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jueves, 13 de enero de 2011

Las Bienaventuranzas


EL SERMON DE LA MONTAÑA

Cuando son impuestas las virtudes no tienen la fuerza para resistir a la presión de los instintos inferiores. Solo la conciencia espiritual emancipada por su propio auto evangelización está en condiciones de vencer en la tremenda batalla moral entre el hombre-espíritu y el hombre-animal.

En cualquier circunstancia de la vida la “prohibición” estimula el deseo y tienta al espíritu a cometer su infracción, pues el hombre prefiere lo que le da placer o ventajas inmediatas y se desinteresa por cualquier beneficio o promesas futuras que le parecen utópicas.

Los discípulos de Jesús y los que lo seguían se refugiaban en murallas de los conventos o de las iglesias, iban al encuentro del mundo, enfrentando a pecho abierto, grandes luchas, riesgos e impedimentos de toda especie.

Difundidas las primeras claridades de la Buena Nueva, todos los enfermos y derrotados de la suerte, habitantes de Corazin Magdala, y de otras ciudades, llenaban las calles de Cafarnaun en turbas ansiosas.

Los discípulos eran contemplados por la multitud, debido al contacto permanente en que vivían con su Maestro. De vez en cuando, Felipe era abordado, en su camino, por algún enfermo; Pedro tenía la casa rodeada de criaturas desalentadas y tristes. Todos querían el auxilio de Jesús, el beneficio inmediato de su poderosa virtud.

Jesús era requerido por los que sufrían, El les había dicho que su amor venia a buscar a todos los que se encontrasen con tristezas y angustias en el corazón. Jesús restauraba sus energías. Ellos jubilosos aguardaban sus promesas relativas al Padre Bueno y Justo que amaba a sus hijos más infelices, renovando en sus corazones las esperanzas más puras. Se encontraban exhaustos; pero la lección de Jesús les traía nuevo consuelo a sus almas desamparadas de cualquier confort material. Querían ser de Dios, vibrar con la exaltación de las promesas de Cristo, pero, la palabra de Levi nuevamente los arrojaba a condición desdichada.

El Evangelio es la Buena Nueva, es el divino mensaje para los tristes y desheredados.

Centenares de criaturas se aglomeraban para poder escuchar la palabra del Señor, dentro de un paisaje que se adornaba de los singulares brillos de todo el horizonte, pincelado de luz. Eran ancianos temblorosos labradores simples y generosos, mujeres del pueblo junto a sus pequeños.

Entre los más fuertes y sanos, se observaban ciegos y niños enfermos, hombres andrajosos, exhibiendo seres vermiformes que les corroían las manos y pies.

Todos se apretaban sofocados. Ante sus felices miradas, la figura del Maestro surgió en la cima decorada de verdor, por donde pasaban suavemente los vientos amigos de la tarde.

El dejo notar que se dirigía a los vencidos y sufridores del mundo entero como que esclareciendo al espíritu de Levi, que representaba la aristocracia, intelectual entre sus discípulos, Jesús, por primera vez, pregonó las bienaventuranzas celestiales. Su voz caía como bálsamo eterno, sobre los corazones desdichados.

La multitud era su pasión, su vida. Amarla y atenderla, su afán.

Es muy escabroso descender hasta los hombres para guiarlos hacia Dios.

El poema que allí fue presentado, jamás fue oído, nunca más será escuchado, en cualquier época equivalente…

Sintiendo a la multitud sumisa, magnetizada, olvidad de si misma, en una sublime comunión en la que derramaba toda su vida, El abriendo su boca les enseñaba diciendo:

Bienaventurados los pobres de Espíritu.

Para Jesús los pobres de espíritu no son los hombres desprovistos de inteligencia, y si los humildes los que no son orgullosos. Los hombres cultos y de talento, tienen por lo general una opinión muy alta de si mismos y de su superioridad, y consideran a las cosas divinas como indignas de su tención. Su mirada no se eleva hacia Dios. Niegan todo aquello, que por estar por encima de ellos, puede rebajarles, a negar incluso a la Divinidad.

Solo tienen sonrisas desdeñosas hacia todo lo que no pertenezca al mundo visible y tangible. Sin embargo, Dios que es justo, no puede acoger igual con el mismo titulo a aquel que desconoce su poder y al que por el contrario se ha sometido con humildad a sus leyes, ni otorgarle partes iguales.

