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domingo, 2 de octubre de 2011

El Alma animal

Mi inolvidable "Coco"

Libro de los Espíritus.-


Pregunta 593. ¿Se puede decir que los animales sólo actúan por el instinto?
"Eso también es un sistema. Es verdad que el instinto predomina en la mayoría de los animales. Con todo, ¿no ves que actúan con una voluntad determinada? Eso es la inteligencia, aunque se halla limitada."

Además del instinto, no se puede negar que algunos animales ejecutan acciones combinadas que denotan una voluntad de obrar en un sentido determinado y conforme a las circunstancias. Por consiguiente, en ellos hay una especie de inteligencia, pero cuyo ejercicio se concentra más exclusivamente en los medios de satisfacer sus necesidades físicas y de proveer a su conservación. No existe en los animales ningún tipo de creación ni de mejoramiento. Por mucho que sea el arte que admiramos en sus trabajos, lo que hacían antaño es lo mismo que hacen en la actualidad, ni mejor ni peor, según formas y proporciones constantes e invariables. Una cría, aislada de los de su especie, no por eso deja de construir su nido conforme al mismo modelo, sin haber recibido ninguna enseñanza. Si algunos animales son susceptibles de cierta educación, su desarrollo intelectual, recluido en todos los casos dentro de estrechos límites, se debe a la acción del hombre sobre una naturaleza flexible, pues no progresan por sus propios medios. No obstante, ese progreso es efímero y puramente individual, dado que el animal, una vez librado a sí mismo, no tarda en volver a actuar dentro de los límites trazados por la naturaleza.

Pregunta 597. Dado que los animales tienen una inteligencia que les confiere cierta libertad de acción, ¿hay en ellos un principio independiente de la materia?
"Sí, y que sobrevive al cuerpo."

Preg 597a. Ese principio, ¿es un alma semejante a la del hombre?
"Es también un alma, si así lo quereís. Eso depende del sentido que se le atribuya a esa palabra. No obstante, es inferior a la del hombre. Entre el alma de los animales y la del hombre hay tanta distancia como la que existe entre el alma del hombre y Dios."

Preg 598. El alma de los animales, ¿conserva después de la muerte su individualidad y la conciencia de sí?
"Su individualidad, sí; pero no la conciencia de su yo. La vida inteligente permanece en estado latente."

Preg 599. El alma de los animales, ¿puede elegir encarnar en un animal antes que en otro?
"No, no tiene libre albedrío"

Preg 600. Dado que el alma del animal sobrevive a su cuerpo, ¿se halla después de la muerte en un estado errante, como la del hombre?
"Es una especie de erraticidad, puesto que no se encuentra unida a un cuerpo, pero no es un Espíritu errante. El Espíritu errante es un ser que piensa y obra por su libre voluntad; el de los animales no tiene la misma facultad. La conciencia de sí mismo es el atributo principal del Espíritu. El Espíritu del animal es clasificado, después de su muerte, por los Espíritus a quienes les corresponde esa tarea, y se lo utiliza casi de inmediato. No tiene oportunidad de ponerse en contacto con otras criaturas.

Preg 606. Los animales ¿de dónde sacan el principio inteligente que constituye la especie particular de alma de que están dotados?
"Del elemento inteligente universal"

Preg 606a. La inteligencia del hombre y la de los animales, ¿emanan, pues, de un principio único?
"Sin ninguna duda, pero en el hombre ha recibido una elaboración que la eleva por encima de la que anima a los irracionales."

