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viernes, 8 de abril de 2011

La hora final

León Denis


¿Qué es lo que  pasa en la hora de la muerte y como se desprende el Espíritu de su prisión material? ¿Qué impresiones, que sensaciones le  esperan en esa ocasión tan temida? Es eso lo que nos interesa a todos conocer, porque todos llegamos a esa jornada. La vida se nos escapa  en todo instante: ninguno de nosotros escapará a la muerte.

Ahora, lo que todas las religiones y filosofías nos dejaron ignorar, los Espíritus, en multitud, nos lo vienen a enseñar. Nos dicen que las sensaciones que preceden y se siguen a la muerte son infinitamente variadas y dependientes sobre todo del carácter, de los méritos, de la elevación moral del Espíritu que abandona la Tierra. La separación es casi siempre lenta, y el desprendimiento del alma se opera gradualmente. Comienza, algunas veces, mucho tiempo antes de la muerte,  y solo se completa cuando quedan rotos los últimos lazos fluidicos que unen al periespíritu al cuerpo. La impresión sentida por el alma se revela penosa y prolongada cuando esos lazos son más fuertes y numerosos. Causa permanente de la sensación y de la vida, el alma experimenta las conmociones, todos los despedazamientos del cuerpo material.

   Dolorosa, llena de angustias para unos, la muerte no es, para otros, sino un sueño agradable seguido de un despertar silencioso. El desprendimiento es fácil para aquel que previamente se desligó de las cosas del mundo, para aquel que aspira a los bienes espirituales y que cumplió sus deberes. Hay, al contrario, lucha, agonía prolongada en el Espíritu preso a la Tierra, que solo conoció los gozos materiales y dejó de prepararse para ese viaje.

   Entre tanto, en todos los casos, la separación del alma del cuerpo es seguida  por un tiempo de perturbación, fugitivo para el Espíritu justo y bueno, que desde temprano despertó ante todos los esplendores  de la vida celeste; muy largo, hasta el punto de abrazar años enteros, para las almas culpables, impregnadas de fluidos groseros. Gran número de estas últimas cree permanecer en la vida corpórea, mucho tiempo aun después de la muerte. Para estas, el periespíritu es un segundo cuerpo carnal, sometido, a los mismos hábitos y, algunas veces, las mismas sensaciones físicas como durante la vida terrena.

   Otros Espíritus de orden inferior se hallan sumergidos en una noche profunda, en un completo aislamiento en el seno de las tinieblas. Sobre ellos pesa la inseguridad, el terror. Los criminales son atormentados por la visión terrible e incesante de sus victimas.

   La hora de la separación es cruel para el Espíritu que solo cree en la nada. Se agarra como un desesperado a esta vida que se le escapa; en el supremo momento se  insinúa en él la duda; ve un mundo temeroso abrirse para abismarlo, y quiere, entonces, retardar la caída. De ahí surge, una lucha terrible entre la materia, que se evade, y el alma, que teme retirarse del cuerpo miserable. Algunas veces, ella queda presente hasta la descomposición completa, sintiendo en sí mismo, según  expresión de un Espíritu, “los gusanos corroerle la carne”.

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