Jesús al expresar que el reino de los Cielos es para los simples quiso decir que nadie seria admitido allí sin simplicidad de corazón y la humildad del espíritu; que el ignorante que posea cualidades será preferido al sabio que cree más en si que en Dios.

En todas las circunstancias Cristo coloca a la humildad en la categoría de las virtudes que acercan a Dios, y al orgullo entre los vicios que de El lo alejan. Esto es porque la humildad constituye un acto de sumisión a Dios, al paso que el orgullo es una sublevación contra El.

El que se enaltezca será humillado

Los discípulos de Jesús fueron a preguntarle en aquel tiempo: ¿Quién es el mayor en el reino de los Cielos? Y Jesús acercándose a un niño, lo llamó, lo puso en medio de ellos, y les dijo: que si no se volvían y hacían como niños no entrarían en el reino de los Cielos. Y que cualquiera que reciba en su nombre a un niño a El lo recibe.

Jesús no cesa de poner como condición esencial de la felicidad prometida a los elegidos del Señor, el ser pobres de espíritu.

El Espiritismo sanciona la teoría mediante el ejemplo, mostrándonos que son grandes en el mundo de los Espíritus aquellos que en la Tierra eran pequeños, y muchas veces los poderosos de la Tierra son pequeños en el Mundo Espiritual.

Los primeros portaban las virtudes cuando partieron al más allá que son los que constituyen la verdadera grandeza en el cielo y que nos e pierde. Los otros, han debido dejar aquello que constituía su riqueza en la Tierra, y que no se pueden llevar: fortuna, títulos, gloria, linaje. Como no poseen nada más, llegan al otro mundo desprovisto de todo, son como náufragos que todo lo han perdido, hasta sus ropas. Solo conservan el orgullo, que torna más humillante su nueva situación, al ver por encima de ellos, y resplandecientes de gloria, a aquellos que atropellaron en la Tierra.

No debe el hombre sentirse orgulloso de lo que sabe, porque la sabiduría tiene fronteras muy limitadas en el mundo que habitamos. Dios, en sus designios, ha permitido que nazcamos en un medio para desarrollar el intelecto, para que lo empleemos en el bien de todos; por lo que es una misión que nos confía, al poner en nuestras manos el instrumento con cuya ayuda podremos desarrollar , a nuestra vez, las inteligencias atrasadas y conducirlas hasta Dios. Muchos las convierten en un instrumento de orgullo y perdición para si mismos. El hombre abusa de su inteligencia, y sin embargo no le faltan lecciones que le advierten que una mano poderosa puede quitarle lo que ella misma le dio.

Bienaventurados los limpios de corazón Porque ellos verán a Dios.


Continuamente presentaban niños a Jesús para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que lo asían. Jesús viéndolo, les reprendió, indignado y les dijo: ¡Dejad venir a mi a los niños y no se lo impidáis; porque de ellos es el reino de Dios. En verdad os digo: El que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en el. Y tomándolos en sus brazos los bendecía (San Marcos)

La pureza de corazón es inseparable de la simplicidad y de la humildad. Excluye toda idea de egoísmo y de orgullo. Es de ahí que Jesús toma la infancia como emblema de esa pureza, el niño aunque sea un espíritu con muchas existencias, y sea muy antiguo, en la niñez no ha podido todavía manifestar ninguna tendencia perversa, ofrece la imagen de la inocencia y el candor. Jesús no dijo de una forma absoluta que el reino de Dios sea para ellos, sino para los que se le asemejan.

Durante los primeros años de la nueva vida, el Espíritu es de verdad un niño porque las ideas que integran el fondo de su carácter están todavía aletargadas. Por eso el Espíritu por algún tiempo se reviste con el manto de la inocencia.

La verdadera inocencia no reside tan solo en las acciones sino que está también en el pensamiento. Todo mal pensamiento constituye un resultado de la imperfección del alma. Cuando su deseo es depurarse, y rechaza el mal pensamiento este se convierte para ella en una ocasión de adelanto, porque lo rechaza con emergía. Es el inicio de los que intentan borrar una mancha, rechazando la oportunidad de persistir en el mal y se esfuerzo le haces entirse más fuerte y jubiloso con su triunfo.

