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martes, 3 de diciembre de 2013

¿Dios hace milagros?



15. En cuanto a los milagros propiamente dichos, como nada es imposible para Dios, sin duda, puede hacerlos; pero ¿los ha hecho?, en otras palabras: ¿Deroga Dios las leyes que ha establecido? No corresponde al hombre prejuzgar los actos de Dios y subordinarlos a la debilidad de su entendimiento. Sin embargo, para abrir un juicio sobre las cosas divinas, tenemos los atributos de Dios. A su omnipotencia une su soberana sabiduría, de lo que deducimos que nada inútil hace.


¿Para qué haría milagros, entonces? Para dar testimonio de su poder, se podrá decir. Pero el poder de Dios se manifiesta de una manera mucho más espléndida por el conjunto grandioso de las obras de la Creación, por la sabiduría previsora que preside desde lo más ínfimo a lo más grande y por la armonía de las leyes que rigen al Universo que por algunas pequeñas y pueriles derogaciones posibles de imitar por los prestidigitadores. ¿Qué pensaríamos de un hábil mecánico que para probar sus conocimientos desmontara el reloj que ha hecho, toda una obra de arte, con el propósito de demostrar que puede deshacer lo que ha hecho? Por el contrario, ¿su saber no surge de la regularidad y precisión del funcionamiento?


Los milagros no competen directamente al Espiritismo, mas, apoyándose sobre el razonamiento que dice que Dios nada hace inútilmente, emite la siguiente opinión: los milagros no son necesarios para la glorificación de Dios. Nada en el Universo se aparta de las leyes generales. Dios no hace milagros, porque al ser sus leyes perfectas, no precisa derogarlas. Si hay hechos que no comprendemos, es porque nos falta aún los conocimientos necesarios.

16. Suponiendo que Dios haya podido, por razones desconocidas por nosotros, derogar accidentalmente las leyes que Él mismo estableció, haría que esas leyes ya no fuesen inmutables, pero al menos la lógica está en admitir sólo en Él tales poderes. Pero resulta que se le resta su omnipotencia, al enseñar que el espíritu del mal puede deshacer la obra de Dios, haciendo prodigios capaces de seducir hasta a los elegidos, lo que implica la idea de un poder igual al de Dios. Si Satanás puede interrumpir, sin el permiso de Dios, el curso de las leyes naturales, que son la obra divina, entonces es más poderoso que Dios y, por tanto, Éste no es omnipotente. Si Dios le delega ese poder, como se pretende, para inducir más fácilmente a los hombres al mal, entonces no es soberanamente bueno. En ambos casos, se trata de la negación de uno de los atributos sin los cuales Dios no es Dios.

La iglesia diferencia los buenos milagros que provienen de Dios de los malos milagros atribuidos a Satanás. Pero, ¿cómo distinguirlos? Que un milagro sea declarado oficialmente o no como tal, no por eso deja de ser una derogación de las leyes de Dios: si un individuo es curado milagrosamente, ya sea por la intervención de Dios o del demonio, igualmente ha sido curado. Es preciso tener una idea muy pobre de la inteligencia humana como para esperar que tales doctrinas sean aceptadas en la actualidad.

Reconocida la posibilidad de ciertos hechos tenidos por milagrosos, se deduce por fuerza que, cualquiera que sea el origen que se les atribuya, son efectos naturales que pueden producir los espíritus o los encarnados, así como pueden servirse de su propia inteligencia y conocimientos científicos para el bien o para el mal, según su bondad o perversidad. Un ser lleno de maldad, aprovechando su saber, puede hacer cosas que pasen por prodigios a los ojos de los ignorantes. Pero cuando esos efectos son buenos no es lógico pensar que son producto de un ser diabólico.

17. Pero, se dirá, la religión se apoya sobre hechos que no se han explicado ni pueden explicarse. Inexplicados, puede ser; pero inexplicables, no lo creemos así. Sin hablar del milagro de la Creación, que es sin duda alguna el mayor de todos los milagros y que ha entrado en los dominios de la ley universal, ¿no vemos, acaso, reproducirse, bajo el imperio del magnetismo, del sonambulismo y del Espiritismo, los éxtasis, las apariciones, la visión a distancia, las curaciones instantáneas, el arrobamiento, las comunicaciones orales y de otras clases con los seres del mundo invisible, fenómenos conocidos desde tiempos inmemoriales, considerados antaño maravillosos y pertenecientes, según se sabe hoy, al orden de las cosas naturales, según la ley constitutiva de los seres? Los libros sagrado están llenos de hechos de este género calificados de sobrenaturales, pero como se encuentran hechos análogos y más maravillosos aún en las religiones paganas de la antigüedad, si la verdad de una religión dependiera del número y de la naturaleza de estos hechos, no se podría otorgar preeminencia a ninguna.

