más cuando optamos por no
perdonar (o solamente perdonar de “boca por fuera”), denunciamos al otro por nuestra desdicha,
lo que equivale a responsabilizar al prójimo por nuestra condición de víctima en una sin fin amargura.
Actuando así, estamos ofreciendo autoridad al ofensor sobre nosotros, o sea, la facultad de despedazar
nuestra paz, nuestra calma, nuestro placer de vivir (felicidad) y sobre todo nuestra preciosa salud.
No desconocemos que nuestro estado emocional conduce a la salud de todos nuestros complejos
fisiológicos. Cuando sustentamos buenos pensamientos y serenas emociones, generamos frecuencias
magnéticas que alcanzan todas las estructuras celulares, conduciendo a las reacciones electro
bioquímicas, a la savia inmunológica, a la división de las células, a la simbiosis entre tejidos, a la
alimentación, a las funciones neuropsíquicas, a la pujanza de ánimo, en fin, al vigor y a la harmonía del
marco orgánico.
Sin sombra de duda, el máximo de beneficios del perdón es para quien perdona incondicionalmente.
El infractor que nos ocasionó determinado agravio no está torturado con nuestra situación emocional.
“Quien ofende olvida” – dice el dicho popular – y es verdad! El ofensor, como vía de regla, olvida la
injuria que suscitó nuestro enjuiciamiento con la
consecuente condenación. En buena medida, perdonar constituye aligerar el corazón; arrancar un espino
clavado en el alma, tener dominio sobre tan procurada felicidad y conquistar la paz.
Jorge Hessen
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