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martes, 4 de enero de 2011

¿Sabes amar ?


Tú sabes amar?


Yo estoy aprendiendo.

Estoy aprendiendo a aceptar a las personas, aun cuando ellas me decepcionan.

Cuando huyen del ideal que "tengo" para ellas.

Cuando me hieren con palabras o acciones impensadas.

Es difícil aceptar a las personas como son o como yo deseo que sean.

Es difícil, muy difícil, pero estoy aprendiendo...

Estoy aprendiendo a amar,

Estoy aprendiendo a escuchar,

Escuchar con los ojos y oídos,

Escuchar con el alma.

Escuchar lo que dice el corazón, lo que dicen los hombros caídos,

los ojos, las manos inquietas.

Escuchar el mensaje que se esconde por entre las palabras superficiales.

Descubrir la angustia disfrazada, la inseguridad enmascarada, la soledad encubierta.

Penetrar la sonrisa fingida, la alegría simulada, la vanagloria exagerada.

Descubrir el dolor de cada corazón.

Poco a poco, estoy aprendiendo a amar.

Estoy aprendiendo a perdonar.

Porque el amor perdona, lanza afuera las tristezas, y cura las cicatrizes que la incomprensión

y la insensibilidad grabaron en el corazón herido.

El amor no alimenta heridas con pensamientos dolorosos,

no cultiva ofensas con lástimas y autocompasión.

El amor perdona, olvida, extingue todos los trazos de dolor en el corazón.

Paso a paso

Estoy aprendiendo a perdonar, a amar, estoy aprendiendo a descubrir el valor que se encuentra dentro de cada vida, de todas las vidas.

Valor enterrado por el rechazo, por falta de comprensión, cariño y aceptación, por las experiencias duras vividas a lo largo de los años.

Estoy aprendiendo a ver, en las personas su alma y las posibilidades de mejorar.

Estoy aprendiendo,

pero ¡cómo es de lento el aprendizaje!

¡Cómo, es de difícil amar Incondicionalmente!

Todavía tropezando,

cometiendo errores,

estoy aprendiendo…

¿ y tú?...

Resumen de la Doctrina Espírita



RESUMEN DE LA DOCTRINA ESPIRITA
Fe inquebrantable solo es la que puede encarar frente a frente la razón, en todas las épocas de la Humanidad.
 Dios es eterno, inmutable, inmaterial, único, todopoderoso, soberanamente justo y bueno.

Creó el universo que comprende todos los seres animados e inanimados, materiales e inmateriales.

Los seres materiales constituyen el mundo visible o corporal y los inmateriales el invisible o espiritista, es decir, el de los espíritus.

El mundo espiritista es el normal, primitivo, eterno, preexistente y sobreviviente a todo.

El mundo corporal no pasa de ser secundario; podria dejar de existir, o no haber existido nunca, sin que se alterase la esencia del mundo espiritista.

Los espíritus revisten temporalmente una envoltura material perecedera, cuya destrucción, a consecuencia de la muerte, los constituye nuevamente en estado de libertad.

Entre las diferentes especies de seres corporales, Dios ha escogido a la especie humana para la encarnación de los espíritus que han llegado a cierto grado de desarrollo, lo cual les da la superioridad moral e intelectual sobre todos los otros.
El alma es un espíritu encarnado, cuyo cuerpo no es más que la envoltura.
Tres cosas existen en el hombre: 1ª el cuerpo o ser material análogo a los animales, y animado por el mismo principio vital; 2ª el alma o ser inmaterial, espíritu encarnado en el cuerpo, y 3ª el lazo que une el alma al cuerpo, principio intermedio entre la materia y el espíritu.
Así, pues, el hombre tiene dos naturalezas: por el cuerpo, particípa de la naturaleza de los animales, cuyos instintos tienen, y por el alma, participa de la naturaleza de los espíritus.

