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viernes, 6 de mayo de 2011

Alucinógenos, toxicomanía y locura



   De entre los gravámenes infelices que desorganizan la economía social y moral de la Tierra actual, las drogas alucinógenas ocupan un lugar destacado, considerando la facilidad con que dominan a las generaciones nuevas, estrangulando las esperanzas.

   Un paisaje humano triste, sombrío y avasallador, por los miasmas venenosos que destilan los grupos vencidos por el uso desajustado de los tóxicos, constituye evidencia del engaño a que se permitieron los educadores del pasado: padres o maestros, sociólogos o éticos, filósofos o religiosos.

 Cultivado y difundido el hábito de los entorpecedores entre pueblos atrofiados por la miseria económica y moral, fue adoptado por la Civilización Occidental cuando el éxito de las conquistas tecnológicas no consiguió llenar las lagunas habidas en las aspiraciones humanas—más amplia y profunda integración en los objetivos nobles de la vida.

   Más preocupado con el cuerpo que con el espíritu, el hombre moderno se dejó envolver por la comodidad y placer, deparando, inesperadamente, el vacío interior que le resulta una amarga decepción, después de las secundarias conquistas externas.

    Acostumbrado a las sensaciones fuertes, pasó a experimentar dificultad para adaptarse a las sutilezas de la percepción psíquica, de lo que resultarían adquisiciones relevantes fiscales de plenitud íntima y realización trascendente.

   Parte de un todo, sin embargo, programados por comparaciones externa de valores objetivos, se preocuparon poco los encargados de la Educación en penetrar la problemática intrínseca de los seres, a fin de, identificando las nacientes inquietudes en el espíritu inmortal, sean sorbidos los efectos dañinos y atormentadores que se exteriorizan como desesperación y angustia.

   Estimulado por el recelo de enfrentar dificultades, o motivado por la curiosidad derivada de la falta de madurez emocional, se inicia el hombre en el uso de los estimulantes—siempre de efectos tóxicos—, a que se entrega, inerte, dejándose arrastrar desde entonces, vencido y desdichado.

   Por si no bastasen la liviandad e intemperancia de la mayoría de las víctimas potenciales de la toxicomanía, se propagan los traficantes infelices que se encargan de juntan grupos, que se les someten al comercio nefasto, aumentando, a cada hora, los índices de los que sucumben irrecuperables.

   La mala Prensa, orientada casi siempre de manera perturbada, por personas atormentadas, colocada para esclarecer el problema, gracias a la falta de valor y de mayor conocimiento de la cuestión por no revestirse sus responsables de la necesaria seguridad moral, ha contribuido más para hacerlo natural que para liberar a los esclavizados que no son alcanzados por los "slogan" retumbantes, sin embargo vacíos de los mensajes, sin efecto positivo.

    El cine, la televisión, el periodismo destacan innecesariamente las tragedias, aumentan la carga de las informaciones que llegan voraces a las mentes débiles, apabullándolas sin animarlas, empujándolas para las fugas espectaculares a través de los efectos de los tóxicos y de otros procesos disolventes ahora en boga. . .

  ¿Líderes de la comunicación? ases del arte, de la cultura, de los deportes no se evaden de revelar que usan estimulantes que los sostienen en el ápice de la fama, y, cuando sucumben, en estúpidas escenas de auto-destrucción consciente o inconsciente, son transformados en modelos dignos de imitación, lanzados como prototipos de la nueva era, vendiendo las imágenes que enriquecen a los que sobreviven, de cierto modo causantes de su desgracia...

   No es pequeño el número, incapaz de proseguir, apagar las luces de la gloria mentirosa en las urnas inmundas para donde huye: presidios, manicomios, alcantarillas allí expiando, alucinado, la liviandad que lo mortificó . . .

   Las mentes jóvenes no preparadas para las realidades de la guerra que truena en todas partes, en los países distantes y en las playas próximas, como en los intrincados dominios del hogar donde predomina la violencia, la falta de respeto, el desamor se arrojan, voluptuosos, insaciables, al placer fugitivo, a la dicha de un minuto en detrimento, afirman, de la angustiosa expectativa tardía de una felicidad que tal vez no disfrutan. . .

