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viernes, 14 de octubre de 2011

SÓCRATES Y LA INMORTALIDAD DEL ALMA

Sócrates



En el año 399 antes de la era cristiana, el Tribunal de los Heliastas, compuesto por representantes de las diez tribus, que componían la demócrata Atenas, se reunía con sus 501 miembros, para cumplir una obligación bastante difícil.
Representantes del pueblo, escogidos aleatoriamente, estaban allí para juzgar al filósofo Sócrates.
 El pensador era acusado de rechazar a los dioses del Estado, y de corromper a la juventud.
Figura muy controvertida, Sócrates era admirado por unos y  criticado por otros.
Tenía la costumbre de andar por las calles con grupos de jóvenes, enseñándolos a pensar, a cuestionar sus propios conocimientos sobre las cosas y sobre sí mismo.
Sócrates desenvolvió el arte del diálogo, la mayéutica, este momento del “parto” intelectual, de la búsqueda de la verdad en el interior del hombre.
 Su decir “Sólo sé que no sé nada”, representa la sapiencia mayor de un ser, reconociendo su ignorancia, reconociendo que necesitaba aprender, buscar la verdad.
 Por eso fue sabio, y además de sabio, dio ejemplos de conducta moral inigualables.
Vivió en la simplicidad y siempre reflexionó al respecto del mundo materialista, de los valores ilusorios de los seres, y de las creencias vigentes en su sociedad.
Frente a sus acusadores, fue capaz de dejarles lecciones importantísimas, como cuando afirmó:
  “No tengo otra ocupación sino la de persuadiros a todos, tanto viejos como jóvenes, de que cuidéis menos de vuestros cuerpos y de vuestros bienes que de la perfección de vuestras almas. 
El gran filósofo fue condenado a la muerte por cerca de 60 votos de diferencia.
La gran mayoría quería que él intentase negociar su pena, asumiendo el crimen, e intentase librarse del castigo capital, con el pago de algunas monedas.
 Con seguridad, todos saldrían con las conciencias menos culpables.
 Todos, menos Sócrates que, de ninguna forma, se permitió ir contra sus principios de moralidad íntimos. Así, aceptó la pena impuesta.
 Preso cerca de 40 días, tuvo oportunidad de escapar, dado que sus amigos consiguieron una forma ilícita de darle la libertad.
     No la aceptó. No permitió ser deshonesto con la ley, por más que esta lo hubiese condenado injustamente. Una vez más ejemplificó la grandeza de su alma.


Y fueron extremadamente tranquilos, los últimos instantes de Sócrates en la Tierra.

     Una calma espantosa invadía su semblante, y causaba admiración en todos los que iban a visitarlo.

 Indagado al respecto de tal sentimiento, el pensador reveló lo que le animaba el espíritu:
 “¡Todo hombre que llega adonde voy ahora, que enorme esperanza no tendrá, de que poseerá allí, lo que buscamos en esta vida con tanto trabajo!
 Este es el motivo de que este viaje que ordenan, me trae tan dulce esperanza.”
 Sí, Sócrates tenía la seguridad íntima de la inmortalidad del alma, y dejó eso bien claro en varios momentos de sus diálogos.
 La perspicacia de sus pensamientos y reflexiones ya habían llegado a tal conclusión lógica.
 El gran filósofo partía, cierto de que continuaría su trabajo, de que proseguiría pensando, dialogando, y de que desvelaría un nuevo mundo, una nueva perspectiva de la vida, que es una sola, sin muerte, sin destrucción.
Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta

Cuando la injusticia te deje desvalido sin aliento, Vuelve a creer… ( Autor desconocido )

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