Lo sobrenatural y las religiones

18. Suponer que el fundamento imprescindible de toda religión es lo sobrenatural, que es la clave del edificio de la cristiandad, es sostener una tesis peligrosa. Si se considera que las verdades cristianas sólo se basan en lo maravilloso, se le otorga un cimiento demasiado precario que se va desgastando a diario. Esta tesis, sostenida por eminentes teólogos que se han erigido en sus defensores, lleva a pensar que en un determinado momento ya no habrá religión alguna, incluso la cristiana, si lo que era considerado sobrenatural se nos mostrase como natural. Por más argumentos que se aduzcan, no se logrará mantener la creencia de que un hecho es milagroso, cuando se ha probado que no lo es. Pues bien, cuando un hecho puede ser explicado por las leyes naturales y ser reproducido por la intervención de un individuo cualquiera deja las leyes de la Naturaleza. Las religiones no precisan de lo sobrenatural, sino del principio espiritual, que sucede confundirse con lo maravilloso y sin el cual no hay religión posible.


El Espiritismo considera a la religión cristiana desde un punto de vista más elevado. Le da una base más sólida que los milagros: las leyes inmutables de Dios, que rigen tanto al principio espiritual como al material. Esta base desafía al tiempo y a la ciencia y ambos vendrán a sancionarla.

Dios no es menos digno de nuestra admiración, de nuestro reconocimiento y respeto por no haber derogado sus leyes, que son perfectas, sobre todo, por su inmutabilidad. No es necesario lo sobrenatural para tributar a Dios el culto que es debido. ¿Acaso no es la Naturaleza lo suficientemente imponente por sí misma como para necesitar agregarle aditamentos y probar el poder supremo? Si la religión fuese sancionada por la razón, habría muchísimos menos incrédulos. El cristianismo nada podría perder con esa sanción, pero sí ganar mucho. Si hubo algo que le perjudicó frente a la opinión de ciertas personas, fue precisamente por el abuso en recurrir a lo sobrenatural.


19. Si se toma la palabra milagro en su acepción etimológica, cosa admirable, entonces los milagros nos rodean: los aspiramos en el aire y los tocamos al caminar, puesto que todo es milagro en la Naturaleza.

¿Se quiere dar al pueblo, a los ignorantes y a los pobres de espíritu una idea del poder de Dios? Mostradles ese poder en la sabiduría infinita que todo lo preside en la admirable organización de lo que vive, en la fructificación de las plantas, en la adecuación de todas las partes de cada ser a sus necesidades, de acuerdo al medio en que vive. Mostradles la acción de Dios en la brizna de hierba, en la flor que se abre, en el Sol que da vida. Mostradles su bondad en su solicitud hacia todas las criaturas, por ínfimas que sean; su previsión en la razón de ser de cada cosa, entre las que ninguna es inútil; el bien que siempre sirve de epílogo al mal aparente y momentáneo. Hacedles comprender que el verdadero mal siempre es obra del hombre y no de Dios. No tratéis de aterrorizar pintándoles el cuadro de las llamas eternas, en las cuales no creerán, y que los llevarán a descreer de la bondad divina. Mas, dadles ánimo con la certidumbre de poder redimirse un día y de reparar el mal que hayan cometido. Mostradles los descubrimientos de la ciencia como revelación de las leyes divinas y no como obra de Satanás. Enseñadles a leer el libro de la Naturaleza, siempre abierto ante sus ojos, en ese libro inagotable en donde la bondad y sabiduría del Creador están inscritas en cada página. Entonces comprenderán que un Ser tan grande, que se ocupa de todo, que todo lo vigila, que todo lo prevé, debe ser omnipotente. El campesino lo verá en el surco que abre en la tierra y el infortunado lo bendecirá en sus aflicciones, ya que podrá decir: si soy desgraciado, es por mi culpa. Sólo entonces serán los hombres auténticamente religiosos, racionalmente religiosos, en una medida mucho mayor que cuando creían en las piedras que sudan sangre y en las estatuas que pestañean y vierten lágrimas.

Tomado de "EL GÉNESIS" CAP XIII. ALLAN KARDEC

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Preguntas simpáticas o antipáticas a los Espíritus

1. ¿Los Espíritus responden de buen grado a las preguntas que se les hacen?

Siempre con placer a los que tienen por objeto el bien y los medios de hacerlos adelantar. No escuchan las preguntas frívolas.

2. ¿Basta que una pregunta sea formal para obtener la respuesta?

No, esto depende del Espíritu que contesta.

–¿Pero una cuestión formal no aleja, acaso, a los Espíritus ligeros?

No es la pregunta que aleja a los Espíritus ligeros, es el carácter del que la hace.

3. ¿Cuáles son las preguntas particularmente antipáticas a los Espíritus buenos?

Toda aquellas que son inútiles o que se hacen con un objeto de curiosidad y de prueba; entonces no responden y se alejan.

