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miércoles, 9 de julio de 2014

La Ley de Igualdad

LA LEY DE IGUALDAD

Todos los hombres son iguales ante Dios, todos tienden  a un mismo fin. El derecho a la igualdad es aquel derecho inherente que tienen todos los seres humanos a ser reconocidos como iguales ante la ley y de disfrutar de todos los demás derechos otorgados de manera incondicional, es decir, sin discriminación por motivos de nacionalidad, raza, creencias o cualquier otro motivo.
Todos los seres están sujetos  a las  mismas leyes naturales; “todos nacen igualmente débiles, están expuestos  a los mismos dolores, y el cuerpo del rico  se destruye lo mismo que el del pobre. Dios  no ha dado, pues, a ningún hombre superioridad natural, ni en lo referente al nacimiento ni en cuanto a la muerte. Todos son iguales ante Él.
La igualdad es un término que se utiliza para describir que todos somos iguales y que hay que tratarnos bien y sin subestimar a otros y sin criticarlos por sus gustos, color o nacionalidad. ¿Por qué es importante la igualdad entre hombres y mujeres? La igualdad debe darse en todos los campos de géneros, es una de las principales acciones que hay que lograr para que se dé un desarrollo de nuestra sociedad.
Creados a imagen del Dios único, dotados de una misma alma racional, todos los hombres poseen una misma naturaleza y un mismo origen. Rescatados por el sacrificio de Cristo, todos son llamados a participar en la misma bienaventuranza divina: todos gozan por tanto de una misma dignidad.
Durante la Historia se han violado constantemente los Derechos Humanos, es decir, que este valor no ha sido respetado, causándose por ello grandes y numerosas desgracias a nivel universal, como las conquistas, el sometimiento de pueblos, la esclavitud...
La desigualdad ha estado presente desde el principio de los tiempos, y los pueblos han mantenido una lucha constante contra ella aunque en muy pocas ocasiones consiguieron la igualdad propuesta, y fue durante la Revolución Francesa,   cuando se alcanzó su integridad como concepto y empezó a ser un valor defendido globalmente, representado en el lema: “Libertad, igualdad y fraternidad”.
Dios nos ha creado a todos los  Espíritus iguales; pero cada uno de ellos ha vivido más o menos tiempo, y por consiguiente ha desarrollado más o menos aptitudes. La diferencia proviene  de su grado de experiencia y de su voluntad que es el libre albedrio.
Dios  no ha  creado la desigualdad de facultades: pero ha permitido que los diferentes  grados de desarrollo estuviesen en contacto, con el fin de que los más adelantados puedan favorecer  al progreso de los más atrasados, y también,  que a través de necesitarse unos a los otros, comprendiesen la ley de caridad que ha de unirlos.
La desigualdad social es obra del hombre, no de Dios. La igualdad entre los hombres se deriva esencialmente de su dignidad personal y de los derechos que dimanan de ella:
Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas.
Todos debemos luchar para que las instituciones terrenales se perfeccionen, para alcanzar que los privilegios  de casta o de nacimiento desaparezcan. El mejor medio para alcanzar ese objetivo, es necesario la cristianización del hombre, así, él cumplirá con sus deberes para consigo mismo, para con el prójimo  y para con Dios.
Los Espíritus que ayudaron a Kardec a componer el “Libro de los Espíritus” dijeron, que Dios otorgo a ambos sexos los mismos derechos, bajo cualquier punto de vista, y que la situación de inferioridad en la que se halla la mujer,  en casi todo el mundo, es debida “al predominio injusto y cruel que sobre ella asumió el hombre”, es decir, “el abuso de la fuerza sobre la debilidad. Las investigaciones corroboran efectivamente que  la supremacía masculina  solo fue obtenida por la violencia, pues la mujer ha auxiliado al hombre y acompañado en las glorias de que se jacta.
Y aunque haya existido un periodo en la evolución  de la sociedad en que la mujer haya ejercido un papel predominante en la familia y en la tribu, incluso teniendo la iniciativa de tomar marido, o maridos, si así lo desease, eso duro muy poco. Y aunque existen algunos pueblos de civilización primaria, donde  la mujer tiene mayor importancia que el hombre, , dando origen  a un lenguaje matrilineal, según el cual el nombre de los hijos, la herencia, etc., proviene de la madre  y no del padre; es verdad que, en ciertos lugares, algunas mujeres se encuentran ejerciendo un cargo en el gobierno de algunas naciones, pero son casos excepcionales. La regla, desde las sociedades primitivas, fue y continúa siendo la supeditación de la mujer.
Venciendo las barreras milenarias, desde hace medio siglo  a tras, hasta nuestros días, la mujer viene ampliando bastante su actuación en la sociedad, participa de los trabajos que antes eran únicamente masculinos, pero aun no ha conseguido igualarse al hombre.
La Doctrina Espirita nos dice que un día, cuando ella esté completamente emancipada, disfrutará de los mismos derechos que el hombre, pero para ello es necesario “que cada uno esté en el lugar que le corresponde, de conformidad con sus aptitudes“, porque si todo le es licito a ambos, le cabe al buen sentido determinar lo que sea más conveniente al hombre y a la mujer, para la perfecta armonía en el hogar, y, consecuentemente, en el cuerpo social.
La mujer en los tiempos actuales, y quizás por querer subestimar o rechazar la sublimidad de las funciones que le fueron destinadas por la Providencia, con lo cual se ha masculinizado en el peor de los sentidos.
Cambia las alegrías sacrosantas del hogar por los goces turbios mundanos, imita al hombre en sus desvaríos y licenciosidades y deja de dar a los hijos la atención y el cariño debidos, perdiendo,  de estos, su amor y respeto, y lo que es peor aún, contribuyendo, en gran parte, para que los hijos, sintiéndose desplazados, se subleven  contra la vida, resultando en la actualidad, “la juventud extraviada”
 Esto que sucede en la actualidad, es transitorio. Pues la mujer  acabará comprendiendo que, para ser verdaderamente feliz, debe volver a ocuparse de sus deberes de esposa y de madre, mientras el hombre,  descendiendo del pedestal  de pretendida superioridad en el que se colocó, ha de tributarle el merecido aprecio, convencido, finalmente, de que su compañera tiene derecho a los mismos privilegios humanos, pues, en un último análisis”  es su querida “mitad”
Todos los hombres sea cual sea la  posición en que se hallen situados son obreros de la evolución. Cuando el egoísmo y el orgullo dejen de ser los sentimientos predominantes en la Tierra; cuando comprendamos que todos somos hermanos, amándonos realmente  unos a los otros como preceptúa la religión; todo hombre de buena voluntad hallará ocupación adecuada a sus aptitudes, que le garantizará lo mínimo necesario para una vivencia compatible con la dignidad humana, e incluso aquellos que no puedan mantenerse más en activo, por enfermedad o vejez, tendrán a su favor el amparo de la ley, sin que necesiten de humillarse, recurriendo a la caridad pública. 
Beneficiados por la ley de Dios, que nos señala  un solo y único destino, busquemos, todos,  conquistar la Sabiduría y el Amor, razón tecnológica de nuestra existencia, dedicándonos  al trabajo, y a la práctica del Bien, teniendo la seguridad de que, aunque momentáneamente colocados en diferentes planos en el paisaje social de la Tierra , en atención a las necesidades evolutivas de cada cual, todos caminamos  para un estado  de justicia perfecta, lo que vale decir que  todos habremos de sentir un día, el “reino de los cielos” dentro de nuestros propios corazones.
                                                                    Trabajo realizado por Merchita
Extraído del libro “Las Leyes morales” de Rodolfo Galligaris y de  otras fuentes.