El alma que persevera en el mal y cede a los malos pensamientos, busca la ocasión para cometer una mala acción, y si la ocasión no se lo permite, es tan culpable como si la cometiera.

La persona que no concibe el pensamiento del mal el progreso ya se ha operado. En aquella que le viene al pensamiento y lo rechaza, el progreso se aya en vías de realizarse. Por ultimo, en quien está presente el pensamiento del mal y en el se complace, el mal se encuentra en su totalidad de fuerza. En la primera el trabajo está realizado, en las otras dos se haya aun por hacer. Dios, que es justo, toma en cuenta todos esos matices al evaluar la responsabilidad de los actos y pensamientos del hombre.

La meta de la religión consiste en conducir al hombre hacia Dios. Ahora bien, solo cuando el hombre se ha hecho perfecto es cuando llega a Dios. Por consiguiente toda religión que no hace mejor al hombre no alcanza la meta. La que crea poder para cometer el mal, o es falsa, o ha sido falseada en su principio, son religiones en las que la forma prevalece sobre el fondo. La creencia en la eficacia de los signos exteriores del culto es nula si no impide cometer crímenes, adulterios, expoliaciones, levantar calumnias y ser injustos para con el prójimo, sea en lo que fuere.
Estas religiones producen supersticiosos, hipócritas y fanáticos y no hombres de bien…

No basta, pues, tener la apariencia de la pureza: es menester, ante todo, poseer la pureza de corazón

Jesús quería que los hombres llegasen a El con la confianza de simples niños. El fue la antorcha que ilumina las tinieblas, el clarín matinal que da el toque de diana e invita a despertar. Ha sido el iniciador del espiritismo, el cual llevará a El no a los niños, sino a los hombres de buena voluntad. Si el hombre posee amor, será dueño de todo lo deseable que hay en la Tierra, tendrá la perla por excelencia, que ni los acontecimientos, ni las ruindades de los que los aborrecen y persiguen podrán arrebatarles. Si poseen el amor, colocaran sus tesoros allí donde los gusanos y la herrumbre no puedan alcanzarlos, y poco a poco borraran de su alma todo aquello que pueda mancillar su pureza; sentirán día a día el peso de la materia se aligera y, semejantes a las aves que se ciernen en los aires y no se acuerda ya de la tierra, subirán sin tregua, ascendiendo siempre, hasta que sus almas embriagadas, puedan nutrirse de su elemento vital en el seno del Señor.

Bienaventurados los que tienen los ojos cerrados

Recordemos que Cristo dijo que si nuestro ojo era malo, que más valdría arrojarlo al fuego que ser la causa de nuestra condenación.

Cuando una aflicción no es consecuencia de los actos de la vida presente hay que buscar su causa en una existencia anterior. “Siempre somos castigados por donde hemos pecado.” Si, pues, alguien está afligido por haber perdido la vista, es porque la vista fue para él una causa de caída. Ante cualquier tipo de pruebas debemos tener valor y esperanza.

Bienaventurado los mansos y los pacíficos.
Los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Con esta máxima Jesús convierte en Ley la dulzura, la moderación, la mansedumbre, la afabilidad y la paciencia. Por tanto condena la violencia, la cólera, e incluso cualquier expresión descortés con el prójimo.

Cuando la ley de amor y caridad sea ley de la humanidad ya no habrá egoísmo; el débil y el pacifico no serán más explotados por el fuerte y el violento.

La benevolencia hacia nuestros semejantes, frutos del amor al prójimo, produce afabilidad y dulzura, que son su manifestación. No siempre se puede fiar de las apariencias: la educación y la experiencia mundana pueden otorgar el barniz de esas cualidades. El mundo está lleno de personas que tienen sonrisas en los labios y el veneno en el corazón: que son amables mientras nada les molesta, pero muerden a la menor contrariedad.

Hombres que se muestran benignos en la calle, fuera de su casa, y dentro de ellas son tiranos domésticos.

No basta que los labios destilen miel y leche; si el corazón no interviene para nada en ello, es hipocresía. El que en realidad es afable y dulce no se desmiente jamás; es el mismo en el mundo y en la intimidad. Sabe que puede engañar a los hombres con las apariencias, pero no puede engañar a Dios.

