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miércoles, 29 de febrero de 2012

Buenos días ( Por Merche)

   

     Queridos amigos : Estamos en los momentos en que se está operando la gran transición, y están ocurriendo muchos hechos anecdóticos, sabemos que los que no pasen, no serán olvidados de Dios  el Padre, ellos pasaran algún tiempo  en otras esferas, para aprender las Leyes  del Amor y del Bien, hasta que adquieran  las condiciones  de retornar al planeta, para dar su contribución en el progreso de la Humanidad.

    Somos una familia espirita, con diferentes procedencias,  pero todos nos unimos al que nos dirige que es nuestro hermano mayor Jesús, es El es el Camino, La Verdad y la Vida y con El no nos perderemos.

    Cuando Dios nos coloca en determinado lugar, es seguramente porque allí tenemos alguna tarea.  Cada situación en la vida tiene una finalidad definida. Siempre que nuestros pensamientos objetiven la práctica del bien, no nos será difícil identificar las sugestiones divinas.

    Todos nosotros encontramos en el camino los frutos del bien o del mal que hayamos sembrado. Bienaventurados  los deudores que se hallan en condiciones de pagar.

    Las experiencias dolorosas nos enseñan siempre. Dios reserva trabajo  a todos los que amen la vida sana, los que se entregan al placer, al lujo, al bienestar material y se olvidan de los objetivos de renovación en el camino del bien, experimentan llamadas dolorosas  que si no los hacen reflexionar y cambiar, pueden terminar en la muerte dolorosa del cuerpo.

    Despiertan al otro lado horrorizados, el miedo se apodera de ellos y es  uno de los  peores enemigos de la criatura, porque se aloja en la ciudadela del alma, atacando  las fuerzas más profundas.

   En general, la humanidad, vive en estado de sueño, en letargo y por eso mismo, padece la enfermedad más dominante, que es la ignorancia de si, del destino de cada uno, del significado de la existencia.

   Acomodados en la situación que se encuentran, los individuos, se quejan, pero no hacen casi nada para cambiar  los factores degradantes del conjunto social, algunas veces presentes en ellos mismos, se lamentan, por necesidad masoquista de inspirar compasión; se entregan al hecho por comodidad, no esforzándose, realmente, para conseguir  la superación de los obstáculos que surgen  como amenaza o impedimento para su progreso.

    En el mundo moderno abunda la conciencia de sueño,  por sus concesiones al placer inmediato, sin  aprovechar la oportunidad  para las emociones libertadoras.

   Un día surge, el instante en que el ser se ve inducido a despertar o permanecer en la muerte de la realidad. Pues es necesario  todo el empeño posible,  para conseguir despertar del pasado, y conseguir romper las cadenas  que lo mantienen atado  a la autocompasión e infelicidad, a auto desestimación  y carencia de respeto para con el mismo.
  Estar despierto es encontrarse pleno, conscientes de la realidad interior y de las infinitas posibilidades  de crecimiento que están a nuestro alcance; liberarnos de los miedos que nos inmovilizan  en la inutilidad; descubrir la alegría de vivir y de actuar; ampliar el campo de la  comunicación con la Naturaleza y todos los seres; multiplicar  los medios de dignificación humana, colocándolos al alcance de todos; someternos a la elocuente propuesta de iluminación que podemos encontrar en todas partes.

    Cuando estamos “dormidos”  estamos muertos, desperdiciamos la oportunidad educativa, esclarecedora,  terapéutica, enriquecedora. Y cuando estamos “despiertos” Jesús nos esclarece, con el fin de que avancemos con arrojo en la búsqueda de nuestra auto-identificación.

    Todos los triunfadores fueron personas despiertas para su actividad, para su compromiso con la vida, conscientes del propio valor, sin los sentimentalismos y fugas psicológicas,  de auto desvalorización, de auto punición.

   Cuando estamos despiertos, las conquistas y encuentros  son internos, resplandecientes  y calmos, poderosos como el rayo y suaves como la brisa del amanecer. Portadores de vida, nos conducen  al individuo, en la segura dirección de si mismo, haciendo comprender a los que duermen y no se interesan  por la decisión de entender o comprender la finalidad de la existencia.  Tampoco se irrita o se fastidia o se perturba con aquellos que lo agraden, que lo persiguen, que buscan afligirlo.

    Maria de Magdala despertó de la locura  que la encarcelaba al encontrar a Jesús y se transformo totalmente. Paulo de Tarso despertó,  después del llamado de Jesús  y nunca más fue el mismo; Francisco de Asís aceptó la invitación del Maestro y renació, abandonando al hombre viejo y tornándose el cantor de la Naturaleza, así muchos otros han dejado en la Tierra un ejemplo de lo que significa despertar.

    ¿A que esperamos nosotros! Dentro de la insignificancia de nuestro Yo no debemos olvidar que estar despierto significa encontrarse construyendo, libre de preconceptos y de límites, abierto al bien y a la verdad de la que deberemos tornarnos vanguardistas  y divulgador.