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Médiums mecánicos
179. Si se examinan ciertos efectos que se producen en los movimientos de la mesa, de la cestita o de la tablita que escribe, no se puede dudar de una acción ejercida directamente por el Espíritu sobre estos objetos. La cestita se agita a veces con tanta violencia que escapa de las manos del médium; algunas veces también se dirige hacia ciertas personas del círculo para golpearles; otras veces sus movimientos atestiguan un sentimiento afectuoso. La misma cosa tiene lugar cuando el lápiz está colocado en la mano; a menudo es lanzado a lo lejos con fuerza, o bien la mano como la cestita se agita convulsivamente y golpea la mesa con cólera, aun cuando el médium esté en la mayor
calma y se admire de no ser dueño de sí.
Digamos, de paso, que estos efectos denotan siempre la presencia de Espíritus imperfectos; los Espíritus realmente superiores están constantemente tranquilos, son dignos y benévolos; si no se les escucha convenientemente se retiran y otros toman su puesto. El Espíritu puede, pues, expresar directamente su pensamiento, ya sea por el movimiento de un objeto, del cual la mano del médium no es más que el punto de apoyo, ya sea por su acción sobre la misma mano. Cuando el Espíritu obra directamente sobre la mano, da a ésta un impulso completamente independiente de la voluntad.
Marcha sin interrupción y a pesar del médium, mientras el Espíritu tiene alguna cosa que decir, deteniéndose cuando ha concluido. Lo que caracteriza el fenómeno en esta circunstancia es que el médium no tiene la menor conciencia de lo que escribe; la falta de conciencia absoluta en este caso constituye lo que se llaman médiums pasivos o mecánicos. Esta facultad es preciosa, porque no puede dejar ninguna duda sobre la independencia del pensamiento del que escribe.
Allan Kardec
Extraído del libro "El libro de los médiums"

