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viernes, 26 de agosto de 2011

Padre y amigo





Cuando llegué a este mundo, no sabía en verdad qué estaba haciendo aquí, hasta que me di cuenta que había alguien para orientarme en la jornada.

Un día, cuando tú me levantaste en tus brazos, y me pusiste por encima de tu cabeza, descubrí que tu objetivo era que yo percibiera el mundo desde un punto de vista mucho más amplio

Cuando empecé a intentar mis primeros pasos, con los músculos de las piernas aun débiles, tú me sostuviste tomándome de la mano, y entendí que no deseabas llevarme en la falda para siempre, sino que yo anduviera con mis propias piernas.

Cuando, por vez primera, entré en casa jadeante, quejándome de mis amigos, tú me dijiste que era yo quien tendría que arreglar la divergencia, y comprendí que debería asumir la responsabilidad por mis propios actos.

Cuando traje a casa mis primeros deberes y tú te sentaste a mi lado, me orientaste, pero no me los hiciste, entendí que tú deseabas que el aprendizaje fuera una conquista mía.

Un día, en el que algunos objetos ajenos fueron a parar en mi mochila de la escuela, tú, sin ofenderme, me pediste que se los devolviera a su legítimo dueño, y comprendí que querías hacer de mí una persona honesta.

Cuando, un día, mis compañeros salieron de la clase e hice algunos  comentarios maliciosos sobre ellos, y tú me dijiste que no debemos hablar mal de las personas ausentes, aprendí las lecciones de la sinceridad y del respeto.

En los momentos difíciles, tú estabas siempre a mi lado para apoyarme, y en las horas alegres no me faltó tu abrazo para compartirlas.

Cuando aflojé ante el primer golpe de la vida, tú me hablaste de coraje... 
Cuando vertí lágrimas provocadas por el primer sufrimiento, tú me hablaste de resignación... 

Cuando quise escapar a los compromisos que se presentaban, tú me hablaste  de responsabilidad...

Cuando pensé en mentirle a un amigo, tú me hablaste de fidelidad...

Cuando sentí en mi alma el azote de los primeros vendavales, tú me hablaste de flexibilidad, y aprendí que para no romperse es necesario inclinarse, como hace una pequeña rama verde ante el embate de los golpes del viento.

Cuando tú presentiste en mis ojos la insinuación de la venganza, me hablaste del perdón...

Cuando soñé con salvar el mundo, en los ardientes días de la juventud, tú me enseñaste la moderación y el buen sentido.

Cuando quise someterme a los modismos de un grupo, tú me hablaste de libertad.

Cuando me iludí, pensando que el mundo era mío, tú me hablaste  del Creador del Universo...

Por eso, papá, tengo que decirte que tú siempre fuiste mi héroe, mi amigo, mi gran maestro, mi compañero de jornada...

Tu fuiste firme, cuando era firmeza que yo precisaba...

Fuiste tierno, cando era ternura que yo necesitaba...

Fuiste lúcido, cuando era lucidez que me hacía falta...

Cuando llegué a este mundo, no sabía en verdad qué estaba haciendo aquí, hasta que me di cuenta que había alguien para orientarme en la jornada...

Hoy, bueno..., hoy en día sé claramente lo que estoy haciendo aquí, porque tú, papá, hiciste mucho más que orientarme, caminaste a mi lado muchas veces, me acompañaste muy cerca otras tantas, y marchaste adelante muchas otras, dejando rastros de luz, como directrices seguras que yo pudiese seguir.

Actualmente, yo sé muy bien el papel que me cabe en la construcción de un mundo mejor, porque eso lo aprendí contigo, mi gran y admirado amigo...
 
Y cuando veo tantos jóvenes perdidos, sin rumbo y sin esperanza, vagando entre la violencia y la muerte, le pido a Dios que interceda por ellos, porque es muy posible que no hayan tenido la felicidad de contar con un padre como tú...

¡Qué Dios te bendiga, mi gran amigo!


Momentos de Reflexión

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