¿Quién viviendo sobre la faz de la tierra, puede decir que jamás pasó por un día difícil?
Desde que estemos gozando de perfecta lucidez, no podremos negar que ya superamos, no uno solo, sino muchos días dificultosos.
Por tanto, en los días amargos que se presenten, acordémonos de los otros días que ya se fueron.
Después de superadas las luchas, que suponíamos insuperables, no nos sabemos explicar a nosotros mismos de qué modo vencimos y de qué fuente retiramos las fuerzas necesarias para sustentarnos, durante y después de las dificultades sufridas.
Vimos la enfermedad en el ser amado con una gravedad extraña y, sin que lográsemos saber cómo, de algún modo surgió la medicación y la providencia ideal que lo libraron de la muerte.
Experimentamos la visita del desanimo frente a los obstáculos que se agravaron a nuestro frente, sin que nos diésemos cuenta del amparo recibido, dejamos el desaliento en las tinieblas y regresamos a la luz de la esperanza.
Tuvimos crisis del sentimiento que parecían invencibles por el tenor de angustia con que nos alcanzo el alma, pero desaparecieron como por encanto sin que consiguiésemos definir la intervención libertadora que nos restituyó la tranquilidad.
Sufrimos la ausencia de seres inmensamente queridos, llamados por la desencarnación para tareas urgentes en otras fajas de experiencia; sin embargo, sin que dispensásemos cualquier esfuerzo, otras almas bendecidas aparecieron, nutriéndonos el corazón con edificante apoyo afectivo.
Todo eso, entre tanto, aconteció porque persistimos en la fe aguardando y confiando, trabajando y sirviendo, sin entregarnos a la deserción o a la derrota, ofreciendo la oportunidad a Dios para actuar en nuestro beneficio.
En las dificultades en el camino, consideremos aquellas ya vividas y superadas, y comprenderemos que Dios, cuyo infinito amor nos sustento entonces, nos sustentará también hoy.
Para eso, sin embargo, es importante permanezcamos fieles al cumplimiento de nuestras obligaciones con paciencia, ya que la paciencia es el don de esperar por Dios, cooperando con Dios, sin molestar.
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Un día, cuando usted pueda vislumbrar, desde lo alto, todos los caminos recorridos durante la existencia, percibirá que la mayor parte de la ruta estará marcada por dos pares de huellas: las suyas y las de Cristo, que camina siempre a su lado, sustentándole las fuerzas.
En los días difíciles, en aquellos que los dolores se hicieron más crueles, usted notará solamente un par de huellas y se preguntara: ¿Sera que en los momentos difíciles Jesús me abandono?
Si es verdad que en los días más ásperos de su existencia solo hay un par de huellas en el camino, es porque en aquellos momentos yo lo llevaba en mis brazos… Y El, el amigo fiel de todas las horas, ciertamente responderá: no hijo mío, yo jamás le abandone.
Redacción de Momento Espirita
Chico Xavier -
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