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¿Estás preocupado? 


Es compresible que te sorprendas en estado de preocupación, cuando te enfrentas con los diversos desafíos de tu cotidiano. No será tarea fácil el tener que dar cuenta de los quehaceres domésti1cos, asociados a la profesión y a la convivencia social. Realmente, se concibe que sean tantas cosas a pesar sobre tu sentimiento, sobre tus pensamientos, sobre tu humor, que, de vez en cuando, percibes que fuistes invadido por ondas de preocupaciones, para lo que abriste las puertas morales. Entre tanto, vale parar un poco y meditar acerca de este fenómeno



Cuando te preocupas, pasas a pasar largas cuotas de tus energías en la dirección del objeto de tu preocupación. Si la causa es válida, converge la preocupación en acción positiva y beneficiosa, al revés de mantenerte paralizado al frente del desafío. Si el móvil de la preocupación no tuviera la marca del legítimo valor, si tu estado psicológico se ata al deseo de poseer, al celo, a la falta de fe en Dios o a cualquier capricho nocivo a la salud del alma, es llegado en tiempo de, a costa de los necesarios esfuerzos, te desligues de esa sintonía, que te ira minando el mundo intimo, sin que encuentres solución, pudiendo resbalar para valles de desespero, penas, odio o indiferencia, o en estado extremo, pudiendo empujarte para el crimen, que tiene variado espectro para las almas lucidas que conocen, aun que por simples informaciones, las orientaciones de las Leyes Divinas.



De ese modo, estudia con claridad las fuentes y motivos de tus preocupaciones, considerando como él Celeste Guía que a cada día basta con su mal. En la certeza de que estas en el mundo a fin de aprender, crecer y amar, en las rutas de la felicidad, no te permitas sucumbir ante problemas de salud, financieros, mal entendidos o familiares.



Aprende a resolver, uno tras otro, tus problemas y, en la certeza de que el tiempo es el factor de resolución de todos los enigmas, entrega tus preocupaciones al Creador y marcha adelante aguardando la luz del nuevo día, que siempre brilla tras las noches de horror y sombras.



No te dejes aturdir por las exageradas preocupaciones, trabajando con valor y ahínco el cerne de ti mismo.



Camilo.
Psicografia de Raúl Teixeira.

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