Amigos os deseo un feliz  fin de semana, que Dios nos Bendiga a todos, y un abrazo muy fuerte de Merchita.


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La nueva generación






     Para que los hombres sean felices sobre la Tierra es preciso que sólo buenos espíritus -encarnados y desencarnados- la habiten, los cuales únicamente anhelan el bien. Ese momento ha llegado, actualmente se lleva a cabo una gran emigración entre sus habitantes. Quienes hacen el mal mismo y a quienes el sentimiento del bien no alcanza, no son dignos de la Tierra transformada y, por lo tanto, serán excluidos, porque de lo contrario volverían a traer la confusión y el desorden al planeta y serían un obstáculo para el progreso. Expiarán su obstinación, unos en los mundos inferiores, otros como miembros de la razas terrestres más atrasadas, nuestro equivalente de los mundos inferiores, llevando consigo los conocimientos ya adquiridos y con la misión de ayudar a su adelanto. Serán reemplazados por espíritus mejores que harán reinar entre sí la justicia, la paz y la fraternidad. 


     La Tierra -al decir de los espíritus- no debe ser transformada por un cataclismo que aniquile súbitamente a una generación. La generación actual desaparecerá poco a poco y la nueva la sucederá del mismo modo, sin que haya perturbación en el orden natural de las cosas. 

     Todo ocurrirá exteriormente como de ordinario, con la sola diferencia indicada. Mas esta diferencia tiene una importancia capital, y es que los espíritus indignos que encarnaban en la Tierra ya no volverán a hacerlo en ella. En el niño que nazca, en vez de un espíritu atrasado e inclinado al mal, encarnará un espíritu más avanzado e inclinado al bien.

     Se trata, en realidad, de una nueva generación de espíritus y no de una nueva generación corporal. Indudablemente, en tal sentido hablaba Jesús, cuando decía: “De verdad os digo, que esta generación no pasará sin que estas cosas se hayan cumplido.” 
     Quienes esperen ver esta transformación operarse por medios sobrenaturales y maravillosos, resultarán defraudados.

     La época actual es de transición. Los elementos de las dos generaciones se confunden aún. Ubicados en un punto intermedio, asistimos a la partida de una y a la llegada de la otra, presentando cada una características propias.    
    Las dos generaciones que se suceden poseen ideas y miras totalmente opuestas. Es fácil distinguir a cual de ellas pertenece cada individuo por la naturaleza de sus disposiciones morales y, especialmente, por sus disposiciones intuitivas e innatas.
     La nueva generación, que debe fundar la era del progreso moral, se diferencia por una inteligencia y una lógica generalmente precoces, unidas al sentimiento innato del bien y de las creencias espiritualistas, lo que indica un cierto grado de progreso anterior. No se compondrá exclusivamente de espíritus eminentemente superiores, sino de espíritus con un ciertos grado de progreso y predispuestos a asimilar todas las ideas progresistas y aptas para secundar el movimiento regenerador.
      Por el contrario, lo que distingue a los espíritus atrasados es, en primer lugar, su rebelión contra Dios y negativa a reconocer ningún poder superior al del hombre. Y en segundo término, su propensión instintiva a las pasiones degradantes, a los sentimientos antifraternos del egoísmo, el orgullo, la envidia y los celos, y, finalmente, su apego a los bienes materiales y a todo lo que ata al mundo corpóreo, representado por la sensualidad, la rapacidad y la avaricia.
     Esos son los vicios que deben ser extirpados de la Tierra, mediante el alejamiento de quienes se rehúsan a corregirse porque son incompatibles con el reino de la fraternidad y porque los hombres de bien sufrirían al estar en contacto con ellos. Cuando la Tierra se vea liberada de ellos, los hombres caminarán sin vallas hacia el porvenir venturoso que les está reservado aquí, como recompensa a sus esfuerzos y perseverancia, aguardando que una depuración más completa aún les abra las puertas de los mundos superiores.


     No debemos creer que por esta emigración de espíritus todos los espíritus atrasados serán expulsados de la Tierra y relegados a mundos inferiores. Por el contrario, muchos volverán, pues se trata de aquellos espíritus que cedieron ante las circunstancias y el mal ejemplo. En ellos la corteza era más mala que el fondo. Una vez libres de la influencia de la materia y de las preocupaciones del mundo corpóreo, la mayoría verá las cosas bajo una nueva luz, tal cual lo demuestran los ejemplos que poseemos. En esto se ven auxiliados por espíritus benévolos que se interesan por ellos y que se apresurarán a ilustrarlos y hacerles ver el camino equivocado que habían tomado. Nosotros mismos, con nuestras plegarias y exhortaciones, podemos ayudarles a mejorar, ya que existe una solidaridad perpetua entre vivos y muertos.
      La manera en que se opera esta transformació n es muy simple y, como se ha indicado, de naturaleza puramente moral y no se aparta en nada de las leyes de la Naturaleza.