El lazo o periespíritu que une el cuerpo y el espíritu es una especie de envoltura semimaterial. La muerte es la destrucción de la envoltura más grosera; pero el espíritu conserva la segunda, que le constituye un cuerpo etéreo, invisible para nosotros en estado normal y que puede hacer visible accidentalmente, y hasta tangible, como sucede en el fenómeno de las apariciones.
Así, pues, el espíritu no es un ser abstracto e indefinido, que sólo puede concebir el pensamiento, sino un ser real y circunscrito que es apreciable en ciertos casos, por los sentidos de la vista, del oído y del tacto.
Los espíritus pertenecen a diferentes clases y no son iguales en poder, inteligencia, ciencia y moralidad. Los del primer orden son los espíritus superiores, que se distinguen de los demás por su perfección, conocimientos, proximidad a Dios, pureza de sentimientos y amor al bien. Son los ángeles o espíritus puros. Las otras clases se alejan más y más de semejante perfección, estando los de los grados inferiores inclinados a la mayor parte de nuestras pasiones, al odio, la envidia, los celos, el orgullo, etcétera, y se complacen en el mal. Entre ellos, los hay que no son ni muy buenos, ni muy malos. Más embrollones y chismosos que malvados, parece ser patrimonio suyo la malicia y la inconsecuencia. Estos tales son los duendes o espíritus ligeros.
Los espíritus no pertenecen perpetuamente al mismo orden, sino que todos se perfeccionan pasando por los diferentes grados de la jerar4uía espiritista. Este perfeccionamiento se realiza por medio de la encarnación, impuesta como expiación a unos, y como misión a otros. La vida material es una prueba que deben sufrir repetidas veces, hasta que alcanzan la perfección absoluta; una especie de tamiz o depuratorio del que salen más o menos purificados.
Al ábandonar el cuerpo, el alma vuelve al mundo de los espíritus, de donde había salido, para tomar una nueva existencia material, después de un espacio de tiempo más o menos prolongado, durante el cual se encuentra en estado de espíritu errante.

Debiendo pasar el espíritu por varias encarnaciones, resulta que todos nosotros hemos tenido diversas existencias y que tendremos otras, perfeccionadas más o menos, ora en la tierra, ora en otros mundos.
Los espíritus se encarnan siempre en la especie humana, y sería erróneo creer que el alma o espíritu pueda encarnarse en el cuerpo de un animal.
Las diferentes existencias corporales del espíritu siempre son progresivas, nunca retrógradas; pero la rapidez del progreso depende de los esfuerzos que hagamos para llegar a la perfección.

Las cualidades del alma son las mismas que las del espíritu encarnado en nosotros, de modo que el hombre de bien es encarnación de un espíritu bueno y el hombre perverso lo es de un espíritu impuro.

El alma era individual antes de la encarnación, y continúa siéndolo después de separarse del cuerpo.
A su vuelta al mundo de los espíritus, el alma encuentra en él a todos los que conoció en la tierra y todas sus existencias anteriores se presentan a su memoria con el recuerdo de todo el bien y de todo el mal que ha hecho.
El espíritu encarnado está bajo la influencia de la materia, y el hombre que vence semejante influencia por medio de la elevación y purificación de su alma se aproxima a los espíritus buenos a los cuales se únirá algún día. El que se deja dominar por las malas pasiones, y cifra toda su ventura en la satisfacción de los apetitos groseros, se aproxima a los espíritus impuros, dándo el predominio a la naturaleza animal.

Los espíritus encarnados pueblan los diferentes globos del universo.
Los espíritus no encarnados o errantes no ocupan una región determinada y circunscrita, sino que están en todas partes, en el espacio y a nuestro lado, viéndonos y codeándose incesantemente con nosotros. Forman una población invisible que se agita a nuestro alrededor.
Los espíritus ejercen en el mundo moral y hasta en el físico una acción incesante; obran sobre la materia y el pensamiento, y constituyen uno de los poderes de la naturaleza, causa eficiente de una multitud de fenómenos inexplicados o mal explicados hasta ahora, y que sólo en el espiritismo encuentran solución racional.

Las relaciones de los espíritus con los hombres son constantes. Los espíritus buenos nos excitan al bien, nos fortalecen en las pruebas de la vida y nos ayudan a sobrellevarías con valor y resignación. Los espíritus malos nos excitan al mal, y les es placentero vernos sucumbir y equipararnos a ellos.

