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miércoles, 7 de septiembre de 2011

Depresión en la infancia


Depresión en la infancia
Se está volviendo frecuente la discusión en torno de la problemática de la depresión en 
la infancia.

  Es asustador el número de niños que entran en ese estado del alma, preocupante. 
  Pero, aunque se intente descubrir las causas generadoras de ese mal, y se levanten 
varias cuestiones sobre el asunto, el problema continúa. 
  Para un observador atento, tal vez no sea difícil detectar las posibles raíces del problema. 
  Es que, involucrados en la agitación de la sociedad actual, los padres y demás familiares
 han olvidado de dar la debida atención a los pequeñitos.
    
De forma general, ellos son relegados a un segundo plano en el orden de las prioridades. 
    En primer lugar, viene la ocupación con los recursos financieros que garantizan la 
sustentación física de la familia. Y esa preocupación absorbe a tal punto a los padres,
 que  muchas veces los infantes son atropellados en vez de conducidos con amor y cariño.
   Es común que observemos a los pequeños en el banco de atrás del automóvil o en la 
ventana del bus escolar, de caritas melancólicas mirando para la nada, como si estuviesen
 absorbidos por profundos cuestionamientos.
   
 Si pudiésemos oír sus devanecimientos, talvez escuchásemos sus angústias íntimas:
  ¿Por qué tengo que salir de mi hogar acogedor para ir a ver a esas personas que no
 conozco?
   ¿Por qué debo dejar mis juguetes para tener que ir a jugar con aquellos otros niños que
 quieren tomar los míos y no dejan que yo juegue con los de ellos?
 
  ¿Será que la tía no va a jugar conmigo? ¿Será que algún niño mayor que yo no me va a 
golpear? ¿Será que va entrar un asaltante en la escuela y me va a robar?
  
 ¿Y qué tal si, cuando yo vuelva para la casa, toda mi familia haya desaparecido, se haya 
ido? O entonces, ¿será que mi madre se va a acordar de irme a buscar al final de la
 clase?
  
Para el adulto, que vive una realidad diferente de la de los niños, todo eso parece pueril,
 pero para él es motivo de inquietud y angustia.
 
  Hoy en día, movidos por el deseo sincero de prevenir a los niños contra los males de
 las drogas y de la violencia, tal vez hayamos lanzado una carga demasiado grande de 
pavores sobre esas almas aún frágiles. 
    En el hogar, muchos de ellos conviven diariamente con la brutalidad y la violencia de los
 juegos electrónicos, sin madurez para separar lo que es ficción de lo que es realidad.
    
Y, un día, ellos salen del hogar y parten para un mundo diferente del suyo, llenos de 
miedos e inseguridades. 
      Aparte de eso, cargan, en las profundidades del alma, traumas y conflictos de otras
 existencias, pues no podemos olvidar de que nuestros niños son espíritus reencarnados.
    
Considerando todo eso, si realmente deseamos ayudar a nuestros hijos, busquemos 
entenderlos mejor. Procuremos penetrar en su mundo y ofrecerle el amparo y la
 protección  de que tanto necesitan. 
    Socorramos a nuestros pequeños que ruegan, muchas veces a través de la rebeldía,
 nuestra atención y cariño, para que puedan caminar con seguridad en este mundo 
turbulento y asustador para muchos de ellos.
 
 ¡Piense en eso! 
   No espere a que su hijo muestre síntomas de depresión, obsérvelo y ampárelo
 siempre. 
    Repiense las actividades que le son impuestas y verifique si no están sobrecargando,
 sometiendo sus estructuras psicológicas todavía frágiles.
   Muchas veces, con el instinto  de preparar nuestros hijos para el mundo competitivo de
 hoy, olvidamos de considerar aspectos importantes de su psiquismo, principalmente 
sus tendencias y aptitudes. 
    Es importante que nos cuestionemos sobre lo que es más importante: instruir muy
 bien al  hombre, o formar al hombre de bien. 
   ¡Pensemos en eso!
  
Redacción del Momento Espírita