     Que los espíritus de la nueva generación sean nuevos espíritus mejores o los antiguos espíritus mejorados, no cambia en nada el resultado. Desde el momento que traen consigo mejores disposiciones, se trata siempre de una renovación. Los espíritus encarnados integran, de acuerdo con sus disposiciones naturales, dos categorías: por una parte, los espíritus refractarios que parten, y por la otra, los espíritus progresistas que llegan. El estado de las costumbres y de la sociedad, de un pueblo, de una raza o del mundo entero, dependerá de cuál de las dos generaciones prevalezca.

     Una comparación de todos los días servirá para comprender mejor aún lo que ocurre en estas circunstancias. Supongamos un regimiento compuesto por una gran mayoría de hombres turbulentos e indisciplinados. Se sucederían desórdenes sin fin que la severidad de la ley penal a duras penas podría reprimir. Esos hombres son los más fuertes, porque son mayoría. Se sostienen, animan y estimulan mutuamente por el ejemplo. Los pocos buenos carecen de influencia. Sus consejos son desoídos y motivo de escarnio, soportan malos tratos por parte de los sediciosos y sufren con tal compañía. ¿No es ésta la imagen de la sociedad actual? 
     Supongamos ahora que tales hombres se van eliminando del regimiento, uno a uno, diez a diez, ciento a ciento, y que se les va reemplazando por otros tantos buenos soldados, incluso por los mismos que habían sido expulsados pero que se corrigieron. Al cabo de un cierto tiempo el mismo regimiento se habrá transformado y el orden sustituirá al desorden. Los mismo sucederá con la Humanidad regenerada.

     Las grandes partidas colectivas no sólo tienen por objeto activar la emigración, sino también transformar con más rapidez el espíritu de las masas, desembarazándolas de las malas influencias y fomentando en ellas su afición por las nuevas ideas. 
     Y es este el motivo por el que muchos, a pesar de sus imperfecciones, están maduros para esta transformació n y parten a regenerarse en fuente más puras, puesto que si permaneciesen en el mismo medio y bajo las mismas influencias persistirían en sus opiniones y en su forma de apreciar las cosas. Una estancia en el mundo de los espíritus les basta para abrir los ojos, porque allí ven lo que no pueden ver sobre la Tierra. El incrédulo, el fanático y el absolutista volverán con ideas innatas de fe, tolerancia y libertad. A su regreso encontrarán muchos cambios y sentirán la influencia benéfica del nuevo medio en que han nacido. En lugar de oponerse a las nuevas ideas, las propagarán. 

     La regeneración de la Humanidad no tiene absoluta necesidad de la renovación total de los espíritus: basta con una modificación en sus disposiciones morales. Pero esta modificación se verifica en todos aquellos que están dispuestos a ello, una vez liberados de la perniciosa influencia  del mundo. Quienes reencarnan no son siempre otros espíritus, sino los mismos pensando y sintiendo de manera completamente distinta. 
     En tanto esta mejora es aislada e individual, pasa inadvertida y carece de influencia ostensible en el mundo. El efecto es completamente diferente, en cambio, cuando se opera simultáneamente en muchas personas, porque entonces, según las proporciones, las ideas de un pueblo o de una raza pueden modificarse en profundidad en una sola generación. 
     Eso es lo que se observa casi siempre después de las grandes perturbaciones que diezman a las poblaciones. Las plagas destructoras sólo destruyen el cuerpo, pero no dañan al espíritu. Activan el movimiento de entradas y salidas entre el mundo corpóreo y el mundo de los espíritus y, en consecuencia, el proceso progresivo de los espíritus encarnados y desencarnados. Hay que hacer notar que en todas las épocas de la historia, las grandes crisis sociales fueron seguidas por una etapa de progreso. 

     En estos momentos se está operando uno de esos movimientos generales que traerá la transformació n de la Humanidad. La multiplicidad de las causas que ocasionan destrucción es un signo característico de tales tiempos, ya que deben acelerar la aparición de los nuevos gérmenes. Son las hojas del otoño que caen, a las que sucederán las hojas reverdecidas, ya que la Humanidad tiene sus estaciones, así como los individuos tienen edades diversas. Las hojas muertas de la Humanidad caen impulsadas por las ráfagas heladas, pero renacerán más vivaces bajo el mismo soplo de vida, pues ellas no se extinguen jamás, sólo se purifican.

     Para el materialista, las plagas destructoras son calamidades sin compensaciones ni resultados útiles, puesto que, según él, aniquilan multitud de seres que no han de regresar. Mas para quien sabe que la muerte sólo destruye el cuerpo, no tienen ellas las mismas consecuencias y no le causan el más mínimo espanto. Comprende la finalidad y sabe que los hombres no pierden más por morir en masa que por hacerlo aisladamente, ya que, de una manera o de otra, morirán igualmente. 

    Los incrédulos se reirán de estas cosas por considerarlas quiméricas. Pero, sin importar lo que digan, no escaparán a la ley común: se doblegarán a su vez como le ha pasado a tantos otros y, entonces, ¿qué será de ellos? Dirán: ¡Nada! Pero vivirán, a pesar de lo que piensen, y algún día se verán obligados a abrir los ojos.         

Extracto de La Génesis de Allan Kardec  Por Juan Carlos Mariani




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