Las comunicaciones de los espíritus con los hombres son ocultas u ostensibles. Tienen lugar las comunicaciones ocultas por medio de la buena o mala influencia que ejercen en nosotros sin que lo conozcamos. A nuestro juicio toca el distinguir las buenas de las malas inspiraciones. Las comunicaciones ostensibles se verifican por medio de la escritura, de la palabra o de otras manifestaciones materiales, y la mayor parte de las veces por mediación de los médiums que sirven de instrumento a los espíritus.

Los espíritus se manifiestan espontáneamente o cuando se les evoca.

Puede evocárseles a todos, lo mismo a los que animaron a los hombres oscuros, que a los de los más ilustres personajes, cualquiera que sea la época en que hayan vivido: así a los de nuestros parientes y amigos, como a los de nuestros enemigos, y obtener en comunicaciones verbales o escritas, consejos y reseñas de su situación de ultratumba, de sus pensamientos respecto de nosotros, como también aquellas revelaciones que les es licito hacernos.
Los espíritus son atraídos en razón de su simpatía hacia la naturaleza moral del centro que los convoca. Los espíritus superiores se complacen en las reuniones graves en que prevalecen el amor del bien y el deseo sincero de instruirse y perfeccionarse. Su presencia ahuyenta a los espíritus inferiores que encuentran, por el contrario, franco acceso, y pueden obrar con entera libertad, en personas frívolas o guiadas únicamente por la curiosidad, y en donde quiera que reinen malos instintos. Lejos de esperar de ellos buenas advertencias y reseñas útiles, no deben esperarse más que sutilezas, mentiras, bromas pesadas o supercherías; porque a veces usurpan nombres venerables para mejor inducir en error.

Es sumamente fácil distinguir los espíritus buenos de los malos; porque el lenguaje de los espíritus superiores es siempre digno, noble, inspirado por la más pura moralidad, desprovisto de toda pasión baja, y porque sus consejos respiran la más profunda sabiduría, teniendo siempre por objeto nuestro perfeccionamiento y el bien de la humanidad. El de los espíritus inferiores es, por el contrarío, inconsecuente, trivial con frecuencia y hasta grosero. Si dicen a veces cosas buenas y verdaderas, con más frecuencia aún las dicen falsas y absurdas por malicia o por ignorancia, y abusan de la credulidad y se divierten a expensas de los que les consultan, dando pábulo a su vanidad y alimentando sus deseos con mentidas esperanzas. En resumen, solamente en las reuniones graves, en aquellas cuyos miembros están unidos por una comunidad íntima de pensamientos encaminados al bien, se obtienen comunicaciones graves en la verdadera acepción de la palabra.

La moral de los espíritus superiores se resume, como la de Cristo, en esta máxima evangélica: Hacer con los otros lo que quisiéramos que a nosotros se nos hiciese, es decir, hacer bien y no mal. En este principio encuentra el hombre la regla universal de conducta para sus más insignificantes acciones.

Nos enseñan que el egoísmo, el orgullo, y el sensualismo son pasiones que nos aproximan a la naturaleza animal, ligándonos a la materia; que el hombre que, desde este mundo, se desprende de la materia despreciando las humanas futilidades y practicando el amor al prójimo, se aproxima a la naturaleza espiritual; que cada uno de nosotros debe ser útil con arreglo a las facultades y a los medios que Dios, para probarle, ha puesto a su disposición; que el fuerte y el poderoso deben apoyo y protección al débil; porque el que abusa de su fuerza y poderío para oprimir a su semejante viola la ley de Dios. Nos enseñan, en fin, que en el mundo de los espíritus, donde nada puede ocultarse, el hipócrita será descubierto y patentizadas todas sus torpezas; que la presencia inevitable y perenne de aquelíos con quienes nos hemos portado mal es uno de los castigos que nos están reservados, y que al estado de inferioridad y de superioridad de los espíritus son inherentes penas y recompensas desconocidas en la tierra.
Pero nos enseñan también que no hay faltas irremísíbies y que no pueden ser borradas por la expiación. El medio de conseguirlo lo encuentra el hombre en las diferentes existencias que le permiten avanzar, según sus deseos y esfuerzos, en el camino del progreso y hacia la perfección que es su objeto final.
( Aportado por Cassio Pol )