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sábado, 2 de junio de 2012

El nombre de Dios





Entre los pueblos que nos afirmamos deístas, es frecuente oírse expresiones que se refieren a Dios.

Hay quienes enuncian el nombre de Dios por cualquier motivo. O sin motivo alguno.

Otros dicen que utilizar el nombre sagrado de Dios en cuestiones vanas, es falta de respeto muy grande para con el Padre de la Vida.

Naturalmente cada cual defiende su idea, lleno de razones, de explicaciones. Como si fuera una cuestión fundamental para la vida de la sociedad.

Además del uso indebido del nombre de Dios, tenemos la utilización de las palabrotas, de las expresiones groseras, que llenan las almas con vibraciones negativas, pesadas.

Por otro lado, muchas personas en la convivencia presentan los ímpetus del alma atormentada, las rebeldías desatadas en su interior y que se muestran habitualmente por medio de la pornografía.

Convengamos que, observando una y otra situación, mejor será que las personas se acostumbren a hablar de Dios.

Todo y cualquier comentario acerca del Creador de los mundos traerá olas de armonía para quien lo exprese. Y también para quien esté alrededor.

Una interjección sencilla expresada en una sílaba, en un gesto popular refiriéndose al Padre Creador, será siempre bienvenido.

El impacto que la vibración del nombre de Dios impone, trae consigo fluidos positivos y buenos para la existencia de todos nosotros.

De esta forma, delante de las discusiones sobre hablar de Dios o no utilizar Su excelso nombre, nos toca la opción por continuar a hablar de Dios.

Hablar de Dios, hablar para proyectar Su nombre.

No se discute el tema de los hábitos fútiles. De aquellos que hablan por hablar, sin repercusión moral.

Esa es una cuestión que no debe afectarnos.

Miremos hacia los cielos y recordemos la gloria de Dios. Extasiémonos con las estrellas que cintilan, cantando la excelencia de Dios y pronunciemos Su nombre con gratitud.

Por la mañana, abramos las ventanas y saludemos al nuevo día, enalteciendo el nombre de Dios, que nos permite vivir un día más en la Tierra.

Abracemos a nuestros hijos y recordémosles el nombre de Dios, Excelsa Providencia que nos sustenta la vida todos los días.

Escribamos un mensaje de optimismo para alguien y recordemos de invocar el nombre de Dios, deseándole paz.

Oremos a favor de quienes padecen los dolores de la soledad, de la detención, de la persecución de los hombres y recordémosles el nombre de Dios, Causa de todas las causas.

Delante de los sufrimientos atormentadores, hablemos de Dios, la explicación de todas las explicaciones, de todas las tesis.

Arrebatados por la música que nos conduce a estados especiales del alma, tengamos en mente el nombre de Dios, que creó la armonía, el éxtasis.

Encantados por la cadencia de los versos de una poesía, de un poema; agradecidos por la luz de nuestros ojos, por el sonido de nuestra voz, por la amplitud de las riquezas naturales en nuestro entorno, hablemos de Dios.

Afortunados con el amor de un esposo, de una madre, de un hermano, de un amigo, agradezcamos a Dios por el sentimiento que nos invade.
Punto de Dios

Finalmente, busquemos sintonizar con Dios a través de nuestro psiquismo, al mismo tiempo en que vivimos las más profundas emociones, los sentimientos más luminosos, los éxtasis más felices.

* * *

El nombre de Dios, sea hablado, escrito o pensado, y que luego es también sentido, graba en nosotros alegrías inmensas, profundos arrebatamientos y sublime registro de paz.

 
Redacción del Momento Espírita, con base en el capítulo A paz em nome de Deus, del libro Em nome de Deus, del Espíritu José Lopes Neto, psicografiado por Raul Teixeira, ed. Fráter, Brasil.



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