El dolor es una bendición que Dios envía a sus elegidos. No debemos afligirnos cuando padezcamos, debemos bendecir a Dios todopoderoso que nos a señalado, por medio del dolor en la tierra, para la gloria en el cielo.

La paciencia es también una forma de hacer la caridad que Cristo el enviado de Dios enseño. La limosna que se da en la calle es la más fácil de las caridades.

Hay una caridad más meritoria y más penosa, la de perdonar a quienes Dios a puesto en nuestro camino para ser los instrumentos de nuestros sufrimientos y poner a prueba nuestra paciencia.

Es por la obediencia y la resignación dos virtudes hermanas de la dulzura y muy activas que adquirimos fuerzas actuantes son las que dan el consentimiento al corazón. El débil no puede ser resignado, así como el orgulloso y el egoísta obedientes. Jesús ha sido la encarnación de esas virtudes, menospreciadas materializada antigüedad.

Cada época es señalada con el sello de la virtud que debe salvarla o del vicio que ha de perderla. La virtud de nuestro tiempo es la actividad intelectual; su vicio es la indiferencia moral. El someternos a los impulsos que nos dan los espíritus, obedeciendo a la gran ley del progreso nos hacemos mansos, porque prestaremos oídos fáciles a las enseñanzas.

El orgullo nos lleva a creernos más que nadie, más de lo que somos, a no admitir una comparación que podría rebajarnos, el menor paralelo nos irrita y damos paso a la cólera. Esta no excluye ciertas cualidades del corazón, pero impide hacer mucho bien y nos puede hacer cometer mucho mal. Esto es más que suficiente para inducir al colérico a dominar su ira. Los espiritas saben que la cólera es contraria a la caridad y a la humildad cristiana.

Hay temperamentos que se prestan más que otros a los actos violentos, pero no reside en eso la primera causa de la cólera, un espíritu pacifico, aunque esté encarnado en un cuerpo de temperamento bilioso, seguirá siendo pacifico, al igual que un espíritu violento en un cuerpo linfático no será por ello más manso. Solo que la violencia adoptara otro carácter: no teniendo a su disposición un organismo apropiado la ira se concentrara, mientras que si lo posee estallara.

El cuerpo no produce la cólera a quien no la tenga, así como tampoco engendra los otros vicios. Todas las virtudes y vicios son inherentes al Espíritu.

Bienaventurado los misericordiosos porque ellos alcanzaran la misericordia.
La misericordia es el complemento de la dulzura, porque quien no es misericordioso no podrá ser tampoco manso y pacifico. La misericordia consiste en el olvido y perdón de las ofensas. El odio y el rencor denuncian a un alma sin elevación ni grandeza. El olvido de las ofensas es propio de un alma elevada que está por encima de los ataques que se le dirijan.

La persona rencorosa está siempre ansiosa, es de una susceptibilidad recelosa y llena de hiel. El alma elevada es calmada, llena de mansedumbre y de caridad.
Son muchos los espíritus, que llevan sus odios, más allá de la tumba, es falso el proverbio que afirma “muerto el perro, se acabo la rabia” cuando se aplica al hombre. Jesús nos recomendó que debíamos reconciliarnos con el adversario, no solo para apaciguar las discordias en la vida presente, sino para evitar que nos sigan perpetuando en vidas futuras.

El reconciliarnos con nuestro hermano, cuando el tiene algo contra nosotros, es el sacrificio más grato a Dios.
La extravagancia mayor de los hombres es ver el mal en los demás antes de advertir el que hay en uno mismo.

No debemos juzgar, para no ser juzgados. El que esté sin pecado que tire la primera piedra.

No hay persona alguna que no necesite de la indulgencia. Debemos ser indulgentes. La reprobación de la conducta ajena puede tener dos móviles: el reprimir el mal, o el desacreditar a la persona cuyos actos critican. Este último motivo no tiene excusa, porque es maledicencia y ruindad.

Jesús no podía prohibir que se censure lo que está mal, puesto que el mismo nos ha ofrecido ejemplo de ello, y lo hizo en términos enérgicos. Pero ha querido decir que la autoridad moral de quien lo pronuncie. Hacerse culpable de aquello mismo que en los demás se condena equivale a abdicar de dicha autoridad. Además es arrogarse el derecho de represión. A los ojos de Dios, solo es legítima aquella autoridad que se apoye en el ejemplo que ella misma da del bien.