Preg 607. Se ha dicho que el alma del hombre, en su origen, equivale al estado de infancia en la vida corporal, que su inteligencia apenas se manifiesta y que se ejercita para la vida. ¿Dónde cumple el Espíritu esa primera fase?
"En una serie de existencias que preceden al período que vosotros llamaís humanidad"

Preg 607a. De ese modo, el alma parece haber sido el principio inteligente de los seres inferiores de la creación.
"¿Acaso no hemos dicho que en la naturaleza todo se eslabona y tiende a la unidad? En esos seres, a los que estaís lejos de conocer por completo, el principio inteligente se elabora, se individualiza poco a poco y se ejercita para la vida, como ya hemos dicho. En cierto modo, se trata de un trabajo preparatorio, como el de la germinación, a consecuencia del cual el principio inteligente sufre una transformación y se convierte enEspíritu. Entonces comienza para él el período de humanidad, y con este la conciencia de su porvenir, la distinción entre el bien y el mal, así como la responsabilidad de sus actos, del mismo modo que después del período infantil viene la adolescencia, luego la juventud y, por último, la edad madura. (...)
El Libro de los Espíritus. Libro Segundo, Capítulo XI, Los Animales y el Hombre

El punto de partida del Espíritu es una de esas cuestiones que se relacionan con el principio de las cosas y que forman oparte del secreto de Dios.

No es dado al hombre conocerlas de una manera absoluta. Al respecto, sólo puede hacer suposiciones, construir sistemas más o menos probables. Los propios Espíritus se encuentran lejos de conocerlo todo y, en cuanto a lo que no saben, ellos también pueden formarse opiniones personales de mayor o menor sensatez.

Así, por ejemplo, no todos los Espíritus piensan lo mismo acerca de las relaciones que existen entre el hombre y los animales. Según algunos, el Espíritu sólo alcanza el período humano después de haberse elaborado e individualizado en los diferentes grados de los seres inferiores de la creación. Según otros, el Espíritu del hombre habría pertenecido siempre a la raza humana, sin pasar por la serie animal. El primero de esos sistemas tiene la ventaja de otorgarle un objetivo al porvenir de los animales, que de ese modo formarían los primeros eslabones de la cadena de los seres pensantes. El segundo está más de acuerdo con la dignidad del hombre y puede resumirse de la siguiente manera:

Las diferentes especies de animales no proceden intelectualmente unas de otras por medio de la progresión. Así, el espíritu de la ostra no se convierte sucesivamente en el espíritu del pez, del pájaro, del cuadrúpedo y del cuadrumano. Cada especie es un tipo absoluto, física y moralmente, cuyos individuos toman de la fuente universal la cantidad de principio inteligente que necesitan, según la perfección de sus órganos y la tarea que deben llevar a cabo en los fenómenos de la naturaleza. Una vez muertos, devuelven esa cantidad de principio inteligente a la masa. Los animales de los mundos más adelantados que el nuestro también constituyen razas distintas - apropiadas a las necesidades de esos mundos y al grado de adelanto de los hombres, de quienes son auxiliares -, pero que no proceden en modo alguno de los de la Tierra, espiritualmente hablando. No sucede lo mismo con el hombre. Desde el punto de vista físico, es evidente que el hombre integra un eslabón de la cadena de los seres vivos. En cambio, desde el punto de vista moral, entre el animal y el hombre hay solución de continuidad. Lo propio del hombre es el alma o Espíritu, chispa divina que le confiere el sentido moral y un alcance intelectual del que carecen los animales. El Espíritu es en el hombre el ser principal, preexistente y sobreviviente al cuerpo, y que conserva su individualidad. Ahora bien, ¿cuál es el origen del Espíritu? ¿Dónde está su punto de partida? ¿Se forma del principio inteligente individualizado? Ese es un misterio que sería inútil intentar develar y acerca del cual - como hemos dicho - sólo se pueden construir sistemas. Lo que es constante, lo que resulta a la vez del razonamiento y de la experiencia, es la supervivencia del Espíritu, la conservación de su individualidad después de la muerte, su facultad progresiva, su estado feliz o desdichado, proporcional a su adelanto en el camino del bien, así como todas las verdades morales que son la consecuencia de este principio. En cuanto a las relaciones misteriosas que existen entre el hombre y los animales, se trata - volvemos a decirlo - de uno de los secretos de Dios, así como lo son muchas otras cosas cuyo conocimiento actualno interesa en modo alguno para nuestro adelanto, y acerca de las cuales sería inútil insistir.
El Libro de los Espíritus. Libro Segundo, Capítulo XI, Metempsícosis


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