  Fijándose en las estructuras muy sutiles del periespíritu, en proceso vigoroso, los estupefacientes disgregan la personalidad, por cuanto producen en la memoria anterior la liberación del subconsciente que invade la conciencia actual con las imágenes torpes y deletéreas de las vidas pasadas, que la misericordia de la Reencarnación hace yacer adormecidas... De incursión en incursión en el conturbado mundo interior, se desorganizan los mandos de la conciencia, arrojando al vicioso en los lúgubres rincones de la locura que los absorbe, desarticulando los centros del equilibrio, de la salud, de la voluntad, sin posibilidad reversible, por la dependencia que el propio organismo físico y mental pasa a sufrir, irresistiblemente...

   Se hace la apología de unos alucinógenos en detrimento de otros y se explica que pueblos primitivos de ayer y remanentes de hoy utilizaban y usan algunas plantas portadoras de estimulantes para experiencias paranormales de incursión en el mundo espiritual, olvidándose que el ejercicio psíquico por la concentración consciente, meditación profunda y plegaria conduce a resultados superiores, sin las consecuencias dañinas de los recursos alucinatorios.

    La casi totalidad que busca desarrollar la percepción extra-sensorial, a través del uso del estupefaciente, encuentra en sí aún el substrato del pasado espiritual que se transforma en fantasmas, cuyas reminiscencias asoman y persisten, pasada la experiencia, imponiéndose  poco a poco, acertando en la desarmonización mental del neófito irresponsable. Vale aún recordar que, adversarios desencarnados, que  se demoran al acecho de sus víctimas, utilizan los sueños y viajes para surgir en la mente del vicioso, en el aspecto perverso en que se encuentran, causando pavor y fijando matrices psíquicas para las futuras obsesiones en que se completaran emocionalmente, familias de la infelicidad en que se transforman.

    La educación moral a la luz del Evangelio sin disfraces ni distorsiones; la concienciación espiritual sin alardes; la libertad y la orientación con bases en la responsabilidad; las disciplinas morales desde pronto; la vigilancia cariñosa de los padres y maestros cautelosos; la asistencia social y médica en contribución fraterna constituyen antídotos eficaces para el aberrante problema de los tóxicos—auto-flagelo que la Humanidad está sufriendo, por haber cambiado los valores reales del amor y de la verdad por los comportamientos irrelevantes como insensatos de la frivolidad.

    El problema, por lo tanto, es de educación en la familia cristiana, en la escuela ennoblecida, en la comunidad honrada y no de represión policial...

       Si eres joven, no te evadas contaminándote, en base a la suposición de que la cura se da fácilmente.

     Si atraviesas la edad adulta, no te concedas sueños y vivencias que pertenecen a la infancia ya pasada, ansiosos por placeres que terminan ante la fugaz y engañosa durabilidad del cuerpo.

     Si eres maestro, orienta con elevación abordando la temática sin prejuicio, más con seriedad.

   Si eres padre o madre no pienses que tu hogar estará excluido. Observa el comportamiento de los hijos, mantente atento, cuida de ellos desde antes de la intervención y del comprometimiento en la agitación de los estupefacientes y alucinógenos, en cuya oportunidad puedes ayudarlos y preservarlos.

    Si, no obstante, te sorprendieras con el drama que se adentró en el hogar, no huyas de él, buscando ignorarlo en connivencia de la ingenuidad, ni te rebeles, asumiendo una actitud hostil. La conversación, esclarece, orienta y asiste a los que se hayan vuelto víctimas, buscando los recursos competentes de la Medicina como de la Doctrina Espírita, a fin de conseguir la reeducación y la felicidad de aquellos que la Ley Divina te confió para la tuya y la ventura de ellos.

Psicografía de Divaldo Pereira Franco por el Espíritu Joanna deÂngelis.