El total y absoluto olvido de las ofensas es propio de las grandes almas. El rencor, en cambio, constituye siempre un signo de bajeza y de inferioridad. El verdadero perdón se reconoce en los actos mucho más que en las palabras.

Todo hombre debe ser indulgente con sus hermanos, no ver los defectos de los demás, y si los vemos no hablar de ellos, ni difundirlos es como debemos actuar todo buen espirita. Debemos ser severos con nuestros errores e indulgentes con los de nuestro prójimo, es una forma también de hacer caridad que muy pocas personas observan. Todos tenemos que vencer malas inclinaciones, corregir defectos, modificar hábitos. Todos hemos de depositar un fardo más o menos pesado para ascender a la cima de la montaña del progreso.

El verdadero carácter de la caridad es la modestia y la humildad, que consiste en ver solo de pasada los defectos ajenos y dedicarse a realzar lo que aya en los demás de bueno y virtuoso.

Bienaventurado los que lloran, porque ellos serán consolados.”

Es muy largo el camino del sufrimiento, hay muchas Espíritus afligidos y desolados, faltándoles el sosiego, despedazados, enfermedades y expiaciones…

Mientras Jesús los atendía experimentaban la paz que se restablece después del llanto.

Muchos creían que era vergonzoso llorar, otros pensaban que refleja flaqueza e indignidad.

La lluvia descarga las nubes y enriquece la tierra; lava el lodo y vitaliza la arboleda.

La lágrima es presencia divina.

Cuando alguien llora, la Ley está ajusticiando, abriendo senderos de paz en las regiones del espíritu, para el futuro.

Llorar es buscar a Dios en las adustas regiones de la soledad.
El llanto habla lo que la boca no se atreve a susurrar. Cuando alguien está llorando está solicitando aguardando.

La multitud se agita de esperanza. El Maestro, penetraba en todas las mentes aclarándoles, que la tierra siempre perteneció a los poderosos que unen a la impiedad la astucia y pueden oprimir, dominando a tímidos y blandos.

Pero la blandura es la aureola de la paz, la hermana del equilibrio.

Los blandos son los poseedores de la Tierra que nadie arrebata, del hogar que ninguno corrompe, del país donde abundan los bienes y las mieses son fecundas.
Heredaran la Tierra!

Jesús envolviendo a todos en una expresiva mirada de compasión, elucidó:

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzaran misericordia”

La misericordia que se da es la luz que se enciende en el propio camino; amor que se dilata por la senda por donde todos siguen.

La tierra es un volcán de odios y el crimen parece un gas letal que envenena y enloquece.

La guerra es una hiedra cruenta que está siempre presente.

La piedad redime al criminal así como la reducción lo capacita para la vida. La misericordia es el antídoto del odio, voz de la inteligencia dialogando y venciendo el instinto.

Con elocuente alegría Jesús exclama:

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios “

Los que aman  a todos los seres, al hombre, al cielo, al animal, al insecto, a la vida en todas las manifestaciones, integrándose a la esencia de la sustancia divina, con el corazón abierto al amor, con pureza en todo.

¡Verán a Dios!

Complementando la majestuosa enseñanza, Jesús de nuevo afirma:

Bienaventurados los pacificadores porque ellos serán llamados hijos de Dios!

Esparcir la paz, mientras que el pensamiento general es impedir la tranquilidad.

Heredarán la tierra los hijos de Dios, por ser mansos y sensatos, blandos de corazón.

Blandura es coraje de enfrentar al fuerte, sin temerle, someterse sin ceder al imperio de la fuerza, dominar la ira y vencerse a si mismo para pacificar.

El Maestro muchas veces hizo uso de esa energía ante la hipocresía y la maldad, conservando una autoridad sin violencia, y firmeza de acción sin mezcla de odio; con vigor, sin dureza, con fuerza moral, sin desequilibrio emocional!

Afectuoso de Nuevo Jesús elucido:

Bienaventurados los que sufren persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los Cielos!