–¿Hay preguntas que sean antipáticas a los Espíritus imperfectos?

Sólo hay las que pueden hacer descubrir su ignorancia o su superchería cuando procuran engañar; de todos modos contestan a todo sin cuidarse de la verdad.

4. ¿Qué hemos de pensar de las personas que no ven en las comunicaciones espiritistas más que una distracción y un pasatiempo, o un medio de obtener revelaciones sobre lo que les
interesa?


Estas son las personas que gustan mucho a los Espíritus inferiores, que, como ellas, quieren divertirse y están contentos cuando las han mixtificado.

5. Cuando los Espíritus no contestan a ciertas preguntas,¿es por efecto de su voluntad o bien porque un poder superior se opone a ciertas revelaciones?

Lo uno y lo otro; hay cosas que no pueden revelarse y otras que el mismo Espíritu no conoce.

– Insistiendo con fuerza, ¿el Espíritu llegaría a responder?

No; el Espíritu que no quiere responder tiene siempre la facilidad de marcharse. Por esto es menester esperar cuando se os dice, y sobre todo no os empeñéis en querer hacernos responder.
Insistir para obtener una contestación que no se os quiera dar, es el medio seguro de ser engañado.

6. ¿Todos los Espíritus son aptos para comprender las preguntas que se les hacen?

Lejos de esto, los Espíritus inferiores son incapaces de comprender ciertas cuestiones, lo que no les impide el contestar bien o mal, como tiene lugar entre vosotros.

Observación. — En ciertos casos, y cuando es útil, sucede con
frecuencia que un Espíritu más elevado viene en ayuda del Espíritu ignorante
y le indica lo que debe decir. Se conoce esto por el contraste de ciertas
respuestas, y además porque a menudo el mismo Espíritu conviene en ello.
Esto sólo tiene lugar con Espíritus ignorantes de buena fe, pero nunca con
los que hacen gala de un falso saber.

Libro de los médiums
Allan Kardec

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                                                                          BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPÍRITU

                    ¿ Qué es preciso entender por "pobres de espíritu"?

 Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. (San Mateo, cap. V, v. 3).

2. La incredulidad se burló de esta máxima: Bienaventurados los pobres de espíritu, como con otras cosas, sin comprenderla. Por pobres de espíritu Jesús no entiende los hombres desprovistos de inteligencia, sino los humildes: dice que el reino de los cielos es de ellos y no de los orgullosos.

Los hombres de ciencia y de espíritu, según el mundo, generalmente tienen tan alta consideración de sí mismos y de su superioridad, que miran las cosas divinas como indignas de su atención; sus miradas, concentradas en su persona, no pueden elevarse hasta Dios. Esta tendencia a creerse superiores a todo, les conduce muchas veces a negar lo que, estando por encima, podría rebajarles y negar hasta la Divinidad; o si consienten en admitirla, le disputan uno de sus más bellos atributos: su acción providencial sobre las cosas de este mundo; persuadidos de que sólo ellos bastan para gobernarlo bien. Tomando su inteligencia por la medida de la inteligencia universal, y juzgándose aptos para comprenderlo todo, no creen posible nada de lo que no comprenden; cuando han pronunciado su sentencia, la tienen por inapelable.

Si se niegan a admitir el mundo invisible y un poder extrahumano, no es porque eso esté por encima de su capacidad, sino porque su orgullo se subleva a la idea de una cosa que no pueden dominar y que les haría descender de su pedestal. Por eso, ellos sólo tienen sonrisas de desdén para todo lo que no es del mundo visible y tangible; se atribuyen mucho de espíritu y de ciencia para creer en cosas, según ellos, buenas para las personas sencillas, teniendo por pobres de espíritu, a todos los que las toman por lo serio. Sin embargo, por más que digan lo que quieran, será preciso que entren, como los otros, en ese mundo invisible que ridiculizaron, será cuando abrirán sus ojos y reconocerán su error. Pero Dios, que es justo, no puede recibir en la misma categoría al que menospreció su poder y al que se sometió humildemente a sus leyes, ni igualarlos.

Diciendo que el reino de los cielos es para los sencillos, Jesús quiere decir que nadie es admitido en él sin la sencillez de corazón y la humildad de espíritu; que el ignorante que posee estas cualidades será preferido al sabio que cree más en sí que en Dios. En todas las circunstancias coloca la humildad en la categoría de las virtudes que nos aproximan a Dios, y el orgullo entre los vicios que nos alejan de él; y eso por una razón muy natural, puesto que la humildad es una acto de sumisión a Dios, mientras que el ogullo es rebelarse contra él. Vale, pues, más, para la felicidad del hombre er pobre de epíritu, en el sentido del mundo y rico en cualidades morales.
- Allan Kardec- "El Evangelio según el Espiritismo"