La inocuidad, en la tierra, es una conquista muy difícil y remota.
Por la condición de ser un “planeta de expiación y de pruebas”, el proceso evolutivo siempre se presenta acompañando arduos esfuerzos en las luchas que todos debemos empeñar.
Igualmente, el cuerpo físico frágil, sujeto a muchos factores que lo agreden, proporciona al espíritu estados transitorios de armonía, alterados por desgastes, desajustes y renovación constante de piezas.
Desde el punto de vista emocional, las herencias que yacen en el espíritu, responsables por su crecimiento, surgen y resurgen en forma de angustias y alegrías, que se suceden, unas a las otras, hasta el momento de la liberación.
Aun a pesar de eso, el estado moral en el que transitan los individuos no les ha permitido liberarse de sus instintos agresivos, que los llevan a las neurosis, las paranoias, las enfermedades mentales y la violencia.
En consecuencia, se multiplican los crímenes con una aceleración incontrolable, al tiempo que los mecanismos de represión igualmente se tornan deshumanos, haciendo del mundo una inmensa arena en la cual luchan las fuerzas antagónicas en belicosidad incesante y voluminosa.
El mercado del sexo, de las drogas, de los vicios en general, viene enloqueciendo a las poblaciones, y la inseguridad del hombre se torna un fenómeno casi normal.
Todos intentan convivir con ella, se acostumbran a ella, casi aguardando cada uno la época de ser agredido.
Se instala, en lo intimo, la desconfianza y, en consecuencia, otros tantos trastornos, dominando, poco a poco, los paisajes psicológicos del hombre.
Comprendiendo el primitivismo en el que se debate la humanidad de Su tiempo, Jesús percibió cuán difícil seria la implantación de la paz en los corazones y cuantas lágrimas serian vertidas, a fin de que tal cosa aconteciese.
Por esta razón, preveyó las catástrofes y desarmonías que las criaturas desencadenarían, bien como las incontables aflicciones que se impondrían, aprendiendo lentamente al respecto de la vida, conforme relata su discípulo en el “sermón profético”, en el apocalipsis.
Ofreció, sin embargo, una perspectiva de paz, al afirmar que “aquel que perseverase hasta el final, será salvado”.
La salvación, aquí, debe ser tomada como un estado de conciencia tranquila, de autodescubrimiento, en el que el mundo interior se impone, gobernando los impulsos desordenados y armonizando al individuo.
Salvado está aquel, que sabe quién es, lo que vino a hacer al mundo, como realizarlo, y, confiado se entrega a la realización del compromiso establecido.
La responsabilidad le faculta una seguridad relativa para el desempeño de la actividad a la que se vincula.
Cada persona tiene un compromiso especifico en la vida y con la vida.
Jesús nos demostró eso. Y lo Suyo, fue la construcción del “reino de Dios” en la Tierra.
No se detuvo y nunca postergó esa realización.
De la misma forma, la seguridad personal y colectiva resulta del grado de compromiso del individuo como miembro del grupo social.
Jesús testimonió la seguridad que lo caracterizaba en todos los momentos, por estar comprometido, sin restricciones.
Él proponía: ¿Creéis en Dios? ¡Creed también en Mi”; “Id y predicad”; tomar sobre vosotros mi fardo y aprended conmigo, que soy manso y humilde de corazón …”
Innumerables veces su comprometimiento con la verdad le desvelaba la seguridad que lo sustentaba en la acción.
Sin demostrar agresividad o temor, su certeza era tranquila, su determinación invencible.
La seguridad del Maestro calmaba a aquellos que en Él se apoyaban, que confiaban en Él.
Siempre tranquilo, irradiaba esa seguridad, que contagiaba a los que lo seguían, hasta incluso delante del martirio que afrontaban con firmeza.
Jesús enseña como el hombre debe lograr su evolución psíquica, que debe ser desarrollada simultáneamente con la orgánica, lo cual demanda tiempo.
Es por eso, que no presenta receta de salvación o simplista, de ocasión.
Antes propone el endurecimiento por el esfuerzo constante, mediante avances y recursos para fijar el aprendizaje y proseguir hasta la meta final.
Saber aguardar, esforzándose, es una ley que te faculta la victoria.
Si deseas seguridad en la vida, busca a Jesús y confía a Él tus planes.
Haz la parte que te dice al respeto y no desfallezcas en la conquista de los objetivos aunque parezcan distantes.
Templa el ánimo y persevera.
La seguridad te vendrá como efecto de la paz que te iluminará el corazón, sirviendo de estímulo para todas tus futuras conquistas.
¡Piensa en eso!
Redacción de Momento Espirita. Basado en el capitulo “Jesús y la inseguridad” del libro Jesús y la actualidad, de Divaldo Franco.