Jesús acariciando a la multitud con su mirada dulce y penetrante, en el gesto que imprimió con los brazos abiertos y las manos como alas de luz prontas a iniciar el vuelo, clamo:

Sois bienaventurados cuando os injurien y persigan y mintiendo digan el mal contra vosotros por mi causa. Regocijaos y alegraos, porque grande es vuestro galardón, en el cielo; porque así persiguieron a los profetas que vinieron antes!

Los vanguardistas de la verdad se encuentran tan empeñados en la difusión del autentico ideal, que no tienen tiempo para la desidia ni para los sofismas. No se detienen a defender el honor.

No se detienen a justificar los actos que las conveniencias humanas, mordaces, desaprueban.

Están al servicio de la Causa de Cristo, entendiendo las dimensiones inconmensurables del amor. Su abnegación y conducta hablan más expresivamente que sus palabras.

Se regocijan en el camino de la rectitud, haciendo lo que deben y no lo que conviene hacer.

La gloria de los luchadores es el honor del trabajo y su aureola, es el sudor y el deber.

Toda la epopeya de la Humanidad canta en el sermón de la montaña. El amor, en su más elevada expresión, tiene allí su fuente inagotable y eterna.

El prosiguió, nuevas expresiones verbales mostrando los prefacios candentes de la verdad, como mil voces armónicas formadas en una sola voz, nunca jamás oída.

Sois la luz de la tierra…
Sois la luz del mundo…
No penséis que vine a destruir la Ley…
Id y reconciliaos con vuestro hermano…
No cometáis adulterio ni escandalicéis
No jureis…
No resistais al mal…
Amar a vuestro prójimo, a vuestros enemigos...
Sed perfectos…
Orad así: Padre nuestro que estas en lo cielos…
No juntéis tesoros en la tierra…

El Cielo resplandecía en el oro poniente. Miríadas de sonidos se elevaron en la sinfonía del atardecer.

Aproximados unos a los otros, se juntaron entre si, como si se amparasen de las flaquezas, unidos e identificados.

El poema continua vibrante.
No había tiempo que perder.
Nadie puede servir a dos amos….
Mirad los lirios del campo y las aves del cielo…
Buscad primero el Reino de los Cielos y su Justicia.
No juzguéis…
Pedid y se os dará…
Buscad y encontrareis…
Golpead y se os abrirá…
Entrad por la puerta estrecha…
Guardaos contra los falsos profetas…
La multitud estremecida comenzó a disiparse.
Los Corazones que le habían escuchado estaban de fiesta y también doloridos…
Las mentes ardían con una fiebre extraña…
El futuro les aguardaba
Jesús por mucho tiempo les habló del reino de Dios, donde el amor edificaría maravillas perennes y sublimes.
Sus promesas parecían dirigidas al inconmensurable futuro humano.
Cuando Jesús terminó su alocución, las estrellas brillaban en el firmamento, como radiantes bendiciones divinas. Muchas madres le traían a sus hijitos para que los bendijera. Los ancianos de frentes nevadas por los inviernos de la vida le besaban las manos. Ciegos y leprosos lo rodeaban con lo semblantes sonrientes y decían: ¡Bendito sea el hijo de Dios! Jesús los acogía satisfecho, enviando a todos la sonrisa de su afecto.

Jesús se alegra y acoge a todos los corazones que le buscan, que sienten las bienaventuranzas y le siguen procurando dar cumplimento a su mensaje de amor y paz.

Tengamos pues confianza en El, amando y agradeciendo la porción de dolor que nos llega para nuestro propio perfeccionamiento espiritual y prosigamos serenos, ayudando a los que se crucen en nuestro camino, que quizás necesitan más aun que nosotros las sublimes lecciones del Maestro.

Los espíritus que están libres velan por los que están cautivos; los adelantados procuran hacer progresar a los más rezagados.

Procuremos nosotros dentro del Espiritismo , Cristianismo redivivo por Jesús, hacer en el lugar que estemos también nuestra parte, amando y procurando hacer siempre aquello que El enseñó.

Mucha paz para todos, este trabajo lo he realizado con mucho amor y cariño, esperando poder compartirlo con todos aquellos que deseen hacerlo más extensible y lo pasen a otros compañeros.

Merchita-

Extraído de los libros, El Sermón de la Montaña según el Espiritismo, de Allan Kardec, y de Las Primicias del Reino de Divaldo Pereira Franco.